PRENSA

Se  cumplen once años de la muerte del dirigente radical nacido en el pueblo bonaerense que llegó a ser presidente de la Nación.

“SOY COMO LOS TOREROS. GANAN O MUEREN EN EL RUEDO”

Por Isabel Arigós*

Oír el discurso inicial de su gobierno, con el fondo extraordinario de las masas de todas las edades y condiciones que gritaban y lloraban de alegría y emoción, nos hace reflexionar una vez más quién era este hombre de voz gruesa y convincente que supo enamorar a los argentinos, los llevó a los sueños de la Democracia y no pudo sostener el embate artero de las fuerzas del poder que lo hicieron renunciar, sin poder terminar su mandato.

El líder triunfante advertía el 10 de diciembre de 1983“va a ser duro lo que viene, va a ser difícil”  con su voz inolvidable que atronaba decía “vamos a trabajar por la dignidad del hombre, por la libertad, también por la justicia. Libertad sí, pero también daremos el combate contra la miseria y la pobreza” y prometía e ilusionaba que “con la democracia se come, se educa y se cura”  y una vez más cerraba su discurso el Preámbulo de la Constitución Argentina.

Volver a la Constitución, al Estado de derecho, después de la larga noche de la dictadura cívico militar iniciado en el 76 parecía suficiente, pero no lo fue. La democracia después de 37 años aún tiene sus deudas con el pueblo. 

Alfonsín, un hombre de la política del siglo XX, convencido que el Estado debe ser activo y presente, enfrentará todas las tormentas con su coraje y su experiencia, pero también con las contradicciones que tiene un líder de un partido político que representa las clases medias con todas sus vacilaciones. No le rehuía a las peleas y los desafíos, pero no pudo constituir una base de poder amplio y popular para salir exitoso. Fue de lo mejor que ha tenido el Radicalismo en toda su historia, luchó contra los molinos de viento al igual que Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia. También a él se lo llevó la tormenta.

Se peleaba con la columna vertebral del peronismo y advertía: “Existen ciertos señores que se creen dueños del trabajo y dueños de los trabajadores, como si los tuvieran hipotecados”. “Si no hay democracia en los sindicatos, indefectiblemente no va a haber democracia en Argentina”, concluía.

El Juicio a las Juntas fue un paso hacia el fin de la impunidad. Fue un ejemplo a nivel mundial, los monstruos en el banquillo de los acusados, alegatos ejemplares, emoción ante la posibilidad de reparar el horror de los años de plomo. En el camino de las contradicciones que hemos mencionado, la Ley de Punto Final y Obediencia Debida marcaron el límite de la esperanza. La teoría de los dos demonios también.

Ante un poder aún fuerte de las FFAA, en los levantamientos carapintadas juzgó: “Van a ser los sectores reaccionarios los que intenten desestabilizar, dado que son los que van a perder cuando llegue la democracia” Ante la amenaza del golpe militar, enfatizaba “Pobres de ellos si lo intentan porque va a haber una democracia con poder y se va a defender de cualquier proceso de este tipo, de modo que el rigor de la ley va a caer con toda su fuerza” y en la crisis de Semana Santa fue a Campo de Mayo y entró solo ante los cabecillas del levantamiento, con las puertas cerradas. No se supo lo que allí se habló, pero cuentan los que esperaban que varios militares salieron con lágrimas en los ojos y depusieron las armas.

El Congreso Pedagógico y los Planes económicos fueron tragos amargos sobre los que no supo o no pudo gobernar. Pudo lograr la ley de Divorcio vincular.

Calificó al Diario “Clarín” como “acérrimo opositor”  dijo  “hay un deporte favorito y perverso en muchos medios de comunicación, que es el de hacer caer los brazos a los argentinos”.

Se enfrentó solo y a los  gritos a la Sociedad Rural, ofensiva y displicente como buena representante de las clases dominantes. Fue poniendo su voz por encima del aullido de la oligarquía, en un discurso memorable.

“El Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales pero tampoco lo puede hacer a los privilegios locales” expresaba sobre el su terreno más difícil, la economía y el rol del Estado.  “No hay que pagar la deuda externa en base al hambre de nuestro pueblo ni tampoco hay que pagar usura ni aceptar condiciones denigrantes para la República, porque humillan a la Nación”, dijo.

En la Casa Blanca y frente al presidente Ronald Reagan se plantó y se opuso a los embates para cobrar la deuda externa.  Esto no fue gratuito y se sintió prontamente a través de los organismos multilaterales de crédito. 

A fines de mayo de 1989 la hiperinflación tuvo sus primeros efectos dramáticos: asaltos y saqueos a supermercados duramente reprimidos. Alfonsín renunció anticipando el traspaso del gobierno seis meses antes del plazo constitucional.

A principio de los 90 firmó el Pacto de Olivos que dio vía libre para la reforma constitucional y la reafirmación de las políticas neoliberales.

En marzo del 2008, la entonces presidenta de la República, frente al viejo líder, lo homenajeó por los 25 años de democracia, se emplazó un busto y se expresó “Esto tiene un valor: el de dedicarse con la vocación, con la pasión con la que usted ha abrazado la causa de sus ideas, de su partido, de su fidelidad al mismo, fundamentalmente a sus ideas. Como Presidente, es usted el símbolo del retorno de la democracia a la República Argentina”.

*Profesora de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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