PRENSA

Por Luis Bruschtein*

Página 12 iba a ser un diario alternativo de doce páginas y cinco días a la semana. Lo alternativo se centraba en una mirada sobre la realidad que en las dictaduras se calificaba de subversiva y, en democracia, de alternativa. Así había sido durante varias décadas en el país.

Las expectativas apuntaban para ese lado en función de experiencias anteriores. Pensábamos que sería un éxito llegar a vender diez mil ejemplares, como mucho. Cuando salió el diario, la redacción era un departamento de tres ambientes en la calle Perú. El laboratorio de fotografía funcionaba en un baño que seguía funcionando como tal. Creo que ninguno se dio cuenta de que los cambios en el mundo producían cambios sobre la realidad que había generado esas experiencias anteriores.

El fin de la Guerra Fría, con la caída de la URSS y el muro, el surgimiento de un mundo unipolar, con el despunte de la globalización, llevaba a una hegemonía ideológica tan fuerte del neoliberalismo, que se aflojaron los esquemas rígidos que existían durante la confrontación con el mundo soviético.

Entonces, lo que se calificaba de subversivo, dejó de ser alternativo porque se desenganchaba del conflicto mundial y pasó a ser parte de la circulación de ideas toleradas. Las dictaduras militares quedaron anacrónicas porque no podían garantizar seguridad jurídica a los flujos de capital que circulaban con la globalización. Para el poder económico, el juego democrático, si se quiere, estaba garantizado por la fuerte hegemonía ideológica neoliberal.

Esos cambios produjeron aperturas inesperadas en los espacios de la comunicación. Y Página surgió en ese momento, como después de otras dictaduras anteriores habían surgido medios que habían vuelto a cerrar otras dictaduras.

Pero esta vez no fue así. Lo que antes era subversivo quedó englobado dentro del sistema de publicaciones que disputaban mercado. Hubo una búsqueda de nuevos lenguajes desde la imágen, los enfoques y el humor, y se hizo un esfuerzo importante en la rigurosidad profesional, lo que también confluyó en el crecimiento de Página 12.

De hecho, Página 12 se instaló en un espacio muy convocante. Horacio Verbitzky instaló un género que antes estaba negado en la prensa comercial: el periodismo de investigación. La convocatoria sumó a un editor como José María Pasquini Durán, que había sido jefe de redacción de la Opinión. A escritores como Miguel Briante, Osvaldo Soriano, Osvaldo Bayer, Juan Gelman, Eduardo Galeano y muchos más. Verbitzky escribía desde su oficina todas las semanas, Soriano venía a los cierres, a veces con Bayer, casi todas las tardes, Briante era un redactor de lujo y Gelman fue jefe de la sección Cultura, igual que Tomás Eloy Martínez dirigió el suplemento Primer Plano, al principio. Y Galeano venía a la redacción cada vez que viajaba a Buenos Aires.

Y al mismo tiempo la redacción se formó con muchos periodistas jóvenes y algunos de ellos son los actuales editores. En algún momento se quiso personalizar el fenómeno del diario, pero lo real es que fue fruto de un aporte colectivo. Porque todo el mundo, desde la redacción, hasta la administración, que a veces tenía que correr para encontrar papel en plena híperinflación, hizo enormes aportes al sostenimiento del diario.

Esa confrontación con el sentido común hegemónico fue importante a pesar de las diferencias que había en la redacción. Pero la identificación de un público con el diario fue más por algo en lo que había coincidencia sin necesidad de discutirlo: el respaldo a las reivindicaciones y al movimiento de derechos humanos. El diario sostuvo esa temática durante muchos años cuando los demás medios querían ocultarla.

El movimiento de derechos humanos fue la marca más potente y diferenciadora de la transición democrática argentina. Y Página fue percibido como una continuidad de ese movimiento, lo que generó un lector con fuerte identificación con el diario. Ese fue el motivo principal de su persistencia en el tiempo.

Había un espacio que surgía de los cambios en la sociedad. Era un vacío enorme que se llenaba y por esa razón fue tan convocante. Porque de la misma forma tuvo una recepción masiva en la sociedad. Y se convirtió en un fenómeno. El primer número vendió 16 mil ejemplares y a partir de allí aumentó en forma permanente hasta convertirse en el tercero en circulación, detrás –aunque lejos– de Clarín y La Nación.

Las notas del diario tuvieron mucha repercusión en los otros medios de comunicación, hicieron caer ministros y provocaron debates en el Congreso y en toda la sociedad e incluso los diarios tradicionales comenzaron a hacer periodismo de investigación, que fue rápidamente bastardeado para convertirlo en instrumento de las operaciones políticas.

Nadie puede decir que se imaginó ese fenómeno. Cada mes que pasó se festejó la sobrevivencia. Los que habíamos trabajado en experiencias similares anteriores, teníamos la certeza de que no podía durar. La única publicación en América Latina más o menos similar y con la que el diario siempre mantuvo una relación de intercambio ha sido La Jornada, de México, donde trabajamos Ernesto Tifenberg y yo durante nuestros exilios.

Fueron años de mucho esfuerzo y mucho sobresalto, porque estuvo a punto de cerrar varias veces por censuras o por ahogo económico. Fue una hermosa aventura. Y duró. Desde 1987 hasta ahora. Atravesó muchas etapas y en este momento ha comenzado una nueva.

*Periodista y ex subdirector de Página 12.

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