PRENSA

Por Manuela Irianni*

“Bienvenida a la tierra del realismo mágico”, fue la primera frase que me dijeron en el aeropuerto Simón Bolívar de Caracas. Haría unos 35 grados, no había un metro de sombra, y cuando nos subimos a la camioneta del ex legislador que se ocuparía de mi estadía durante los siguientes 15 días, el olor a nafta fue tan crudo que entendí que esa no era la gasolina refinada a la que estamos habituados/as/es en Buenos Aires. Eso era petróleo. Claro, el petróleo nace ahí. Eso explica tantas cosas.

Chávez había muerto alrededor de un mes atrás y yo llegaba como cronista, como latinoamericana, a empaparme de la experiencia vívida de un pueblo que ama a un hombre que acaba de morir. Hugo Chávez estaba en las paredes, remeras, canciones, asambleas. Nunca vi una ausencia tan presente. Todo era rojo, bolivariano y revolucionario. Durante esas dos semanas tuve a cada momento alrededor mío a miles de personas que vivían como propia la tarea inconmensurable de cuidar con uñas y dientes el legado de su comandante. Se pasaban los días, orgullosos/as/es, mostrándome los barrios, las viviendas nuevas, los espacios donde funcionaba la operación milagro que con médicos cubanos le devolvía la vista a la gente.

Me llevaron a cada radio, a cada televisora comunitaria, a cada centro cultural. Y cuando yo agradecía toda esa hospitalidad, me decían que no me estaban haciendo ningún favor, que esa era su tarea; necesitaban mostrarle al mundo cómo habían recobrado la dignidad, me explicaban que en el futuro necesitarían voces que en otras latitudes contaran el tsunami de derechos adquiridos que había sido para ellas y ellos la revolución bolivariana porque sabían que los poderes fácticos iban a tergiversar la historia del Chavismo. Yo estaba ahí como cronista y ellos tenían 15 días para mostrarme la revolución. Pasaron 8 años. Acá estoy. Y me acuerdo de todo porque fueron dos de las mejores semanas de mi vida.

En Venezuela entendí, por ejemplo, que un militar podía ser bueno. Suena ingenuo. No lo es. Alguien podría decir “pero en Argentina uno de los grandes referentes es Juan Domingo Perón y era militar”. Rebato: se lo ha desmilitarizado. Se ha lavado su vinculación con lo militar. ¿Por qué? Porque en Argentina los militares son malos, así de llano, así de simple. Una historia de 6 golpes de Estado, 13 presidentes inconstitucionales, desaparecidos, vuelos de la muerte y robo de bebés, han sembrado esa certeza en el saber popular. Y yo descubrí que mi mirada era parcial cuando en una manifestación una mujer me dijo que me quedara tranquila, que los militares estaban por llegar.

 Ejército y tranquilidad son dos conceptos que jamás se habían encontrado en mis neuronas. Eran días álgidos, Maduro había ganado las elecciones pero la derecha no lo reconocía. Todo el tiempo estábamos en la calle, salvo después de las 7 de la tarde, cuando me obligaban a quedarme en casa por mi seguridad. Es que pasaban grupos de “escualidos” en moto, 10, 15 de ellos, todos vestidos con ropa oscura, difíciles de identificar, y eso sembraba el miedo y la violencia. Por eso la llegada de las Fuerzas Armadas en el marco de una marcha implicaba un respiro.

En esos días entendí muchas cosas. Copio a continuación un fragmento de texto literal que escribí el 12 de abril de 2013, donde me refería a mis andanzas con Grillo, el ex legislador que me llevaba de un lado para el otro:

Conoce a todo el mundo. “Pana, le presento la compañera argentina”. “Oiga, me la cuida que es una niña y ha venido a acompañarnos en estas elecciones, es periodista”. No van más que horas y parece que fueran semanas. En cada cuadra me va señalando la “Misión vivienda”. Las casas que el chavismo hizo para los pobres, así, sin tapujos. No para “los sectores postergados” o “las clases populares”. Los pobres. Con nombre y apellido. Los miles que hasta ahora no habían tenido un hogar. Pero el chavismo no construye sus casas a miles de cuadras, en las afueras, para que nadie los vea. Porque así de todos modos estaría resolviendo lo habitacional. Pero no, acá la revolución es cultural y la misión vivienda está en el centro, frente a los barrios de la clase media, cerca de los centros comerciales, de los servicios. Para que se vean, para que estén. Para que “vivan viviendo”, como reza el lema del proyecto.

Tengo decenas de fragmentos de esos días. Es que cada vez que el trajín paraba, me sentaba a escribir. Era tal la efervescencia que sentía que mi mente no iba a llegar a procesar todo aquello y que necesitaba anotarlo para entenderlo después. Me habían dado una cama en un cuartito de una casa humilde en un barrio. No tenía termo, así que me ponía agua caliente en una botella de plástico de medio litro que había conseguido. Cada vez que la cargaba se derretía un poco más. Fueron tal vez los mates más cancerígenos que tomé en mi vida. Pero yo tenía 23 años y la portátil del Conectar Igualdad que mi hermano usaba en la escuela y que me había prestado para esos días.

Hoy, 17 de abril, hay confirmados ocho muertos en Venezuela y más de sesenta heridos: todos chavistas. La oposición arengada por Capriles, quien de paso no ha hecho ninguna denuncia formal respecto a todo lo que brama en los medios de comunicación, incendió cuatro locales del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela). Destruyeron mercados populares y también Centros de Diagnóstico Integral, los espacios en que se atiende el pueblo, mayormente sostenidos por médicos cubanos. Los detenidos son alrededor de 170.

A veces poner una lupa para ver los detalles de un lugar puede servir como expresión de espacios y dimensiones mucho mayores. Lo que ocurre aquí en San Pedro, se replica en decenas de barrios caraqueños. Entre el sonido de las cacerolas opositoras que suenan desde las cocinas, y los altoparlantes oficialistas que les contestan, hay una nena. Tiene los ojos negros y el pelo rigurosamente peinado en 4 colitas que atan unas cintas naranjas con brillantina. Me mira seria, me muestra el dedo meñique teñido de azul, y me dice: “Yo voté por Maduro”. Por estos días todos los venezolanos y venezolanas andan con su dedo pintado, es señal de haber sufragado; con ese dedo ponen su huella digital y es un tinte que tarda en quitarse. Rebeca, que tiene cuatro años, acompañó a su mamá a votar y quiso participar también.

Una nena, una nena que en medio de un mundo que por momentos pareciera desmoronarse, está en un rincón caraqueño queriendo votar. No es la única, me cuenta que una amiga de ella también tiene el dedo azul, y agrega: “Vi una propaganda en que tantisisimos de Capriles empujaban a uno de los nuestros.” “¿Capriles?” “¿los nuestros?” Tiene cuatro años. Claro, nació con la revolución. Pero no deja de ser una niña. Tiene consigo un muñeco celeste, parecido a alguno de los que hay en el cable privado, y lo acuna entre los brazos. Entonces comienza a todo volumen una canción de trompetas en que Chávez grita su pregón socialista. Rebeca me mira preocupada: “Se va a despertar Rainbow”. ¿Quién? Rainbow. Claro, el nombre del muñeco está en inglés. No se lo puso ella, se lo puso Hollywood. Entonces tenemos una chiquita caraqueña con ínfulas de socialista arropando al último producto del capital. Qué ensalada. Eso es revolución. El orden se transforma. El chavismo estaba ya cuando ella nació, pero el mercado estaba primero. Antes de terminar nuestro diálogo me señala la bandera que cuelga de la reja y me dice: “yo tengo una de esas”. Me pide que se la alcance, lo hago, intenta hacerla flamear pero no puede. Es que Rebeca no alcanza un metro de estatura, la insignia es más grande que ella.

No es posible resumir en una nota lo que fueron esos días. Esto son tal sólo unas pinceladas, un intento de semblanza en estos días en que se cumplen años de la muerte de Chávez. Meses después de ese viaje entrevisté a Stella Calloni quien me dijo “Este es un período decisivo en la historia de América Latina, porque nuestro destino, ahora, es recolonización o independencia.” Recuerdo que le contesté: “Vamos por la independencia”. Pienso, años después, que esa disyuntiva no era de ese tiempo, es la de todos y cada uno de los días.

*Periodista y realizadora audiovisual.

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