GÉNERO

Por Karina E Vitaller*

Amor es amor, sexo es sexo e identidad es identidad.

La existencia lesbiana en argentina, es una historia marcada por la clandestinidad, la invisibilidad y múltiples violencias. Diversos trabajos han intentado abordar esta cuestión de poder develar las experiencias lesbianas a lo largo de nuestra historia y han tenido que poner en juego una importante destreza creativa, ya que es una historia guardaba bajo la alfombra del miedo, de la vergüenza, el decoro familiar y en el mejor de los casos, reducidas a experiencias que podrían traducirse a “a un juego de jovencitas”, o a “rebeldía o transgresión adolescente” por supuesto para las clases sociales privilegiadas, donde las llamadas betters (lesbianas que usaban traje y pelo engominado durante los años 20) fueron sus principales protagonistas.

Es una historia que se rastrea, se reconstruye, como un misterio, como un rompecabezas. ¿Dónde estuvieron las lesbianas?, ¿qué tácticas, qué estrategias sirvieron para preservarse de la intervención/sanción familiar, escolar, médica, policial, militar? Quizá la lesbiana se escondía en la historia de la tía solterona,  en la hija que se hizo monja, en la sobrina que se exilió, en las primas que eran mejores amigas, o en la adolescente que se suicidó, o en la madre que se vinculó con sujetos violentos para castigarse por su inmoralidad reprimida, o en la que asesinaron como degenerada o inmoral…

A veces una foto, algún mito familiar desempolvado, alguna carta, alguna fuente policial, permite dar cuenta de esta existencia lesbiana suelta, desarticulada, cada une viviéndolo como tragedia propia y personal. Porque ser lesbiana en Argentina, como en muchos otros lugares del mundo, era estar enferma y así se mantuvo hasta la década de los 90 cuando la OMS retiró de sus manuales de enfermedades mentales a la homosexualidad.

Así y todo, las lesbianas empiezan a hacerse notar en el escenario público y organizarse de la mano del crecimiento de los feminismos, del que muchas fueran parte de modo invisibilizado por las condiciones opresoras de la época. A finales de los sesenta, el clima revolucionario imperante, las ideas del mayo francés, el movimiento hippie, el Cordobazo, La revuelta de Stonewall, el impacto del psicoanálisis, fueron instancias nacionales e internacionales que permitieron que lesbianas y mujeres asumieran un rol más participativo y visible.

De allí hasta nuestros días, se ha podido registrar y sistematizar, como se fue configurando la vida cotidiana, la relación con el poder, la organización, la lucha y resistencia lesbiana, quienes si bien durante los años de la feroz dictadura no lograron constituirse en un grupo numeroso, tuvieron una participación fundante en lo que fue el Frente de Liberación Homosexual en la década del 70 y en la etapa más cruda del terrorismo de estado, se organizaron, resistieron, y activaron desde un sótano de San Telmo.

Ser lesbiana en los setenta era un riesgo, ya que implicaba ser sujetas a corregir, a curar, a perseguir y finalmente eliminar. López Rega, quien en ese entonces era el  ministro de Bienestar Social de la Nación y desde una publicación nominada “el caudillo” convocaba a “acabar con los homosexuales” y representaba a las lesbianas como “bebedoras de hormonas masculinas” y “mujeres de pelo en pecho”.

La cultura argentina basada en ideales conservadores, heterosexistas, blancos y machos, utilizaba todas las estrategias de control social para eliminar simbólica y materialmente lo que detente corromper sus valores cristianos de familia tradicional, de mujer consagrada al marido, la maternidad, la crianza y el cuidado, siendo consideradas inmorales o desviadas quienes optaran por otro destino. Si bien hubo durante la época del primer peronismo un momento ínfimo de organización, participación, y cierta aceptación ambivalente, el movimiento que hoy nombramos disidente y en él, el de las lesbianas no pudieron consolidarse como organizaciones legítimas hasta el reconocimiento de la personaría jurídica a la CHA (Comunidad homosexual Argentina) que durante la gestión Menemista, se constituyó, en la primera asociación LGBTTIQNB de Argentina y América Latina en alcanzar el reconocimiento legal.

Desde entonces y a la fecha, los espacios de militancia y activismo se han visto multiplicados, y las banderas que tomaron de las décadas anteriores, lograron encontrar un escenario propicio durante la gestión Kirchnerista, para que muchas políticas públicas vinieran a  reparar años de exclusiones y de derechos históricamente vulnerados, nada más ni nada menos que el reconocimiento de la identidad auto percibida, el matrimonio igualitario, la fertilización asistida, entre otros.

Sin embargo, y más allá de todas estas conquistas, las lesbianas seguimos siendo invisibilizadas, y vivimos dobles, triples o más discriminaciones según los aspectos que interseccionen en cada una de nosotras. Ser lesbiana pobre y de apariencia masculina, o ser lesbiana con discapacidad y migrante, o ser lesbiana (y que no se note), van a condicionar experiencias diferentes de inclusión, porque aun las resistencias que operan sobre nuestras identidades siguen siendo puestas en consideración al orden jerárquico que impera en nuestra sociedad.

La inclusión de las lesbianas, se ve atravesada en principio por los condicionamientos familiares, mediáticos, escolares, médicos, quienes van a contribuir o no a la conformación de una subjetividad fortalecida o precaria. Reconocer, y aceptar que la identidad es algo externo al sujete y que se construye en el entorno en el que el sujete se desarrolla y no como parte de su naturaleza humana, parecería ser en pleno siglo XXI un debate salvado y sin embargo no lo es.

Los medios de comunicación, principales referentes en lo que a la construcción de sentidos comunes se refiere, ofrecen en su producción cultural,  un repertorio de identidades basadas en un modelo binario, monógamo, cisheterosexual, capacitista, con cuerpos y bellezas hegemónicas. Y cuando intentan romper con ese modelo, la diversidad identitaria se construye desde un paradigma de la vulnerabilidad y el trauma, sufriente y dependiente de la aceptación o directamente grotesca o villana.

De esta forma, la salida del closet, no es una salida fácil. Reconocernos y visibilizarnos lesbianas, se vuelve una tarea que tenemos que enfrentar valientemente como si fuese un defecto que tenemos que asumir, como si la responsabilidad de la exclusión estuviese en nosotras, nosotres y no en un entorno que violenta y oprime. Las lesbianas padecemos la doble discriminación propia de ser sujetas feminizadas y la segunda por el estigma asociado a nuestras identidades.

Y en este punto, vale una aclaración, hablar de identidad es asumir que las lesbianas vivimos nuestro lesbianismo más allá de nuestra experiencia intima. Ser lesbianas es una forma de vivir, de fugarnos del mandato heterosexual, al no estar vinculadas sexo afectivamente con un varón, nos fugamos del contrato social heterosexual establecido el cual consideramos como régimen normativo que detenta unas formas posibles y universales de habitar nuestras existencias. Fuera de este modelo, solo existen tránsitos marginales, que a pesar de normativamente haber sido regulados en nuestro país, y de contar con una ley de identidad de género que asume la identidad como una experiencia de autopercepción, aún convivimos con muchas resistencias a la hora de ser visibilizadas, reconocidas y legitimadas.

De esta forma desplazamos la cuestión de la orientación sexual hacia una concepción de identidad de género. Ser lesbianas no es solamente una forma de amor entre lesbianas, también lo puede ser entre mujeres, como también lo puede ser con otras identidades feminizadas o con masculinidades. Tampoco dejamos de ser lesbianas al no estar en una relación sexo afectiva, no nos definen nuestros vínculos, sino un posicionamiento político, una renuncia al esquema binario de ser mujer o ser varón y lo que la construcción cultural les ha cargado de sentido a esas existencias.

Y  dentro de la multiplicidad de existencias lesbianas, encontramos lesbianas que se asumen mujeres, lesbianas trans, travas, travestis, lesbianas que se vinculan sexo afectivamente con mujeres cis ( esas mujeres cis no se reconocen lesbianas ni bisexuales) , con masculinidades trans y con varones cis (esas lesbianas no se reconocen bisexuales sino lesbianas). Como vemos, las existencias lesbianas son múltiples y diversas, hay quienes transitan sus vínculos en monogamia y quienes no, hay quienes maternan quienes no, hay quienes eligen el matrimonio y quienes no, hay quienes buscan la legitimidad y quienes buscan vivir en la desobediencia. Hay lesbianas sexuales, asexuales, demisexuales, pansexuales y otras.

Reconocer y visibilizar nuestras existencias es una forma de dar cuenta la permeabilidad de nuestras identidades, las de las lesbianas y la de cualquier sujete, es reconocer que el género es una construcción discursiva que ha estallado de sentidos y que nombra todo y no nombra nada. Es dar cuenta el carácter precario, creativo, potencial del género y ya no vinculado solamente a la idea de bio-mujer, dejando una multiplicidad de identidades doblemente o múltiplemente oprimidas excluidas de esa categoría conceptual.

Suponernos mujeres, o suponernos masculinidades desde una perspectiva binaria, violenta nuestras existencias.  Y directamente no reconocernos como sujetas y sujetes con una identidad,  prácticas propias y necesidades específicas es una violencia simbólica que niega nuestras existencias y alimenta el sostenimiento de un orden binario que excluye y oprime las experiencias vitales. Definirnos por nuestras prácticas sexo-afectivas no solo es erróneo sino que además vulnera el derecho a vivir nuestra sexualidad libremente, y reducir nuestras existencias al amor, “amor es amor” es un eufemismo que solo sirve a disminuir el impacto que causan nuestras identidades en las miradas conservadoras.

Esta invisibilización nos lleva  además a vivir otras vulneraciones de derechos. Si consideramos nuestras experiencias feminizadas pero sin perder de vista nuestras existencias lesbianas;  una de las primeras vulneraciones a la hora de reconocer nuestras identidades, es el rechazo familiar, el castigo, la sanción, la exigencia de normalización y la exclusión del hogar. Por otro lado en el ámbito escolar el bulling, la normalización, el abandono. Así como sucede en los casos de las personas trans, muchas lesbianas son excluidas de los entornos familiares, escolares, quedando a la deriva a temprana edad.

El acceso al trabajo, a acceder a una vivienda (propia o alquilada), el acceso a la justicia, a asumir una vida autónoma, acceder a una pensión, a la obra social, a la herencia, a una fertilización asistida, a cobrar un seguro, a asumir el cuidado de hijos/as/es de la pareja, a tener un DNI que nos reconozca lesbianas, son todas cuestiones que para las lesbianas se vuelven aún más complejas de acceder.

El acceso a un sistema de salud sexual que asuma nuestra sexualidad como tal, y prevea abordajes y tratamientos específicos para cuidar de nuestro cuerpo y a su vez tener una sexualidad segura ya que a la fecha, los protocolos ginecológicos  y las políticas de prevención  de ITS no contemplan las prácticas sexuales entre mujeres, que además, articule con la industria farmacéutica, es una gran deuda con las lesbianas.

El acceso a profesionales con perspectiva no binaria, que comprenda nuestra subjetividad, nuestros cuerpos, la especificidad de nuestras existencias.

Acceso a una justicia que entienda las distintas opresiones con las que convivimos, que pueda leer nuestra realidad con perspectiva inclusiva y no binaria. Que ante el asesinato de una lesbiana, se pregunte si no está operando un crimen de lesbofobia o lesboodio. 

Un sistema administrativo que no reduzca las existencias a dos casilleros. Un lenguaje que incluya y que dé cuenta la complejidad identitaria.

Un sistema de prevención contra las violencias que vivimos entre lesbianas, que entienda que dentro de esos vínculos se reproducen muchas veces las mismas lógicas heteropatriarcales. Pero que a su vez las aborde con una perspectiva que dé cuenta el lugar de opresión de las personas que integran el vínculo, el cual además no se debe presumir monógamo.

Unos medios de comunicación que no exoticen o eroticen nuestras identidades, que alienten a instalar nuevos sentidos en torno a ser lesbianas, ni como trauma, ni como villana, ni como víctima, ni como inmorales.

Seguramente podría seguir enunciando la cantidad de vulneraciones que por el hecho de ser lesbianas experimentamos a diario, pero espero que con estos texto alcance para sensibilizar y a aportar a la deconstrucción de la mirada de quien interactúe con estas líneas.

Hoy, 7  de marzo, conmemoramos en Argentina el día de la visibilidad lésbica para visibilizar el lesbocidio de Natalia “Pepa” Gaitán, quien fue asesinada de un escopetazo por el padrastro de su novia un 7 de marzo del año 2010 en la Ciudad de Córdoba.

La Pepa tenía 27 años, enseñaba educación física a niñeas/os/es en la fundación de su abuela , en un barrio de la periferia de la ciudad de Córdoba. Era una lesbiana orgullosa de encarnar una masculinidad, siempre pedía que no la llamen por su nombre,  Ella era Pepa o Chori, sobrenombres que en Córdoba es indistinto si lo usan varones o mujeres. Pero un día como hoy un macho asustado llamado Daniel Torres que no toleraba el vínculo de Pepa con su hijastra, le disparó y la asesinó de un escopetazo en el tórax que le traspasó al hombro derecho. Murió al día siguiente en el Hospital de Urgencias.

En agosto de 2011 la Cámara Séptima del Crimen condenó a Daniel Torres, su lesbocida, a 14 años de prisión por “homicidio agravado por el uso de arma de fuego”.

El asesinato de la Pepa, fue un hecho que movilizó y alertó a la población de lesbianas y otras disidencias a dar cuenta la emergencia de tener leyes que sean leídas desde un paradigma atento a la diversidad y  a la especificidad de nuestras existencias oprimidas, además de la necesidad de visibilizar e instar a disponer de todos los recursos de reproducción cultural para el reconocimiento de identidades diversas y múltiples , con corporalidades diversas, con estéticas diversas, con prácticas sexo afectivas diversas, con el fin de hacernos presentes, de no neutralizar nuestras existencias y de visibilizar la complejidad del campo social que hoy nos toca disputar. Porque al sótano y al ropero no volvemos nunca más.

*Directora de Políticas Contra las Violencias por Razones de Género de nuestra unidad académica.

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