PRENSA

Por Felipe Alonso y Ramiro Corman*

Hoy se cumplen 103 años de la Reforma Universitaria, una conquista estudiantil que comenzó a abrir las puertas para una Universidad menos elitista y más popular.  Una reforma que permitió iniciar la modificación de las matrices profundamente excluyentes de la educación superior de aquella época.

Pero como todo acontecimiento histórico, es necesario profundizar sobre sus bases y consecuencias para no caer en recordarlo como un hecho folclórico, que sucedió porque sucedió y alegremente transformó el estado de las cosas de una vez y para siempre.

En Argentina, desde hacía unos años -1916-  gobernaba Hipólito Yrigoyen, el mundo estaba en su primera Guerra global y una revolución había derrocado a la Rusia Zarista. En la Provincia de Córdoba un grupo de estudiantes se le plantaban al Rector cuestionando su legitimidad y la de los Decanos, mientras que denunciaban los reglamentos universitarios, a los que calificaban de vetustos y autoritarios y señalaban los contenidos medievales de las carreras allí dictadas.

Lo que todos y todas conocemos como “Reforma Universitaria” fue nada menos que la interrupción de una asamblea universitaria por los estudiantes que fueron traicionados por sus representantes y entraron a la Universidad tirando la puerta abajo, echando –literalmente- a patadas a los profesores vitalicios nombrados por apellido y no por capacidad, tirando por la ventana las fotos de todos los Rectores. Lisa y llanamente tomaron la Universidad y declararon la huelga general. Hubiesen derribado la estatua de Fray Trejo de no haber estado abulonada al suelo.

Interesante para pensar, no solo cómo se construyó una versión light de algo que fue una revolución, sino también para volver a discutir con aquellos y aquellas a quienes les gusta hablar de modos mejores y peores, dignos o indignos, cuando vemos las manifestaciones que por estos tiempos buscan conquistar derechos. El movimiento feminista como mejor ejemplo.

Por ese entonces la Universidad de Córdoba tenía alrededor de mil estudiantes, y participarán activamente de la revolución chicos y chicas (aunque no aparezcan mujeres en ninguna de las fotos ni de los relatos de la reforma) de poco más de 20 años con una matriz de pensamiento reformista, pero fundamentalmente antiimperialista y latinoamericanista.

Por esto es importante decir que la Reforma Universitaria fue una batalla cultural, no una reforma del estatuto. Sin ir más lejos, la tan mentada y discutida idea de “autonomía”, que parece ser central dentro de los reformistas, no existe en ninguno de sus textos del año 18.

Pero es ese concepto de autonomía tal vez el más utilizado por ciertos sectores conservadores dentro de la Universidad, para que continúe enclaustrada, reproduciendo privilegios y oligarquías, ajena a cualquier experiencia revolucionaria que esté atravesando el pueblo en donde está inserta.

No se trata de desechar la idea de autonomía, más bien es todo lo contrario. Se trata de resignificarla o reiventarla. No es posible pensar una Universidad escindida de sus coyunturas, sean de crecimiento e inclusión, o de embestida, desfinancimiento y desguace. Por eso es necesario salir de la idea de una “autonomía de” hacía una “autonomía para”, una “autonomía con”, que no nos separe del mundo, sino que se esfuerce para que los otros y otras puedan entrar y salir aportando sus saberes.

En definitiva, la reforma fue antes que nada un hecho emancipatorio que pudo romper con los sistemas de dominación, que hoy 103 años después son en algunos casos los mismos, pero también otros, más modernos y complejos.

Hace más de cien años estos revolucionarios sentaron unas bases que fueron lo suficientemente sólidas como para que aún hoy podamos continuar recordando. Más adelante en el tiempo existió un decreto de gratuidad durante el gobierno de Juan Domingo Perón que fue fundamental para que los estudiantes no sean miles y sean millones.

Por eso es necesario pensar a la Reforma Universitaria como una plataforma desde la cual partir, porque significó grandes avances en materia de democratización del saber y del acceso a la gestión del conocimiento, pero luego de más de 100 años, es necesario revisar, problematizar y actualizar nuestras ideas en torno a la Universidad que queremos.

Porque si solo trabajamos como guardianes de una reforma centenaria seguiremos observando proyectos políticos que primero están al servicio del mercado y las corporaciones y después educan.

La transformación de la Universidad que queremos, no es una que en la autonomía encuentra una coartada para no mirar. Queremos una Universidad que se transforme con y en el pueblo del cual forma parte. No nos sirve un conocimiento para los papers de los congresos académicos, no nos interpela como sentido y pulsión de vida. El conocimiento y la producción de saberes tiene que producirse para transformar este mundo tan injusto que tenemos, porque sabemos que la Universidad que anhelamos es inseparable del país que queremos.

*Director del Departamento de Graduados, docente del Seminario Cuentos de la Pelota, y Profesor en Introducción a los Estudios de la Comunicación, respectivamente.

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