PRENSA

Por Eduardo A. Gálvez*

En estos tiempos de pandemia, donde la muerte nos acecha de cerca con una de sus máscaras más crueles, pareciera que nos fuéramos acostumbrando a vivir con miedo. En verdad nos levantamos y acostamos con la cifra de contagios y de víctimas, que los noticieros de todo el mundo repiten como si fuera un mantra de la oscuridad reinante. Son datos numéricos que conforman una trama estadística que por un simple mecanismo de defensa deseamos sea lejana, sin contacto aparente con nosotros.

También es cierto que al morir alguien de nuestro círculo la nómina parece esfumarse y surge lo singular, el nombre propio, las historias que habíamos tejido con esa persona. Se desvanece la ilusión de la distancia protectora, estamos inmersos en el drama. Nos roza la tragedia.

Hoy toda una comunidad académica recuerda al Maestro Jesús Martín Barbero.

Como militantes de la vida que somos, nos revelamos frente a ese absoluto que plantea el fin de la existencia y nos volcamos a agitar las banderas de su obra, de sus acciones, de la marca única que dejó su paso por esta tierra. Está muy bien que así sea. El campo de la comunicación, en especial la latinoamericana, no fue el mismo a partir de su mirada. De lo mucho que anduvo, enseñó, escribió e investigó su más que reconocido texto “De los medios a las mediaciones” nos sigue iluminando cada día y nos marca un camino. Nos interpeló a pensar los medios, las prácticas y los discursos desde un lugar de ruptura, de exploración y cambio cultural y político, de emancipación.

En la UNLP brilló en varias instancias académicas, como cuando recibió su Doctorado Honoris Causa, en 2019. Mantuvimos siempre una sincera relación con el intelectual y con el hombre. Supimos de su razón pero también de la poesía que lo habitaba.

Recuerdo de manera imborrable aquella vez que dictó un Seminario Especial para la primera cohorte, de la que formé parte, del Doctorado en Comunicación en nuestra facultad. Fueron cinco, allá en 2001, que tuvieron un clima excepcional. Parecía un estreno teatral o la conferencia de un candidato político destinado a triunfar o la manifestación de un ser iluminado, o quizás todo a la vez. Sucedió en el aula 8, de nuestra sede Miguel Bru, que literalmente palpitaba de energía. Al estar repleta y superada su capacidad la gente se acomodó como pudo…en las escaleras, en los corredores, en otras clases. Fue un acontecimiento irrepetible. Respirábamos “Martín Barbero” y tod0s/as/es queríamos ser parte de ese ritual comunicacional, político, cultural y humano que generaba con su sola presencia.

Literalmente nos galvanizó con su discurso. Nos envolvió y derrochó gracia y vehemencia al teorizar. Tengo presente como aquel ser de talla mediana y mirada apacible se agigantó con cada frase que entonó con una voz potente como un clarín. Nos dijo, sin disimulos, lo justo y lo revelador. Nos trató siempre con la franqueza de un amigo y con la claridad y la responsabilidad de un docente. Nos hizo cruzar un umbral revelador. Nos marcó una huella. Ya nada sería igual.

Esta escena sigue viva hoy a cada momento. Ocurre en mi recuerdo y estoy seguro que también en el de les compañeros/as7es que participamos de aquellas jornadas de reflexión y aprendizaje con el inigualable Jesús Martín Barbero. Este bucle temporal reiterativo que imagino no es una simple idea que podría alimentar algún relato ficcional. No. Estoy convencido de que es el modo, leído desde el corazón popular, en que perpetuamos y honramos a través de la memoria activa, amorosa y militante a aquellos/as/es, que alguna vez nos enseñaron que entre todos/as/es podemos soñar, decir y hacer un mundo mejor.

¡Gracias Maestro!

*Docente de esta casa de estudios.

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