PRENSA

Por el Dr. César «Tato» Díaz* y Juan Francisco Díaz*

Sarmiento y Mitre se conocieron en el país trasandino en oportunidad de estar exiliados durante el rosismo. A partir de entonces, se puede decir que los unió la amistad y la política.

Ambos coincidieron ostentando altos cargos en dicha materia: mientras Mitre era el Primer Mandatario, Sarmiento se desenvolvía como gobernador de San Juan. Aquel, era un momento de grandes enfrentamientos fratricidas, siendo el caudillo riojano Ángel “El Chacho” Peñaloza, el principal opositor político que tenían. A causa de esto, terminaron matándolo vilmente cuando se había rendido en Olta (1863).

Posteriormente, el sanjuanino será diplomático de Mitre, destacándose en la embajada de EEUU. Justamente, se hallaba en el país del norte cuando Lucio V. Mansilla le ofrece ser candidato a la presidencia, para suceder a «su amigo». Sin embargo, el Brigadier General tenía su propio “candidato”, quien no era precisamente Domingo.

Mitre, en efecto, hizo pública su preferencia sucesoria en el diario La Nación Argentina (1862-1869), cuyo director y propietario era su amigo José M. Gutiérrez. A ese artículo se lo conoce como el “Testamento político de Mitre”, en el que se menciona como presidenciable a su ministro de Relaciones Exteriores Rufino de Elizalde.

Al enterarse de la aceptación de Sarmiento, Bartolomé encaró la tarea de erosionar su base de sustentación. Casi simultáneamente, se insertó un extenso editorial en L N A, donde procuraba dejar bien sentado que «el inesperado candidato, quien ni partido poseía, no era fiable por su egocentrismo e inconductas díscolas. Sarmiento es el gran revolucionario, le está vedado acaso ser el gran hombre de gobierno”.

El intento periodístico no obtuvo resultados positivos a juzgar por quien fue el sucesor, y además, debía confrontar con dos diarios surgidos como resultado de la caída del rosismo. Se trataba de El nacional (1852-1893) y La Tribuna (1855-1880), ambos medios pro Sarmiento y en los cuales el futuro presidente escribiría durante toda su administración, ejerciendo el “periodismo de estadista”. Noción que subsume a quien se desempeña como responsable del P.E.N. y, al mismo tiempo, desempeña la labor periodística.

Dicha particularidad fue tratada por todos los estudiosos de Sarmiento. A su vez, su nieto la describía de este singular modo:

«Las intenciones tergiversadas, las ideas del gobierno incomprensibles para sus mismos amigos y no habiendo quien ilustrara, pacificara y moralizara la prensa, el Presidente se veía obligado a ser su propio expositor y mandaba con frecuencia a los diarios escritos y comunicados explicativos”. Agregando seguidamente: “por más serenidad que desplegara en esos escritos para calmar las pasiones, era inevitable que el vigor de su pensamiento se tradujese en esas formidables asperezas de estilo del gran polemista y traicionase bajo el anónimo al encumbrado escritor”. En suma, el tono destemplado, la descalificación antojadiza, e incluso el insulto, campearon por la prosa periodística del presidente publicista.

“Fake News” decimonónicas

Si bien la proclamación de Sarmiento Presidente se conoció en agosto de 1868, pues era indirecta –es decir elegían los electores-, el diario de Gutiérrez había asumido su rol opositor con anterioridad. Desde esa posición, L N A, a pocos días de que asumiera el nuevo mandatario, publica una noticia falsa. Se trataba de un artículo titulado “El rey se divierte”. Allí se menciona que Sarmiento había vuelto a la ciudad muy de madrugada (información que era cierta) pero, sin embargo, el diario afirma que regresaba de una “francacheta” realizada en la quinta de Mariano Varela. Esto era inexacto, ya que el hecho certero era que Sarmiento venía de visitar la tumba de su hijo Dominguito.

Naturalmente, el damnificado utilizó esta “falsa información” hasta el hartazgo. No había conferencia o discurso parlamentario en que no aludiera a la “fakenews”, y principalmente lo hacía en los periódicos. Incluso se permitía él también, introducir su versión antojadiza, pues en lugar de “francacheta”, afirmaba que lo vincularon con una “orgía”.

Un biógrafo del sanjuanino apunta que este artículo suscitó en Sarmiento no solo la ira, sino que amenazara a los medios opositores con cercenar la libertad de prensa, al manifestar: “con la ley y sin la ley los he de…». Agregando una palabrota de las habituales en sus conversaciones. Vale destacar que no se quedó en la intimidación, pues clausuró varios diarios.

De esta forma, ni bien el autor del Facundo asumió el alto cargo, se produjo la ruptura definitiva entre ambos. La misma se suscitaría, como se puede apreciar en la “correspondencia” sostenida por los dos políticos, cuando discutían sobre quién se haría cargo del comando del frente paraguayo. Asunto que fue tratado en la casa de don Bartolo, pero que se filtró en La Tribuna.

Periodismo de guerra

La contienda periodística se agudizó y L N A denunció: “Muy grave. El presidente de la República baja de nuevo a la prensa”. Asimismo, la nota que marca el punto de inflexión es la que retoma un tema muy controvertido. En efecto, el medio de Gutiérrez recupera de sus archivos el tema de la muerte de Peñaloza, dejando mal parado al ex gobernador de San Juan. Por supuesto, el publicista Sarmiento recurre a sus diarios amigos y devuelve el golpe. El suelto se inserta bajo el título: “Una calumnia para revelar una gloria” y sus periódicos afines ase-guran: “Esperábamos tranquilos el ataque dirigido contra la reputación, por los antiguos amigos del señor Sarmiento”. La respuesta oficial fue que él ejecutó órdenes que le llegaron del general Mitre. Mientras tanto, en 1870 Sarmiento sufre un atentado fallido por parte de los hermanos Guerri. De ahí que comenzaría a utilizar El término “los Guerri de la prensa” para descalificar a sus enemigos.

Surge la “tribuna de doctrina”

Mitre comprendía perfectamente que, aunque era senador por la provincia de buenos Aires, había perdido protagonismo político. De forma que buscó dirigir su propio diario. Esto constituyó toda una novedad, dado que se trataría de una sociedad anónima, pese a que todos sabían quiénes la conformaban, incluso Sarmiento. El Primer Mandatario escribió refiriéndose a la “sospechosa” donación por parte de los socios:

“su casa fue negociada por agentes y obtenida la suscripción de los proveedores que mediante despilfarro de la renta han ganado millones, como Lezica, Lanús, Galván, que al fin costearon casi en su totalidad”. Luego, prosigue su crítica epistolar, profundizando el asunto: “Mitre sabe que con un poco de insistencia con amaños conocidos, con muchos hombres que le deben o la impunidad o la fortuna mal adquirida todo se puede conseguir”.

En este punto, en la actualidad, se sabe que también los socios cedieron las acciones sin costo alguno a Mitre. De hecho, el matutino La Nación, apareció el 4 de enero de 1870, una vez cerrado su antecesor –L N A-, el último día del año 1869. La campaña opositora siguió sin solución de continuidad  en el nuevo medio. La virulencia creció significativamente, hasta que fue reconocido como presidente Nicolás Avellaneda.

De ahí en más, don Bartolo pareció olvidar lo que había escrito en el primer editorial de:

“La nación se propone, pues, ser la celosa guardiana de nuestras instituciones democráticas, apercibida siempre para su defensa, no por predisposición de combate, sino por espíritu de salvaguardia». Qué lejana estaba aquella suerte de apotegma que él mismo había redactado: “la peor de las votaciones legales vale más que la mejor de las revoluciones”.

En rigor, Mitre borra con el codo lo que había escrito con la mano, y encabeza la revolución al desconocer al nuevo presidente. Por esta actitud se lo conoce como el “jefe de una montonera”, pues había alzado hasta Catriel y su gente. Juan María Gutiérrez, en carta a Sarratea, sintetiza la conducta del ex presidente: “allí lo tiene Ud. Al hombre de principio conculcándolos todos cuando vió que el poder y el tesoro se escapaban de sus íntimos y de sus manos”.

La última batalla del presidente publicista

Sarmiento, por su parte, al sublevarse Mitre en septiembre de 1874 adoptó medidas drásticas. Declaró el Estado de Sitio y clausuró los medios sediciosos –La Nación, La Prensa, La Pampa-, e incluso, cerró El Nacional por publicar información falsa. Pero no todo terminó ahí, pues como publicista empedernido que fue, tomó la pluma y escribió columnas enteras que el diario oficialista La Tribuna divulgó durante varios días.

Allí Sarmiento, denunció a Bartolo como el responsable original del “fraude Patriótico”, iniciado en 1852 y que en 1874 continuaba vigente. Lo acusó a su vez de “demagogo”, y de no haber escrito nunca contra J. M. de Rosas. 

Cuando llegó el Manifiesto revolucionario, la vehemencia del polemista no reparó en descalificaciones contra su ex amigo: “si la difamación, la anarquía y la calumnia por sistema vomitadas todas las mañanas por aquellos albañales de la casa de D. Bartolomé Mitre [los diarios] nada han podido en seis años […] ¿Para qué el manifiesto que no manifiesta nada sino que el que lo escribió conserva los mismos apetitos del poder que antes”. Con esta interpelación retórica, pretendía que sus lectores percibieran exactamente la catadura moral del sublevado.

Con este artículo, hemos procurado alertar sobre ciertos ocultamientos efectuados por los medios y los planes de estudio de la actualidad. Los cuales, bien por ignorarlo o bien por disimularlo, nos llevan a desconocer aspectos interesantes del comportamiento de aquellos personajes, que pretenden inmortalizar como próceres impolutos.

*Director de la Biblioteca del H. Cámara de la provincia de Buenos Aires y director CEHICOPEME, Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP y docente de Derecho a la Comunicación, Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP e integrante del CEHICOPEME, respectivamente.

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