El lenguaje y su fuerza de transformación

GÉNERO

Por Julián Tróccoli*

El Ministerio de Educación del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires dispuso, mediante una resolución firmada por la Ministra de Educación Soledad Acuña, una medida administrativa en la que queda prohibido el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas. De esta forma, determinan que la utilización de la «e» y la «x» no se implemente más en ningún contenido.

Frente a esta resolución del gobierno de Juntos por el Cambio, es necesario volver a discutir y reflexionar en torno a la temática y las distintas resistencias que presenta.  Es imprescindible abrir este debate que no pretende establecer una única forma de expresarse, sino que busca echar luz a prácticas que permiten la construcción de nuevas retóricas.

En ese sentido, partimos del entendimiento del género como una categoría relacional desde donde se piensa a todo el sistema social, donde las personas habitan y se sitúan. Hablar de género, entonces, es hacer referencia a relaciones de poder que configuran nuestra forma de ver y narrar el mundo y cómo nos constituimos como sujetxs, atravesadxs por procesos históricos; por lo que es necesario hacernos la pregunta sobre el lenguaje y cómo configura nuestra existencia.

En su Documento de Investigaciones Educativas “Análisis de Discurso y Educación”, Rosa Buenfil Burgos manifiesta que “los signos no significan nada en sí mismos, no son positividades, sino marcan diferencias de significados entre sí mismos frente a otros signos al interior de un sistema. La lengua como sistema, está compuesta de diferencias y los significados se basan en las diferencias entre las palabras y no en propiedades intrínsecas de los términos en sí mismos”. 

La lengua, es una construcción social que está fundada en procesos desiguales y opresores, que eligen nombrar sólo un sujeto posible, el que históricamente fue considerado como el habilitado para ser ciudadano. Los usos que hacemos de la lingüística no sólo nombran, sino que constituyen realidades. Realidades que pueden -y pudieron- ser otras.  Por ende, la estructura discursiva es vulnerable a aceptar e incorporar nuevos sentidos. ¿Y qué pasa con el lenguaje?

Construir una comunicación con perspectiva de género implica repensar las distintas prácticas y costumbres que reproducen y sostienen las desigualdades sociales. Es nuestro desafío buscar las posibilidades de transformar esas construcciones, donde el lenguaje no está exento. Necesitamos formar y establecer una comunicación más inclusiva, que nos demande aprender a decirnos y nombrarnos colectivamente, entendiendo que el lenguaje es una herramienta política.

Desde donde nos paramos para ver y narrar el mundo es siempre una posición política.  Una decisión que nunca es ingenua, sino que se sitúa en construir y reproducir discursos opresores o emancipatorios. Es necesario comprender a la perspectiva de género como una posición política que nos obliga a observar las desigualdades, las exclusiones y las opresiones que atraviesan las mujeres y las identidades disidentes en una sociedad patriarcal, que nos educa para sistemáticamente contribuir a su sostenimiento.

Ante este nuevo golpe que la derecha da, seguimos defendiendo un modelo de educación público, gratuito, de calidad e inclusivo. 

*Integrante de la Secretaría de Género de esta casa de estudios.

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