ACADÉMICA

Por Carlos Ciappina (*)

El 16 de junio de 1955 tiene un lugar especial en la historia nacional de la infamia.

El 16 de junio de 1955 tiene varios hechos singulares: la Aviación Naval y la Fuerza Aérea Argentina bombardean la Plaza de Mayo a plena luz del día con el objetivo declarado de terminar con la vida y el gobierno democrático del general Juan Domingo Perón, y el objetivo -menos declarado, pero claramente presente-  de “castigar” al pueblo movilizado para defender un Gobierno nacional y popular. El bautismo de fuego de la Fuerza Aérea se hará contra el propio pueblo argentino.

Así, Buenos Aires se convertirá en la primera ciudad abierta del mundo en ser bombardeada por la aviación (su propia aviación) sin declaración de guerra, sin estar el país en conflicto armado externo o interno. Aun Guernica (aquella ciudad abierta devastada por los fascistas) fue bombardeada por la aviación alemana e italiana, pero no la española.

¿Cómo fue esto posible? ¿Qué es lo que inauguró?

El peronismo había trastocado profundamente las estructuras de la Argentina agropastoril: el programa nacional del peronismo estatizó y nacionalizó las empresas y recursos considerados claves para la economía nacional, afectando la tradicional hegemonía del capital británico y sus socios locales. Esta transformación profunda del comportamiento económico tradicional de la Argentina va de la mano (en una unidad indisoluble) con la política consistente en la sanción de un conjunto de medidas de mejora laboral y social de una profundidad inédita: una legislación obrera que garantizó, alentó y profundizó la organización sindical y transformó a la clase obrera en el actor político clave del primer peronismo, en su sostén y también, por qué no decirlo, en la garantía de las conquistas alcanzadas en ese período.

La idea y la práctica que vivir bien es un derecho garantizado por el Estado y no la incierta realización de una dádiva de beneficencia para aquellos que agacharan la cabeza y agradecieran la limosna de quienes usufructuaban la riqueza de la nación, se instala como certeza en las clases populares a partir del peronismo.

Si no se comprende la profundidad de este trastocamiento del orden social oligárquico que significó el peronismo, no puede comprenderse el bombardeo a Plaza de Mayo de junio de 1955.

Los aviones de la Armada y de la Fuerza Aérea que llevan (inequívoco mensaje de complicidad con la alta jerarquía católica de aquel momento) dibujada la insignia “Cristo Vence” son el instrumento brutal de la “vieja Argentina”. Los pilotos ven que la plaza está colmada de gente (se calculan 30.000 personas que estaban arribando), pero no les importa, o a lo mejor lo prefieren: sus bombas y metrallas asesinan a los que osan querer cambiar el orden de los dueños tradicionales de la nación.

Los aviones que bombardean la Plaza de Mayo son también la herramienta de la clase política tradicional que se suma al golpe militar para derrocar al Gobierno que había logrado obtener el voto popular. Detrás de los aviones y las bombas están los civiles que se llamaban paradójicamente “democráticos”. Conspiran con los militares y avalan los bombardeos los políticos como Miguel Ángel Zavala Ortiz, de la UCR, Américo Ghioldi, del Partido Socialista, junto a Adolfo Vicchi, del Partido Demócrata Nacional, y Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo, del nacionalismo católico.

Los aviones que bombardean la Plaza de Mayo son también la expresión de un profundo odio de clase: el pueblo, durante el primer peronismo, había comenzado a ocupar el centro de la escena política; las mujeres, individual y colectivamente, se incorporaron también a la vida política de la mano de esa figura intragable para la élite que fue Eva Duarte de Perón; las plazas, los cines, el teatro, la cultura, los lugares de veraneo, las Universidades, comenzaron a llenarse de pueblo. Para la élite, tradicional beneficiaria de un país para pocos, la “negrada”, el “aluvión zoológico” que ahora consumía, disfrutaba, iba al cine y se mostraba orgulloso por las calles se volvió una imagen insoportable.

Si no se los podía derrotar por el voto, pues bien, no estaba mal bombardearlos: 9.500 kg de bombas, bombas de fragmentación de trotyl, miles de balas 7,62 y 20 mm sobre la población pacíficamente reunida… El piloto de la marina Carlos Enrique Carus es el último que debe pasar sobre la plaza… Ya no tiene bombas ni balas, pero en su odio antipopular arroja sobre la gente reunida los tanques de repuesto llenos de combustible: cientos de litros transforman la plaza en un infierno de fuego y decenas de trabajadores mueren incinerados.

Una de las enseñanzas más nefastas que dejaron los bombardeos del 16 de junio fue la de la impunidad de los represores. ¿Qué ocurrió con los pilotos que asesinaron a 364 personas y dejaron heridas a más de ochocientas? Nada. Absolutamente nada. Se exiliaron en Uruguay, donde fueron recibidos como héroes por el Gobierno antiperonista de Battle. Tres meses después volvieron, en septiembre de 1955, luego del golpe de la Revolución Fusiladora, y fueron recibidos (aquí también) como héroes. Durante décadas fueron tratados como “libertadores” por la prensa hegemónica y los partidos tradicionales de nuestro país. Los asesinos fueron tratados como republicanos y demócratas! Y no es casualidad que sus nombres se reiteren en los genocidios posteriores. Participaron en los bombardeos de junio de 1955 Osvaldo Cacciatore (futuro intendente de Videla en Buenos Aires), Emilio Massera y su hermano Carlos, Horacio Mayorga, Carlos Suárez Mason, Máximo Rivero Kelly, futuros genocidas y represores de la última dictadura.

Los bombardeos de Plaza de Mayo son así, también, la punta del iceberg del círculo que llevó a una dictadura tras otra: partidos políticos antipopulares, jerarquía eclesiástica, corporaciones militares y medios de prensa hegemónicos asociados no sólo para impedir que un partido popular se sostuviera en el poder, sino también (y más importante) para destruir el orden económico-social y la movilización popular que el peronismo inauguró.

Los asesinos y sus cómplices civiles nunca fueron juzgados y ni siquiera recibieron la repulsa de la sociedad civil.    

A modo de necesaria reparación histórica, durante el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (año 2009) se sancionó la ley que otorga a las víctimas de los bombardeos y sus familiares las mismas condiciones de resarcimiento económico que a las víctimas del terrorismo de Estado.

Vueltos al contexto de 1955, la impunidad de los sublevados habilitará su participación en nuevos golpes y nuevas experiencias represivas. Por eso, el 16 de junio también es una fecha para confirmar y reiterar MEMORIA, VERDAD y JUSTICIA.

(*) Vicedecano de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP

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