PRENSA

Avellaneda

Dicen que la historia es muy compleja
para mí la historia/se resume en una escena.
De un lado el pueblo en marcha y sus banderas …
Un hombre abraza a otro en agonía,
la estación crece en uniformes. Dos disparos.
Desde el poder se enarbola la mentira.
Una y mil veces Darío se levanta
en cámaras, pantallas, noticieros
recibe el tiro de gracia y nos desvela.
La historia de a pie y sin maquillaje
la historia de un trago se desnuda
ante nosotros en una única escena.
De un lado el pueblo en marcha y sus banderas
en una estación cualquiera, en cualquier puente,
qué sé yo, por decir, Avellaneda.

Néstor Ventaja 

“La crisis causó dos muertos” tituló el diario Clarín, como si fuera un fenómeno natural, un hecho innominado. Cómo si los verdugos y, sobre todo los jóvenes asesinados no tuvieran nombre y apellido.

Más de diez años de programa neoliberal habían sumido a la Argentina en una de la crisis económico-social más profunda de su historia.

Dieciocho millones de argentinos se hallaban bajo la línea de pobreza y más de siete millones eran indigentes. El desempleo y la subocupación afectaban a la asombrosa cifra del 40% de la población y los precios –congelados junto a los salarios durante la “convertibilidad”- habían escalado casi un 40% en los meses posteriores al fin de la política de un dólar igual a un peso.

La dirigencia tradicional no tenía respuestas a la extendida crisis social y el pueblo se nucleaba en organizaciones de trabajadores ocupados y desocupados – movimientos sociales – que habían enfrentado y resistido el modelo de ajuste permanente del menemismo y la Alianza, desde la organización para el trabajo colectivo y las luchas reivindicativas en las calles.

En ese junio de 2002, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, expresaban junto a otros y otras miles de jóvenes, una nueva generación de luchadores populares que, desde los barrios y en las poblaciones más afectadas por el hambre neoliberal, organizaban talleres, ollas populares, cooperativas de trabajo, hornos de barro, guarderías colectivas y además se organizaban para la protesta en las calles.

“Piqueteros” y “violentos”, el poder político de turno y los medios masivos de comunicación se dedicaron permanentemente a mostrar a las organizaciones de trabajadores y movimientos sociales como un “riesgo”; preparando a la opinión pública y a las fuerzas de seguridad para ampliar y profundizar los niveles de represión. Sabían lo que hacían.

Para el 26 de junio de ese terrible 2002, varias organizaciones sociales plantearon una movilización masiva para exigir un aumento de salarios (deshilachados por la salida de la convertibilidad que había protegido a los bancos y no al pueblo); una duplicación en los subsidios a desocupados e incrementar los alimentos para comedores populares. Todos pedidos y exigencias solidarias.

Los esperaban en Capital Federal y en los puentes de acceso a la misma, el conjunto de las fuerzas represivas del Estado: Policía Federal, Policía de la Provincia de Buenos Aires, Gendarmería Nacional y Prefectura Naval.

Maximiliano y Darío militaban en el Movimiento de Trabajadores Desocupados. ¿Sus delitos? Ayudar a mejorar las casas humildes, organizar bibliotecas populares, construir hornos de barro…

Las fuerzas represivas de la provincia de Buenos Aires y de la Nación se tomaron muy en serio la tarea de impedir que se marchara sobre los puentes de acceso a la Capital. En la estación Avellaneda del ramal Roca, los oficiales de la bonaerense Franchiotti y Acosta abrieron fuego con balas de plomo contra Darío y Maximiliano. Ambos murieron allí, en la estación. A partir de su muerte se inició un enorme procedimiento de ocultamiento mediático; policial/judicial.

Clarín tituló al otro día: “La crisis causó dos nuevas muertes”, como si las muertes no fueron responsabilidad de nadie. El diario incluso llegó a ocultar y guardar las fotos que probaban la matanza (las que se conocieron gracias a fotoperiodistas independientes). Las pruebas fueron borradas por el personal policial provincial con la complicidad del ministro de Justicia nacional…

Sin embargo, la lucha de los movimientos sociales llevó a que la justicia pudiera avanzar, identificar y condenar a los represores responsables y a señalar –aunque no a condenar- las responsabilidades políticas de la represión.

Maximiliano y Darío, dejaron sus vidas en esa estación, pero su ejemplo solidario se multiplicó y multiplica hasta hoy en el compromiso político y social de cientos de miles de jóvenes que siguen luchando por una sociedad más justa y menos desigual.

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