dos pies atados con soga

GÉNERO

Por Gabriela Chaparro (*)

Desde 1999, cada 23 de septiembre se conmemora el Día Internacional Contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas en conmemoración de la conocida «Ley Palacios», promulgada en 1913 por la Conferencia Mundial de la Coalición Contra el Tráfico de Personas en coordinación con la Conferencia de Mujeres siendo esta la primera norma contra la prostitución infantil.

La trata de personas es una de las manifestaciones de violencia más perversa y brutal pues despoja de los derechos humanos más elementales, ya que basada en una relación asimétrica de poder que se aprovecha de un otra/e/o para reclutar, explotar y controlar y sacar provecho del uso de su cuerpo, consiste en la compra, venta y explotación de niña/e/os y adulta/e/os, para diversos destinos como el tráfico de órganos, trabajos forzados, siendo la explotación sexual el destino más frecuente.

Coral Herrera Gómez decía sobre la prostitución y sus consumidores:
«El amor y el sexo tienen una dimensión económica que tratamos de invisibilizar continuamente en nuestra cultura, pero que es cotidiana e histórica”.

Para autoras como Simone De Beauvoir, la actitud del macho con respecto a la prostitución es siempre cínica e hipócrita porque su demanda crea la oferta, es decir, existen prostitutas porque ellos las solicitan. Sin embargo, las “esposas” poseen dignidad y aquellas mujeres que en cambio se las utiliza para lograr placer son degradadas «sobre todo por parte de los señores de apariencia respetable que despotrican contra el vicio y son los primeros en practicarlo. Se considera pervertidas y libertinas a las mujeres que viven de su cuerpo, pero no a los machos que lo usan».

Bruckner (1977) insiste en la idea de que la prostitución es un trabajo más y «no es más inmoral que el trabajo del peón, del minero, del ejecutivo, del artista, del escritor, de la mecanógrafa; no es más abyecto, es decir, menos abstracto, cínicamente concentrado en el resultado (el dinero) e indiferente a los medios de alcanzarlo».

Para Bruckner, entre el obrero y la puta aparecen dos analogías decisivas: la libertad y la indiferencia. Las prostitutas declaran: «Hacemos este oficio por la facilidad con la que podemos abstraernos de él. Nos desdoblamos, escapamos de nuestro cuerpo de trabajo, no es precisamente divertido, pero, ¿quién está hoy al abrigo de este desdoblamiento? ¿Qué empleada/e/o? ¿Qué obrera/e/o?».

Afirma que la modernidad es ese momento en que toda puta puede decir «yo trabajo» y todo trabajador «yo soy puta»: «Hacemos un trabajo como cualquier otro, dicen, porque todo trabajo es una forma de prostitución. Vendemos nuestro cuerpo, como cualquier persona. Lo que nos vale la piedad de los más caritativos, lo que, a los ojos de todos, progresistas y retrógrados, es el estigma de nuestra profesión, obedece rigurosamente a la lógica del contrato de trabajo. Si vender su cuerpo es pecado, es un pecado universal».

Sin embargo, si consideramos que la prostitución sexual es equivalente a la prostitución de la fuerza de trabajo, hallamos que las hetairas actuales se enfrentan a unos riesgos laborales de gran envergadura: están expuestas a conductas violentas y sádicas, al contagio de enfermedades de transmisión sexual, su vida laboral es sumamente inestable y breve (porque pronto llega la vejez), y su situación es a nivel legal, irregular, de modo que pueden ser acosadas y detenidas. Es un colectivo de trabajadora/es sin derechos de ningún tipo: los clientes pueden irse sin marcharse, mantener un trato vejatorio o humillante, violar a la prostituta o incluso asesinarla. La frecuencia de estos casos convierte a la prostitución, especialmente la de calle, como una profesión muy peligrosa.

Sin embargo, las posiciones teóricas en torno a este problema son muy diversas y contradictorias entre sí. Las/es/os abolicionistas quieren acabar con la prostitución, y piensan que es necesario dotar de recursos alternativos a las mujeres que la ejercen, y reeducar a los varones. Esta corriente cree que hay que liberar a las mujeres de la esclavitud sexual, que seguirá habiendo desigualdad de género mientras exista la prostitución, y se muestran contrarias a la normalización. Centran mucho su trabajo en la lucha contra la trata de mujeres, las mafias que explotan y esclavizan a mujeres que no desean trabajar para ellos, el proxenetismo, etc. Por otro lado, están los grupos que no centran su lucha en acabar con un fenómeno tan antiguo, sino que defienden la dignidad de este trabajo. Son colectivos de trabajadoras sexuales que piden la legalización de su profesión (en Holanda por ejemplo es una actividad legal). Exigen tener acceso a la sanidad pública, a pasar controles sanitarios periódicos, contar con asesoramiento jurídico o protección policial y, sobre todo, quieren dejar de ser consideradas delincuentes.

Su desprotección legal conlleva el hecho de que otras personas e instituciones persigan o castiguen su actividad, a la vez que se lucran a través de sus cuerpos. Chulos, proxenetas, policías, traficantes de personas, redes mafiosas, grandes empresarios y políticos sancionan, vigilan, se apropian de la fuerza de su trabajo con total impunidad».

Quien suscribe, trabajadora y militante feminista cree que tenemos la obligación de luchar contra todas las formas de explotación y tráfico de las personas, luchando por visibilizarlas y erradicarlas. Por eso, en el histórico camino de transformar realidades, repensar otros mundos posibles sin opresiones, desigualdades y violencias, hoy 23 de septiembre, Día Internacional en contra de la Explotación y Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños, nos posibilita reflexionar en torno a esta problemática y nos recuerda, una vez más, el recorrido que aún nos falta transitar, el camino que resta para eliminar la explotación sexual y la trata de personas y acercarnos un poco más a una vida más digna, justa, inclusiva, diversa y libre de violencias.

(*) Secretaria de Género FPyCS – UNLP

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