BARDO: Laura Rapallini Ilustración: Adela Rafaghelli París

INVESTIGACIÓN

Abordar los estudios en Comunicación implica reflexionar sobre los lenguajes y sus formas estéticas; implica interrogarse sobre la creación de los objetos, las imágenes y los modos de representación crítica de las identidades, feminismos, ecologismos, o ciudadanías en los medios de comunicación y prácticas culturales, o preguntarse cómo desde las prácticas artísticas se puede incidir en acontecimientos para la transformación social. Estas temáticas se sintetizan en el seminario de posgrado que se está desarrollando titulado: “Estética y política de la comunicación visual. Una propuesta de análisis crítico para la cultura de la imagen” dictado por la Dra. Lía Goméz y el artículo que a continuación se comparte escrito por la Dra. Natalia Aguerre.

Latinoamérica ha sido un escenario de procesos de revolucionarios y en la actualidad de permanentes luchas sociales donde las poéticas artísticas se presentan no solo en su función de goce estético sino de irrupción crítica, a través de sus formas y sus sentidos inherentes. Es a partir de ello que consideramos a las experiencias artísticas como una práctica de expresión imaginante; es decir como fuente de comunicabilidades y por tal motivo, su valor dentro del marco de los procesos históricos debe ser comprendido desde su rol político y socialpara entenderlas como instrumentos de intervención ciudadana para la transformación social. Pero ¿A qué nos referimos cuando hablamos de fuente de comunicabilidades? ¿Cuál es entonces su dimensión comunicacional? y ¿Qué implicaría observar y analizar dichas expresiones desde esta mirada?

Para pensar las prácticas estéticas desde este aspecto debemos comprender que el arte es ante todo una expresión humana donde se sintetiza lo sensible de lo real mediante la constitución de imaginarios. Esto implica la puesta en acción de una serie de actantes que articulan las tecnologías de cada época con la complejidad de relaciones entre determinados procesos económicos, políticos, y sociales. Estas creaciones configuran símbolos colectivos que construyen narrativas para la conformación de la cultura y la identidad de cada comunidad. En palabras del antropólogo Néstor García Canclini: “El arte existe porque vivimos en la tensión entre lo que deseamos y lo que nos falta, entre lo que quisiéramos nombrar y es contradicho o diferido por la sociedad” (García Canclini, 2010, p. 220).

En estos tiempos de cambios resulta necesario repensar la escena del campo artístico y la mirada comunicacional es pertinente porque nos permite visibilizar y estudiar sus configuraciones mediantelas acciones, sentidos, significados, tensiones y disputas con las normas establecidas; y también vislumbrar la complejidad de sus procesos históricos. Es entonces que se exige pensar a estas prácticas como un entramado de producción de sentidos en un espacio/temporal de encuentros dinámicos y cambiantes que involucran a las/os sujetos en el armado de nuestras tramas sociales, a través del proceso social de producción, intercambio y negociación de formas simbólicas que es generador de conocimiento y base de la cultura.

En este sentido, toda práctica artística es comunicativa en tanto que las/os sujetos crean, organizan e intercambian sus imaginarios y sensibilidades mediante mecanismos e instrumentos particulares, en un espacio/tiempo determinado. Estas acciones demandan una observación y estudio transdisciplinario permitiendo desentrañar la práctica histórica, pero al mismo tiempo enriquecer y potenciar nuestros horizontes.

Las referencias que encontramos sobre las matrices culturales de América Latina, sobre su condición de modernidad tardía, su lugar de tercer mundo, de tierra de liberación, de patria grande son diversas. Discusiones aún no saldadas ya que la identidad propia de cada región se va configurando día a día en la propia historia del arte. Las narrativas construidas por la cultura son aquellas que nos posibilitan recuperar, a partir de la memoria y la acción artística, los testimonios y actos de los procesos políticos de nuestro tiempo.

En virtud de ello, sostenemos que las expresiones artísticas son dispositivos de intervención; es decir, un modo de actuación de las/os ciudadana/os en un escenario social. Esto posibilita reflexionar -a partir de las creaciones-, sobre las formas de producción creativa, de conocimiento de la realidad y la sistematización de saberes que asisten al análisis de la situación. Como bien señala Antonio Carballeda: “la intervención social (…) puede comprenderse, por un lado, desde la tensión entre determinadas ideas predominantes en el pensamiento social, y por otro desde las formas en que los problemas sociales y los sujetos de intervención son construidos” (2008, p. 36).

Toda intervención implica la consideración de criterios valorativos acerca de la concepción que cada uno de los actores participantes –creadores, público, trabajadores del arte-, tienen sobre el ser humano y las formas de relacionarse con el escenario de actuación que hace a las veces de entorno y de ámbito de transformación. De esta manera, las acciones y producciones estéticas están cargadas de principios que promueven al cambio -de manera implícita o explícita-, y en este sentido toda práctica es política si entendemos por política la relación de las/os sujeta/os que buscan articular necesidades e intereses para el buen vivir de todos los que habitan una comunidad. La intervención entonces es el transcurso y abordaje de una práctica -en este caso artística-, con intenciones de transformación.


Dado que quien interviene pone en juego su concepción acerca del sujeto en el mundo abriendo el diálogo entre sus propias concepciones y aquellas presentes en el lugar de acción, sostenemos que la intervención constituye por sí misma una manera de conocer porque supone un intercambio comunicativo entre las/os actores participantes, con la cultura y con el ámbito de actuación. Este conocimiento presupone, además, un proceso de interacción de saberes entre la diversidad de sujetas/os involucradas/os en el escenario de la acción. En efecto, las narrativas estéticas nos posibilitan la elaboración de preguntas acerca de los sentidos y significados que las mismas expresan en un contexto y tiempo determinado; cuestionamientos sobre el imaginario simbólico y conceptual del productor/a -creadora/-a -poeta; sobre sus formas de relación con las personas, con la institución del arte, con el marco socio/cultural en el que vive y se manifiesta; sobre la elección y utilización de técnicas, sobre los mecanismos de visualización. Por otro lado, nos posibilita desentrañar los modos y grados de participación del público con el objeto o el acto creativo; en definitiva, problematizar estas prácticas sociales que se apoyan en saberes y experiencias.

Pero no podremos avanzar en esta reflexión sin mencionar la cuestión del poder. Sabemos que aquello que se reconoce como conocimiento -categorías, maneras de comprender e interpretar-, no puede ser considerado como legítimo si no se encuentra avalado por algún dispositivo de poder. La historia nos ha demostrado que el conocimiento asociado a determinados poderes y relacionados con las prácticas sociales predominantes en un tiempo particular, guían la acción de las personas. Pero tales saberes se disipan cuando el poder que los sostiene se desvanece o entra en descomposición. Si asumimos que los escenarios de actuación de las prácticas artísticas están atravesados por estas referencias podremos advertir que algunas narrativas podrán ser interpretadas desde la incidencia política, en tanto forma de intervención, dado que las mismas buscan influir o generar discusión pública sobre un determinado tema, a través de su visibilidad y sensibilidad para lograr la conscientización ciudadana y la participación activa de generación de políticas públicas.

Comprender las manifestaciones estéticas desde este enfoque implica asumirlas como acciones estético/políticas donde se promueven modos de sociabilidad, sentidos y conocimientos generando procesos de cambios sociocultural, adquiriendo relevancia frente al desarrollo de acontecimiento enmarados en dinámicas que implican la participación social -en modos diversos-, y que evidencian cambios en las narrativas y en sus formas de representación.

Es por ello que las experiencias artísticas, en la escena contemporánea son dispositivos de reconfiguración de las prácticas sociales, del espacio público, de los procesos de subjetivación, de re-significación de los cuerpos, de las identidades, de las vinculaciones con la historia y la memoria colectiva mediante la interpelación que propicia el acontecimiento estético.

BARDO: Laura Rapallini / Ilustración: Adela Rafaghelli París

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