Historia Social de la Información y el Conocimiento. Presentación

Hola, bienvenidas, bienvenidos.

Esta va a ser la presentación del curso de este segundo cuatrimestre. Como ya saben, soy Luciano Sanguinetti, el titular del curso.

Por cualquier inquietud, en el contexto de esta pandemia y por la necesidad de dictar este curso online, vamos a establecer una primera vía de comunicación mediante el mail lpsanguinetti@perio.unlp.edu.ar

Así que cualquier inquietud me escriben ahí.

También nos vamos a encontrar vía zoom, los mismos viernes, a las 10.30 en el horario presencial de la cursada.

Ahora les voy a hacer una breve presentación del seminario, como para ir entrando en tema.

Toda la bibliografía del curso va estar en esta plataforma y a medida que avanzamos yo les voy a ir mencionando lo que tienen que leer y cómo.

Lo mismo para los trabajos prácticos.

Para los encuentros por zoom les va a llegar un correo con la clave, generalmente unos días antes del encuentro, a más tardar los jueves.

¿Qué es la historia social de la información y el conocimiento?

O quizás, qué pretende ser en el marco de este seminario.

Hagamos una breve introducción

Introducción

Cuando Platón escribió el Fedro (año 370 a. C:), el diálogo socrático sobre el amor y la belleza, en el que discute la utilidad de la escritura, sólo un pequeño puñado de ciudadanos atenienses habrían podido descifrar sus teorías. Probable-mente no muchos más de los que pudieron escucharlo. Según lo que hoy sabemos, en la antigua Grecia, solo el 0,5% de los habitantes tenía algún grado de alfabetización. Dos mil años después, en plena transición entre el mundo feudal y el moderno esa cifra había crecido al 5%. De una población aproximada de 100 millones de personas, en Europa 5 millones eran las que podían descifrar y comprender un texto impreso. Recién a mediados del siglo XIX, la lectura se volvió popular, con la aparición de los folletines, la escolarización primaria obligatoria y la incorporación del público femenino. En la segunda mitad del siglo XIX, las aventuras noveladas de Julio Verne, aquellas en las que sus héroes daban la vuelta al mundo en 80 días o llegaban al mismo centro de la tierra, tenían tiradas de más 25.000 ejemplares, y según estadísticas oficiales, en el mundo occidental, el 90% de la población podía poner su rúbrica en un documento. En el siglo XX, el cine, la radio y luego la televisión, transformaron profundamente los modos de consumo cultural. En la época de auge del cine de Hollywood, entre la década del 30 y del 40, los norteamericanos asistían a una sala 3 veces por se-mana. A principios del siglo XXI, el acceso a la cultura, sea a través de libros, pantallas, aplicaciones y redes sociales ha crecido exponencialmente. El último Super Bowl tuvo una audiencia en simultáneo de 100 millones de espectadores, mientras que la final de 2018 del mundial de fútbol en Rusia alcanzó la cifra de 1.200 millones de televidentes; en el caso de los libros, las cifras no son mucho menores: la saga de Harry Potter llega a 500 millones de ediciones y el nivel de alfabetización tiene un promedio mundial del 80%. Sólo en algunos países de África desciende al 70 %. Y los niveles de escolaridad han superado el 90 %, para el nivel primario.

Los datos ponen en evidencia de que se trata de un cambio profundo y vertiginoso. En cerca de 500 años, las formas de producción y circulación de la cultura se han visto trastoca-das de una manera radical, y como señaló uno de los prime-ros profetas de la comunicación, contra todas las teorías que se preocupaban por los mensajes y los contenidos de aquellos medios, lo importante era la dimensión de escala que estos medios estaban imponiendo en las relaciones humanas. Esa fue la sencilla idea que Marshall McLuhan quiso ex-poner con el famoso aforismo “el medio es el mensaje”. Lo dijo una y otra vez en sus innumerables libros después de que la visión critica de La Novia Mecánica se esfumara de un plumazo; como todo converso se volvió un fanático de la cultura mediática. En Comprender los medios de comunicación, lo dijo de esta forma:

“En una cultura como la nuestra, con una larga tradición en fraccionar y dividir para controlar, puede ser un choque que le recuerden a uno que, operativa y prácticamente, el medio es el mensaje. Eso significa simplemente que las consecuencias individuales y sociales de cualquier medio, es decir, de cualquiera de nuestras extensiones, resultan de la nueva escala que introduce en nuestros asuntos cualquier extensión o tecnología nueva. Así, por ejemplo, con la automatización, es cierto que los nuevos esquemas de asociación humana tienden a eliminar puestos de trabajo. Ese es el resultado negativo. El lado positivo es que la automatización crea funciones para la gente o, lo que es lo mismo, una intensificación de su implicación en su trabajo y asociaciones humanas, que la precedente tecnología mecánica había destruido”1.

Este seminario trata entonces de recorrer ese camino. Por supuesto que la mirada del teórico canadiense podría ser tachada hoy de ingenua, y los determinismos tecnológicos han pesado menos que los intereses económicos; sin embargo sus predicciones nos siguen obligando a pensar, en un mundo en el que, por un lado, se derrumban viejas jerarquías, y por el otro, concentra cada vez más poder y más riquezas en menos manos.

Ahora bien, ¿por qué hacer un seminario de este tipo? ¿Qué es lo que puede aportar a los estudios de comunicación e información? La respuesta a estas preguntas vienen del lado de la historia. Hace algún tiempo, investigadores de diferente campos están construyendo una nuevo ámbito de estudios. Este trabajo se inscribe dentro de ese conjunto en construcción que, como lo define Peter Burke, trata de hacer la Historia Social de la Información y el Conocimiento. En este sentido el seminario intenta justificarse en base a dos coordenadas. Primero, en su carácter específico, como una forma de mirar los procesos de comunicación desde el punto de vista histórico; en segundo lugar, como una forma de problematizar la actualidad de las comunicaciones y su más conocido oficio dentro de ellas, el periodismo.

Hablemos primero de historia. Como señala Burke, la idea de construir una “historia social de la información y el conocimiento” tiene probablemente su punta pie en el marco más general de la historia del libro; en principio, una rama de la historia que comenzó a interesarse, a mediados de los años 40 del siglo pasado, por ese aspecto o, mejor dicho, ese objeto, el libro.

Ahí vamos a encontrar un conjunto de historiadores que se ocuparon por construir ese camino y de poner en valor su significación histórica. El libro, la imprenta, los editores, la circulación, pero también, luego, los lectores. Por eso se habla de la historia del libro y de la historia de la lectura. Esta historia tiene referentes importantes: Peter Burke, Elizabeth Einsestein, Roger Cartier. Robert Darnton. Pero el fundador fue Lucien Fevre, el gran historiador francés, quien junto a Marc Bloch, fundó lo que se conoce como la Escuela de los Annales, a partir de la cual, desde la perspectiva de esta historiografía francesa, comienzan a prestarle más importancia a las estructuras socio/económicas para construir la historia que a los hechos políticos.

Dentro de esa tradición, y a diferencia de la historia clásica, la historia del libro podría definirse, como lo sugiere Roger Darnton, el historiador inglés, como una “historia social y cultural de la comunicación impresa, porque su finalidad es entender cómo se transmitían las ideas a través de la imprenta y como afectó la forma el pensamiento y la forma de actuar de la humanidad”.

Así, esta perspectiva de la historia de las formas de transmisión de las ideas y el saber, se articuló con una línea de trabajos que intentaban echar luz sobre ese vasto proceso de transición entre la edad media y el capitalismo, especialmente, desde la perspectiva de los historiadores marxistas, como E. P. Thompson, Benedict Anderson, por citar algunos de los más ilustres. A estos investigadores hay que sumar aquellos que en diálogo con los primeros, supieron construir una historia cultural de la sociedad moderna; un referente fundamental de este proceso ha sido Raymond Williams. Dentro de esta corriente de estudios, que luego asumiría la denominación de estudios culturales, con la referencia ineludible de Richard Hoggart, el debate se centró en una pregunta que de algún modo va a dominar toda la segunda mitad del siglo XX dentro de las ciencias sociales: ¿qué fue lo determinante en la transformación moderna, las estructuras económicas, diríamos, la lucha de clases, o las mentalidades, es decir, las creencias, la superestructura cultural, la dimensión simbólica? Es, en síntesis, la discusión inacabada e inacabable entre Marx y Weber. Como una alusión inequívoca sobre esta cuestión dilemática, Raymond Williams, acuñó el concepto de “estructura de sentimientos”. Como señala Jeffrey Alexander en Las teorías sociológicas desde la segunda guerra mundial, el debate entre estructuras y agencias habría de dominar toda la segunda parte del siglo XX en las ciencias sociales. Dentro de este vasto campo, entonces, con absoluta modestia, el trabajo que estamos introduciendo ha querido aportar la mirada latinoamericana. Nuestra propia experiencia en las formas en que se desarrolló el conocimiento, la información y los dispositivos de comunicación.

La segunda cuestión en esta propuesta de hacer la historia social de la información y el conocimiento es preguntarnos qué pertinencia tiene en una carrera de formación de comunicadores y periodistas. Lo voy a decir a manera de hipó-tesis. Creo que en los próximos años los medios de comunicación y los oficios ligados a esos tradicionales medios están muriendo, o, por lo menos, está terminando la manera en que se ejercen esos oficios desde hace mucho tiempo. Hoy estamos ante una profunda mutación de esas instituciones y prácticas. ¿Quiere decir esto que el periodismo está muerto? No sé. Lo que si prefiguro es que una forma de ejercer la producción de información y hacerla circular, si. Lo que paradójicamente pone de nuevo de relevancia, y que de algún modo la perspectiva histórica nos permite ver, es que siempre se trató de información y conocimiento, que los medios tradicionales, fueron las aplicaciones de aquellas épocas para producir y distribuir información y conocimiento, como hoy lo son Instagram, WhatsApp o Youtube. Porque finalmente, los medios, cualquiera de ellos, desde una canción popular en la literatura de cordel o un cuento en una revista, como los que publicaba Edgar Allan Poe a mediados del siglo XIX, o la escuela, o la radio, siempre se trató de lo mismo: de la producción y la transmisión de la cultura.

Si observamos ahora mismo lo que pasa con la pandemia del conoravirus vamos a entender un poco más de lo que estamos hablando, como de los casos más relevantes de los últimos años; pensemos en Edward Snowden o Julian Assange. Pero también el tráfico de datos de Facebook durante la campaña de Donald Trump. Es decir, la información sigue siendo, como lo fue siempre, poder. Frase que no está demás recordar que se le atribuye a Thomas Hobbes, uno de los padres de la Ilustración. Entonces, de eso se trata.

Nuestras premisas son que a) las tecnologías de reproducción de la palabra y la imagen, los medios llamados de masa, como todos los nuevos dispositivos digitales de trans-misión, producción y intermediación de culturas e información son productos sociales, espacios de interacción y disputas, en la construcción y resignificación de los sentidos sociales; b) en ese proceso es cada vez más importante comprender que dicho escenario se constituye en verdad en una lucha por el acceso y la producción del conocimiento; c) en ese marco, nuestro interés está dirigido a recorrer comprensivamente este proceso desde las múltiples perspectivas que lo determinan valorando éticamente sus aportes a la construcción de unas sociedades más democráticas, plurales e igualitarias.

Según datos de conectividad mundial la penetración de Internet llegaba, antes de la pandemia, al 60 % de la población mundial. Los celulares ya llegan al 80 % y hay regiones en América Latina que superan el 100%. Desde que nacieron las redes sociales, a mediados de la primera década del siglo XXI, el mundo se digitalizó por completo. Hoy todos somos la red, punto a punto, uno a uno, en un planeta con más de 7.500 millones de habitantes. Este enjambre de conexiones es lo que permite en la actualidad el dispositivo de control más extraordinario de la historia humana. Cámaras de video en aeropuertos, esquinas urbanas, supermercados. Media humanidad con perfiles de Facebook o Instagram. Cuentas bancarias, aplicaciones en celulares para compra fast food o medir cuántos pasos damos en un día. Una biografía digital en la nube con nuestros últimos movimientos. Los libros que leemos o compramos en Amazon o Scribd.

Hace algunos años este estado de vigilancia fue pensado por Michel Foucault, Georgio Agamben o Roberto Espósito, los llamados filósofos del biopoder. Los Estados ya no se preocupan por los partidos políticos, los movimientos sociales, las ideologías de los grupos. Hoy la gubernamentalidad puede ejercerse sobre las poblaciones de manera di-recta. Con esa red de información ubicua podemos saber dónde está cada uno de nosotros, qué compra, qué come o incluso si tiene fiebre. Según muchas noticias recientes, los regímenes asiáticos usaron esos dispositivos para enfrentar la pandemia. Byung-Chul Han, el ahora afamado filósofo surcoreano que reside en Berlín, presagia una edad media digital2. ¿Fue necesario el Covid-19 para que comprendiéramos finalmente lo que las tecnologías de última generación provocaron en su extenso trabajo de construcción de esta red?

Un viejo texto del investigador británico Raymond Williams3 decía que los medios no respondían a sus disposiciones técnicas, sino a los usos y que en su determinación los usos develaban los intereses del poder y sus contextos. Es evidente que la discusión recién empieza, pero sólo como pregunta: ¿podemos controlar la fiebre de todo un país pero no el precio de la verdura que llega a la mesa de tantas familias? ¿Podemos seguir los movimientos de los mayores de 65 años con aplicaciones en un celular pero no saber dónde está el expediente de un reclamo en el servicio de ABSA? ¿Es más fácil conocer cuántos días pasé en mora por el pago de la tarifa del cable y no quién ganó y a qué precio la licitación del servicio alimentario escolar de la escuela de mi barrio?

Hoy, no sé que pensaría Raymond Williams, pero el debate se hace más acuciante que nunca. El filósofo surcoreano que tanto criticó en las últimos años el desarrollo de los dispositivos de control de este capitalismo tardío, paradójicamente, sólo encuentra una respuesta en el decimonónico liberalismo. ¿En serio no hay otra respuesta?¿Acaso no se puede poner todo ese poder al servicio de todas las mujeres y hombres del mundo? Sin parecer ingenuo, la historia puede dar sus lecciones. La revolución cultural que implicó la reforma protestante en realidad es parte de un largo proceso dentro del dominio eclesial feudal y Lutero no fue el único ni el primer reformista. Como sugieren Briggs y Burke, ya Erasmo, entre muchos otros, había señalado muchas de sus críticas, pero él escribía en latín para consumo de los doctos. Lutero escribió para la gente común en alemán y su prédica llegó más lejos; así la reforma fue imparable porque las mayorías asumieron las nuevas doctrinas como su propia voz, y así la revolución no vino de arriba sino de abajo. ¿Acaso en la extensión infinita de la red que supone dominarnos no encontraremos la fortaleza de la resistencia?

Quisiera hacer un último comentario a esta presentación. El primero tiene que ver con el concepto que atraviesa todo el trabajo que hoy presentamos: modernidad. Claramente, desde mediados de los años 80, cuando irrumpió fuertemente de la mano de diversos autores, desde Marshall Berman, Francois Lyotard o Jurgen Habermas, ha sido clave en la consideración de la época en que vivimos. Como dijo Berman, la modernidad está en la calle. Y por supuesto, lo está también en los hogares, sean estos casas acomodadas en countries o pequeños ranchos en favelas y villas de emergencia. Desde que estalló la pandemia los medios de comunicación muestran a diario las diferencias sociales que el Covid- 19 puso en evidencia, y es parte de los debates centrales del mundo contemporáneo. La palabra modernidad sirvió además en el continente latinoamericano para salir de la polar visión sobre nuestra dependencia, que había cerrado el debate sobre nuestra cultura a cierto folklorismo o los excesos del ideologismo. Somos tan modernos como nuestros vecinos europeos o asiáticos y la modernidad no es una sola como señaló el antropólogo brasileño Renato Ortiz, sino plural. Hacernos cargo de esta multiplicidad de perspectivas nos saca de la queja o de la denuncia y nos obliga a actuar.

1 McLuhan, M., (1996), Comprender los medios de comunicación, Barcelona, España, Paidós, pág. 29.

2 Han, B., (22 de marzo 2020), “Emergencia viral y el mundo del mañana”, El País.

3 Williams, R., (2011), Televisión. Tecnología y forma cultural, Buenos Aires, Argentina, Paidós.

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