Clase 8

La segunda modernización latinoamericana

El camino de la televisión en América Latina no se puede desvincular del proceso general del desarrollo de los medios en el continente. Como lo ha señalado Elisabeth Fox en Po-líticas de reforma de la comunicación en América Latina este fue un proceso continuo que se da escalonadamente en los distintos países de América desde mediados de la década del 20, entre técnicos, artistas, empresas radiofónicas, gobiernos y capitales trasnacionales interesados en abrir merca-dos para los nuevos medios técnicos de comunicación, desde el cine, la radio y luego la televisión.

En el marco de ese proceso, se pueden describir dos grandes etapas. La primera cuando la radio y el cine comienzan a dar sus primeros pasos en América; aquí en general la participación de los gobiernos de la región es significativa, como en el caso de México, Uruguay y Brasil, donde la radio se desarrolla claramente gracias al apoyo estatal, en una concepción pública de la radiofonía con fines educativos. En el caso de México, la fuerte influencia del PRI, luego de la revolución, marca las perspectiva de una comunicación con fines educativos, lo mismo sucede en Brasil o Uruguay. En el caso argentino la diferencia es sustancial, ya que la radio fue eminentemente privada con fines comerciales, con un fuerte impronta publicitaria.

El caso del cine fue diferente. Como dice Paulo Antonio Paranaguará, en Tradición y modernidad en el cine de América Latina “desde la introducción del invento de Edison y Lumiere, el cine es una importación, algo que viene desde afuera. La organización, la distribución y la estructuración del mercado superan las fronteras. A principios del siglo XX, aún una plaza fuerte como es Argentina, está insertada en el cono sur: a partir de Buenos Aires, Max Glücksmann crea una red de distribución en los países vecinos”1. Por supuesto, este proceso no impidió el surgimiento de un cine nacional, pero hubo que esperar a los años 30, para que las dos plazas fundamentales de la producción cinematográfica latinoamericana, esto es Argentina y México, abastecieran a los espectadores del continente con historias, climas, músicas y estrellas que hablaran en su idioma y reflejaran sus pasiones. En eso tuvo muchos que ver el surgimiento del cine sonoro. Desde el tango, el bolero, las melodías de arrabales y peñas, el melodrama y la historia común, hicieron muchos por la construcción de un lenguaje que lograra la identificación de las audiencias. Sin embargo, este hecho realmente auténtico, no quita la permanente inter-nacionalización del arte cinematográfico que estuvo siempre fuertemente ligado a las corrientes artísticas tanto norte-americanas como europeas. Desde el cine negro hasta las olas del neorrealismo italiano o la nouvelle vague francesa.

El caso de la radio fue diferente, tanto por los costos de la producción, como por la ligazón fuertemente cotidiana de sus mensajes y sus productos. La radio es el día, es el presente y una idea y vuelta, o feedback, muy directo. Así el proceso de desarrollo de la radio continua con aquellas características hasta entrada la década del 30; en los años cuarenta, las políticas públicas retroceden, otorgándole al sector privado una preminencia determinante. En esta segunda etapa, en el contexto del final de la segunda guerra mundial, como señala Elisabeth Fox, la presencia del sector privado y el capital trasnacional norteamericano es significativamente creciente. Casi el 70 % de la información que recibía América Latina provenía de los Estados Unidos. Recién con los gobiernos populistas de la posguerra en Argentina, Brasil o Colombia, esto trató de revertirse con políticas proteccionistas de la intervención del capital internacional.

En el caso de la televisión, a principios de los años 50, la participación estatal fue determinante. En el caso de Colombia, Perú y Venezuela, con gobiernos militares, aunque rápidamente, el sector privado comercial con presencia trasnacional, incrementó su intervención, como en el caso de México y Perú.

“La televisión estatal venezolana salió al aire en 1952, bajo la dictadura de Perez Gimenez. Poco después salió al aire el Canal 2 de Caracas, propiedad de un empresario norteamericano”.

Paradójicamente, como ha señalado Carlos Monsivais, en Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina, la televisión fue un fenómeno imprevisto que reordenó el completo mapa cultural de las américas acercando las culturas regionales, globalizando las familias, integrando a los pueblos, y diseminando fantasías de consumo en unas sociedades hasta entonces impensadas. Paradójicamente, porque todos los gobiernos latinoamericanos que ayudaron a su desarrollo solo la concibieron en principio como un “simple entretenimiento” sin prefigurar jamás el lugar definitorio que vendría a ocupar.

Resultaba por supuesto difícil de imaginar que aquel pequeño aparato, de imágenes toscas en comparación con el cine, menos proclive a la imaginación como lo era la radio, y por supuesto, en ese momento, costoso para un trabajador medio, pudiera desplazar a los dos grandes medios de entretenimiento como eran la radio y el cine. Pero además, para el espectáculo en vivo estaba el prestigio del teatro o de la lírica. La televisión era un híbrido. Recién luego de las primeras transmisiones de espectáculos vivos (como el primer partido de futbol o eventos políticos) el fenómeno de la televisión comenzaría a cobrar significación.

La primera transmisión televisiva de América Latina le pertenece a México y es debida al trabajo del ingeniero Guillermo Gonzáles Camarena; casi en simultáneo con los inventos europeos y norteamericanos realiza las primeras pruebas en del año 38, con patentamiento propio, y la que se considera la primera transmisión televisiva del continente se produce el 19 de agosto de 1946. En 1950, México era el sexto país en el mundo en transmisiones televisivas. Brasil lanza su primera señal en noviembre de 1950, TV Tupi, de la mano del magnate de los medios brasileño, Assis Chateaubriand, dueño de una cadena de diarios y radios del Brasil. La primera transmisión televisiva en Argentina fue para la celebración de El Día de la Lealtad, un 17 de octubre de 1951, con una Eva Perón ya dando muestras de la enfermedad que la llevaría a la muerte un año después. Aunque hay pruebas de transmisiones anteriores, más técnicas, el impulsor de la televisión argentina es Jaime Yankelevich, empresario de la radiofonía, propietario de Radio Belgrano, una de las primeras emisoras de la ciudad de Buenos Aires. Con equipos traídos de Estados Unidos, y el aval del Ministro de Comunicaciones, aunque hasta hace poco tiempo el empresario fuera un férreo opositor al gobierno peronista, Yankelevich pudo hacer la primera emisión. La que estuvo detrás de este impulso fue la misma Eva Parón, que dio el aval para la transmisión. Poco tiempo después de ese 17 de octubre comenzaron las transmisiones regulares, incluso instalando en noviembre de ese año 51, el primer aparato en Olivos, la residencia del presidente Perón, por la cual para hacer las pruebas de calibración del aparato se suspendieron los programas por unas horas2.

A finales de la década el 50, en el contexto general de finalización de los proyectos populistas en Argentina, México y Brasil, la política exterior norteamericana comenzará un marcado proceso de readecuación geoestratégica. Fuertemente influenciado por la guerra fría, América Latina, patio trasero de norteamérica, en disputa con la Unión Soviética, comienza a recibir la marcada influencia americana. El momento final de este proceso es el lanzamiento en 1963 de la Alianza para el Progreso, en ese esquema las dimensiones comunicacionales aparecen estratégicamente validadas por el departamento de Estado norteamericana. Mc Namara, canciller norteamericana de la administración Kennedy, lanza el concepto de “desarrollo es seguridad”, por lo que las inversiones norteamericanas comienzan a hacer pie en la región. Los medios son en parte un reaseguro ideológico cultural para ese proyecto. La revista Primera Plana, adalid de la modernización del país, publica en tapa en su lanzamiento el rostro de JFK. La televisión será entonces un medio idóneo para ese proceso. Seriales, como Superman, Ruta 66, las comedias de Lucile Ball, comienzan a ser parte de las tiras diarias de los hogares de América Latina. Goar Mestre, magnate de la radiodifusió cubana en el exilio desde 1960, reubicada en Buenos Aires, y fundador de Proartel, propietaria del nuevo canal 13, se convierte en la cabecera de una red con medios en Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia.

Peronismo, modernización y consumo

Pero también es inexplicable el proceso de desarrollo de la televisión como catalizador cultural de la modernidad, sin considerar los factores contextuales que se dan en la región, en particular, en el caso argentino, en el cual en el marco del primer y segundo gobierno de Perón surge un sujeto obrero consumidor. Aunque no es común en la historiografía clásica asociar el peronismo con las clases medias, una nueva corriente de estudios ha puesto en valor el rol clave del peronismo en la transformación sociocultural de la clase obrera. Integración, inclusión, acceso, migraciones, consumo, nueva visibilidad, son conceptos que comienzan a utilizarse para describir el acceso de la clase obrera a la modernización en el contexto del primer peronismo. Una serie de trabajos de historia cultural comienza a construir este recorrido. Ahí están la investigación de Ezequiel Adamovsky, Historia de la clase media argentina (2009), la de Matthew Karush, Cultura de clase (2013) o la más reciente de Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de compras (2020).

La lectura sobre el período que aportan estas investigaciones radica en matizar la tradicional interpretación que se había hecho a partir de los trabajos de José Luis Romero y Leandro Gutiérrez sobre el ascenso social de los años 30 y la dilución de los conflictos de clase. Por el contrario, estos autores señalan la importancia que representó para los trabajadores el peronismo como palanca para su incorporación al consumo e inclusión social. Como señala Natalia Milanesio en poco tiempo el peronismo impuso medidas que apuntaban a la “industrialización del país, el alto poder adquisitivo del salario, la migración interna y el consumo”. Proceso en el cual se constituyó en pocos años el “surgimiento de un consumidor obrero como una fuerza social única que transformó la argentina moderna”. Perón logró estas consecuencias

“Además de los aumentos salariales y el aguinaldo, otras medidas como las vacaciones pagas, licencias pagas por enfermedad y el congelamiento de alquileres el monto del presupuesto mensual destinado al alquiler pasó del 18% en 1943 al 2,6 % en 1957 – incrementaron notablemente el ingreso disponible de los sectores trabajadores”3.

Este proceso de mejoras económicas implicó un período fuertemente asociado a la modernización del país. En ese marco, la adquisición de bienes de consumo como heladeras o lavarropas se articuló claramente, en el imaginario social de la época, a lo que representaba la modernidad cultural; la televisión. Como refieren los testimonios recogidos por Mirta Varela y Alejandro Grimson en Audiencias, cultura y poder: estudios sobre la televisión argentina, la televisión era un objeto largamente ansiado por los consumidores populares que asociaron sus mejoras en el nivel de vida logrados por el peronismo al televisor como símbolo de prestigio e integración. Pero ver televisión no eran solo un fenómeno hogareño, ya muchos testimonios hablan de los cambios en las prácticas de consumo de los eventos, sean estos partidos de futbol o programas especiales que se veían colectivamente en bares o en la calle desde las vidrieras. La televisión connotaba esa avidez de acceso a la información, a los nuevos gustos populares como el futbol, el box o los espectáculos musicales. Pero además se compartía en el barrio, los fines de semana en los que que vecinos y parientes se congregaban a ver televisión.

Como relata carlos Ulanovsky, Silvia Itkin y Pablo Sirvén en Estamos en el aire (1990), la primera programación televisiva, estuvo ligada a la radio, donde en su mayoría locutores que provenían del otro medio comenzaron a experimentar. En general los artistas que ya eran consagrados en la radio o el cine, miraron a la pequeña pantalla con desconfianza, de ahí, que mucho de aquella primera programación descansara en nóveles interpretes. Pepe Biondi, Pinky (Raquel Satraño), o Leopoldo Brizuela Méndez, fueron las primeras voces y rostros que se mostraron en la pequeña pantalla. Rápidamente, el foco de atención estuvo puesto en la mujer consumidora. De ahí que uno de los primeros programas fuera el de Doña Petrona C. de Gandulfo, cocinera, que comenzó con sus emisiones semanales desde el año 1952. También el teleteatro fue un género que rápidamente se adaptó a la pantalla. Venía de una larga tradición en la radio, pero fue una autora novel, Celia Alcántara4, que sin ninguna experiencia en guiones de televisión comenzó a escribir los primeros libretos. Por supuesto que la popularidad de la televisión se desarrolló a la par del proceso de definición del lenguaje televisivo. Entre el circo, el melodrama, el noticioso, la televisión comenzó a convertirse en un “espacio” de variedades que logró su máxima expresión con los programas ómnibus, como se denominaban, tiras de larga duración, en la programación de los fines de semana. Sábados circulares fue quizás el paradigma de ese tipo de envío televisivo, conducido por el locutor Pipo Mancera. Su transmisión en vivo del casamiento de Palito Ortega y Evangelina Salazar, dos de las máximas estrellas de la música y el cine de aquella época, tocó el máximo rating del que se tenga conocimiento, con un encendido del 80 % de las pantallas existentes. Este fenómeno fue lo que contribuyó a definir a la televisión como el “vinculo social” preeminente de las sociedades modernas, categoría con la que el sociólogo Dominque Wolton, definió el lenguaje televisivo. La toma directa, el registro de eventos en simultáneo y la espectacularidad de una crónica de lo cotidiano cimentaron el lugar definitivo de la televisión como ese nuevo tótem de las sociedades occidentales. La critica erudita inmediatamente vio en ese vinculo tan estrecho, en la popularización de las antenas en favelas y villas de emergencia, como en las pasiones que despertaban teleteatros lacrimógenos o partidos de futbol, un fenómeno de alienación, de degradación del gusto y la cultura.

Resultaba paradógico, la sociedades latinoamericanas se modernizaban, la cultura de masas se extendía, la televisión inducía al consumismo, pero a la vez se incorporaban hábitos de autonomía, de sociabilidad y formas de sentir y pensar, que iban a acompañar a unos sectores populares que se politizaban. Estas contradicciones fueron vistas por una crítica que comenzó a indagar el fenómeno desde otra matriz. La sociología que había impulsado Gino Germani, daba sus primeros frutos en las investigaciones sobre consumo y televisión en la obra de Herberto Muraro, Eliseo Verón, Aníbal Ford. Acaso la publicidad, con sus discursos sobre las mejoras en las tareas del hogar que implicaba la promoción de artefactos para el hogar que liberaban a la mujer de las pesadas tareas del hogar, no reflejó implícitamente un proceso de independencia de la mujer y una solapada critica al machismo latinoamericano. Heriberto Muraro realizó las primeras observaciones sobre este lugar de mediación que empezaba a operar en el discurso televisivo restándole la tendencia manipulatoria que la visión marxista exacerbaba.

1 Paranaguá, Paulo Antonio, (2003),Tradición y modernidad en el cine de América Latina, Madrid, España, Fondo de Cultura Económica, pág. 19

2 Ulanosvski, Carlos, Sirven, Pablo, Itkin, Silvia, (1991), Estamos en el aire, Buenos Aires, Argentina, Planeta.

3 Milanesio, Natalia, (2020), Cuando los trabajadores salieron de compras, Buenos Aires, Argentina, Siglo XXI, pág. 48.

4 Autora de referencia en el medio, escribió los guiones de clásicos como Simplemente María (1966) o Rosa de Lejos (1980)

Bibliografía de lectura

Lean del texto de Alejandro Grimson y Mirta Varela, Audiencias, Cultura y Poder. Estudios sobre la televisión (Eudeba, Buenos Aires, 1999), el capítulo V: “De cuando la televisión era una cosa medio extraña. Testimonios sobre la primera década de la televisión argentina”.

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