Clase 9

Globalización económica y mundialización cultural

La primera conexión a Internet en América Latina fue en febrero del 1989 en México; luego la siguieron Chile en abril de 1990, Brasil en junio de ese año y Argentina en octubre1. En el mismo año de la primera conexión, Francis Fukuyama, publicó el artículo “¿El fin de la historia?”, en la revista de relaciones internacionales The National Interest, iniciando así un largo debate sobre el sentido de toda una época y augurando el advenimiento de una nueva era dominada por la paz y el progreso.

Si bien gran parte de sus predicciones estuvieron lejos de cumplirse (la Guerra del Golfo comenzaría el año siguiente, por dar un ejemplo), lo cierto es que su libro marcó a fuego la década del 90. Es cierto que esos cantos de feroz optimismo estaban encadenados a una serie de procesos que se venían gestando desde larga data, pero con la caída de la experiencia socialista del otro lado del Muro, con su consiguiente desmantelamiento luego de cuatro décadas de separación, el fin de la guerra fría y la universalización del capitalismo, favorecían aquel entusiasmo.

Es importante señalar aquí, como expone, Fernando Escalante Gonzalbo, en Historia mínima del neoliberalismo, que aquello que se viviera tan dramáticamente del otro lado de la Cortina de Hierro, había dado sus primeros pasos tiempo atrás. Específicamente, a mediados de la década del 70, con la famosa crisis del petróleo2, pero también con el desarrollo lento e indefectible de una transformación profunda en los modos de producción y en la organización del trabajo.

El primer teórico que hizo observaciones pertinentes sobre este proceso fue Alain Touraine, quien en La sociedad posindustrial, trató de explicar lo que había en el fondo, larvando como una libélula, antes del estallido de la sociedad francesa en mayo del 68. Por supuesto, unas expectativas manifiestas de cambios culturales e institucionales que la rígida respuesta de las tradiciones francesas no hizo más que exasperar; pero debajo de esa trama de superficie se encuentran en movimiento, deslizándose como fallas geológicas, nuevas formas de producción y trabajo que las jóvenes generaciones intuían. Quien vio también esos movimientos del otro lado del atlántico fue el politólogo Daniel Bell, que en El advenimiento de la sociedad postindustrial, señalaba lo que se estaba incubando bajo la superficie de las protestas y los movimientos estudiantiles. Uno de esos movimientos soterrados, aludía al pasaje de una industria pesada a la de los servicios, de los trabajadores de mameluco a los de cuello blanco.

Daniel Bell ya había atisbado los nuevos rumbos de la sociedad americana en el ensayo anterior a este: El fin de la ideología. Ahora, las estructuras tradicionales del sistema americano de producción, nos referimos al fordismo, columna vertebral de su desarrollo, comenzaban a conmoverse: cinco factores eran determinantes en este proceso. El primero, el paso de una economía productora de mercancías a una economía productora de servicios; el segundo, la preminencia de clases profesionales y técnicas en el mercado de trabajo; en tercer lugar, el surgimiento de una nueva axiología tendiente a los aspectos teóricos y culturales de lo social; cuarto, la centralidad de lo tecnológico y el control de sus derivados; por último, la aparición de una elite intelectual ahora a cargo de la toma de decisiones. Para Touraine eso ya tenía un nombre: la sociedad tecnocrática o programada.

Pero tanto las teorizaciones de Alain Touraine como de Daniel Bell no tendrían visos de convertirse en una realidad política hasta que ese andamiaje intelectual madurara un lustro después. Esa fue la misión que asumieron Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los padres políticos del denominado neoliberalismo. Imbuidos de las recomendaciones economicistas de Milton Friedman, ambos actores, con el respaldo monolítico de sus partidos políticos y un fuerte consenso social, se dedicaron durante toda la década del ochenta a demoler el complejo edificio estatal y regulatorio que había armado el Estado de Bienestar desde la posguerra. La que representó en parte la posición más dura fue sin dudas “la mujer de hierro”. Margaret Thatcher asume como primer ministro en mayo del 79. Desde ese momento impone un programa liberal clásico: reducción de impuestos, baja del gasto público, suspensión de regulaciones, privatizaciones. Como bien señala Selina Todd

“En 1979 el pacto que se había firmado durante la Segunda Guerra Mundial entre el pueblo y sus políticos -trabajo duro a cambio de una salario para vivir y unas prestaciones sociales como red de seguridad -llegó a su fin. El desempleo aumentó mientras se recortaban los subsidios. Antaño vistos como pilares esenciales de una sociedad civilizada, el bienestar y el pleno empleo ahora eran denunciados por Margaret Tatcher como obstáculos para el crecimiento económico”3.

Como se dice habitualmente: más mercado, menos Estado. Después de un ciclo inflacionario desgastante para la sociedad británica, impuso draconianamente un proceso de privatizaciones de empresas públicas, que la enfrentaron seriamente con los sindicatos. La pelea más dura la tuvo con el sector minero. Una larga huelga durante el año 1984 se convirtió en el catalizador para la reformulación de la actividad, con la consiguiente derrota del sector sindical. Esta batalla, sin bien dramática, tuvo en realidad un componente simbólico tan fuerte como el económico. El motivo de la inflexibilidad de Margaret Thatcher, confesada por ella misma tiempo después, se vinculaba con una batalla cultural. La frase que lo expresó muy bien fue: “¿La sociedad?, no existe tal cosa”. En este sentido, surgía, desde la isla europea, el primer mensaje fuerte en la consolidación de un proyecto político individualista, de nuevo tipo, que inspirado en las viejas banderas del liberalismo, parecía ahora encarnar los vientos de una nueva época de transformaciones. No tendríamos mucho tiempo que esperar para que esta batalla se convirtiera en un programa. Lo fue: se llamó el Consenso de Washington.

El Consenso de Washington y el paradigma neoliberal en América Latina.

Como señalamos ya, El fin de la historia no resultó tan pacífico; el 17 de enero del año 1991 George Bush lanza la Tormenta del Desierto, el despliegue militar más grande de las guerras contemporáneas, en el que intervinieron más de 34 países, con el aval de las Naciones Unidas, para reprimir la anexión por parte de Irak de Kuwait, producida unos meses antes por el dictador Sadam Husseín. Fue también el lanzamiento internacional de la primera cadena de televisión de noticias globales, la CNN, propiedad del magnate Ted Turner. Como señaló Jean Baudrillard en su provocador texto “La guerra del golfo no existió”4, publicado en Liberation, en enero de 1991, la transmisión televisiva de la guerra fue tan o más importante que la guerra misma.

Comenzaba así un largo debate intelectual sobre las consecuencias de una sociedad sobremediatizada en el que las grandes gestas políticas, los largos procesos sociales y los relatos que los acompañaran quedaban descartados. Pocos años antes, Francois Lyotard, denominó a este nuevo espíritu de época La condición posmoderna. Esta nueva forma cultural tuvo especial atención sobre los fenómenos técnicos de la virtualidad y el simulacro del mundo digital. Román Gubern, Pierre Levi, el mismo Jean Baudrillard, teorizaron sobre esta falta de espesor histórico que implicaba las simulaciones en los videojuegos como SimCity, una suerte de “no-lugares” que impulsaban los fetiches tecnológicos que calaban profundamente en el imaginario cultural. A este proceso ayudaron mucho la renovación artística del cine de ciencia ficción. Blade Runner, Alien, Terminator o la recuperación de novelistas como Philip Dick, Stanlislaw Lem o Brian Aldiss, son parte de una proceso en el que la problemática sobre alteridad entre humanos y máquinas cobra una particular significación. La aparición de replicantes, cyborgs5 o criaturas que mutaban absorbiendo la genética humana, como en la remake de La Cosa de John Carpenter, le dio al semiólogo italiano, Omar Calabrese, la pista de que entrábamos en una nueva era: la llamó “la era neobarroca”6.

En forma paralela, la economía seguía su curso despedazando los proteccionismos, las barreras comerciales, los mercados internos de países centrales y periferias. Si la Guerra del Golfo da comienzo al proceso de globalización, el nacimiento del primer conglomerado mundial de noticias que cubre el conflicto desde el mismo lugar de los hechos transmitiendo en vivo y desde un lugar privilegiado, durante las 24 hs. del día, inaugura una nueva forma que concebir la temporalidad informativa, en el que el continium de los usos horarios rompe la segmentación de las barreras nacionales, dando así un paso más en la conformación de esta experiencia nueva: vivíamos en un solo mundo. Octavio Gianni, uno de los más importantes sociólogos brasileños, lo observó con claridad:

“Todo se globaliza y virtualiza, como si las cosas, las gentes y las ideas se transfiguraran por la magia de la electrónica. La ola modernizante no se detiene nunca, y se difunde por las más remotos y recónditos rincones y entresijos de los modos de vida y trabajo, de las relaciones sociales, de las objetividades, las subjetividades, imaginarios y afectividades”7.

En ese contexto de nuevo internacionalismo, con la caída de las concepciones bipolares que habían dominado la política internacional durante toda la guerra fría, los Estados Unidos se prepararon para otro período de readecuación de relaciones internacionales. Si el Consenso de Washington fue el programa económico, la CNN era el proyecto cultural.

¿Qué piensan el establishment norteamericano sobre el cono sur? Esa era la pregunta del millón en el contexto de ese giro copernicano que se gestaba desde el corazón mismo de los países centrales. Contra lo que se supone que implica la palabra consenso, fue la receta que impusieron los Estados Unidos en América Latina durante esa década. Con la ayuda del Banco Mundial y el FMI, este programa económico que incluye ajustes fiscales, privatizaciones, desregulaciones, apertura de fronteras, etc., convierte a la región en un botín de guerra. Pero no hay que atribuirle esa responsabilidad sólo a los organismos internacionales, también es cierto que las élites latinoamericanas aceptaron gustosas la medicina. Carlos Menem en la Argentina, Color de Melo en Brasil, Salinas de Gortari en México, fueron los paladines de esta reconfiguración de relaciones. En el caso mexicano el giro político se produce en el marco de un acuerdo internacional, fundamental para la región en el periodo, que es el NAFTA. El Acuerdo de Libre Comercio entre México, Canadá y Estados Unidos, firmado en marzo de 1992. Acuerdo comercial que incluye a México en una política de intercambios bilaterales después de décadas de conflictos y diferencias entre la nación latinoamericana y su coloso vecino. No hay que olvidar que quien firma ese acuerdo es Salinas de Gortari, integrante del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había nacido 70 años atrás con la revolución zapatista. El otro caso, el argentino, se ubica también en un giro ideológico. Carlos Menem gana las elecciones prometiendo la revolución productiva y el salariazo, y dando un giro de 180 grados entrega el manejo de la economía a las grandes corporaciones agroexportadoras, en la representación de ese sector de un CEO del grupo Bunge y Borg, Aldo Rapagnelli, enemigos históricos del peronismo. La reconversión neoliberal de las dos partidos nacionalistas y estadocéntricos paradigmáticos de América Latina marca el tono de la época. De estos compromisos asumidos, en el caso argentino, se produce el desguace del Estado más formidable del que se tenga memoria. Entre 1991 y 1993, se privatizan las grandes empresas del Estado, en especial, de las áreas de las telecomunicaciones. Los canales de televisión, la telefonía, son el eje más recordado de este proceso. Pero también las empresas de agua, de gas, las siderúrgicas, como los servicios de trenes y las rutas. El menemismo, como antes lo había hecho Margaret Tatcther, fue más que un programa económico, sino una mutación ideológica. El abrazo entre el almirante Isaac Rojas y el líder menemista, pretendía reconciliar décadas de cruentos enfrentamientos.

En ese marco se construyeron en los diferentes países de la región los primeros oligopolios mediáticos. En Argentina, el más importante fue, sin dudas, el Grupo Clarín. A mitad de la década del 90 este grupo controlaba: un operador audiovisual (Artear), una imprenta (Artes Graficas Rioplatenses), una empresa de servicios telemáticos (Audiotel S.A.), un canal de televisión abierta (Canal 13), un diario de tirada nacional (Clarín) y varios regionales (La voz, Los Andes, etc.), una empresa de telefonía móvil (CTI móvil), un servicio de comunicaciones e Internet (Data Markets), un operador de televisión satelital (Direct tv), tres radios (FM 100, Cadena Top 40, Radio Mitre), una empresa de servicio de televisión por cable (Multicanal), una productora de cine (Patgonic film group), una productora de contenidos televisivos (Pol-Ka), una señal de televisión codificada (TSC), tres señales de cable de noticias, de deportes y de programas enlatados de 24 hs. (TN , Tcys, Volver)8. El caso específico de las transmisiones deportivas fue un elemento clave en el avance de la concentración mediática. El futbol era el gancho para extender la conexión al servicio pago de televisión de un sinnúmero de cable operadores regionales y locales. Como consecuencia, en menos de un lustro, más de la mitad de la población accedía a la televisión a través de ese medio, ejerciendo así un control inédito sobre el consumo cultural en Argentina. Procesos similares se vivieron en Brasil con el Grupo O´ Globo, en México con Televisa9.

Estudios culturales latinoamericanos: entre Frankfurt y Chiapas.

Por supuesto que las consecuencias de este proceso de concentración mediática no fue recibido con aplausos dentro del campo de los estudios de comunicación. Pero se presentaba una paradoja: ¿si las criticas a la industria cultural que había definido los inicios de los estudios mediológicos en la región se habían centrado en denunciar el imperialismo americano, representado por las historietas de Walt Disney, cómo interpretar ahora a estos gigantes latinoamericanos que hablaban nuestro mismo idioma y representaban nuestra propia cultura?

La respuesta no era sencilla cuando a su vez el propio campo académico que se estaba constituyendo tenía también que responder a las demandas del mercado profesional de las comunicaciones como a las tensiones ideológico políticas, y a su vez a la reconfiguración de las ciencias sociales donde intentaba hacer pie como disciplina científica10. Es imposible pensar los estudios de comunicación en América Latina de los 90 sin considerar estas tensiones. ¿Qué tipo de comunicación deben estudiar los comunicadores? ¿Qué tipo de formación necesitan? ¿Hay una ciencia de los medios y los procesos comunicacionales? ¿Lo masivo, lo interpersonal, las nuevas tecnologías, el periodismo, puede ser todo estudiado por la misma disciplina? Quizás el que mejor comprendió esto, con todas sus problematizaciones, fue el investigador Jesús Martín-Barbero, que se impuso de una manera clave en toda la región a partir de sus reconceptualizaciones del campo. La comunicación no es solo un problema de medios, dijo Jesús Martín-Barbero. Así definía el espesor de la nueva cartografía comunicacional, tomando distancia de el excesivo ideologismo de los críticos de los años 70, como del mediocentrismo de los que sólo aplaudían el proceso tecnológico.

Un pequeño apartado en este proceso merece el desarrollo institucional de las carreras de comunicación y periodismo en la región. Históricamente constituidas bajo el impulso original de la Iglesia Católica, a mediados de los años 60, bajo el influjo del Concilio Vaticano II, que había otorgado a los medios de comunicación una función clave11, la mayor parte de las carreras se desenvolvían en instituciones privadas de la iglesia. Con la excepción argentina y mexicana, donde el peso de las universidades públicas era determinante, el campo de la comunicación se fortaleció luego de los años 70, con la constitución de la Federación Latinoamericana de Facultades y Carreras de Comunicación Social (FELAFACS) y la Asociación Latinoamericana de Investigación en Comunicación (ALAIC). Como señalan importantes investigadores de esta historia (José Marques de Melo, Raúl Fuentes Navarro) en este proceso fue vital el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer, y su programa de Comunicación y Política, coordinado en el continente por Frank Priess12.

Ahora bien, para comprender mejor las posiciones que Martín-Barbero trajo a la comunicología latinoamericana hay que hacer un poco de historia, en especial la historia de una disciplina naciente, que venía cruzada por tradiciones diversas; por un lado, como la reconstruyó Jorge Rivera en La investigación en comunicacn social en argentina13, estaban los que provenían de la literatura (Ford, Rivera, Romano, Sarlo), luego los que hacían sus primeros pasos desde la sociología (Muraro, Argumedo, Landi), después los que venían del estructuralismo (Massota, Verón); atravesados todos por la militancia política, el cine, la denuncia antiimperialista (Solanas, Getino); es sobre ese terreno complejo que la intervención barbereana cobra sentido, en especial cuando a principios de la década del 80, el mediocentrismo pierde terreno en favor de unos estudios de comunicación que buscan en “las plazas, en los cementerios” otra comunicación14. Porque de algún modo, el debate sobre la problemática de la comunicación hasta finales de los años 70 había estado transitando sobre dos andariveles, que se tocaban por supuesto, pero que en verdad tenían objetivos distintos.

El primero lo habían conformado sendas investigaciones y producciones ligadas directamente con los procesos de liberación nacional y las formas de lucha política de los 70, que reflejaban la obra de Armand Mattelart, Para leer el Pato Donald (1972), en el caso chileno y la de Heriberto Muraro, Neocapitalismo y comunicación de masas (1974), en Argentina. El mismo autor, en 1973, había publicado un trabajo fundamental en la revista Crisis, fuertemente vinculada con la renovación del periodismo cultural y los debates político-ideológicos del período: “La manija. ¿Quiénes son los dueños de los medios de comunicación en América Latina?”15. Ese informe daba sustento a una de las medidas más fuertes en el terreno de las comunicaciones del gobierno peronista triunfante en las elecciones nacionales del 73: la estatización de los canales de televisión, que habían sido hasta principios de esa década pilares de la formación de una cultura de masas de la mano de un exiliado cubano, Goar Mestre. Aquí es clave mencionar la gravitación que tuvo en el vínculo entre ambos países y proyectos, nos referimos a la experiencia chilena del socialismo por la vía pacífica que representó el Salvador Allende, como en la vuelta de Perón a la Argentina, y la victoria del Frejuli, en el año 73, la figura de Héctor Schmucler (1931/2018). Semiólogo, ensayista, crítico de la cultura, este cordobés egresado de letras y con estudios de posgrado en la Ecole practique des hautes etudes con Roland Barthes, fue un nexo insoslayable. Miembro activo de la revista Pasado y Presente en su Córdoba natal, fundador de la revista Comunicación y cultura en Santiago de Chile junto a Mattelart y Ariel Dorfman, firma el prólogo a Para leer el Pato Donald. Su influencia perduró en el campo de los estudios de comunicación a partir de trabajos fundamentales como América Latina en la encrucijada telemática de 1984 o Memorias de la comunicación (1997).

En aquel texto fundacional, Schmucler rescataba de las conclusiones:

“Mientras su cara risueña deambule inocentemente por las calles de nuestro país, mientras el Pato Donald sea poder y representación colectiva, el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos”16.

La otra perspectiva la había constituido un hecho político internacional: el Informe MacBride. En 1980, en el marco de la lucha por el Nuevo Orden Mundial de las Información y las Comunicaciones, producto de la larga e intensa lucha de los países del tercer mundo, luego del proceso de descolonización, por el reconocimiento a su soberanía informativa, se publicaba Voces múltiples, un sólo mundo. El informe MacBride, de la Comisión de UNESCO para las Comunicaciones, presidida por el premio Nobel de la Paz y premio Lenin, Sean MacBride, llegaba al final con una serie de propuestas destinadas a “la eliminación de los desequilibrios informativos” y aunque seguía defendiendo los conceptos tradicionales sobre libertad de expresión, el informe era un claro reconocimiento a la larga lucha de los países del tercer mundo por un Orden Mundial de las Información y las Comunicaciones. Así el concepto del “Free flow of information” que sostenían los países centrales (EEUU o Gran Bretaña) quedaba en un segundo plano. Entre esas consideraciones se encontraba la propuesta de crear un Programa Internacional de Comunicaciones cuyo objetivo era asistir a los países emergentes en el desarrollo de sus propias políticas nacionales de comunicación17.

Sin embargo, el informe llegaba tarde. El cambio geopolítico internacional hizo que aquel discurso bien pensante cayera en saco roto. Eran ya los ochenta y Estados Unidos y Gran Bretaña, como también otros países de Europa, estaban enfrascados en otra guerra. La primera reacción de los Estados Unidos fue dejar de asistir económicamente a la UNESCO. Y por otro lado, impulsar un renovado esfuerzo para enfrentar al adversario externo: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Alcira Argumedo describió muy bien en un texto fundamental de este período de transición (Los laberintos de la crisis. América Latina, poder trasnacional y comunicaciones), del año 1985, cuál era la estrategia del poder trasnacional. El desarrollo de una fuerte inversión en el componente científico tecnológico (que tuvo su mayor expresión tecnocomunicacional en la denominada Guerra de las Galaxias18) marcó el punto final de un objetivo prioritario “la recomposición de la hegemonía de los Estados Unidos y los países centrales europeos”19, cuyo punto culminante fue la caída de la Unión Soviética al terminar los años ochenta.

Pero si bien el contexto geopolítico había cambiado, también es cierto que dentro de las fuerzas políticas latinoamericanas comprometidas con los estudios culturales y mediáticos se evaluaban, de una manea nueva, tanto las metodologías como las definiciones estratégicas. El paisaje de la región no podía ser más aciago: en casi todos los países, salvo México y Venezuela, regían dictaduras militares, la mayor parte de los cuadros intelectuales y dirigenciales de muchos de ellos habían desaparecido o vivían en el exilio (en particular esos dos países fueron vitales en la recepción de estos dirigentes20). En ese marco de diásporas hubo dos cuestiones claves en la autocritica de intelectuales y movimientos políticos. Por un lado, la discusión sobre la lucha armada como única opción política y la revalorización de la democracia como horizonte posible de reivindicaciones y participación popular. Por otro lado, la renovada lectura de Gramsci. Si la primera cuestión venía fermentando hace tiempo en las cúpulas políticas ante el fracaso de las estrategias insurgentes, que salvo el caso cubano, habían fracasado en todos los países latinoamericanos (la excepción nicaragüense de 1979, al poco tiempo sería vista más como un último coletazo de la década del 70), el aporte de Gramsci se centraba en el concepto de hegemonía y en la importancia que este intelectual marxista italiano le asignaba a las dimensiones culturales en la lucha política. Aquí fueron claves intelectuales como José Aricó, Juan Carlos Portantiero, y por supuesto Jesús Martín-Barbero y Néstor García Canclini.

Del mediocentrismo a las culturas: recepción y consumo

Las obras de Jesús Martín-Barbero y Néstor García Canclini hay que leerlas en relación porque son como dos grandes avenidas que viajan paralelas, con múltiples cruces, que invitan cada una a nuevas exploraciones. Como dice Rossana Reguillo abrió el territorio de los estudios de comunicación a nuevos horizontes, rompiendo ciertas inercias que dominaban el campo sin cuestionamientos, sostenidas en sus propios guetos. Con la publicación en 1987 de De los medios a las mediaciones los estudios de recepción en América Latina adquieren ciudadanía (Saintout, 2001), en la que “sin miedo a perder el objeto los estudios de comunicación se abren a los procesos”, es decir, a las prácticas de recepción, los formatos populares de la telenovela o la música popular, pero también a los nuevos espacios como las plazas, las ferias, los mercados. Lo que Martín-Barbero llamó “los procesos de constitución de lo masivo”.

Como lo rescatara Rossana Reguillo en la presentación del seminario que se propuso evaluar el impacto de la obra de Jesús Martín-Barbero, diez años después de la edición de De los medios a las mediaciones, esa obra había posibilitado pensar a las culturas populares “como otra forma de pensar lo existente”21. Pero para eso había que dejar atrás las seguridades de los dos paradigmas dominantes del pasado reciente y abrir ese mapa nocturno. Como señaló el propio Martín-Barbero

“un mapa para indagar la dominación, la producción y el trabajo, pero desde el otro lado, desde las brechas, el consumo y el placer. Un mapa no para la fuga sino para el reconocimiento de la situación desde las mediaciones y los sujetos. Para cambiar el lugar desde el que se formulan las preguntas, para asumir los márgenes no como tema, sino como enzima. Porque los tiempos no están para la síntesis y son muchas las zonas de la realidad cotidiana que están aún por explorar, y en cuya exploración no podemos avanzar sino a tientas, sin mapas o con sólo un mapa nocturno”22.

Por su parte, con Néstor García Canclini, a partir de Culturas Hibridas (1990), nace una antropología de los consumos culturales, en la que las mediaciones tecnológicas tienen un lugar central para reconfigurar el mapa de las nuevas territorialidades: las ciudades, los migrantes, las fronteras entre las culturas dominantes, de masas o populares. El centro de este texto era una nueva mirada sobre los procesos culturales latinoamericanos al calor de las transformaciones técnicas, mediáticas, económicas y políticas que se estaban desarrollando a partir de las integraciones multipolares como consecuencia de la caída de la Unión Soviética: la Unión Europea, el Mercosur, el NAFTA, eran el horizonte sobre el cual había que leer su trabajo. En perspectiva era inevitable pensar y trabajar interdisciplinariamente. Llegado a México como parte del exilio argentino, García Canclini recordó que:

“El contexto mexicano me estimuló a experimentar lo que podía ocurrir al poner en relación los saberes que la historia del arte y la estética filosófica había reunido sobre lo culto, la antropología sobre lo popular y los estudios comunicacionales sobre las culturas masivas”23.

Este cruce interdisciplinario gestó un lenguaje nuevo en los estudios de comunicación. Pero ese lenguaje no solo venía de la academia. El reconocimiento de las múltiples temporalidades que constituían la matriz de la modernidad latinoamericana se vería dramáticamente reflejado con el levantamiento de Chiapas de 1994. Casi como si fuera un experimento de campo, el levantamiento zapatista, ese grito de los indígenas invisibilizados por siglos de descrédito, golpearía el corazón de México. Hay que ver Roma, la película de Alfonso Cuarón, para comprender mejor el texto de García Canclini hoy y encontrar ahí el sentido político de las motivaciones del autor. El reclamo por salud, trabajo, educación, vivienda, del ejército zapatista era poco menos que un reconocimiento a las observaciones de este argentino que se había convertido en antropólogo en México. Porque ellos no querían el poder, querían acceder a la modernidad.

Una modernidad que en el marco de los procesos económicos en curso, en particular, el de la globalización, les era negada. Porque resultaba paradójico en el discurso de los defensores a ultranza de esta nueva modernización que lo que anunciaban como la panacea era el desmantelamiento de un Estado de Bienestar al que nunca habían accedido. Pero el aliento del nuevo ciclo histórico era imbatible y diferente de otros procesos de internacionalización económica. García Canclini lo reflejaría bien en el siguiente trabajo:

“Lo que diferencia la internacionalización de la globalización es que en el tiempo de internacionalización de las culturas nacionales se podía no estar contento con lo que se tenía y buscarlo en otra parte. Pero la mayoría de los mensajes y bienes que consumíamos se generaban en la propia sociedad y había aduanas estrictas, leyes de protección a lo que cada país producía. Ahora lo que se produce en todo el mundo está aquí y es difícil saber qué es lo propio. La internacionalización fue una apertura de las fronteras geográficas de cada sociedad para incorporar bienes materiales y simbólicos de las demás. La globalización supone una interacción funcional de actividades económicas y culturales dispersas, bienes y servicios generados por un sistema de muchos centros, en el que importa más la velocidad para recorrer el mundo que las posiciones geográficas desde las cuales se actúa”24.

Así fue como en Culturas Hibridas, García Canclini, problematiza las visiones de la comunicación que hasta entonces habían estado marcadas por la perspectiva de la invasión cultural. Todos los estudios de los años setenta hacían una lectura de los medios desde la idea del imperialismo cultural en el cual la televisión, la prensa, la radio, eran parte de la estrategia de un poder trasnacional dedicado a socavar las culturas nacionales a efectos de hacerlas parte de un engranaje de dominación y expoliación.

El trabajo de García Canclini nos devolvía otra imagen del espejo. ¿Acaso las culturas que pretendíamos defender no había sido productos de otras invasiones, de otras con-quistas? ¿Qué es nuestro en un mundo globalizado? La respuesta de García Canclini era realista: si vamos a globalizarnos inexorablemente, ¿cómo defender nuestros patrimonios culturales?, ¿cómo interactuar en el mundo global sin perder soberanía?, ¿de qué forma enfrentar a ese mercado mundial al parecer imbatible? García Canclini encuentra en las fronteras formas de resistencia. Observa que incluso para globalizarnos, las grandes corporaciones tienen que reconocer a las culturas locales. Sin reconocimiento, no hay articulación hegemónica posible, decía Jesús Martín-Barbero. Pero fundamentalmente observaba que del lado de la dominación tampoco todo es tan uniforme. Somos productos de múltiples cruces, negociaciones, invasiones, en una formación cultural heteróclita, glocalizada, mixta, híbrida. Esto abre posibilidades de transformación, de lecturas desviadas, de resistencias y de contrahegemonía. Casi treinta años después, en el contexto de la expansión del Covid -19, Jeremy Rifkin parece estar pensando lo mismo.

“La globalización se ha terminado, debemos pensar en términos de glocalización. Esta es la crisis de nuestra civilización, pero no podemos seguir pensando en la globalización como hasta ahora, se necesitan soluciones glocales para desarrollar las infraestructuras de energía, comunicaciones, transporte, logística”25.

La Batalla de Seattle: de lo virtual a lo real.

Entre el 29 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999 se produce en Seattle, en el marco de la Cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC), una de las mayores manifestaciones contra la globalización, que quedará para la historia como La Batalla de Seattle; convocada principalmente por organizaciones sindicales, ambientalistas, partidos de izquierda, la contracumbre tenía por objeto impedir la última Ronda del Milenio que aquella organización supraestatal venía desarrollando en varios países del mundo con el fin de consolidar las definiciones ideológicas del libre comercio, las caída de las políticas regulatorias y estatales; en síntesis, era el auge del neoliberalismo que había comenzado en la década del 80. Este evento dio inicio a un intenso proceso de unificación de las fuerzas progresistas internacionales que dos años después se congregaron en Porto Alegre, dando inicio así al movimiento antiglobalización más importante de la historia, con la constitución del Foro Social Mundial26, que tuvo una serie de encuentros internacionales en distintos puntos del globo; en el primero, realizado en Porto Alegre se congregaron más de 12.000 delegados; en el segundo, realizado también en aquella ciudad brasileña, tuvo una convocatoria aún mayor, con representaciones de más de 123 países y una asistencia multitudinaria que llegó a 60.000 personas. Los siguientes encuentros se realizaron en Porto Alegre (2003), Bombay (2004), Porto Alegre (2005), Venezuela (2006), Nairobi (2007), Belém (2008), y el de Porto Alegre (2010).

Durante toda la primera década del siglo XXI, el Foro Social Mundial, fue una referencia ineludible dentro del proceso de recuperación de iniciativas y presencia política de los movimientos sociales: el ecologismo, el feminismo, los sin tierra, los movimientos urbanos de carácter anarquistas y las iglesias comprometidas con las causas populares, sumaron una visibilidad que dio a todo el proceso una presencia inédita. A esto se sumaron las redes sociales, las nuevas formas de activismo digital, pero también la referencialidad de reconocidos intelectuales y militantes políticos, de una nueva izquierda, representada claramente por Noam Chomsky, Ignacio Ramonet, Naomi Klein; este escenario fue claramente el punto de clivaje de una resistencia al proceso globalizador. Por supuesto que el sentido de estos movimientos, analizados en las perspectivas del largo plazo se corresponden con un proceso de revigorización que vino a potenciar el pensamiento de izquierda, luego de lo que Perry Anderson27 en Consideraciones sobre el marxismo occidental señaló como la ruptura de la relación entre el pensamiento critico y el sujeto fundamental de aquella revolución fracasada: la clase obrera. Esta claro que todo el pensamiento crítico de entre guerras y llegado a mediados de los años 70, se dedicó más bien a una reflexión teórico cultural por fuera de las estructuras partidarias o los movimientos políticos. El paradigma más conocido de este proceso fue la famosa Escuela de Frankfurt: en Adorno, Bénjamin o el propio Horkheimer, la lucha política inmediata nunca estuvo más lejos de sus consideraciones teóricas; incluso la efervescencia del mayo francés encontró a los filósofos alemanes en la vereda de enfrente. Como sugiere Razmig Keucheyan, en Hemisferio izquierda28 (2010) la mayor parte del pensamiento crítico surge de los márgenes del “sistema-mundo”, en una nueva lectura de los sujetos políticos, un enfoque más vinculado a demandas universales, como el cambio climático, la lucha de las mujeres, la violencia machista y patriarcal, la diversidad sexual, la nueva economía de la información. Allí aparecen los poscolonialistas, Todorov, Said, Bhabha; los operaistas, Negri, Virno; los mediáticos, Hall, Williams; los ecologistas, Kleim, Chomsky; los de la nueva economía, Rifkin, Piketty; los filósofos, Zizek, Laclau, Badiou.

Lejos habían quedado los debates sobre el avance de la virtualidad, de los espacios digitales como irrealidades solipsistas o narcóticas. Lo virtual también era real y la nueva economía digital estaba fallando en su promesa distributiva. El principio del nuevo siglo no anunciaba más que catástrofes y ante ese augurio pesimista se alzaban cada día más voces críticas.

1 “Evolución de Internet en América Latina y el Caribe”, Oscar Robles Garay, ITSM, Monterrey, México, 1999. Es interesante observar un detalle: la mayor parte de estas primeras conexiones se hicieron en el ámbito universitario, en el caso de México fue en la Universidad de Monterrey; en Argentina, en cambio, fue el Ministerio de Relaciones Exteriores.

2 La denominada “crisis del petróleo” tuvo lugar en 1973 cuando los países de la OPEP decidieron elevar el precio del combustible de manera unilateral, provocando un proceso inflacionario y desencadenando una crisis de productividad en los países desarrollados que dependían de su comercialización.

3 Todd, Selina, ibidem, pág 538.

4 Baudrillard, Jean, (1991), La guerra del golfo no ha tenido lugar, Barcelona, España, Anagrama.

5 En 1985 la filósofa Donna Haraway publica El Manifiesto Cyborg que da forma ensayística a este proceso de mutaciones culturales. Las máquinas están ahí y ya son parte de nosotros.

6 Calabrese, Omar, (1999), La era neobarroca, Madrid, España, Ediciones Cátedra.

7 Ianni, Octavio, (1996), Teorías de la globalización, México, DF, México, Siglo XXI, pág. 77.

8 De los innumerables estudios sobre la concentración mediática en los años 90 se destacan: Medios, política y poder, La conformación de los multimedios en la Argentina de los 90, Marcelo Belinche, ed., EPC Medios, La Plata 2004.

9 Medios de Comunicación y poder político en América Latina, Fundación Konrad Adenauer, Frank Priess, Heinrich Meyer, Costa Rica, 1996.

10 Para conocer con más detalles la historia de la formación de los comunicadores en América Latina ver los trabajos de Raúl Fuentes Navarro.

11 Inter Mirífica

12El programa de dedicado a la formación de los comunicadores y periodistas de la Fundación Konrad Adenauer tiene comienzo a principios de la década del 80, el programa se llamó Medios de Comunicación y Democracia, que se articuló con la Fundación Andrés Bello. Frank Priess toma la dirección del mismo en 1987. El objetivo central del programa era la formación de periodistas en la conciencia de que los medios de comunicación eran claves en la consolidación de los procesos democráticos en curso en la región. En ese sentido la fundación estableció acuerdos con la Federación de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) y dio impulso a la revista Diálogos de la Comunicación, que de algún modo competía con la Revista Chasqui, impulsada por la Fundación Ebert en CIESPAL. Así la fundación buscó articularse con “multiplicadores” de la formación de periodistas, como Joaquín Sánchez (por la Universidad Javeriana de Bogotá), primer presidente de la Federación y Walter Neyra ( por la Universidad de Lima), como secretario ejecutivo. En ese contexto, fue clave la participación tanto en la revista como en los encuentros, seminarios y congresos, de investigadores y representantes de las asociaciones nacionales de comunicación social. Los nombres más reconocidos además de algunos de los ya mencionados como Jesús Martin-Barbero o Néstor García Canclini fueron Raúl Fuentes Navarro, Guillermo Orozco Gómez y Rossana Reguillo por México; Alica Entel, Anibal Ford, María Cristina Mata, Héctor Schumcler, Jorge Luis Bernetti, por Argentina; Gabriel kaplun, por Uruguay; los brasileños Renato Ortiz, Muniz Sodré, José Marques de Melo. Si pensar que esto abarca la totalidad de la experiencia latinoamericana, ya que todavía está por hacerse esta historia, un referente fundamental fueron los belgas Armand y Michelle Mattelart. (Entrevista del autor a Frank Priess, junio de 2020).

13 Rivera, J.(1987), La investigación en comunicación social en la Argentina, Buenos Aires, Argentina, Puntosur.

14 Entrevista realizada por William Fernando Torres a Jesús Martín-Barbero publicada en las memorias de ALAIC, 2015.

15 Revista Crisis, No. 1, 1973.

16 Prólogo de Héctor Schmucler a Para leer el Pato Donald, Armand Matellart y Ariel Dorfman, 1971.

17 Javier Einstenu publicó en ocasión del cumplimiento de los 25 añs del informe MacBride un resumen pormenorizado en www.razonypalabra.org No. 39.

18 La “Guerra de las Galaxias” fue una programa lanzado por Ronald Reagan en 1983 con el nombre Iniciativa de Defensa Estratégica que proponía la creación de un escudo de defensa antimisilístico ante el posible ataque nuclear soviético. Según la interpretación de muchos analistas esta iniciativa que impulsó fuertemente el gasto militar norteamericano obligó al gobierno soviético a hacer una inversión similar que llevó a la bancarrota a la delicada economía rusa. Pocos años después el régimen comunista se desmoronaba por los conflictos internos.

19 Argumedo, Alcira, “Universidad y conocimiento en América Latina”, 2005. www.dialnet.unirioja.es

20 Jorge Luis Bernetti y Mempo Giardinelli, México: el exilio que hemos vivido, UNQ, Quilmes, 2003.

21 Reguillo, R., y Laverde Toscano, C., (1998), Mapas nocturnos, Fundación Universidad Central, Bogotá.

22 Martín-Barbero, J., De los medios a las mediaciones, GG, 1987, pág. 229.

23Disertación de Néstor García Canclini al recibir el Premio Honoris Causa, de la Universidad Nacional de la Plata, publicado como “Historias latinoamericanas de los cambios de identidad”, en Cultura y comunicación. Entre lo global y lo local, Néstor García Canclini Ediciones de Periodismo y Comunicación, FpyCS, La Plata,1997.

24 García Canclini, N., (1995), Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, México, Grijalbo, pág. 16.

25 Jeremy Rifkin, “Estamos ante la amenaza de una extinción y la gente ni siquiera lo sabe”, diario La Nación, 29 de abril 2020.

26 Wikipedia, Foro Social Mundial, consultado el 17 de julio 2020.

27 Anderson, Perry, (1979), Consideraciones sobre el marxismo occidental, México D.F. , México, Siglo XXI

28 Keucheyan, R., (2010), Hemisferio izquierda, un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Madrid, España, Siglo XXI

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