Clase 11

La subversión de las audiencias

El primer atisbo de que el mapa mediático estaba cambiando nuevamente lo dio Henry Jenkins, un especialista en medios y educación norteamericano, que venía trabajando las formas de participación de las audiencias con los productos de la cultura de masas1. Atento a los nuevos formatos, comenzó a estudiar las formas de interacción de las audiencias y los lectores en productos como Survivor, el reality show de supervivencia que tuvo adaptaciones en todo el mundo; el ciclo de competencias de canto Américan Idol; la película Matrix o la saga de novelas de Harry Potter.

En todos estos trabajos Henry Jenkins observó que las audiencias tradicionales dejaban de posicionarse ante los productos de masas como meros espectadores. No sólo hacían lecturas particulares de cada una de las emisiones o de los relatos, sino que comenzaban a mostrarse imbuidos de tal forma que era complejo pensarlos como receptores solamente; su “nivel” de actividad superaba la mera espectación o crítica; ellos se sentían parte del producto, interactores de la relación comunicacional, capaces de modificar o intervenir en el decurso de la acción o el resultado del pro-ceso.

A este fenómeno Jenkins lo llamó la cultura de la convergencia:

“Bienvenidos a la cultura de la convergencia, donde chocan los viejos y los nuevos medios, donde los medios populares se entrecruzan con los corporativos, donde el poder del productor y el consumidor mediático interaccionan de maneras impredecibles”2.

Para Jenkins este nuevo tipo de cultura está determinada por tres conceptos que definen cada uno de ellos los procesos característicos de la producción cultural contemporánea: a) la convergencia mediática, a) la cultura participativa, c) la inteligencia colectiva.

Por convergencia mediática alude al “flujo de contenidos a través de múltiples plataformas mediáticas”. De este modo los productos masivos dejan de pertenecer a un solo medio. Hasta hace poco tiempo las producciones simbólicas estaban atadas a una especie de carnet de identidad ligado a los medios en los que habían nacido. Las series de televisión (Misión Imposible, por ejemplo) pertenecían a ese mundo; era impensado verlas en formato cinematográfico; los libros (si bien ya había pasado al cine, y había una larga tradición en ello) no se convertían en obras de teatro o musicales; menos podíamos imaginarnos a los videojuegos convertidos en sagas cinematográficas; pero lo mismo podía pasar con los cómic o con las telenovelas; esta convergencia por supuesto está apalancada por las tecnologías que cada vez más comienzan a ser más fluida en sus interfaces. Pero también en un aprendizaje de los consumidores.

La cultura participativa es el resultado de las millones de interacciones de las audiencias con los productos. Es una forma nueva de concebir a los receptores, ahora como integrantes presentes en la relación comunicativa, fortaleciendo los vínculos y enlaces de interacción. Así las audiencias son parte de los envíos cuando en los formatos de competencia de canto seleccionan a los participantes; cuando los productores modifican el desarrollo de la historia según sean las respuestas de las audiencias en las redes sociales. Ahora, de lo que se trata, es que el espectador se sienta parte; es cierto que la opinión de las audiencias siempre estuvo presente en la producción del maisntream americano, basta recordar las veces que los finales de las películas se chequeaban con las audiencias en focus group antes de los estrenos, pero de algún modo la omnipotencia o los caprichos de las audiencias nunca había llegado a tanto; una parodia de este proceso se puede observar en la novela Misery, de Stephen King cuando una fanática le pide al autor que reescriba el final de un personaje, molesta porque este la había matado en la última novela.

En el caso de inteligencia colectiva, Jenkins toma un concepto de Pierre Levi, un teórico francés de la cibernética, que acuñó ese concepto para hacer referencia a la potencialidad de las acciones colectivas que podían dar lugar la conectividad. “Nadie sabe todo y todos saben algo”, decía Pierre Levi; si mediante las tecnologías esos saberes se articulan, la potencialidad de los esfuerzos conjuntos se multiplican exponencialmente. Huellas de la inteligencia colectiva podemos encontrar en wikipedia o en la actual lucha contra el Covid -19, desde las medidas de prevención hasta en la búsqueda de la vacuna. Hay hoy trabajando en simultáneo y con interfases y contactos miles de centros de investigación, agencias internacionales, organismos públicos. La información compartida a nivel mundial es inédita.

Activismo digital conecta a los indignados

Hacia finales de la primera década del siglo XXI, el fenómeno Facebook estallaba. Desde su lanzamiento en 2004, en poco menos de cinco años tenía más de 200 millones de usuarios (friends). Al año siguiente, se triplicaba esas cifra y en 2012 superaba las 1.000 millones. El impacto fue tan grande que algunos analistas se preocuparon al punto de preguntarse qué consecuencias traería si Facebook se con-vertía en la única puerta de acceso a la red. Alejandro Piscitelli, uno de los especialistas que primero vio la importancia de esa aplicación, se preguntaba en 2009, si estábamos en presencia de una nueva burbuja informática o ante un cambio de paradigma en las relaciones sociales3. La red parecía entonces una suerte de piraña que avanzaba fagocitándose todo el mundo virtual a una velocidad inédita y no se distinguía, a ciencia cierta, si era sólo una aplicación, una red social, un espacio de trabajo o un lugar para buscar amigos y entretenernos. Lo cierto es que, finalmente, como lo presagiara Raymond Williams sobre la televisión, fueron los usos los que determinaron su historia. Y la gente usó Facebook y otras redes para muchas cosas. Una de ellas fue la protesta.

El primero que prendió la mecha de la llamada Primavera Arabe fue Mohamed Buazizi, en Túnez, quien se quemó a lo bonzo en la plaza pública de la ciudad de Zidi Buzid, frente a las oficinas del gobierno, el 17 de noviembre de 2010; cuatro años después de la cumbre Mundial, este joven de 26 años, estaba harto de los apremios policiales que le exigían un soborno para trabajar, y ese evento dramático produjo un reguero de indignación contra el entonces dictador, hombre fuerte de Túnez, Ben Ali, y aliado occidental que gobernaba ese pequeño enclave en Medio Oriente. El primo de Mohamed grabó la inmolación y subió las imágenes a youtube, y en pocos meses el país entero se sublevaba y el dictador caía, luego de 26 años de gobierno. Una de las activistas digitales más relevantes de la rebelión tunecina fue Lina Ben Mehenni. Hija de un militante de izquierda, fundador de Amnesti international en Túnez y con una madre maestra, fue una de las primerass blogeras del país. En 2008 lanzó su blog y en 2010 se unió a un colectivo de internautas, Por Gafsa, una ciudad minera del sur donde la dictadura había reprimido un levantamiento social. Fue una de las primeras en acudir en auxilio de Mohamed, desde su sitio, de Tunisian girl, donde escribía en francés, inglés y árabe sus crónicas periodísticas. Murió el 20 de enero de 20204.

Así empezaba la Primavera Arabe, que luego tocaría en Egipto las puertas de la dictadura de Murabak, lanzada por una joven de 26 años, Asmaa Marhouz. Del mismo modo que en Túnez, Internet fue la clave en el despertar de la indignación del pueblo egipcio.

“A fines de 2010 el 80% de los egipcios tenía teléfono móvil, según la empresa de investigación de mercado Ovum. Un cuarto de los hogares tenía acceso a internet en 2009, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Pero esa proporción era mucho mayor entre el grupo demográfico entre 20 y 35 años de El Cairo, Alejandría y otros núcleos urbanos que, en su mayoría, ya fuera en casa, el colegio o cibercafés, tenían acceso a Internet. En menos de dos años, tras el lanzamiento de la versión árabe de Facebook en 2009, el número de usuarios se triplicó, llegando a cinco millones en febrero de 2011, de los que 600.000 se unieron entre enero y febrero, los meses en los que se inició la revolución”5.

En 2008, en Islandia, un cantaautor, Hordur Tarfason, se plantó ante el parlamento islandés en Reikiavik y cantó su protesta. Un paseante grabó la situación y la subió a Internet. A los pocos días se sumaron cientos de islandeses, luego miles. Así comenzó un movimiento de protesta que se denominó la “revolución silenciosa”. La crisis financiera del 2008, había golpeado las expectativas de los islandeses. En ese contexto un simple acto de protesta, obligó a la dimisión del presidente, la convocatoria a elecciones y la reforma de la constitución.

En Chile en 2011 ocurre algo similar, con las protestas de los estudiantes universitarios que reclaman por nuevas políticas educativas y en 2013 en México surge el movimiento #Yosoyel32 que interpela fuertemente la candidatura presidencial de Peña Nieto.

¿Qué tenían en común todas estas movilizaciones? ¿Estaba surgiendo un nuevo sujeto político? ¿Eran las redes sociales las catalizadoras de las protestas? ¿Qué conexión había entre las nuevas formas de comunicación y la acción de estos grupos y ciudadanos?

El sociólogo español, Manuel Castells, fue uno de los primeros en analizar estos nuevos movimientos. Autor de libros fundamentales que analizan los fenómenos contemporáneos de la comunicación, en particular, la trilogía La era de la Información, había definido que se inauguraba una nuevo tipo de sociedad, la sociedad-red, en la que los flujos de información pasaban a convertirse en la estructura socioeconómica fundamental. Sobre los principios de la Cuarta Revolución Industrial, la que definía la Conectividad, la Inteligencia Artificial y la Internet de las Cosas, se estaba produciendo una mutación nueva en el sistema capitalista. Paradójicamente, desde el corazón del nuevo sistema, y aprovechando las nuevas tecnologías de comunicación, en los, en apariencia, más distantes lugares del globo, emergían revueltas, rebeliones, que trastocaban los órdenes políticos y deponían viejos feudos con la velocidad de un tsunami. Para muchos ese tsunami era digital.

¿Qué tenían en común? En principio la juventud de la mayor parte de sus protagonistas. En casi todos los casos, la presencia de los jóvenes fue vital en el desarrollo de las acciones y la difusión de las consignas y convocatorias. La mayoría de los estudios6 conectan generacionalmente estas protestas en las cuales se observa, en parte, aquello que había señalado Margaret Mead sobre la llamada cultura prefigurativa. La investigadora mexicana, Rossana Reguillo, se preguntaba si podíamos hablar de insurrecciones 2.0.

Reguillo definió a este modo nuevo de irrupción de la juventud como “paisajes insurrectos”, en referencia a ese nuevo “espacio-tiempo del llamamiento a una revuelta de la imaginación en el que es posible pensar y sentir de otro modo, con otras y con otros, a través de la acción colectiva y conectiva”7.

El segundo elemento en común, como lo advierte Rossana Reguillo, es que la irrupción de los movimientos se sucedían a partir de algún hecho dramático. El caso de Mohamed Bouazizi, en Túnez, es quizás el más cruento. Pero en general se percibe una suerte de disrupción, de crisis de lo habitual, que interrumpe esa construcción social que finalmente es lo que llamamos “normalidad”. Hay algo de mob flash, de esa suerte de performance artística, que resignifica espacios públicos, que interviene sobre ellos modificando conductas y prácticas. De pronto la gente se detiene a mirar, a ver qué pasa, quién habla, qué dice. Es un ver al otro que de pronto interpela, que hace un llamado, que invoca una acción posible. De esa irrupción de lo nuevo, se despierta un proceso, nace una acción colectiva. Después ya nada será lo mismo.

Otra característica destacada en todos los procesos que señalamos es que no se inscriben en la lógica partidaria institucionalizada. No son movimientos de “la oposición” legitimada a los poderes instituidos. Son opositores, pero no son los sujetos que habitualmente “funcionan” como opositores. Son nuevos sujetos, sorprenden porque sus rostros, sus voces, sus discursos, son diferentes. Generalmente eran reclamos muy amplios, transversales, en lo que los sujetos actúan por fuera de las organizaciones político partidarias tradicionales. Hay una lógica de quebrar el status quo. El sistema universitario chileno, con fuerte presencia del sector privado, meritocrático, tiene una larga historia y en muchas ocasiones ha sido ponderado por su eficiencia. ¿Qué ocurría que de golpe los jóvenes chilenos lo ponían en jaque? En el caso mexicano, ¿por qué los jóvenes estudiantes se sentían con derechos a resistir la presencia del presidente del país en su universidad?, ¿qué fue lo que despertó la reacción de indignación? En los movimientos que estamos rescatando, las demandas son amplias, pero no son clásicas, son más del orden de lo axiológico que políticas instrumentales. Son luchas y reclamos que hablan más de un reconocimiento de derechos que de la lucha por el poder. Parecen más pretender poner en cuestión el “sentido común” de lo que se puede hacer o no hacer, y en ese reclamo, en esa protesta, terminan derrumbando el sistema.

¿La multitud o el pueblo?

Así los movimientos sociales que despiertan las redes conectan con un debate fundamental de las ciencias políticas y la filosofía. ¿Estamos en presencia de nuevos sujetos históricos? Quienes primero dieron forma interpretativa a estos fenómenos fueron los filósofos de la multitud, los italianos Paolo Virno y Toni Negri, que venían desarrollando un largo debate sobre la cultura y la producción en el contexto del postfordismo. El primero en la Gramática de la multitud8; el segundo, desde Imperio9, pasando por Elogio de lo común10. Sus reflexiones tomaban nota que el nuevo orden económico mundial está disolviendo las clases sociales tal como las interpretábamos a partir de la Revolución Industrial. Las nuevas formas de trabajo, en particular el pasaje del trabajo productivo material al trabajo afectivo inmaterial, producía una dislocación de aquellas clases sociales. El “general intellect”, es decir, la cuota de información cada vez más significativa que se encuentra en el centro de la producción contemporánea disuelve la idea del trabajo material, es decir, la fuerza de trabajo que sostenía en la revolución industrial capitalista del siglo XIX la otra pata del sistema. El “Imperio” está reordenando el mapa productivo del capitalismo de cuarta generación. Información, lenguaje, comunicación, interacción, son los nuevos dispositivos del régimen económico actual. El sujeto que emerge de esta conectividad es la multitud, una multitud que no quiere el poder del Estado, sino desarmar el Estado, una multitud que impugna el poder porque reconoce que la nueva gubernamentalidad está desplazando el foco de los aparatos estatales a la biopolíticas, de las instituciones clásicas de dominación y control (la fábrica, la escuela, la familia) a los cuerpos y las poblaciones. “La multitud es un modo de ser abierto en desarrollos contradictorios: rebelión o servidumbre”11. Como sugiere Verónica Gago “cuando a fines de los años 70 Michel Foucault propuso desplazar la mirada desde la centralidad histórica del Estado soberano hacia el gobierno de las conductas, instaló las condiciones para pensar una original dinámica política que, desde entonces, no hizo más que desarrollarse”12.

Evidentemente es lo que está sucediendo ahora, cuando ya aquellos primeros años de la primera década del siglo XXI, parecen tan lejanos. ¿Aceleración de la historia o la urgencia de las tecnologías?

En Ciberleviatán, José María Lasalle, lo menciona bien:

“La magnitud del fenómeno lo evidencian los años que llevó a diversos desarrollos tecnológicos de la Revolución Industrial alcanzar los cincuenta millones de usuarios y los necesitados por aplicaciones de la Revolución Digital. Así, el automóvil tardó sesenta y dos años; cincuenta el teléfono; cuarenta la electricidad; veintiocho la tarjeta de crédito; dieciocho el cajero automático; doce la tarjeta de débito; siete Internet; cinco PayPal; cuatro youtube; tres Facebook, dos Twitter”13.

Transmedialidad: narrativas desbordadas

Ya tenemos claro que las audiencias ya no volverán a ser las mismas. También convinimos con Jenkins que los medios tampoco. Ahora falta ver como se procesan estos cambios al interior de los relatos. La narrativa transmediática es la respuesta. Carlos Scolari es el investigador que más atención ha puesto en este campo. La transmedialidad es el resultado de los cambios que se producen en las narrativas ficcionales a partir de la convergencia tecnológica. Pero a su vez es una nueva forma de narrar y de vehiculizar el relato. La transmedialidad fue definida originalmente por Henry Jenkins en un artículo publicado en 2003 en la revista Technology Revieu en la que señalaba el ingreso a la convergencia de medios que vuelve inevitable el flujo de contenidos a través de múltiples canales. “La transmedia es una particular forma narrativa que se expande a través de diferentes sistemas de significación (verbal, icónico, audiovisual, interactivo, etc.) y medios (cine, comic, televisión, video juegos)”14.

Pero la narrativa transmedial no son meras adaptaciones de un lenguaje a otro, son expansiones ficcionales que aprovechan diferentes tecnologías o soportes para aumentar el alcance y la profundidad del universo original. Las características de la narrativa transmedial implican: convergencia mediática, expansión narrativa, interacción y coproducción de las audiencias. Las primeras experiencias de transmedialidad se pueden observar en todo el universo de Star Wars, cuando el filme inicial fue expandiéndose en la saga en los diferentes filmes que iban narrativamente hacia atrás o hacia adelante, que configuraban la base de videojuegos, comic, muñecos; el mundo de la Guerra de las Galaxias fue dando así forma a todo un universo narrativo, con decenas de personajes, historias, genealogías, mundos intergalácticos y escenarios. Luego, en formas más elaboradas desde el punto de vista de la producción, otros productos tomaron la posta: es el caso de Matrix y su universo paralelo, con expansiones en el comic o en juegos digitales en linea.

Este proceso de mutación de los productos culturales de última generación en los que la transmedialidad se articula también con otras formas de consumo cultural, en particular la expansión del streaming, como también la crisis del consumo en el living familiar, como formato de recepción televisiva, del que hablaba Eliseo Verón, pone en escena también la pregunta por el fin de los medios masivos. Como se preguntó Mario Carlón15 en uno de sus últimos textos, ¿estamos asistiendo al fin de la tele, de la radio, del cine, del periódico?

Los datos. por ejemplo. de consumo televisivo tradicional parecen confirmarlo. En casi todos los países desciende significativamente en la franja etaria más joven. Pero también en los de mediana edad. Más de un 50 % menos en promedio, y baja casi 30 minutos la visión diaria desde 2012, cuando alcanzó una cúspide de 4 horas y media diaria. También es significativa la caída en el consumo de los diarios en papel o la asistencia al cine. ¿Se lee menos información que hace una década atrás?16 ¿Lo audiovisual está también en crisis? ¿El libro está obsoleto? Nadie que ande por la calle, viendo las inmensas pantallas led, los apabullantes carteles en negocios y paseos públicos o descubriendo a los absortos paseantes enfocados sobre las pantallas de sus celulares, podría ni remotamente pensarlo. Michel Serres17 llamó “pulgarcita” a esta generación que manipula esos pequeños equipos con el pulgar evidenciando la destreza de un pianista. Lo que si es cierto, y lo demuestra esos “flaneur” que contra la costumbre de Bénjamin no sacan la mirada de sus equipos, que las formas de consumo están modificándose.

La caída del consumo de televisión abierta viene pronunciándose desde mediados del 2005, cuando el avance de la televisión paga y de la conectividad modificaron los hábitos de visión. Si bien, articulada a la tv por demanda, mantuvo una cuota importante de pantalla encendida, los formas discontinuas de recepción, la diversidad de ofertas de las redes sociales, como también las modificaciones de la temporalidad social como de la organización familiar, impactaron sobre el viejo mueble hogareño, que en algún momento, como un tótem, había organizado la vida cotidiana de las tribus urbanas. Un informe de la empresa Ericson predice que este año solo un 9 % de los norteamericanos será espectador de sillón. Y más de la mitad de los contenidos audiovisuales se consumirán por celulares o tablets. Y el 46 % del visionado pasará al formando on demand. En España, en 2019, el consumo promedio diario de tv abierta descendió 13 minutos. Este descenso se viene confirmando desde 2013. En el caso argentino, la tv abierta sigue siendo la que mayor alcance tiene, con cerca de 38, 6 millones de personas y una cobertura del 98 % de la población, Si bien ese dato sigue demostrando que la pantalla tradicional es, como hace tiempo lo había observado Dominque Wolton, el único vínculo social extendido, el encendido disminuye año a año. En 2018 alcanzó 20,9 puntos de rating y descendió con respecto al 2017, en 2,2 puntos. Si bien la caída del consumo televisivo es global, forzado por la competencia de otras pantallas, y por la aparición de un competidor fuerte como es el streaming, las transformaciones en las formas de recepción se observan también en como se distribuyen los porcentajes entre los dispositivos. El 56 % de los argentinos conectados dice ver tv desde sus smartphone y el 23% ve películas en ese mismo dispositivo. El 57 % de los internautas argentinos dice visitar youtube varias veces al día. En ese contexto, la empresa Kantar Ibope Media, encargada de medir el rating, anunció que lanzará la medición de lo que llama la tv extendida para computar el visionado en los otros dispositivos del contenido televisivo. El viejo rating que media la visión en simultáneo a la transmisión no refleja los hábitos de recepción de la gente. Muchos miran los productos desde youtube.com. Consumen los programas en horarios diferentes y en contextos nuevos. Muchos en la calle.

Del mismo modo que la televisión abierta o paga declina en la competencia con la web, los medios impresos lidian también su batalla campal con las redes. Hace una década los diarios papel de España tenía 16 millones de lectores diarios. Hoy, diez años después, apenas alcanza los 9 millones. Es una caída del 40%. En el caso del diario El País, con 2,2 millones de lectores en noviembre de 2008, no llega al millón en 2017. Eso representa una caída de 51%. En el caso argentino según el Instituto de Verificación de Circulaciones, la caída muestra tendencias similares. El diario Clarín perdió el 50 % de sus lectores entre 2003 y 2018. El diario La Nación perdió un 35 %. La excepción es el Diario Popular que conservó en el mismo período el 93 % de su mercado18.

Por supuesto que hay invariantes, como sugiere Eliseo Verón, en un prólogo que ya es todo un testamento, una de ellas la misma mediatización, porque lo que no cambia es el fondo de la cuestión.

“Los invariantes remiten a la mediatización misma, como una de las dimensiones fundamentales del proceso de especiación del sapiens. Lo emergente resulta, cada vez, del surgimiento de un nuevo dispositivo técnico -desde el momento inaugural de la talla de instrumentos de piedra hasta Internet- que genera un fenómeno mediático inédito, el cual modifica y complejiza la manera en que se exteriorizan-materializan los procesos cognitivos de la especie”19.

1 El libro anterior a Convergence Culture es Fans, Gamers, and Bloggers: exploring particpatory Culture, editado en 2006.

2 Jenkins , H., (2008) Convergence Cuture. La cultura de la convergencia de los medios de comunicación, Paidós Comunicación, Barcelona, pág 14.

3 Piscitelli, Alejandro, “Facebook. Esa reiterada tensión entre la sobrepromesa y la invención de nuevos mundos”, Revista de Universidad y Sociedad del Conocimiento, 2009 vol 6, http//:rusc.uoc.edu

4 Xavier Mas de Xaxas, “Lina Ben Mhenni, amiga de la palabra libre”, obituario publicado en ElPaís el 29 de enero 2020.

5 Castells, M., (2012), Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet, Madrid, Alianza, pág. 69.

6 Para hacer un estudio pormenorizado de las experiencias y los movimientos sociales vinculados a redes digitales ver Revista Chasqui, No. 128, Movimientos sociales y propagación de ideas políticas en la sociedad en red, 2015. También se puede consultar Revista Nueva Sociedad, No. 251, ¿Contra el sistema? Jóvenes, luchas y disidencias en el siglo XXI, mayo-junio, 2014.

7 Reguillo, Rossana, Paisajes Insurrectos. Jóvenes, redes y revueltas en el otoño civilizatorio, NED, México, 2017.

8 Virno, P., (2003), Gramática de la multitud, Traficantes de sueños, Madrid.

9 Negri, A., y Hardt, M., (2005), Imperio, Buenos Aires, Paidós.

10 Negri, A., (2009), Elogio de lo común, Buenos Aires, Paidós.

11 Virno, P., ibidem, pág 19.

12 Gago, Verónica, “La política de los muchos”, Nueva Sociedad, No. 251, mayo-junio 2014.

13 Lasalle, J. M.,(2019), Ciberleviatán. El colapso de la democracia liberal frente a la revolucióon digital, Arpa & Alfil Editores, Barcelona.

14 Scolari, C., (2013), Narrativas transmedia, Barcelona, Deusto .

15 Carlón, M., (2012), ¿El fin de los medios masivos?, Ciudad de Buenos Aires, La Crujia.

16 Todavía se debe hacer el estudio profundo del pasaje de la prensa impresa a la digital. Pablo Boczkowski y otros investigadores están desarrollando este campo. Un dato sirve para ilustrar la magnitud de la modificación: el diario La Nación, como otros medios gráficos, viene perdiendo lectores de papel, pero hoy ya cuenta con mas de 300 mil suscriptores a su envió online.

17 Serrés, M., (2013), Pulgarcita, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económia.

18 Becerra Martín, “Euforia y depresión, el ocaso del gran diario argentino”, www.letrap.com.ar, 4 de abril 2018.

19 Verón, Eliseo, introducción a Las políticas de los internautas, de Mario Carlos y Antonio Fausto Neto, La crujía, Buenos Aires, 2012, pág, 9.

Bibliografía de lectura obligatoria:

  1. Manuel Castells: Redes de indignación y esperanza.
  2. Carlos Scolari: Adolescentes, medios de comunicación y culturas colaborativas.
  3. Ignacio Ramonet: El imperio de la vigilancia.

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