Clase 12

Periodismo, fake news y big data

Hace algunos años que venimos escuchando reflexiones sobre la anticipada noticia del fin de los medios masivos de comunicación (Luciano Sanguinetti, 2008; Mario Carlón, 2009; Ignacio Ramonet, 2011). En casi todas esas reflexiones y estudios académicos se evalúa el impacto de los dispositivos digitales que modifican la tradicional estructura de la información que se había constituido desde que comenzaron a circular las primeras gacetas en el siglo XVII. En general, se observa la crisis en la formas de producción histórica de la noticia, especialmente en lo que Ramonet1 refiere como un producto acabado, cerrado; la noticia habría dejado de ser el resultado de un proceso con principio y final en el que el periodista trabaja hasta completar y dar a conocer; las noticias de la era digital son un work in progress, siempre inacabado, que va construyéndose a la par que circula por las diferentes plataformas de comunicación; el otro aspecto que se señala es el de la periodicidad; la noticia era una mercancía que entraba dentro de un esquema temporal acotado (por más prolongado que fuera no solía superar las 24 horas.), marcando la agenda de la vida cotidiana de la gente; si el diario por la mañana ordenaban la agenda periodística, la radio y la televisión oficiaban como un complemento; al final del día los noticiarios de televisión sintetizaban lo más relevante; a partir de la continuidad de accesos que generan los nuevos dispositivos, el consumo móvil en redes sociales y la producción informativa, muchas veces de los mismos receptores, generan hoy una proliferación informativa que no tiene pausas; por otro lado, los criterios de noticiabilidad se vinculaban con las tradicionales concepciones de excepcionalidad, alcance e incumbencia, que podía establecer una jerarquización compartida (por públicos y productores); también el contexto nacional definía la valoración noticiosa y, en todo caso, las noticias internacionales se leían desde ese marco. Hoy, todas esas dimensiones, desde la más simple como la de proximidad son difíciles de definir con certeza. ¿Cómo establecer la cercanía o la distancia en un mundo globalizado hiperconectado? Recordemos la velocidad con la que expandió el virus del Covd-19 para comprender la nueva escala de problemas a los que hacemos referencia. Hace algunos años el antropólogo brasileño, Renato Ortiz, había imaginado una categoría transversal para describir los procesos culturales contemporáneos: los definió como lo “internacional-popular”, para referir la expansión de los productos simbólicos que migraban y se exportaban fuera de las fronteras de origen. Algo similar ya pasa en el caso de las noticias. ¿Cuántas veces leemos informaciones producidas en portales internacionales sobre acontecimientos locales? Es aquel sistema estructurado de unas sociedades nacionales, con límites precisos y jerarquías respetadas, dice Ramonet, lo que “explotó”2. El que voló por los aires es el periodismo.

¿Asistimos entonces al fin del periodismo? Según las empresas periodísticas estamos lejos de ver cumplido ese presagio. Si bien la lectura de periódicos baja en Occidente, la cantidad de lectores sube en Asia. Por otro lado, se constata en general el desplazamiento del consumo desde el papel a las pantallas (Boczkowski, 2006); pero a su vez, dentro del consumo online crece el de los dispositivos móviles. El último informe del Reuters Institute sobre noticias digitales constata también un desplazamiento hacia el acceso a las noticias a través de redes sociales. En particular, el crecimiento de whatsapp, por el cual más del 50 % de los consultados dice haber recibido y compartido información por medio de ese dispositivo. En promedio, el crecimiento fue de un 10 % y aunque en el contexto de la crisis del Covid -19, a nivel mundial, el consumo de noticias en línea se detuvo, después de un crecimiento ininterrumpido en los últimos 9 años, este sigue siendo alto. En el caso de Alemania, por ejemplo, el 72 % dice haber elegido la televisión, el 69 % las noticias online, el 39 % las redes sociales, y el 26 % los medios impresos. Hay que mencionar que los medios impresos alcanzaban un 63 % de las preferencias en el año 20133.

También es cierto, como lo advirtió Martín Becerra, que los periódicos nacionales pierden relevancia4, pero, paradójicamente surgen cada vez más lectores para los llamados medios globales, como El País en su edición para América Latina o The Guardian, que tiene más lectores en Estados Unidos que en Inglaterra. Otro dato importante es el crecimiento de los lectores por subscripción. Si bien el diario La Nación perdió el 50 % de sus lectores papel, tiene cerca de 300 mil subscritores a su servicio online.

Entonces, la pregunta más interesante no debiera ser acaso cómo cambia el ejercicio del periodismo (diríamos el trabajo de producir información y publicarla) en el contexto de la digitalización social de las formas de transmitir el conocimiento. En efecto, los nuevos dispositivos tecnológicos de información y comunicación resultan indefectiblemente responsables de las mutaciones de la información o, mejor dicho, de las mutaciones en las formas de acceder a la información que había consagrado la modernidad clásica: el periódico, la radio, las agencias de noticia, el cine, etc., lo que en su momento Jesús Martín-Barbero describió como mediocentrismo, es decir, un gran medio emisor y muchos, masivos, diríamos, espectadores, oyentes, lectores anónimos. Por supuesto que este formato llamado tradicional fue consustancial a los medios masivos, que, básicamente, fueron denominados así por esas dos razones: el “broadcast”, como la regularidad5. Con la red lo primero que estalla es esa concentración del emisor y algunos aventuraron en los primeros años una suerte de democratización de la información. ¿La aparición entonces de las nuevas plataformas, de otras formas de informar e informarse, de las redes de microblogging, la proliferación de sitios web, de los observatorios, páginas personales, cuentas personales, fundaciones, cooperativas, pequeños sitios informativos, alcanza ya para hablar de una reconfiguración del periodismo? Pero también, como ya dijimos, la temporalidad establecida sobre ciertas rutinas laborales, como de roles sociales. Porque también hay que decirlo: los medios masivos acompañaron las instituciones sociales y sus rituales de la sociedad industrial que les dio origen en los finales del siglo XIX y durante el siglo XX.

En ese marco, los elementos constitutivos de aquel quehacer, el periodista, el medio informativo, el contexto, la materia prima de esa industria (la noticia), comenzaron a sufrir los embates de una serie de modificaciones.

Por ejemplo, el simple hecho de leer el diario (una práctica con más trescientos años) hoy resulta atípica, y es difícil ver, salvo en personas que llamaríamos hoy adultos mayores, esa práctica. Como lo demuestran los estudios de lectura online, ya es difícil parangonar la lectura del diario de papel con la lectura de las pantallas digitales de esos mismos diarios (Boczkowski, 2008). Cuando abrimos nuestras pantallas, generalmente, nos guiamos por nuestros intereses más particulares. Difícil que quien no le interese los deportes llegue a las secciones correspondientes, a no ser que sea sorprendido por esta información en el frente de la pantalla. Lo mismo le sucede al que no está interesado por la política internacional o por la educación. Nos hemos vuelto especialistas.

Incluso el diario impreso (en particular el de los domingos) hoy nos sorprende cuando lo compramos en un quiosco con la magnitud y extensión de sus noticias. Nos dirán: ¿Quién tiene una hora diaria para leer lo que demanda la lectura de un diario hoy en día? Pero además, los algoritmos mandan. Es difícil que lleguen a nosotros informaciones que se desprendan demasiado de nuestros propios prejuicios. Investigaciones recientes aluden al impacto de la red en los hábitos de lectura y acceso a la información. Las llamadas burbujas de filtro, concepto acuñado por Eli Pariser6, son las que hoy determinan nuestros consumos digitales, influenciados por nuestro historial de clics.

Hay datos que corroboran estas hipótesis. La primera es la caída progresiva de la tirada de los periódicos. Según uno de los últimos informes del portal online dedicado a la metacrítica del periodismo diariosobrediarios, en Argentina, todos los medios gráficos viven desde principio de siglo una merma significativa de lectores. Desde el pico en los años 80 hasta hoy, la reducción alcanza cerca del 50% (700.000 a 250.000 ejemplares promedio en los medios de tirada nacional). Diarios tradicionales como Clarín y La Nación, pero también los más pequeños como Página 12 o Perfil sufren este proceso. ¿Qué es lo que pasa? ¿Se correlaciona esta tendencia con el aumento de la conectividad (el paso de 35% al 60 % en Argentina entre 20001 y 2014), con la extensión de las computadoras o los smarphones y tablets? ¿Con los incremento sostenido del consumo audiovisual que constatan los estudios de audiencias? ¿Cómo puede competir el diario con más de 4 horas diarias de televisión por habitante en argentina? ¿Con 3 horas diarias de computadora?

Pero también es cierto que vivimos un cambio en la función del periódico. Porque, como correctamente lo recuerda Sandra Valderatto, la lectura del periódico no se puede desvincular de la conformación histórica de un tipo de sociedad.

“Emplazada en una extensa variedad de prácticas, la lectura nunca estuvo sola; potenció múltiples sistemas diferenciales de percepción y acción en la Modernidad no exclusivamente relacionados con su dimensión intelectual-crítica. La prensa como una institución clave en la conformación de un espacio público racional se asentaba en el principio rector de la objetividad (central en el ejercicio del periodismo como una profesión liberal), y en una concepción de la lectura como en tanto instancia de decisiones fundadas”7.

No habría tampoco que dejar de señalar la competencia o, mejor dicho, el impacto que la televisión abierta generó sobre los periódicos. Pero no solo en relación a la más obvia referencia respecto a la dimensión cuantitativa del consumo cultural, sino en la línea semiótica de la hipótesis de Eliseo Verón. La televisión golpeó sobre uno de los sustentos mayores de la prensa gráfica: la credibilidad. Fue la “toma directa” la que afectó la “credibilidad” de los diarios. Pero también deberíamos agregar el pasaje en la función de “vínculo social” de la que hablara Dominique Wolton, del periódico a la televisión.

Así podemos concluir al menos tentativamente que la mutación de la que estamos hablando obedece a tres marcos generales de referencia: los civilizatorios que atañen a una modernidad en crisis; los tecnológicos que devienen de la digitalización de la sociedad; y los perceptivos que surgen del impacto de lo visible en unas sociedades atravesadas por las culturas electrónicas dominantes. Pero a esto se suman dos procesos que merecen una referencia aparte; me refiero a la expansión de una operación, que si bien no es nueva en lo específico (siempre hubo noticias falsas), adquiere por una serie de factores particulares una significación determinante en el universo informativo, las fake news; y por otro lado, la irrupción de una dimensión inédita también pero que está en el corazón del nuevo estatuto de la información: la big data.

Fake news y big data

Las llamadas fake news, noticias falsas, no son nuevas, y si observamos bien se remontan hasta los orígenes de la prensa escrita. Quizás una de las primeras noticias falsas pudo haber sido el relato que decía que la tierra estaba sostenida por gigantescas tortugas; también es cierto que la manipulación informativa que ejercen y han ejercido periódicos y editores es una práctica bastante común en los medios como para que eso sorprenda a alguien. ¿Qué hay entonces se diferente en las fake news como para que en los últimos años se haya llevado tantos minutos de televisión, tantos centímetros de prensa? Fue la palabra del año en 2017, desde entonces no dejan de publicarse libros como #Fakeyou, Fake news y desinformación de Simona Levi (2019), Fake news, la nueva arma de destrucción masiva, de David Alandete (2019) o Fake news, trolls y otros encantos, de Ernesto Calvo y Natalia Aruguete, (2020); es una de las estrategias más usadas por Donald Trump cuando busca desacreditar las críticas a su gobierno. Y durante varias semanas, en el caso Maldonado, se convirtió en el paradigma de ensayo de una guerra digital entre oficialistas y opositores.

La primera cuestión es definirla: las fake news representan el accionar informativo deliberadamente falso tendiente a confundir la percepción del receptor sobre un determinado hecho incentivando sus prejuicios y creencias más allá de los hechos comprobables. Para Simona Levi8 hay que inscribir estas prácticas informativas decididamente dentro de las estrategias de desinformación que llevan adelante empresas, gobiernos o grupos, mediadas por las redes y aplicaciones, con el objeto de incidir en los estados de ánimo o la opinión de la población en determinado contexto, generalmente en el marco de campañas electorales o procesos fuertemente politizados de la actualidad. Una de las referencias más ilustrativas es la que cita Ernesto Calo y Natalia Aruguete9, en el caso de Mr. Tucker. En ese hecho, ocurrido en el año 2016, Mr. Tucker, un conservador republicano, captó con su celular en una calle lindante a una acto demócrata una serie de ómnibus vacíos que ocupaban una larga calle de la ciudad. Mr. Tucker interpretó que esos micros pertenecían a la comitiva que participaba de la movilización demócrata que repudiaba la reciente elección del presidente Trump, y subió la imagen en un tuit haciendo referencia a que aquella no era una movilización tan espontánea como alegaban los demócratas. Inmediatamente, el tuit fue retuitiado por el presidente Trump y se viralizó llegando a todo el país en pocos segundos. Luego se comprobó que el dato era falso, que los micros pertenecían a una convención médica que se realizaba en un hotel cercano y el señor Tucker tuvo que retractarse unos días después, admitiendo la desinformación en la que había incurrido. Lamentablemente el tuit de desmentida no tuvo tanta repercusión como el primero, y la fake news siguió abonando los prejuicios de los republicanos que la toman como cierta. Por supuesto, en ningún momento el presidente Trump se tomó el trabajo de difundir la rectificación de Tucker.

Otro ejemplo es el que refiere David Alendete10 en el marco del llamado procés catalán en el que se descubrió la participación del gobierno ruso en la campaña de desinformación desarrollada en el contexto de la lucha por la independencia. Según Alendete, cronista del diario El País, varios reconocidos intelectuales y activistas, como Julian Asange, fueron parte de una deliberada estrategia de impugnación y cuestionamiento de aquellos que respaldaban la posición del gobierno central español.

Si bien hay que considerar que casos como estos abundan, y son parte hoy de un debate muy complejo en el cual se juegan fuertes intereses dentro del sistema digital, por caso, el de los grandes medios que ven perder su centralidad en la administración de la agenda informativa, como de los gobiernos que pretenden aprovechar la expansión de las falsas noticias para controlar los flujos informativos y las noticias criticas contrarias a sus administraciones, lo cierto es que la expansión de estos modus operandi dentro del mundo digital ha provocado profundas preocupaciones. Algunos expertos hablan ya de “infodemia”, una suerte de enfermedad viral de la información, producto del uso deliberado de estrategias de confusión informativa. Los casos más extremos son las leyes que literalmente avanzan sobre las libertades de expresión, como pueden ser los casos de Singapur. Por supuesto que este proceso también se cruza con la expansión del control de los flujos informativos que hoy ejercen las grandes compañías que ya monopolizan los accesos y la distribución de la información digital. Nos referimos a las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), que engloban hoy a más de 4.000 millones de internautas, como señala Ignacio Ramonet en El imperio de la vigilancia.

Para Calvo y Aruguete hay tres dimensiones en la lógica de funcionamiento de las fakes news en el mundo digital. La primera tiene que ver con lo que denominan la ruptura del consenso cognitivo. Cada vez más las audiencias digitales se mueven dentro marcos referenciales formados por aquellos que comparten sus creencias y tienden a aceptar las evidencias que apoyan su visión del mundo. En estos espacios actúan a partir de “razonamientos motivados”; es decir, a partir de convicciones que son previas a los hechos fácticos o a los datos que perciben o reciben por las redes. Por tanto es difícil que haya consensos sobre determinados hechos entre personas que no pertenecen al mismo grupo de identificación. La siguiente ruptura es la de los consensos políticos. También aquí es evidente que los grupos que actúan en las redes informativas no buscan los puntos en común, los acuerdos o consensos sobre hechos u opiniones, sino el conflicto y la diferenciación a partir de “razonamientos expresivos” que buscan impugnar o contradecir las opiniones de los otros; por último los autores señalan la ruptura de los consensos ciudadanos: la red es un campo de batalla donde se han “balcanizado las narrativas”, productos de las estrategias de encuadre y acción en cascada, que, como condición de la exposición selectiva, domina los circuitos de información dentro de las redes sociales.

A difefrencia de las fake news que son una forma de operar dentro del magma digital, la big data refiere al corazón mismo del sistema, es el magma mismo. Las metáforas se suceden una tras otras: el leviatan digital, la sociedad de la vigilancia, el enjambre. Por supuesto, se debe centralmente a la expansión de la conectividad en las tres dimensiones clave que conlleva el avance de la Cuarta Revolución Industrial: la digitalización de las sociedad, la robotización de los procesos productivos y el crecimiento de la Internet de las Cosas; estos tres factores, que, como mencionó Ignacio Ramonet, conforman la expansión de un imperio de control y vigilancia, que abarca a cada sujeto tanto en la dimensión espacial como en el tiempo.

Nuestros movimientos, como nuestra historia, comienzan a ser digitales, como lo demuestra la gran conversión que se produce vertiginosamente desde principios del siglo XXI: cosas y personas se conectan en una malla de red que casi no tiene agujeros. Desde el celular, nuestro auto, las cuentas bancarias, los consumos online, las películas y series que vemos, pero también nuestra andar por la ciudad en paseos públicos, galerías, shoppings, aeropuertos, y a eso hay que sumar las fotos que subimos a los muros, los videos, los textos, nuestros mensajes de wasap, las noticias que compartimos, los enlaces que guardamos, los like, los me gusta, los emoticones. Cada uno de estos movimientos y acciones comporta un dato, un dato que se multiplica por cientos de miles de millones, de cada usuario, de cada cosa conectada, de cada interface. La big data es eso, pero no sólo la sumatoria, es muchos más que eso, porque la big data es volumen, por supuesto, pero también es velocidad y, por último, es variedad. Las tres V que constituyen en esta nueva escala un proceso nuevo, a tal punto nuevo que algunos presagian el fin de la ciencia, de las hipótesis, de las muestras, de toda una larga tradición científica que hace de la abstracción su piedra basal. Si ahora podemos preguntarle a todos todo y obtener una respuesta cuantificable, para qué la ciencia. El segundo aspecto de esta conectividad es la que ya mencionamos antes. La big data conforma el último eslabón de la revolución tecnológica que produce una nueva transformación del sistema capitalista, porque ahora la producción material está determinado por ese quantum de información que hace la diferencia técnica. El trabajo humano pierde valor ante la automatización de la máquina, que ahora hace el trabajo por el hombre. Esto libera el trabajo humano pesado y lo desplaza hacia el trabajo cognitivo, afectivo, comunicacional, como dijo Toni Negri.

El poder de fuego sobre esta inmensa masa de datos. ¿Quién lo controla? ¿Quién ejerce el poder? ¿Es como sugiere Lasalle un nuevo Leviatán o es como sugiere Toni Negri, la posibilidad de una verdadera revolución impulsada por el general intellect como Marx la imaginara en los Grundrisse?

Recalculando: inventar de nuevo el periodismo.

Hoy podemos definir que existen una serie de factores externos e internos que modifican sustancialmente los elementos constitutivos del periodismo y los medios informativos.

Las empresas periodísticas han sufrido o se han beneficiado del proceso más amplio denominado globalización económica. Un fenómeno largamente estudiado desde los años 90 refiere este cambio de paradigma económico. Mercados mundiales, constitución de oligopolios mediáticos, privatizaciones de empresas públicas, crisis de las potestades estatales, aperturas indiscriminadas de los mercados, gran-des fusiones dentro de las industrias de la cultura. Como sugirió ya hace tiempo Néstor García Canclini, la globalización económica se diferenció de la transnacionalización por la ubicuidad multipolar de sus centros y la articulación mundializada de los procesos. Dominada por los lineamientos ideológicos del Consenso de Washington, la globalización repercutió en el campo de las comunicaciones en el surgimiento de lo que primero se llamaron multimedios, para luego dar paso a las grandes fusiones que integraron compañías telefónicas, agencias de noticias, las señales de televisión por cable, las industrias del entretenimiento, editoriales, empresas discográficas. Concentración mediática y convergencia editorial marcaron una tendencia sin interrupciones desde la década del 90, cuyo paradigma más conocido fue en 2001 la fusión de uno de los grandes de Internet de entonces, con la gran compañía de producción audiovisual, más uno de los medios más tradicionales de Estados Unidos (AOL/TIMES/ WARNER). Hoy en día el debate se cierne sobre el control que sobre esos medios hoy ejercen los monstruos digitales. ¿Si sigue creciendo el acceso a las noticias y la información por las aplicaciones o starups como Facebook, Youtube o Twitter, quién controla verdaderamente los circuitos de información? Por otro lado, ¿el reclamo que hacen muchas veces con razón los grandes medios contra las redes sociales, no es una manifestación de pérdida de centralidad a costa de los dispositivos más horizontales de los usuarios? Es evidente que el avance de la web semántica erosiona incluso los parámetros de acceso a la información más recientes. Pablo Boczkowski11 viene probando en diversas investigaciones la relatividad de la promesa de diversificación informativa del mundo digital. Entre otras cosas, la competencia feroz por la primicia online produce un fenómeno perverso: todos los portales copian casi la misma información produciendo así un efecto de saturación. Obviamente, si queremos mejor calidad informativa, la velocidad conspira contra eso.

Es además inexorable que este proceso vaya acompañado por lo que se ha denominado la mediatización de la cultura. Esto implica la tecnificación de las prácticas sociales y la audienciación de los públicos. Es decir, la trama de tentáculos de las medios tecnológicos de información y comunicación se extiende, sumergiendo la vida cotidiana en el magma digital, una vida cotidiana que en su hacerse visible a través de estos infinitos dispositivos se espectaculariza. Lo que Paula Sibilia12 llamó el “show del yo”; múltiples pantallas, infinitos dispositivos, interminables mensajes, nos atraviesan ubicuos en los más diversos ámbitos: el hogar, la calle, el trabajo, los hospitales, las plazas. Somos así audiencias y emisores en todo momento y en todo lugar, queramos o no. El concepto que intenta definir estas nuevo estatuto de la comunicación es “prosumidores”. La transmedialidad así asume la representación de otro tipo de comunicación dentro de la ecología de los medios, esto se observa en forma determinante en los jóvenes como lo demuestran infinidad de investigaciones13.

La realidad se ha mediatizado y con ella se afectan directamente las prácticas laborales del periodista. Las nuevas tecnologías de información y comunicación impactan de modo directo en las rutinas productivas. Estas nuevas formas de producción informativa se vinculan o son determinantes en la nueva concepción de la noticia. Nuevos criterios de noticiabilidad surgen de las condiciones nuevas que el espacio social determina. Manuel Castells llamó a ese nueva territorialidad: “el espacio de los flujos”. Lo distante, lo cercano, variables tradicionales de la producción del acontecimiento periodístico van perdiendo eficacia para definir lo noticioso; la imprevisibilidad y la implicancia sufren también sus efectos y desaparecen como variables constitutivas del ejercicio editorial. ¿Qué no deja de implicarnos en un mundo cada vez mas pequeño? ¿Qué puede ser vivido como imprevisto en la sucesión ininterrumpida de noticas? En unas sociedades transversalizadas por los medios, implosionadas las dimensiones de tiempo y espacio clásicas de la modernidad, vulneradas las fronteras de los estados nacionales, fragmentadas las audiencias por las redes sociales y las múltiples plataformas de producción y consumo de bienes simbólicos, la vieja práctica de informar sufre múltiples distorsiones: la distinción entre lo público y lo privado, la diferencia entre informador e informado, la jerarquías entre medios masivos y particulares. Blogs, wikis, twitter, portales, wasap y ahora las temibles fake news, configuran otros modos de pensar la comunicación. Prácticas nuevas de vinculación, subjetividades transterritoriales, audiencias y productores transmediales, nos ubican ya en otro panorama. Así vemos como antiguas concepciones asentadas en tradiciones profesionales, campos laborales y saberes técnicos, se modifican, y hacen cada vez más inasible aquello que fue ciertamente constitutivamente complejo.

¿Podemos en este complejo y cambiante panorama señalar algunas tendencias? Probemos:

Un nuevo ecosistema informativo: la idea del journaliste, del analista del día, desaparece para convertir a la producción informativa en un continuo sin interrupciones; la integración de las redacciones (audiovisual, grafica y radiofónica) sintetiza además en un solo formato las múltiples bocas de expendio. Los redactores no solo trabajan sin pausas (más allá de las tradicionales jornadas laborales definidas por los estatutos profesionales), sino que lo hacen para los múltiples formatos, desde la página web, el diario digital, la versión impresa, la televisión y la radio. Esta nueva temporalidad afecta todo el ecosistema informativo que estaba organizado desde el diario a la mañana, la radio durante el día, la televisión a la noche. Este proceso va acompañado de las nuevas prácticas de consumo informativo. La tendencia pareciera marcar, por lo que se desprende de la convergencia multimedial, que la edición impresa será una instancia particular de la nueva rueda informativa con epicentro en la dimensión digital de la producción informativa. Esto trae consecuencias en todos los niveles de organización de la empresa periodística, de las jornadas laborales, de la formación de los profesionales.

El dominio de lo visible: el surgimiento de una suerte de nuevo estilo periodístico, con una fuerte impronta audiovisual a partir de la centralidad de lo visible, implica modificaciones en las algunas de las dimensiones que hacían a la cultura profesional. El periodismo tradicional había hecho hincapié en el protagonismo de los hechos, en la distancia crítica del profesional, en dar la voz a los actores y protagonistas, cuidando de mantener al informador en un claro segundo plano, lo más imperceptible posible. Los medios audiovisuales, las nuevas tendencias el periodismo, han colocado el foco en otro lado. El presentador de la noticia, la perspectiva subjetiva del periodista como testigo y actor principal, la narración de la construcción del hecho periodístico, marcan claramente una nueva tendencia. El periodismo no sólo ahora nos dice que el hecho existe, sino que estuvimos ahí de la mano del periodista, en una simulación de contacto que se vuelve personal, testimonio de una vocación sacramental: estoy ahí por vos, pareciera decir el profesional. Cámaras ocultas, entrevistas en el terrero, transmisión en directo mientras los hechos suceden, videos tomados por cronistas anónimos, mensajes de los espectadores, expanden el interés periodístico por los hechos que son narrables audiovisualmente. Crímenes, accidentes, manifestaciones, complejos informes producidos en formatos de serie detectivescas, están ocupando el centro de la producción noticiosa, con impacto sobre los medios gráficos y radiales. Desde los “noteros” de los años noventa, a los ciclos de investigación periodística, o los formatos de la metacrítica periodística de los medios sobre los medios mismos, característicos de la primera década del ciclo XXI, ponen invariablemente a los medios en el centro de la escena. En este marco va permeando la idea de que el periodista es el constructor del acontecimiento como mecanismo de imput. Es decir, el periodista construye previamente el acontecimiento, en una suerte de actor que lo convierte en estrella de una demanda o circunstancia que aunque existente, adquiere por medio de la accionar del periodista de una nueva significación espectacularizada. Otro elemento destacable es la crisis de la jerarquización o de los valores que jerarquizaban la información periodística. La disponibilidad de material audiovisual (de impacto, se supone) condiciona muchas veces la producción de notas sobre el granizo, la pelea callejera de estudiantes o la ropa de un presidente o un famoso.

Formatos transmediáticos: hace mucho tiempo que venimos experimentando transformaciones en los formatos, desde los viejos “géneros impuros” como el videoclip o la historieta que había destacado García Canclini hasta los formatos transmediales de los que habla Henry Jenkins. Entre ambos la producción de información sufrió un sinnúmero de experimentos: diarios online cuyas noticias las producen los lectores, medios que se digitalizan incluyendo blog como una forman de acceder a los nuevos públicos, experiencias de visibilidad del trabajo editorial como el que propuso el extinto diario Critica en el cual se podía ingresar a la cocina del diario o medios informativos digitales con versiones impresas para los fines de semana como en el caso de Perfil, medios cuya referencia informativa es fundamentalmente lo que producen otros medios, como el sitio diariosobrediarios.com o en el caso de la política, lo que fue la emisión del programa de la Televisión Pública 678, en el contexto del conflicto con el sector agropecuario. ¿Qué tiene en común todas estas experiencias? Por un lado, participan de cierta desacralización del oficio producto del proceso de transparencia y desjerarquización que implicó todo el dispositivo digital; en segundo lugar, interpelan a una suerte de lector o consumidor crítico que se interesa con cierto gusto voyeurístico por la cocina de las cosas; por otro, reconoce los derechos del informado como una nueva instancia de la agenda periodística. Por supuesto, todo ello al calor de las teorías del quinto poder impulsadas por autores como Ignacio Ramonet. ¿Si los medios controlan al poder, quién controla a los medios?

Los medios son el mensaje de la hipertextualidad. En los últimos años se observa la propensión de los medios a expandir sus recursos técnicos ensamblando, con las otras plataformas de comunicación, su discurso informativo. En línea con la idea de establecer un contacto, los medios, en especial la televisión informativa (noticieros, señales de noticias, programas periodísticos, etc.), articula, con las redes sociales, un tipo de comunicación que refuerza el vínculo: vía twitter, Facebook, wasap, etc. Lo hace también el periódico digital con los lectores, a través de los espacios dedicados a los lectores y sus comentarios sobre las notas, a la búsqueda de consultas o encuestas online sobre las temáticas del día, además de los ya tradicionales espacios de lectores. La historia de la relación de los medio con sus audiencias está todavía por hacerse. Esta figura, la audiencia, se podría reconstruir desde mediados de los años ochenta cuando la crítica a los medios audiovisuales de no referir a la realidad, y usar la construcción discursiva de la audiencia a partir de la clac, hasta la idea de hacer partícipe a la clac del fenómeno televisivo. El periodismo bizarro que inaugurara Mauro Viale, desde entonces, hasta el show mediático de sobre exposición actual en que todo es farandulizado, incluso en aquellas producciones que se suponen críticas, como el recurso del público en una tarima, con en los viejos show televisivos de los programas ómnibus, en el programa de Jorge Lanata: “Periodismo para todos”. La diferencia es que de la idea del público como “decorado” pasamos a los consumidores como actores claves de la comunicación contemporánea. Hoy todos somos emisores, canales, medios, receptores. El mensaje es compartir. Desde Instagram, hasta wasap, la vida es una plataforma de los visible.

Constitución de la esfera pública virtual. La expansión de Internet generó, entre otras cosas, desde finales del siglo XX, el surgimiento de un sinnúmero de comunicadores que aprovecharon las disponibilidades técnicas de la web y su creciente extensión para difundir sus cuadernos de bitácora, sus weblog, como se llamaron en un principio. Ideados más como una memoria online, una suerte de diario global y público, los blog fueron metamorfoseándose a medida que la misma red mutaba, y los usos sociales marcaban tendencias nuevas. Paula Sibilia estudió bien este fenómeno que acompañó las ansias de visibilidad, la demanda de personalización de los discursos sociales en una sociedad cada vez más compleja y anónima. Tendencias musicales, de la moda, literarias, fotográficas, turísticas, del diseño o del cine fueron el fermento para una comunicación cada vez más sutil, más ínfima, más compleja, y por cierto, nada inocente; el caso quizás más relevante fue el affaire de wikileaks de 2010, cuando a través de su sitio web, Julián Assange y 5 diarios globales14, pusieron en conocimiento de millones de lectores los cables con información clasificada de las embajadas norteamericanas en el mundo que dirigían al Departamento de Estado.

La globósfera se convirtió así en otro territorio en disputa, incluso para los grandes medios que trataron de coptar a los bloggeros, como lo marcaron las tendencias de principios de siglo, cuando los incorporaron a sus pantallas, primero con cierta condescendencia, hasta convertirlos, en algunos casos, en sus firmas más respetadas de sus pantallas digitales. De esa primera etapa vino el debate sobre quién ejercía periodismo y quien no, y si ese proceso terminaría eliminando los diarios, fueran estos impresos u online. El debate quedó obsoleto rápidamente, porque está probado que las reconversiones tecnológicas no suplantan viejos medios por nuevos, sino que los ponen ante crisis que los obligan a reperfilarse; el caso más claro fue el de la radio, cuando al aparecer la televisión captó todos los envíos de ficción y así obligó a la radio a buscar en la noticia y la interacción con los oyentes sus rasgo distintivo; con el cine paso algo similar; lo que entró en crisis fue la sala de cine, el formato original de recepción, no el consumo de lo audiovisual que pasó de la pantalla grande al consumo hogareño vía cassettes, luego dvd, hasta llegar al consumo actual por streaming; finalmente las seriales de los 80 se reconfiguraron en las sagas de los 2010, así pasamos de Starsky y Hucth a El visitante o de Mi Marciano favorito a Lost. Lo cierto es que la web permite hoy la expansión y desarrollo de infinitas fuentes informativas que hacen cada vez más compleja la función de informar. Si los blogs podían funcionar como fuentes de información en la década pasada, hoy ese lugar lo ocupa twitter, que de este modo constituyen una esfera pública no mediada por los medios tradicionales. La constitución de los grupos en Facebook o wasap, las transmisiones en directo de Instagram, los podcast, memes, los canales youtube, conforman hoy una esfera pública virtual que se imbrica masivamente muchos más allá de las elites o los públicos ilustrados que le dieron vida en el siglo XVIII. En el siglo XXI, como lo advirtió Ramonet, el “periodismo perdió el monopolio de la información” y los ciudadanos disputan el control. La experiencia reciente en el contexto de la pandemia del Covid-19 sobre el control de la información vuelve a dar relevancia a un viejo debate. La información es poder, ya lo sabemos. ¿A quién confiar ese poder? ¿A las empresas digitales, a los Estados, a los ciudadanos?

Bibliografía de lectura obñigatoria:

  1. Fake news. Una oportunidad para la alfabetización digital, de Nuria Fernández- García.

2. Redes de indignación y esperanza, de Manuel Castells.

3. La política de los muchos, de Verónica Gago.

4. Las revueltas árabes en tiempos de transición digital, de Ives Quijano.

5. La explosión del periodismo, de Ignacio Ramonet.

1 Ramonet, I., op.cit.

2 Ramonet, I., (2011), La explosión del periodismo, El dipló, Buenos Aires.

3 “Informe noticias digitales, 2020”, Reuters Institute y Oxford University, digitalnewsreport.org, consultado el 20 de junio 2020.

4 Becerra, Martín, “Ocaso y depresión: el ocaso del gran diario argentino”, www.letrap.com, 4 de abril 2018.

5 Para un análisis detallados de la transición entre medios masivos y nuevos medios, recomendamos el trabajo de Mario Carlón, Después del fin. Una perspectiva no atropocéntrica sobre la post.tv, el post-cine y youtube, La Crujia, Buenos Aires, 2016.

6 Pariser, Eli, El filtro burbuja, Taurus, 2011

7 Sandra Valdettaro, “Diarios: entre internet, la desconfianza y los árboles muertos”, en El fin de los medios masivos, Mario Carlón y Carlos Scolari, La Crujia, Bs As, 2008.

8Levi, S., (2019), Fake news y desinformación, Rayo Verde, Barcelona.

9 Calvo, E., Aruguete, N., (2020), Fakes news, trols y otros encantos, Siglo XXI, CABA.

10 Alandete, D., (2019), Fake news. La nueva arma de destrucción masiva, Ediciones Deusto, Barcelona.

11 Schuliaquer, Iván, El poder de los medios. Seis intelectuales en busca de definiciones, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2014.

12 Sibilia, P., ( 200(), La intimidad como espectáculo, FCE, Buenos Aires.

13 Scolari, C., (2018), Adolescentes, medios de comunicación y culturas colaborativas, Transliteracy, Universidat Pompeu Fabra, Barcelona.

14 Los reportes de Wikileaks fueron publicados por Le Monde, The Guadian,The New York Times, El País y el semanario alemán Der Spiegel el 28 de noviembre de 2010.

15 Datos de la UIT (2011)

16 Prólogo de Eliseo Verón al libro de Mario Carlón/Antonio Fausto Netyo, Las políticas de los internautas, La Crujía, 2012.

17 Ibidem, pag 14

18 Poco antes de morir a fines de 2014, Eliseo Verón, en el prólogo al libro de Mario Carlón/Peña Nieto, sobre los internautas en la red, dejó una seguidilla de ideas claves, casi un programa de estudios sobre el futuro de los medios que nadie interesado en la temativa debería dejar de leer.

19 Morley, David, Medios, Modernidad y tecnología. Hacia una teoría interdisciplinaria de la cultura, Gedisa, Barcelona, 2008.

20 Augé, Marc: “Sobremodernidad. Del mundo del hoy al mundo el mañana”, 2014, www.ddooss.org

21 Jesús Martín-Barbero, entrevista, Página 12, 2014, 24 de noviembre.

22 Castro, Edgardo, Lecturas foucaulteanas. Una historia conceptual de la biopòlitica, UNIPE: ediorial universitaria, 2011. Pag. 16.

23 Camargo, Ricardo: Repensar lo política. Hacia una nueva política radical, Prometeo Libros, 2014.

24 Nos referimos a los seminarios de 1978/79 Seguridad, territorio, población y El nacimiento de la biopolítica que Michel Foucault dictó en el College de France.

25 Hardt, Michel, Negri, Toni, Imperio. pag

26 Ibidem, pag

27 Castro, Edgardo, ibidem, pág 16.

28 Entrevista a Toni Negri, nodo50, 2002.

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