Clase 3

Esfera pública en América

¿Puede hablarse de la existencia de una esfera pública en América?¿Qué características tuvo, si existió? ¿Cuáles fueron sus diferencias con las de Europa? ¿Qué lugar ocupó el periodismo, las tertulias literarias y sociales, las movilizaciones callejeras? Todas estas, y muchas otras, han sido las preguntas e inquietudes de los historiadores americanos y no sólo americanos. En particular, en los últimos años, desde que la categoría habermasiana tuvo tantos frutos del otro lado del océano. Por supuesto, estas reflexiones e indagaciones sobrevuelan siempre las preguntas centrales sobre nuestras independencias (Francois-Xavier Guerra, 1993), sobre la conformación de una sociedad política en los nacientes países latinoamericanos luego de la ola revolucionaria (Hilda Sábato, 1998), pero también sobre el carácter de nuestro proceso moderno (Néstor García Canclini, 1993; Jesús Martín-Barbero, 1987). Ya lo señaló en su momento José Joaquín Brunner: América parece siempre embretada, acaso, entre una originalidad que nos pierde o una dependencia que resistimos. ¿Fuimos tan modernos como pretendimos? ¿Acaso nuestros procesos emancipatorios fueron tan vicarios como cuentan algunos relatos? Si bien el “macondismo” que critica el ensayista chileno todavía perdura en algunas miradas folklóricas, lo cierto es que ya pocos piensan en esa idiosincrasia plebeya, legendaria y prístina. Somos, otra vez, resultados de las mezclas, de las diferentes temporalidades, de las conquistas y de las liberaciones, pero también de los pactos y de las guerras, las militares y las económicas. ¿Es cierto que nuestra modernidad llega recién a mediados del siglo XX con la cultura de masas? ¿ O acaso comienza cuando somos abruptamente incorporados al mercado mundial después de la crisis del 29? ¿Qué experiencias modernas puede haber en las revoluciones por la independencia o en la consolidación del proyecto liberal en los finales del siglo XIX?

Por la bibliografía especializada, podemos al menos encontrar tres momentos fundacionales. El primero, del que ya algo hablamos con Ángel Rama, la ciudad organizada, la ciudad que se instala sobre la pretendida nada como un faro de luz en la tierra ignorada. La segunda, aquella que surge de las luchas de emancipación, entre 1800 y 1820, cuando en todo el continente despiertan movimientos de autonomía, de rebeldía. Intereses cruzados entre criollos, iluminados, comerciantes y militares. ¿Son las revoluciones de mayo en el Río de la Plata, las de Perú o Chile, producto de la conformación de una esfera pública que las antecede? Por último, la tercera, que entre 1870 y 1910, expresa más claramente los intereses y visiones de una burguesía dominante.

La ciudad ordenada

¿Por qué tardó cerca de 300 años en aparecer alguna forma de esfera pública en América? ¿La respuesta no habrá que buscarla en la forma y estrategia con que los conquistadores españoles usaron la escritura y diseñaron sus ciudades? Por esos meandros pareciera haber explorado, Ángel Rama, la conformación de la cultura americana y La ciudad letrada fue su respuesta. Porque es cierto que el sentido de la escritura fue en América diferente del europeo. Si bien casi simultánea con la expansión de la imprenta en las metrópolis, la letra tuvo otras funciones en la “Nueva España”. Imbuidos del espíritu demiúrgico, los conquistados usaron la letra, la escritura, los símbolos, para hacer paradójicamente de nuevo lo viejo. Así llamaron a sus ciudades: Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Granada. Cuando llegaron al nuevo continente, estuvieron desde el principio marcados por algunos estigmas. Ser pequeños príncipes en tierras salvajes, volver lo antes posible ricos y famosos, haber inaugurado en planos y ordenanzas un nuevo mundo, y devolverle a España y a si mismos la gloria que perdieron o nunca tuvieron. La conquista fue en eso una idea resentida y la ciudad fue el sueño de un orden, dice Rama. “La palabra clave en todo este sistema es la palabra orden, ambigua en español como un Dios Jano (el/ella), activamente desarrollada por las tres estructuras institucionalizadas (la iglesia, el Ejercito y la Administración)…”1.

Diseñadas las ciudades bajo los preceptos del urbanismo griego de Hipodamos, en la formas racionales, del cuadrado o el rectángulo, esbozadas en un plano previo, y distribuidos los espacios, las ciudades fueron, desde entonces, en América, el símbolo de la luz y la razón, en su lucha incesante contra la barbarie. Fue tan fuerte ese signo que perdurará hasta entrado el siglo XIX.

“Una ciudad, previamente a su aparición en la realidad, debía existir en una representación simbólica que obviamente solo podían asegurar los signos: las palabras que traducían la voluntad de edificarla en aplicación de normas y, subsidiariamente, de diagramas gráficos, que las diseñaban en los planos, aunque, con más frecuencia, en la imagen mental que de esos planos tenían sus fundadores, los que podían sufrir modificaciones derivadas del lugar o de prácticas inexpertas”2.

Pero qué paradoja, las ciudades latinoamericanas eran y fueron por muchos años cabezas de playa de poderes extra oceánicos, dependientes por fidelidad, vivieron de sus periferias, de la explotación de los trabajadores a los que ignoraban en las minas, de los campesinos en las haciendas de las llanuras o de los pobladores originarios cuando necesitaban servicios o alimentos. La ciudades fueron siempre, en esa contradictoria experiencia, vicarias de sus contextos, unos contextos a los que rechazaban, una suerte de relación de maltrato mutuo.

Volver, recuperar lo perdido, fue por mucho tiempo el espíritu de los adelantados que se transmitió por generaciones. Bien lo captó Antonio di Benedetto en Zama, su retrato de este notario que busca de cualquier modo un barco de regreso. Van a tener que pasar varias generaciones en este continente inmenso para que los descendientes sientan esta tierra como propia. Y ese día comenzará la revolución.

Revolución y comunicación

Este subtítulo se lo debo al historiador platense, Cesar Luis “Tato” Díaz, que realizó un pormenorizado estudio sobre la prensa en el contexto de la independencia del Río de La Plata3. En su trabajo, luego de desarrollar la categoría habermasiana, junto con las observaciones de John Thompson (que reseñamos en la clase pasada), concluye que, más que definirla como esfera pública burguesa, el concepto adecuado sería esfera pública rioplatense. Esta tendría la característica de ser particularmente heterogénea (congregaba a criollos, españoles, lusitanos, ingleses, franceses); todos ellos dedicados a diferentes actividades (comerciantes, notarios, profesores, periodistas, militares, etc.) integraban ese espacio de intercambio de opiniones, de debates y rumores; pero también en la esfera pública rioplatense tenían una especial intervención las mujeres que oficiaban de organizadoras de tertulias, encuentros sociales, donde las noticias circulaban y se comentaban, anticipando ya el particular y significativo lugar de las mujeres en la gesta revolucionaria; pero también los jóvenes, una generación nueva, muchos de ellos recién llegados de sus estudios en Europa o la universidad de Charcas en el Perú, que se inspiraban en las nuevas ideas que ya circulaban en la región. Actores principales de la acción política que Cesar Luis Diaz rescata como un rasgo específico. En particular, “la habilidad” para generar acontecimientos políticos como el Cabildo de 1806.

Es importante señalar aquí, que a diferencia de las capitales virreinales históricas, como México o Perú, la del Río de la Plata estuvo por largo tiempo alejada del centro político del imperio hispánico. Nacida inicialmente como una pequeña aldea portuaria, recién recibió la autonomía virreinal en 1776. Fue originalmente un puesto de comerciantes, notarios, militares, eclesiásticos. Por supuesto, la información fue escasa o, mejor dicho, rudimentaria, y en su mayor parte circulaba desde la metrópolis hacia el puerto. Uno de los primeros libelos informativos fueron unas hojas manuscritas, “Noticias Comunicadas de la Colonia de Sacramento” (1759), donde se sintetizaban las breves noticias que se producían sobre arribo de embarcaciones, conflictos militares, rumores sobre la metrópolis o el precio de ciertas mercancías. Las informaciones podían ser más dramáticas, como cuando se reveló la muerte del Rey Fernando VI. Las Noticias Comunicadas de la Colonia de Sacramento llegaban a algunos personas de “relevancia” en Buenos Aires como militares, comerciantes o eclesiásticos. La Noticia Comunicada, como refiere Díaz, puede considerarse la primera experiencia informativa en el Río de la Plata y el antecedente inmediato al primer periódico manuscrito de la región, la Gazeta de Buenos Aires (1764), editado por Jean Baptiste de Lasalle del que se conservan solo cuatro copias en el Archivo General de la Nación.

La primera imprenta en el Río de La Plata fue creación de los jesuitas y fue de 1695, cuando, con jornaleros indígenas, desarrollaron la técnica para poder hacer los primeros textos impresos. El libro el Martirologio Romano impreso en 1700 se puede considerar el primer libro del Río de La Plata, junto con el diccionario castellano-guaraní en 1724, de más de 600 páginas. Luego desaparece en 1747, y los jesuitas importan un nueva imprenta de Italia para el Colegio Monserrat. La imprenta permanece ahí hasta la expulsión de los jesuitas en 1776; en 1779, el virrey Vértiz y Salcedo, la solicita para ser trasladada a Buenos Aires y radicándola en la Casa de Niños Expósitos.

Pero hubo que esperar una renovación en la historiografía de las independencias americanas para que al lugar de los periódicos y de la “sociabilidad” virreinal se le prestara debida atención (François-Xavier Guerra, 1992; Jorge Meyers, Pilar Gonzalez Beraldo, 1999; Hilda Sábato, 1998; Daniel Morán, 2017; Cesar Díaz, 2012, 2016). Fue como señala Daniel Morán en La revolución y la guerra de propaganda en América del sur, François-Xavier Guerra el que más destacó en su clásico Modernidad e independencias (1992) la importancia de la circulación de las noticias, los periódicos manuscritos e impresos, los espacios públicos de intercambio informativo, en el proceso revolucionario. Un proceso en el que es clave estudiar la constitución de las mentalidades de los actores. Actores que vivieron el proceso como un cambio epocal, como la construcción de una nueva etapa. Contra las teorías que sólo vieron esta crisis como una instancia política o la expresión de las consecuencias de la revolución francesa, François-Xavier Guerra, recuperó, para las independencias americanas, el lugar de transformación política y social que se le menoscaba en cierta historiografía. Si bien la independencia y la revolución son hechos distintos, participan en común por el sustrato cultural del que parten: la colonización española de la cual es impensable separadamente.

En ese marco es que se desató una verdadera guerra de propaganda y acción política a través de los medios.

“El debate es constante, pero a una escala geográfica diferente. Las capitales insurgentes polemizan con las capitales realistas. Buenos Aires y Santiago de Chile con Lima; Bogotá y Caracas también con Lima y con México, y todos con Cádiz, y recíprocamente”4.

Las noticias vuelan y, aunque resulte a esta distancia extraño, la información circulaba entre las diferentes capitales del virreinato, y los periódicos dialogaban entre si, desde La Gaceta del Gobierno de Buenos Aires, a Viva el rey, Gaceta del gobierno de Chile, o desde El Mercurio Peruano que le respondía a El sol de Chile o la Aurora, del otro lado de la cordillera.

Como señala Morán, los conflictos políticos marcaron fuertemente la prensa periodística y tanto las gacetas oficiales (La Gaceta de Santiago, por ejemplo, en Chile entre 1814 y 1817) de tinte contrarrevolucionario, como las oficiales de tinte revolucionario (como La Gaceta de Buenos Aires) mantenían un contrapunto editorial que, si bien por un lado reflejaban las posiciones de los sectores en pugna, a su vez, intensificaban los debates políticos de los ciudadanos. Esta vinculación entre periódicos y actores políticos fue tan intensa en el periodo revolucionario que estamos analizando que, por orden del gobierno, por ejemplo, La Gaceta de Buenos Aires llegó a leerse en voz alta en los púlpitos de las iglesias durante las misas o en las plazas públicas. Era indudablemente un clima de efervescencia. Así lo refleja un artículo de Viva el Rey. La Gaceta del Gobierno de Chile, en diciembre de 1816, redactado muy probablemente por su editor, el dominico, José M. Torre, reconocido teólogo y escritor:

“Hemos puesto ante los ojos del lector sensato el miserable estado a que se ve reducida la terca y rebelde Buenos Aires. No dirán sus apasionados que nos hemos servido de informes lisonjeros y abultados, de rumores vagos o de gacetas enemigas que pintan las cosas como quieren, no como son. Sus mismos periódicos, sus gacetas, sus manifiestos, sus proclamas, son los que nos dicen que ese pretendido estado necesariamente ha de morir abortivo, sin tener aún la dicha de nacer. Hemos copiado palabra por palabra y letra por letra sus expresiones”5.

Es interesante observar que dicha gaceta, cambió de nombre a partir de 1817, después del cruce de los Andes y las victorias de San Martín en Cancha Rayada. Pasó a llamarse: Viva la Patria. Gaceta del Gobierno de Chile.

Otro aspecto central a destacar en la conformación y desarrollo de las esfera pública rioplatense es la sociabilidad americana en tiempos de las colonias. En particular, esa que se desprende a partir de la crisis política que deviene de la caída de Fernando VII. Un aspecto para no desconocer aquí es que en las colonias, tanto en México, como en Perú o Buenos Aires, se había desarrollado una vasta burocracia administrativa estatal de letrados, contadores, maestros, diplomáticos, que tenían una clara dependencia de la metrópolis. A esta enorme cantidad de trabajadores de la cultura es a la que alude Ángel Rama llamándola “la ciudad escritural”. Es probable que esta enorme población de intelectuales, abogados y funcionarios públicos, fuera, en parte, una de las condiciones necesarias para que esta sociabilidad estable y de algún modo dominada por siglos de colonialismo, despertara, sin frenos, con las crisis política. Esta socialidad se desarrollaba principalmente en las tertulias, los café, las tabernas, los baños públicos, como señala Pilar González Bernaldo, en su trabajo, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina (2001), y fue la que nutrió los cabildos americanos que pueblan las ciudades desde 1806 en adelante. Es impensable, sin este profuso desarrollo de comunidades, que en tan poco tiempo, apenas 10 años, toda América entrara en la convulsión revolucionaria. Sociedades patrióticas, logias Lautaro, cafés literarios, sociedades literarias, grupos de lectores en casas de familia (como el antecedente de las tertulias en casa de Marcos Sastre que culminaría en el Salón Literario de 1837), fueron el antecedente fundamental de un proceso de político irrefrenable. En muchos casos, tanto en Buenos Aires, como en Chile o Lima, estas asociaciones surgen de los mismos suscriptores de los periódicos como La Gazeta de Buenos Aires o las de Chile. La primera de la que se tenga noticias fidedignas es El Telégrafo Mercantil de 1801, cuando convoca a su suscriptores a constituir una asociación literaria. Pero esta socialidad que cabalgaba entre lo privado y lo público, se fue extendiendo a las plazas y los teatros, formando lentamente un estado de opinión general que luego definiríamos como opinión pública. Por supuesto no hay que idealizar este intercambio de opiniones, ni la lectura compartida de noticias y mucho menos el juego de intereses en pugna. La esfera pública rioplatense distó en mucho de ser un ámbito sólo de buenas maneras, de caballerosidad cortesana. Desde el impacto político de las invasiones inglesas, la sociabilidad asumió tintes mucho menos palaciegos o diplomáticos. La atestiguarán las primeras medidas de la primera junta después de mayo de 1810 y la referencia imborrable del Manual de Operaciones de Mariano Moreno.

La ciudad modernizada

Lo que podríamos llamar con cierta prudencia segunda etapa de la esfera pública rioplatense se constituye entre los años 1868, presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, y 1910, con los festejos del centenario, cenit del esplendor del régimen liberal en Argentina. Pero en realidad es el resultado de múltiples factores vinculados en parte con la modernización tecnológica de la economía mundial, como de la continuidad de aquella primera que había surgido en las postrimerías de mayo. Es imposible pensar en este encumbramiento de clara prosapia liberal sin describir los años en que estuvo, en parte, raleada en el exilio en Uruguay o Chile (entre 1835 y 1853) o cooptada por el gobierno rosista, bajo el manto de los intereses comunes, como fue el puerto de Buenos Aires.

Lo cierto es que aquella que había comenzado incipientemente en mayo adquiere sus claros contornos a partir de 1870. En parte, a causa de diferentes procesos que la afectan y la modifican sustancialmente, en otra, porque aquello que había comenzado cincuenta años antes va madurando. Entre los procesos hay que mencionar el demográfico; la ciudad pasa de 40.000 habitantes en 1820 a 120.000 en 1860, y vuelve a triplicarse en más de 300.000 en 1880, en solo 20 años, de los cuales la mitad son inmigrantes. Otro factor clave es la urbanización de la ciudad, el crecimiento urbano, las obras de los grandes nuevos edificios públicos como el Congreso, el Correo, las estaciones de trenes, los subterráneos, toda una ingeniería civil que pone a la gran capital por encima del resto de las provincias, otorgándole a los porteños un privilegio que aprovechan. Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires, dice el refrán que ya por entonces comienza a escucharse. El otro factor es la sanción de las leyes de educación común en el continente, que en el caso argentino se produce en 1884, produciendo un aumento significativo de la alfabetización e impulsando a la vez el desarrollo de un sinnúmero de empleos públicos alrededor de la escuela, a lo largo y ancho del país. Maestro, profesores, universitarios, se convierten, en poco tiempo, en un staf permanente y activo de la vida pública y una forma larvada de empleo a intelectuales y artistas. Por otra parte culmina el largo conflicto interior con las poblaciones originarias, a partir de cruenta Conquista del Desierto, en un modo que tendrá largas consecuencias históricas. Ángel Rama interpretó este proceso de un modo brillante:

“Ya Darcy Rebeyro observó que los “descendientes de inmigrantes no consiguieron aún estampar su impronta en la ideología nacional” argentina, lo que hace evidente si se evoca la extraordinaria difusión del mito del pionero en Estados Unidos, el colonizador y el conquistador de tierras de indios que ha originado toda una filosofía de la “frontera” y a cuyos prototipos (el cowboy) se consagraron millares y millares de folletos populares durante el siglo XIX y se busca algún equivalente de entidad similar en el sur. Su inexistencia impone reconocer la fuerza constrictiva que en el sur ejerció la oligarquía dueña de tierras, paralizando el esfuerzo democratizador que el norte cumplieron los pioneros sedientos de tierras. La conquista del Desierto en Argentina sigue de cerca la conquista del Oeste de Estados Unidos, pero la primera es llevada a cabo por el ejercito y la oligarquía, mientras que la segunda concedió una amplia parte a los esfuerzos de los inmigrantes, a los que tuvo que compensar con propiedades”6.

A diferencia del Norte, el modo en que se desarrolla nuestra esfera pública y la unión nacional impone mitos fundacionales particulares. Si en el Norte fueron los pioneros, en el Rio de la Plata, la versión más condescendiente fue la de la “maestra rural” o el médico, dos formas meritocráticas de ascenso social que consagraron Manuel Gálvez y Florencio Sánchez; de tipo individualistas, ambos, tuvieron un relativo eco popular, porque larvadamente, en un proceso que venía de larga data, hacia los años ochenta comenzaron a gestarse los héroes marginales que expresaban una disidencia con los valores del liberalismo; me refiero a los bandoleros, los desclasados, como Martín Fierro o Juan Moreira; ambos relatos de la otra ciudad, la de la oralidad, de la cultura popular, la de la barbarie. La gran paradoja es que estos relatos (aunque la historia de Moreira era fidedigna), elaborados en forma de novela poética por Hernández y como folletín por Eduardo Gutiérrez, tuvieron un enorme éxito en el período. Hernández escribió su crónica gauchesca pensando que hacía un rescate casi documental sobre una cultura que estaba desapareciendo, y la leyenda de Moreira se agigantó en el diario La Patria Argentina entre 1879 y 1880, hasta convertirse luego en circo, con los hermanos Podestá, más tarde en radioteatro, hasta llegar al cine, por primera vez mudo, en El centauro, de 1923.

Aquí es importante señalar el sexto factor fundamental, sin la cual la caracterización de la esfera pública rioplatense quedaría incompleta: la prensa y su relación con el movimiento asociativista y los partidos políticos. Es profusa la bibliografía que ha tratado la historia del periodismo del siglo XIX, como también los trabajos sobre las asociaciones en Buenos Aires del periodo, asociaciones de ayuda mutua, asociaciones de inmigrantes, clubes deportivos y culturales, comités políticos; pero a lo largo de los últimos años, se ha intensificado la consideración vinculante entre estas variadas dimensiones. En especial, el trabajo de Hilda Sábato, para el periodo de 1820 a 1860, La política en las calles, como el que ya mencionamos de Pilar González Belardo o el de Morán y Diaz, pero también de toda la escuela de Historia Social, que se desarrolla alrededor de José Chiaramonte, Halperin Dongui, José Luis Romero, y otros autores, que han reconstruido las formas de la lucha política en la constitución de la nación argentina, el análisis de los discursos políticos en la prensa (ver por ejemplo aquí, Ricardo Sidicaro, sobre el diario La Nación). Todos rescatan centralmente la idea indisociable de que las diferentes campos que estamos mencionando (según la definición del concepto en Bourdieu), le campo político, el del periodismo, el intelectual, e incluso el de las asociaciones y grupos artísticos culturales, son en realidad conjuntos que se intersectan. El punto quizás de superposición de los círculos lo conforma el acuerdo liberal conservador que domina la escena política luego de 1870, y que tiene en el diario La Nación, fundado en 1972, por Bartolomé Mitre su expresión ideológica más acabada.

Inmigrantes, educación común y ferrocarriles

Entre 1869 y 1914 se producen en Argentina tres transformaciones que son definitivas en la constitución de un modelo nacional hegemonizado por la oligarquía agroexportadora: el ingreso masivo de inmigrantes, la consagración de la educación primaria obligatoria y la expansión de los ferrocarriles. Según Alejandro Cattaruzza, la población argentina en 1869 era de 1.870.000 habitantes, en 1914 esa cifra treparía a 8.090.0007. El aumento extraordinario de la población obedecía al crecimiento vegetativo, pero también a una marcada influencia de las migraciones; así el porcentaje de extranjeros pasó de un 11% en 1869 al un 30% en 1914. La mayor parte de esta nuevas poblaciones se asentaron en las ciudades, generando un proceso acelerado de urbanización que contradecía el discurso oficioso de expansión agropecuaria; la falta de una política de distribución de la tierra acompañando el proceso migratorio tuvo claras consecuencias negativas en la historia posterior del país. La segunda modificación sustantiva la produce la sanción de la Ley 1420, por la cual se establece la enseñanza primaria obligatoria, sobre la base de un concepto que comenzó a desarrollarse en el mundo occidental a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Este concepto estaba basado en la necesidad de impulsar una cultura compartida en las naciones y de la socialización de ciertas destrezas (la alfabetización) para incorporar mano de obra a las transformaciones productivas resultado de la se-gunda revolución industrial. En América, este proceso se desarrolla entre 1880 y el final del siglo XIX, y en el caso argentino, el representante más caracterizado fue Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), que, por entonces, luego de dejar su presidencia, cumplía funciones como Superintendente de Educación, en el gobierno de Justo Argentino Roca (1843-1914). Fue en ese contexto que en 1884 se sanciona la ley que consagra del derecho a la educación primaria, obligatoria, gratuita y laica, que puso en vigencia por primera vez en todo el territorio nacional una política pública en materia educativa. Esta política educativa fue concomitante con la tercera transformación definitiva del paisaje económico nacional: la extensión de las vías férreas que permitieron integrar la producción agrícola del país a su puerto exportador. En menos de cuarenta años, la trama ferroviaria pasó de 1.380 kilómetros de vías en 1875 a más de 34.000 kilómetros en 1914. Así, el país consolidaba desde el punto de vista cultural y económico un modelo agroexportador en todo el territorio argentino, devenido de los acuerdos superestrucurales que se habían definido en la Constitución del 53. El impacto de la educación común también se vería reflejado en las décadas posteriores. En 1869 Argentina tenía al 77 % de la población analfabeta. En 1914 ese índice había descendido a 33%. Por supuesto que el objetivo de las clases dominantes estaba circunscripto a construir sobre el modelo de las escuelas normales un modelo de país: esta homogeneidad educativa tuvo dos dimensiones, por un lado un dispositivo de tipo horizontal, es decir, los conocimientos que se impartían eran comunes en todo el territorio, independientemente de los contextos, y en segundo lugar, un dispositivo de tipo vertical, es decir, los educadores eran formados en las mismas escuelas y por tanto el modelo de enseñanza se replicaba entre las generaciones sobre la base de un patrón común que daba continuidad al modelo ideológico educativo: la modernización del país como agente exportador de materias primas para el capitalismo en desarrollo de los países centrales. Sarmiento lo dijo de manera taxativa: “Hombre, pueblo, nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”.

1 Rama, A., (1988), La ciudad letrada, Montevideo, Uruguay, Arca, pág. 19.

2 Ibid., pág 21.

3 Diaz, C., (2017), Comunicación y revolución, La Plata, Argentina, Ediciones UNLP.

4 Guerra, F., Modernidad e independencias, (2000), México D.F., México, Fondo de Cultura Económica, págs. 382-383.

5 Morán, D., “La revolución y la guerra de propaganda en América del Sur”, tesis de doctorado, 2017, repositorio Filo:Uba, pág. 54.

6 Rama, Ángel, ibid., pág. 64.

7 Datos de los censos nacionales de 1869, 1889 y 1914 citados por Alejandro Cattaruzza en Historia de la Argentina 1916 1955, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2016

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