Clase 11: Los Juegos Olímpicos de la Juventud

En 2018, Argentina consiguió al fin ser sede olímpica: tras varios intentos fallidos, el olimpismo llegaba a Buenos Aires, aunque en su vertiente juvenil, y en un momento de profunda crisis económica y recortes en el deporte que aportaron un contexto convulsionado a los Juegos. El evento, de todos modos, fue un éxito deportivo y de audiencia, aunque la herencia que deja detrás es pesada, en particular para los bolsillos de los contribuyentes porteños…

1. Por qué hay Juegos Olímpicos Juveniles

Existe la extendida noción de que la audiencia televisiva de los Juegos Olímpicos ha caído estrepitosamente. Que es algo del pasado, que ya no interesa. Que no se paralizan países como en el Mundial. La noción es errónea: es cierto que en 2008, impulsados por millones de ciudadanos chinos que encendieron sus pantallas para ver los Juegos de su casa, la teleaudiencia trepó a unos 4.400 millones de espectadores, una cifra que ni los Juegos de verano ni los de invierno pudieron volver a tocar. Pero también es cierto que desde los Juegos de 2004 el evento ha sostenido su teleaudiencia alrededor de los 3.500 millones de espectadores en todo el globo, y que no ha perdido audiencia entre Londres y Río.

Crédito: statista.com

Esto habla de la permanencia de los Juegos en un sitio de privilegio entre los eventos deportivos mundiales. Además, aún señalando la “caída” entre Beijing y Río (circunstancial, según esta lectura), un evento que lleva a 3.500 millones de espectadores a sus pantallas sigue siendo un banquete para los anunciantes. También para las señales de televisión, que han perdido sostenidamente audiencia frente a las nuevas pantallas y que ven en los Juegos la chance de recuperar la gloria perdida. El dinero de la tevé y los anunciantes, entonces, no corre peligro. Y, por lo tanto, no corren real peligro los Juegos Olímpicos como evento faraónico, porque es en su gigantismo en el que se apoya esa marca tan apetecible para los sponsors: es el más grande evento deportivo de la historia del planeta.

Sin embargo, sí observa el Comité Olímpico Internacional con cierta preocupación el aumento del promedio de edad del espectador de los Juegos. El espectador promedio de los Juegos Olímpicos es varón y mayor de 55 años, un grupo demográfico poco atractivo para los anunciantes: es el grupo menos consumidor, junto a los adultos mayores. Las marcas buscan venderle a las mujeres de entre 30 y 40 años y, claro, a los adolescentes, los grupos de máximo consumo. En el caso de los adolescentes, además, al promocionar productos para grupos demográficos jóvenes las marcas consiguen adherir a su imagen una frescura juvenil.

Crédito: Nielsen

En la última edición, los ratings entre adolescentes fueron un 57% más bajos respecto a la media nacional, y Río marcó además una caída del 30% de la audiencia de entre 18 y 34 años. Estrepitosa, para un evento que se sostiene gracias al dinero de auspiciantes y televisión: si los Juegos Olímpicos permanecen relevantes, es en la mente de quienes crecieron viendo al evento como un hecho único, bañado de mística y nostalgia. Hoy hay eventos globales de casi todos los deportes, y numerosos eventos multideportivos. La competencia en el campo deportivo es ardua, y el consumidor joven se vuelca hacia nuevas expresiones, más ligadas a las actividades y preocupaciones de su generación que a lo que veían sus padres.

Esta realidad alarma al COI, que hace poco más de una década dio un paso profundo para recuperar a su audiencia juvenil fugitiva: en la 119ª sesión celebrada en la Ciudad de Guatemala, en 2007, Jacques Rogge -entonces presidente de la entidad- anunció que en 2010 se celebrarían los primeros Juegos Olímpicos oficiales reservados a deportistas menores de 18 años, un evento que no tendría sólo un perfil deportivo sino educativo para los competidores y para el público presente (el relato de siempre, salpicado de bellos valores olímpicos), con el objeto de establecer una base confiable de consumidores. 

El Comité Olímpico Internacional siempre estimó conveniente generar una competencia en edades formativas, así como existen mundiales Sub-21, Sub-19, Sub-17 o Sub-15 en la mayoría de los deportes reconocidos por el COI. Y hasta hubo un primer intento, en 1998, como parte de los festejos del 850º aniversario de la fundación de Moscú: hasta la capital rusa llegaron 7.500 representantes menores de 17 años de 140 países para competir en los Juegos Mundiales de la Juventus, una competencia multideportiva que si bien contó con el padrinazgo del COI no se consideró de manera oficial. Argentina trajo a casa cuatro medallas, todas en tenis, gracias a la magia de dos futuros astros: Coria y Nalbandian. 

Pero la experiencia no tuvo continuidad hasta que, en aquella sesión de 2007, se estableció la creación de una competencia juvenil tanto en términos de participantes como, esperaba el COI, en términos de espectadores: para ello, claro, el evento precisaba una lavada de cara, la inclusión de disciplinas emergentes, un formato más atractivo, música, show…

2. Los valores jóvenes del nuevo deporte

Al lidiar con una nueva audiencia, lo que se intenta es seducir a espectadores con hábitos diferentes. Los Juegos Olímpicos de la Juventud ofrece por lo tanto menos deportes “tradicionales”, muchos de ellos en versiones nuevas, más cortas y por lo tanto más dinámicas, vertiginosas, llenas de goles y resultados definidos en el último instante (basket 3×3, hockey 5), adecuadas para atrapar la siempre fugitiva atención del espectador joven, que cuenta con una multiplicidad de ofertas hacia las cuales partir. Y además, los Juegos Olímpicos de la Juventud son la puerta de entrada al olimpismo para muchos deportes jóvenes y urbanos, como la escalada, el skate, BMX, breakdance: disciplinas que pasaron su vida al margen del movimiento olímpico, pero cuyo mercado creció tanto que ya no pueden ser ignoradas.

Esto es particularmente cierto en Estados Unidos. El deporte urbano se desarrolló en las urbes estadounidenses, y recién en la última década comenzó su expansión global de forma profunda. Sin embargo, Estados Unidos representa el principal ingreso televisivo para los Juegos Olímpicos, y también es, claro, el principal mercado consumidor, motivos por los que el COI no quiso esperar a ver si estas actividades emergentes se volvían globales para empezar a acercarse a ellas.

De todos modos, desde mediados de los 90 comenzó a quedar claro el potencial global de deportes como el skate y el ciclismo BMX: hasta entonces, eran actividades de nicho, realizadas por las juventudes (habitualmente, incluso, juventudes al margen) de ciertas ciudades estadounidenses. Alrededor de aquellos jóvenes se fueron desarrollando algunos negocios de venta de indumentaria y equipamiento, pero todo era, hasta ese momento, pequeño, amateur. Incluso, la mayoría de las marcas hoy globales alrededor del surf y el skate fueron formadas por practicantes que vieron temprano la veta.

Pero en 1995 ESPN comenzó a intentar capitalizar ese mercado emergente con la celebración de los primeros X Games. En sus primeras ediciones, un evento chico, con poco dinero en juego y una organización rústica. Pero, en apenas una década, los Juegos se convirtieron “libra por libra en el más valioso emprendimiento del deporte televisado”, y un favorito de las marcas “ansiosas por llegar a la elusiva audiencia de entre 12 y 19 años”, escribía en 2004 el economista Monte Burke en Forbes. En apenas cuatro años, los Juegos habían aumentado 150% su audiencia, impulsado el nacimiento de ESPN2 y generado una increíble cantidad de productos que se vendían con el logo de los X Games adherido, desde DVDs hasta helados. El negocio, además, es redondo: los Juegos los organiza ESPN, por lo cual no tiene que pagar nada por los derechos televisivos. Es todo ganancia para el canal. 

El despegue fue pronunciado en Estados Unidos porque la juventud norteamericana quería ver los deportes que practicaba en su barrio, en lugar de, por ejemplo, una competencia de esgrima. Eran, además, deportes con una lógica diferente: no solo eran breves y espectaculares (y rebeldes, característica irresistible para las marcas), sino que tenían un espíritu amateur, atado con alambre, un sabor a una reunión de amigos algo desquiciada, una cercanía que el deporte tradicional e hiperprofesional ya no transmitía. Y llegaban, además, imbuidos de nuevos valores: ya no importaba tanto para las nuevas juventudes ser “más rápido, más alto y más fuerte” como experimentar, ser parte de una comunidad, divertirse. 

El desembarco en el mundo, sin embargo, fue un proceso más lento: los deportes urbanos no se habían instalado en todo el planeta de la forma exitosa que ya lo habían hecho en Estados Unidos, con décadas de desarrollo. En Argentina, por ejemplo, los jóvenes también querían ver el deporte que practicaban en el barrio, pero ese deporte seguía siendo el fútbol. Recién esta generación ha visto una verdadera ampliación de las prácticas urbanas emergentes, y todavía sigue siendo una actividad incipiente. Sin embargo, con el impulso de su compañía madre, ESPN empujó a la globalización del deporte extremo, llevándolo a otros mercados clave, particularmente el asiático. Red Bull hizo lo mismo con otras actividades extremas, y ambas expansiones se vieron favorecidas por el alcance global que les permitió internet: la expansión de trucos y marcas en las pruebas que durante años se hacía a través de videos caseros que se vendían de forma local, llegaba de repente a todo el mundo, cimentando la comunidad global del deporte extremo con gran velocidad desde el cambio de siglo. De la misma forma se expandieron en la última década los eSports, otro gran vector de la atención de los consumidores deportivos adolescentes y jóvenes adultos, un mercado que consume más de mil millones de dólares al año y que cuenta con más de 250 millones de jugadores.

Las cifras eran contundentes, y el COI no tardó en comenzar a introducir estas disciplinas jóvenes en su autobús olímpico. De hecho, tres de los cinco nuevos deportes de Tokio 2020 (surf, skate, escalada) pertenecen a este grupo de disciplinas jóvenes. E incluso los eSports ya han sido confirmados como parte de los Juegos Asiáticos para 2022: la discusión no es tanto si “constituyen deporte o no”; el beneficio para el movimiento olímpico de sumar estas disciplinas es claro. Por eso, en la última Carta Olímpica desapareció la regla que dictaba que, para ser un evento olímpico, el deporte debía ser traccionado por sangre.

A estos datos de la realidad, se sumaba el hecho de que la mayoría de las federaciones deportivas dependían (lo siguen haciendo) del COI, que comparte las ganancias de cada Juego con los organismos internacionales. Solo un puñado habían conseguido, en el recorrido que fue desde 1990 a 2010, independizarse de ese estipendio que llegaba cada cuatro años: el resto no había alcanzado grandes acuerdos de sponsoreo internacional porque, en contraste con las disciplinas emergentes, no eran deportes atractivos para las marcas. 

Así fue que el COI decidió sumar a los nuevos deportes ante la evidencia de su popularidad, un proceso que comienza en aquel 2007 con la decisión de desarrollar la primera edición de los Juegos Olímpicos de la Juventud en 2010, que ya llevaba el ADN del evento: nuevos deportes, disciplinas mixtas en género y nación, un principio de universalidad que proponía que al menos haya dos competidores por país y la decisión de llevar a los países emergentes su marca a través de estos eventos, más pequeños en escala y que promovía el uso de estructuras preexistentes a las ciudades candidatas (la palabra “sustentable” comenzaba entonces a ser parte del lenguaje habitual del COI).

Así, la primera vez de los YOG (por la sigla en inglés de Youth Olympic Games) fueron para Singapur, en lugar de para Moscú, que también quiso ser sede: la ciudad Estado asiática, uno de los principales puertos del planeta, recibió a 3.517 deportistas de 205 naciones. Argentina asistió con una delegación de 59 deportistas (26 mujeres), con Braian Toledo como abanderado en la ceremonia inaugural. El equipo se colgó cinco medallas oficiales, además de otra en una prueba multinacional. Apenas cuatro años más tarde, los Juegos volvieron a un gigante, China: Nanjing fue sede en 2014 por encima de Poznan y Guadalajara; Argentina llegó al otro lado del mundo con 60 atletas, que trajeron 11 medallas, dos de ellas doradas. La alta cosecha del país, que estallaría en la próxima edición, tiene varias explicaciones, más allá del talento y el apoyo político: se trata de un evento que reparte muchas preseas en disciplinas inéditas, sin tradición y grandes potencias, o mixtas, donde algunos concursantes de ciertos países se llevan el beneficio de una medalla olímpica por ser parte de equipos fuertes. Además, las grandes estrellas jóvenes del deporte suelen esquivar, considerándose ya parte de la elite adulta.

Braian Toledo, campeón en Singapur 2010

Pero a pesar de ser un evento que todavía muestra un nivel desparejo y pocos momentos deslumbrantes, los YOG han brindado a los deportistas emergentes la oportunidad de probar la competencia olímpica, como transición a los Juegos Olímpicos: en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, 23 atletas que compitieron en los YOG de Singapur 2010 ganaron un total de 25 medallas en 11 deportes diferentes; la suma se incrementó cuatro años más tarde, en Río 2016, cuando el total de medallas logrado por los atletas de YOG se triplicó a 80 medallas, 19 de ellas doradas.

3. Los Juegos en casa

La tercera edición de los Juegos Olímpicos de la Juventud tuvo lugar en 2018 en Buenos Aires: finalmente, tras varios intentos fallidos (no consiguió completar los pasos burocráticos para ser sede en 1936 y 1940, perdió por un voto en 1956, y tampoco consiguió imponerse en 1968 y 2004), Argentina sería la casa de los Juegos Olímpicos, aunque fueran juveniles.

El hacedor era, otra vez, Gerardo Werthein, presidente del COA y principal fogonero del Enard, quien como base de la propuesta retomó el proyecto de Buenos Aires para ser sede en 2004, en particular su Corredor Olímpico, una franja ribereña de la Ciudad con la Avenida del Libertador como columna vertebral, que se iniciaba en la Avenida General Paz y llegaba más allá de Puerto Madero, y que centralizaba el grueso de las actividades competitivas en una franja de 30 kilómetros cuadrados. 

El programa original de la postulación de Buenos Aires 2018 revitalizaba la frustrada idea del Corredor Olímpico que, para no generar gastos innecesarios, utilizaría 13 de las sedes alineadas en una franja casi externa al caos de la ciudad (River Plate, Boca Juniors, La Rural, Tiro Federal Argentino, GEBA, Cenard, Hipódromo de Palermo, Bosques de Palermo, Buenos Aires Golf, Club Hípico Argentino, Parque de los Niños, Parque Sarmiento y CUBA). Fuera del organigrama, se sumaba la pista de remo de Tigre y un estadio de atletismo a ser construido en Parque Roca. La Villa Olímpica se erigiría en Villa Soldati y tras la competencia se destinaría a viviendas sociales, tal como lo dejó claro Mauricio Macri a los medios internacionales en aquel momento. Esa idea fue la base para el proyecto que contó con el aval de Mauricio Macri, entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y que consiguió unir para la foto a Macri y a Cristina Fernández de Kirchner, entonces presidenta.

El plan original >>>> http://mauriciogenta.com.ar/wp-content/uploads/2014/03/Buenos-Aires-2018-Plan-for-YOG.pdf

Buenos Aires se inscribió como candidata en marzo de 2012: habían pasado 15 años del último intento por ser sede olímpica y Argentina sabía que sus limitaciones estructurales y presupuestarias, y las profundas crisis económicas que había sufrido desde entonces el país, no permitían soñar con ser la casa de unos Juegos de adultos, pero teniendo en cuenta la decisión del COI de llevar a través de los YOG la marca olímpica a los países emergentes, y su intención de privilegiar propuestas “sustentables” desde lo ecológico y económico, Buenos Aires podía presentar un proyecto austero y posicionarse como una de las principales candidatas. Pero era una entre seis: competiría con Glasgow, Guadalajara, Medellín, Poznan y Rotterdam. Cuando llegó la elección, en 2013, Poznan, sin garantías financieras, se cayó, y el COI le bajó el pulgar a México y Holanda. 

Buenos Aires ganaba fuerza: el COI aprobaba el proyecto general en cuanto a infraestructura, aunque, claro, tenía sus dudas en cuanto a las fluctuaciones económicas del país. El COI pedía que se “garantizara una entidad pública que pueda financiar y cubrir cualquier déficit del presupuesto de Comité Organizador. (…) El presupuesto de YOG Buenos Aires, si bien carece de entendimiento de las operaciones de los Juegos, parece ser consistente con los niveles de servicio descritos en el archivo de candidatura y la mayoría de los costos clave se han tenido en cuenta. (…) Cualquier déficit en el presupuesto de YOG sería cubierto por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las altas tasas de inflación desde 2012 hasta 2018 también serían un riesgo que tendría que abordarse en el futuro”. 

Buenos Aires 2018 proponía un presupuesto balanceado: 104,69 millones de dólares para sustentar los gastos y logística propia de los Juegos y otros 126,4 millones de dólares para amortizar todas las inversiones en infraestructura permanente directamente relacionadas con la celebración del evento, la mayoría de los cuales se derivaban a la construcción de la futura Villa Olímpica en Villa Soldati. El global desembolsado (231,09 millones de dólares) se ubicaba entre los 170 millones que proponía gastar Medellín (con infraestructura heredada de los Juegos Sudamericanos 2010) y los 441 millones que anticipaba invertir Glasgow, y, decía la ciudad, el presupuesto (que al cambio representaba algo más de mil millones de pesos) implicaba solamente el 1% del presupuesto de la ciudad, un poderoso argumento que se repitió como un mantra. Tras las devaluaciones, sobreprecios y otros negociados, el costo de organizar los Juegos estallaría: hoy se pueden leer las crónicas de la increíble evolución del presupuesto casi como si fueran comedias.

La elección para la sede de 2018 se realizó el 4 de julio de 2013 en Lausana, la ciudad suiza que alberga el COI. Se realizó en dos rondas: en la primera, en la que Buenos Aires cosechó 40 de los 85 votos posibles, dejó afuera a Glasgow, que sólo recibió 13 adhesiones; en el mano a mano ante los representantes colombianos, fue triunfo porteño por 49-39.

Buenos Aires, elegida sede para 2018

4. Historia de un presupuesto

Pero la propuesta ganadora llevaba inscrita una falacia que provocaría que en el siguiente lustro el presupuesto creciera y creciera, quedara sumido en todo tipo de sospechas y, manipulado y dibujado, perdiera transparencia: el gasto de poco más de mil millones de pesos que había estimado la Ciudad de Buenos Aires se imaginaba con un dólar a 4,50, y ya cuando se presentó la propuesta, la moneda verde cotizaba a 5,36. Y en franca tendencia alcista: la moneda cerró el año tocando los diez pesos: el presupuesto se había duplicado como por arte de magia en cuestión de meses. 

Durante dos años no hubo grandes novedades. Y en 2015, Macri asumió como presidente y dejó la jefatura de Gobierno de Buenos Aires a Horacio Rodríguez Larreta, que generó un impensado volantazo en el plan de acción pese a que ambos compartían el signo político, al colocar su mirada sobre las zonas verdes del norte de la ciudad: por eso, apuntó la mirada al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), ubicado en la coqueta y carísima Núñez. Con la excusa de los YOG, sin embargo, el gobierno de la ciudad comenzó a tejer la idea de construir nuevas estructuras al sur, y mudar, tras los Juegos, a los deportistas de alto rendimiento lejos de las costosas tierras de Núñez.

Sin hacer demasiado ruido, se reformuló con este fin la ubicación de los escenarios de Buenos Aires 2018: Distrito Villa Olímpica fue el nombre dado por una ley local que mudaba masivamente el corazón de los Juegos a la frontera sur de la ciudad, donde el único emplazamiento que existía era el estadio Mary Terán de Weiss, que, para colmo, finalmente no se utilizaría para ningún evento por falta de mantenimiento (eso sí, no dejaron de techarlo: originalmente presupuestado en 95 millones de pesos, el Estado terminó erogando más de 400 millones de pesos a la empresa Teximco-DAL para la construcción). El nuevo plan de operaciones generó cambios en las sedes de 33 de los 36 deportes reubicándolos en un organigrama de cuatro parques deportivos (Palermo, Tecnópolis/Parque Sarmiento, Puerto Madero y Villa Soldati, además de cuatro subsedes en el GBA desperdigadas por San Isidro, Vicente López y Hurlingham). Y los cambios de infraestructura obligaron, claro, a una revisión de los números y a un aumento exponencial en los costos.

El plano final de Buenos Aires 2018

¿A cuánto? “Lamentablemente, Argentina no tiene un historial de prolijidad en las cuentas y en ninguna de las grandes citas deportivas de los últimos 50 años hubo balances oficiales. Si algo pudo conocer la ciudadanía del discrecional uso de sus recursos debe agradecérselos a los periodistas. Así, se puede establecer que el Mundial 1978 de fútbol costó al país 520 millones de dólares, según la valiente investigación que hiciera Ezequiel Fernández Moores para la Agencia Diarios y Noticias en plena Dictadura, investigación que EFM recuperó en su libro ‘Juego, luego existo’. Tampoco hubo un informe exacto de cuánto puso la administración menemista para llevar adelante los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995 y sólo la reconstrucción histórica permitió calcular cifras cercanas a los 160 millones de pesos-dólares. Más acá en el tiempo, tampoco el improvisado gobierno liderado por Jorge Telerman preparó ningún documento de cierre para los muy acotados Juegos Sudamericanos 2006, organizados de apuro en Buenos Aires, que costaron unos ocho millones de dólares, casi tres veces lo pautado al aceptar un año antes el desafío de cubrir la vacante dejada por La Paz”, explicaba Ernesto Rodríguez en su página web, antes de lanzar los resultados de su investigación.

En la misma, explicaba que la gestión procuró diseminar los gastos en ministerios y secretarías para enredar el seguimiento, y escondió mediante otras estrategias una serie de gastos. Aunque Thomas Bach asegurara que los Juegos habían costado 40% menos de lo previsto, en confidencia Werthein le admitía a su aliado del COI que el costo había escalado a 650 millones de dólares. “Unos $ 8.000 millones”, determinó Blanca Pallaro, integrante del equipo de investigación de La Nación, tras el cierre de los Juegos. Rodríguez llegó a una conclusión mucho más elevada: “Tras casi dos años de cruzar información oficial y oficiosa, podemos establecer que para los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018 se gastó un monto equivalente a U$D 1.090.958.779,08 que, traspolados a la cotización actual de la moneda estadounidense según el Banco Nación, da un total de $ 47.347.611.012, es decir más de 45 veces lo falsamente prometido por la dupla Macri-Werthein hace seis años en Suiza. La inmensa mayoría de lo dispensado proviene de fondos públicos: los escasos convenios de patrocinio fueron, en realidad, contraprestaciones y sólo el COI aportó un fondo de asistencia U$D 64 millones ($ 2.777.600.000 al cambio de hoy) –el 28% más de lo que aportó para la anterior edición, en Nanjing 2014– para afrontar los gastos de pasajes de los deportistas, así como los traslados y estadía en hoteles de lujo de los miembros COI y su entorno”. Ambas cifras exceden lo planificado y, claro, el 1% del presupuesto. De hecho, equivale a unos 50 presupuestos respecto al dinero que recibió la Agencia de Deportes en 2019…

Los que se beneficiaron de estos fondos públicos erogados durante un lustro fueron, claro, las empresas privadas que consiguieron proveer para el Estado las obras y servicios necesarios. Un proceso común en los Juegos Olímpicos, y el motivo por el cual las ciudades continúan deseando ser sede: “Con múltiples ciudades que quieren ser sede, es casi imposible de evitar que se hagan propuestas que superan lo posible, algo que es más probable aún debido a que los grupos que empujan a la candidatura representan sus intereses privados, no los de la ciudad. Estos grupos no tienen que pagar las facturas de la construcción, sino que son los que reciben los pagos al obtener las lucrativas licitaciones”, explica Andrew Zimbalist (2015, 36).

Agrega Rodríguez, tras analizar más de mil procesos de contratación tanto de manera directa como licitaciones y demás acuerdos por deuda efectuados por las diferentes áreas del gobierno de CABA relacionados a la realización de Buenos Aires 2018: “Muchos de los beneficiados son habituales proveedores del Estado y dos de cada tres de las empresas que integran esta selecta lista poseen vinculación directa por tener a miembros del directorio con lazos familiares, haber sido aportantes de Cambiemos en las campañas electorales de 2015 y 2017 o haberse visto envueltos en irregularidades administrativas por convenios firmados con las administraciones de CABA y Nación. Más grave aún: revisando las operativas de las compañías mencionadas en el cuadro de abajo, se encontró que 42 de ellas se beneficiaron con sobreprecios en los contratos que suscribieron con vistas a Buenos Aires 2018”

Un festín del gasto, demasiado para un evento que según el propio Macri le dijo al COI, solo precisaba de la construcción de la Villa Olímpica. Por supuesto, también la famosa Villa, que tras los Juegos iba a ser destinada a viviendas sociales, sufrió problemas: un obrero perdió la vida, costó casi tres veces lo propuesto inicialmente producto de marchas y contramarchas y de los costos crecientes que presentaban los licitadores frente a la devaluación, y finalmente entregó, de forma tardía (los departamentos siguieron en obra hasta julio de 2019) viviendas con problemas severos, que comenzaron costando 50% más del valor de mercado para la zona y que ajustaron además su costo a la disparada del dólar (las cuotas aumentaron al ritmo de la inflación, de más del 50% durante ese 2018, para quienes habían accedido a los créditos inmobiliarios para adquirir una vivienda en el Barrio Olímpico), a pesar de lo cual la inversión no se recuperaría. 

Al menos no fue un “elefante blanco”, como el que hoy se erige enfrente, en el viejo Parque Roca: allí donde Larreta mudó los Juegos para “liberar” la zona del Cenard, se construyeron una serie de edificios, muchos con tribunas temporales, y una imponente pileta olímpica, y se llevaron equipos de primer nivel para múltiples disciplinas, pero casi todo continúa hoy sin ser utilizado.

5. Días de gloria

Con todo, los Juegos fueron un enorme éxito. Gratis y con muchos eventos realizados al aire libre en los parques de la ciudad, fueron los Juegos Olímpicos de la Juventud con más espectadores en vivo, con 200 mil personas solo en aquella ceremonia inaugural en la 9 de Julio y alrededor de un millón de espectadores en total, a años luz del récord establecido en Nanjing de 610 mil espectadores. Las famosas pulseritas que permitían el acceso se agotaron antes del comienzo de las actividades. 

Y también fue un éxito deportivo: Argentina conquistó 32 medallas (11 de ellas doradas) y un sinnúmero de momentos emotivos, acompañados por el calor de un inesperado fervor popular que excedió, por lejos, las expectativas organizativas haciendo chicos a los estadios diseñados.

Aunque no hay recuento oficial de medallas, parte de la decisión del COI para promover una competencia sana en su base de deportistas (además, el recuento se vuelve engorroso, porque muchas medallas llegan en los equipos de nacionalidad mixta: seis, en el caso de Argentina), el país culminó sexto en el medallero: le sacó el jugo máximo a una delegación de 142 deportistas que tuvo presencia en todos los deportes, con excepción de saltos ornamentales, ventajas de una localía que le permitió superar ampliamente el personal de las potencias, limitadas por reglamento a menos de un centenar de competidores (Rusia, el mejor del medallero con 65 preseas, trajo 93 deportistas; China movilizó 82 para quedar segunda en la lista con 41 e Italia, tercera con la misma cantidad de podios, lo logró con 83). Además, como ya hemos planteado, algunas grandes figuras del deporte juvenil se quedaron en casa y enfocaron sus cañones a competencias de mayores.

Pero no solo fue cuestión de aprovechar la localía: el éxito era resultado de una política planificada desde el Enard, que desarrolló un plan técnico en 2013 para encontrar y desarrollar talentos nacidos entre 2000 y 2003 de cara a Buenos Aires 2018. La pesquisa comenzó en enero de 2014 con el lanzamiento de un ambicioso programa para sentar las bases de la próxima generación olímpica. En una primera instancia se testearon en todo el país unos 700.000 para detectar particularidades biotípicas o destrezas específicas. En una segunda instancia, a partir de 2015, comenzó la selección en 27 campamentos específicos en los que se seleccionaron 8.000 jóvenes con talento por sobre la media en 29 deportes. Una selección con algunas irregularidades, y la sombra de la aplicación determinista del “modelo del biotipo” tan temprano en la vida, en plena etapa de desarrollo de varones y mujeres, de la que quedaron tras 18 meses, 142 deportistas que fueron becados entre 2015 y 2018 para convertirlos en medallistas olímpicos: entrenaron en el alto rendimiento, viajaron a competencias por todo el mundo y cobraron un ingreso, una realidad de ensueño que no vive casi ningún atleta argentino, menos en edad tan temprana.

Pero apagado el pebetero, con el objetivo cumplido, las becas del programa de apoyo a talentos de cara a Buenos Aires 2018 se interrumpieron. Tampoco se pagaron los premios prometidos. Fue habitual escuchar a los políticos preguntarles a los atletas qué necesitaban durante aquellos días, pero lejos de cristalizarse, tras los Juegos comenzó el operativo desde el oficialismo de mudar el deporte a Villa Soldati para apoderarse de las valiosas tierras en las que se erige el Cenard. El deporte se transformó en Agencia y, para entonces, tras tanta devaluación, las becas tenían un valor casi simbólico. Y comenzó un fuerte recorte de las mismas, además: apenas 27 atletas de Buenos Aires 2018 siguieron en la nómina del Enard. En ese marco, los jóvenes olímpicos comenzaron su transición hacia la élite deportiva. Muchos se cayeron del mapa.

BIBLIOGRAFÍA

Zimbalist, Andrew. Circus Maximus. La apuesta económica detrás de ser sede de Juegos Olímpicos y Mundiales. Brookings, 2015.

Makris, Alexandros y Georgiadis, Konstantinos. “Los Juegos Olímpicos de la Juventud: una nueva institución del Movimiento Olímpico para la difusión de los valores educativos del olimpismo”. En Citius, Altius Fortius, Vol. 6, N°2: http://cdeporte.rediris.es/revcaf/Numeros%20de%20revista/Vol%206%20n2/Vol6_n2_Makris_Giorgiadis.pdf

Rodríguez, Ernesto. Investigaciones en torno a los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018. En EphectoSport: https://ephectosport.com.ar/2019/07/14/los-duenos-del-oro-de-buenos-aires-2018/

PARA VER

“The Birth of Big Air”, muy simpático documental que muestra a partir de un caso la evolución de los X Games. En el Drive de la cátedra.

Ceremonia inaugural de Buenos Aires 2018: https://www.youtube.com/watch?v=6BBWes3H368

Los mejores momentos de Buenos Aires 2018, especial de TyC Sports: https://www.youtube.com/watch?v=kfBQoaefQOQ

Los mejores momentos de Buenos Aires 2018, especial de DeporTV: https://www.youtube.com/watch?v=WwFLWi8K_EY

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