Dossier
De lo local a lo global en el espacio de las historias conectadas
From local to global in connected histories’ space
De lo local a lo global en el espacio de las historias conectadas
Cuadernos de H ideas, vol. 14, núm. 14, 2020
Universidad Nacional de La Plata
Resumen: El presente artículo tiene por finalidad exponer de manera sucinta desde una perspectiva crítico analítica, las principales líneas que abonan lo que una historiadora ha llamado recientemente “giro global” en el estudio de la historia atlántica, estableciendo en términos generales del problema, las fuentes historiográficas en que se abrevan.
Palabras clave: Historia Atlántica , Historia Global , Historia Local , Conexiones , Circulación.
Resumo: O objetivo deste artigo é apresentar sucintamente, de uma perspectiva crítico-analítica, as principais linhas que apoiam o que um historiador chamou recentemente de "virada global" no estudo da história do Atlântico, estabelecendo em termos gerais o problema, as fontes historiográfico em que se baseiam.
Palavras-chave: Historia Atlântica , historia global , historia local , conexoes , circulaçao.
Abstract: The purpose of this article is to expose in raised way, from a critical and analytical perspective, the main lines that contribute to what a historian has called “global turn” in the study of Atlantic history, establishing in general terms, the historiographical sources in which they built on.
Keywords: Atlantic History , Global history , Local history , connections , circulation.
En el comienzo fue la historia atlántica. En el año 2000, Elliott dio la bienvenida a su aparición. La unificación del Atlántico como vínculo entre Europa, África y América, venía a saldar la construcción de los tres Atlánticos surgidos en el siglo XVI, definidos por condiciones climáticas y medioambientales. En el Norte, el inhóspito mar de pesca de Terranova, atravesado por una ruta que se ramificaría hacia el Sur y que acabaría por convertirse en el Atlántico de los británicos, franceses y holandeses, desde la Bahía de Hudson hasta la desembocadura del Delaware. El segundo Atlántico fue el español de la carrera de Indias, que unía a Sevilla con el Caribe y la América continental. El tercero era el luso, originado por el desembarco de Cabral en el Brasil. Seguía la tendencia iniciada por Verlinden en 1953, que procuró mostrar cómo desde los comienzos de la colonización americana “la unidad histórica de Europa fue de forma creciente el principal componente de la unidad histórica más amplia nacida de la expansión europea en la zona de civilización atlántica” (Verlinden en Elliott, 2000, p. 22).1 Pero más tarde, Elliott registró el impacto de la globalización en la generación actual de historiadores haciéndolos a su parecer “poco pacientes ante narrativas históricas confinadas a unidades nacionales individuales y a entidades territoriales” y que por consiguiente tratan “de situar sus historias en contextos más amplios tanto a nivel transnacional como a nivel global”. Puesto que siendo “el movimiento y la conexión” características fundamentales de nuestro tiempo, es natural que traten de adaptar a ese marco la escritura de la historia contemporánea (Elliott, 2012, p. 22). Es expresión del esfuerzo de una perspectiva renovada sobre la historia para enfrentar los desafíos que imponen, a las ciencias históricas, los fenómenos actuales de globalización (Conrad, 2017).2 Pero no se trata solo de la ampliación del ámbito de la reflexión. Otro importante investigador, Kamen (2003), presenta una construcción historiográfica en la que el Imperio español de la primera modernidad como una obra colectiva, que se erige al margen de las diferenciaciones de origen (españoles, pero asimismo italianos, belgas, alemanes y chinos) o de clase entre los grupos (colonizadores, indios reducidos a servidumbre, esclavos negros, marginados, inmigrantes), o aun de sexos. No solo rechaza el eurocentrismo sino también la situación objetiva de cada cual en el organigrama del dominio imperial (Kamen, 2003). Contribuyeron a la formación del Imperio los Tlaxcaltecas que combatieron en Tenochtitlán, los africanos que atravesaban el Atlántico en los barcos negreros portugueses, ingleses y holandeses. Pero lo que para muchos fue epopeya, para otros fue irreparable desolación y eso también forma parte de la historia global.
Hace unos años, Bertrand (2013) publicó un artículo titulado “Historia global, historias conectadas: ¿un giro historiográfico?”, en el cual se preguntaba por la naturaleza de aquéllas, si se trataba de una expansión del estudio de las «áreas culturales» o una revolución metodológica. En el último caso cabía interrogarse acerca de si se trataba de un “juego de escalas” (Bertrand, 2015, 7) o de focos, indagables a partir solamente de archivos europeos, o si cabía dedicar mayor atención a las fuentes extraeuropeas. Pero no eran las únicas preocupaciones de Bertrand. Para él se trata de una historia conectada social o cultural de las zonas de contacto de mundos distantes, que se aparta del europeocentrismo para tratar de elaborar una “historia simétrica” (Bertrand, 2015, nota 17) en el sentido de otorgar voz al conjunto de actores en presencia, vale decir, si se empleaba para ello también documentación y archivos de los mundos en cuestión. Esto significa que las historias africanas, americanas, asiáticas, no se sitúan ya en los márgenes de la investigación y de la enseñanza universitaria, sino en espacios centrales.3 Su revisión de las corrientes que nutrieron el «giro global» (Aram, 2019) rememora y reseña en primer lugar los estudios acerca de los contactos de las «áreas culturales» desde los años 60 del Índico hasta el Imperio otomano o de los pueblos africanos hasta la primera década del siglo XXI, y las críticas que suscitó su posición francocentrada. En segundo lugar, se ocupa de la cuestión de la escala de análisis de lo global, que durante la Edad Moderna implica la cuestión del análisis de la “la conciencia de la globalidad” posible en los actores, conduciendo a probables anacronismos o bien una historia de las elites, ya que supone un horizonte del imaginario historiográfico que variaría según el grado de inclusión en las culturas eruditas de su tiempo.4 Por su parte, Conrad (2017) pone en guardia en cuanto a su empleo:
Cuando se dejan de lado las cuestiones de la jerarquía y la explotación, el interés por las conexiones puede desdibujar –obstaculizar, incluso – la adecuada comprensión de los perfiles del pasado global. Cuando no tenemos en cuenta la estructura del poder, damos carácter de agente a todo el que interviene en las interacciones e intercambios; y al celebrar la movilidad, se corre el peligro de hacer caso omiso de las estructuras que la controlan. Los movimientos transfronterizos pueden salvar las diferencias entre sociedades, pero también exacerbar los conflictos. Tanto los aristócratas europeos que se embarcaban en el Grand Tour como los esclavos europeos enviados a América cruzaban fronteras `políticas y culturales, pero no hace falta ahondar mucho para ver que tratar ambos casos como meros ejemplos de “conexiones” comportaba una intensa carga ideológica (p. 68).
Más problemática aun sería la cuestión de la oposición entre lo “micro” y lo “macro”, pues la variación del “foco del objetivo” modifica “la forma y la trama” (Revel, 1996, p. 19). Sin embargo, utilizando lo “global” (Bertrand, 2015, p. 12) con precauciones, permitiría darse cuenta de la diversidad de las “formas de vida” (Bertrand, 2015, nota 37) que hicieron posibles los contactos entre sociedades distantes. Pero Bertrand aboga por una tercera vía, que es la de la “historia conectada” (Bertrand, 2015, p. 13), donde no existe lo “global” como nivel autónomo sino las conexiones establecidas por los actores mismos (no “la escala” sino “el foco”), que exigen una simetría documental –es decir, contacto con pueblos que poseen crónicas, anales o relatos escritos-que “obliga a solicitar tanto y del mismo modo,…las fuentes extraeuropeas como las fuentes europeas” (Bertrand, 2015, nota 40). Sin embargo, el encuentro entre europeos, malayos, mongoles o javaneses no revistió para todos ellos la misma importancia y eso se reflejó en su historiografía, lo cual desautorizó la temática de las “miradas cruzadas” (Bertrand, 2015, pp. 14-15).5 Mientras los europeos escribieron relatos significativos de estos encuentros, los cronistas locales omitieron a menudo la llegada de aquéllos. Si la primera expedición holandesa que recaló en la provincia indonesia de Banten, al norte de Java, en junio de 1596 recibió un minucioso tratamiento en las crónicas elaboradas en las Provincias Unidas, no es siquiera mencionada en los anales reales del sultanado (SajarahBanten, c. 1626), observa Bertrand, así como tampoco la llegada de un emisario británico en Agra entre 1615 y 1618, mereció para los escribas mongoles la misma atención que las embajadas persas u otomanas, que relataron detalladamente en el Tuhuki-Jahagiri o crónica del reino de Jahangir (1605-1627). La razón del desinterés se debía a que los estados asiáticos mantenían relaciones fluidas con el imperio otomano y con la India mogola, así como con la China imperial, “vectores de la circulación de los saberes literarios, políticos y religiosos” (Bertrand, 2015, p. 15) y también de oportunidades comerciales o de peligros militares, en tanto que la relación con Europa no ofrecía ese interés. Un americanista pondría en duda además su posibilidad en el Nuevo Mundo cuando algunos de los estados en cuestión no conservaron una cultura escrita. Para Bertrand esta historia conectada no es una simple corriente de la historia global, puesto que una parte importante de la producción anglófona en «historia global» se construye sobre fuentes exclusivamente europeas, esa global history pertenece a la historia europea (Bertrand, 2015, p. 17). Ambas formas comparten una crítica del Eurocentrismo como versión mitificada del “milagro europeo” (Jones, 1981, en castellano, 1990),6 pero mientras la historia global lo hace bajo el modo de la historia comparada, la conectada desalienta las comparaciones estructurales y explora los registros de entendimiento práctico entre los actores, vale decir, se basa en el concepto de integración (Conrad, 2017). De allí su predilección por las biografías de los «mediadores» y de los autores mestizos, razón por la cual alerta sobre la diferencia entre las concepciones del individuo histórico como agente o como actor.
En cuanto al debate entre historia local e historia global, los opositores a esta última han puesto de manifiesto que el historiador suele trabajar con documentos que son siempre «locales» y que nutrieron los relatos de las ciudades, a partir del Renacimiento. Sin ir tan atrás, en la década de los 60 del siglo XX, la historia urbana convivió con la historia regional, fruto del interés por la historia comparativa que cotejaba y confrontaba los datos obtenidos de escenarios más extensos que el local.7 Pero la historia cultural, cuyo interés se centró a menudo tanto en la historia de los intermediarios culturales como en la de lugares diminutos, halló que el comportamiento particular de éstos puede revelar una realidad de carácter general.8
Dicho esto, debemos recordar que “la historia global se define –según comenta Martínez Shaw (2015b)– por un cúmulo de microorganismos que garantizan su supervivencia”9 aludiendo a la miríada de centros de producción, de puertos de importación y exportación y de consumo, de agentes diseminados por todas las geografías (cultivadores, artesanos, comerciantes por mayor y menor, mercaderes, armadores, marinos, consignatarios… y finalmente, consumidores). La historia local, la historia regional, la historia global serían etapas de una misma realidad. La ciudad de México, situada en el Imperio Hispánico a medio camino de las rutas hacia el continente asiático se convierte en el siglo XVII en un centro del comercio intercontinental entre Europa, América y Asia. Centro de unas comunicaciones y de un comercio local, pero también intercontinental y naturalmente, internacional (Gruzinski, 2004).10 Tal historia se puede aplicar a la comunicación entre mundos muy distantes entre sí, o identificar las situaciones más locales, las interdependencias que los vinculan a regiones lejanas sin que los actores tengan siempre una percepción clara de ello. La unión inseparable de lo global y lo local, el mundo y la patria en los países de habla hispana, pueden haber llevado a algunos a proponer el concepto de «glocal», que según Chartier (2001), acertadamente, aunque no con elegancia, para designar los procesos por los cuales referencias compartidas, modelos impuestos, textos y bienes circulantes a escala planetaria son apropiados para tener sentido en un tiempo y unos lugares particulares.
Otros autores están atentos a los contenidos ideológicos: el surgimiento de la historia global está motivado ―según Martínez Shaw (2015b)― por el reconocimiento del impacto presente del proceso de globalización sobre la economía, la sociedad y la cultura, al cual, desde un punto de vista europeocéntrico, se lo ve como una nueva etapa de la expansión europea sobre otros continentes, que se inicia en el siglo XVI. Esto ha tenido, para él, el efecto pernicioso de marginar las historias de los mundos extraeuropeos y de bastardear la comprensión profunda de la intercomunicación entre todos los continentes potenciando un discurso unidireccional, lo que reafirmaría la conceptuación de Bertrand acerca de que se trataría de historia europea.
En cuanto a la cronología, Martínez Shaw (2015a) propone una fecha concreta para su origen: el lapso que transcurre entre 1492 y 1522, que abarca la llegada de Colón a América (1492), la llegada a la India de Vasco de Gama (1498), el acceso al Mar del Sur (océano Pacífico) por Vasco Núñez de Balboa (1513) y la primera circunnavegación del globo terráqueo por la expedición Magallanes-Elcano (1522). Se inició así una red de intercambios (humanos, biológicos, agropecuarios, culturales y económicos) a partir de redes planetarias. Martínez Shaw (2015a) considera los llamados sistemas atlánticos como subsistemas dentro de la economía mundial que abarca también el Índico y el Pacífico. Ch. Bayly ha propuesto arbitrariamente otra cronología en tres fases: la globalización arcaica, desde la antigüedad hasta 1750, la protoglobalización que alcanzaría a 1850 y la actual o poscolonial, hasta la actualidad (Bayly, 2010).
Hausberger (2018) propone otra más razonable como comienzo de la globalización:
Alrededor de 1500, las macrorregiones de Eurasia (Europa, el mundo islámico, la India, China) y de América (Mesoamérica, el espacio andino), que habían desarrollado características distintivas con anterioridad, fueron conectadas de forma definitiva por la expansión ibérica (p. 235).
La primera globalización o primera mundialización –globalización temprana para Hausberger– fue una realidad multifocal, y el comienzo de una verdadera historia universal (Martínez Shaw, 2018).11 La plata americana fue el principal agente de esa primera globalización (Martínez Shaw, 2015).12 A partir de ese momento todas las partes del mundo que hasta entonces habían mantenido escasas o inexistentes relaciones entre sí, comenzaron a componer un solo mundo: el mundo interconectado de la historia global (Hausberger, 2018; Hausberger & Pani, 2018; Conrad, 2017).
Una de las consecuencias insospechadas de la globalización ha sido la recuperación historiográfica de la posibilidad de grandes narrativas, capaces de ofrecer alternativas a la irrupción de un presente interconectado a escala mundial. Otras han sido tanto el renacimiento de la historia comparada (Conrad, 2017)13 como la aparición de la misma historia global –sobre todo la angloamericana– y como contraste, la resurrección de los nacionalismos políticos e historiográficos, así como la recuperación del relato, que tienen que ver con la necesidad de explicar lo que la contemporaneidad percibe como una creciente globalización del orbe. La importancia de la historia global es tal en la actualidad que D. Armitage, advirtió en un reportaje que, en el presente, si no se está cumpliendo un proyecto explícitamente “trasnacional, internacional o global”, hay que explicar por qué (Etchechuri Barrera & Rodríguez Aycaguer, 2018, nota 1). Ello es notorio en los países de lengua inglesa, donde continuamente aparecen nuevos manuales de Global History, World History, Connected History o Transnacional History –títulos que se emplean casi como sinónimos–, cuyo objetivo común suele ser la superación del europeocentrismo, de las escalas y categorías del Estado-nación, de la territorialización de los hechos o fenómenos estudiados y que comparten un grupo de conceptos comunes al campo de los estudios globales.14 Si las raíces de la historia global se hallan en la historiografía francesa de la Escuela de los Annales, su escenario principal es sobre todo Estados Unidos (Hausberger & Pani, 2018).
Conrad (2017), que ha elaborado una notable síntesis ya citada para proporcionar una comprensión mayor del complejo panorama actual de la historia global, enumera las tres posibilidades de su probable desarrollo: 1) como la historia del todo, 2) como la historia de las conexiones y 3) como una historia basada en el concepto de integración o de las conexiones. La primera es la historia de cuanto ha sucedido en la Tierra.15 Para ello, algunos intentan capturar la realidad global durante un período determinado, otros abarcan milenios y por fin, ciertos historiadores parten del Big Bang, pero todos ellos –en su mayoría pertenecientes al ámbito anglosajón– pretenden cubrir la totalidad planetaria. Pero también pueden ocuparse de la historia de un imperio, del azúcar, del té, del chocolate, de la religión, de la guerra, es decir tanto de las formas de la política, la religión o las pautas de consumo.16 La segunda se basa en la idea de que ninguna sociedad, nación o civilización existe en forma aislada y abarca gran variedad de temas: circulación de personas, de ideas, o del comercio de larga distancia, aunque el alcance de las redes que implica es heterogéneo. En todos los casos se ocupa del carácter interconectado del mundo, pero de modelos de intercambio regular y sostenido que hayan tenido trascendencia para el desarrollo ulterior de las sociedades conectadas.17 Pero Conrad se interesa fundamentalmente por el tercer modelo, el de la historia basada en las conexiones, tomando como ejemplo la obra de Hill (2008) sobre el surgimiento de la historiografía moderna en Francia, Estados Unidos y Japón a finales del siglo XIX. Todas estas naciones tuvieron que hacer frente a problemas internos y participaban de la reestructuración del orden del mundo, derivado del capitalismo y del imperialismo. En cada caso, la historiografía sirvió para fundamentar el nacimiento del estado-nación y su jerarquía en el nuevo orden. La obra de Hill (2008) se refiere a las condiciones globales que dieron forma a los relatos históricos emergentes en cada caso.
Conrad (2017) sostiene que la historia global es a la vez un objeto de estudio y una forma particular de entender la historia, vale decir, un proceso, un tema, y una perspectiva, una metodología. Se puede enfocar el problema de la esclavitud desde diferentes vertientes de la historia social (económica, de género, demográficas, etc.) pero también se la puede situar en un contexto global, centrándose en otras cuestiones como la creación de un espacio trasatlántico, la vinculación de los problemas de la esclavitud con el estudio de las rutas esclavistas del Sahara y del Índico o comparándolas con otras formas de cautiverio. Como perspectiva, la historia global puede no ocuparse del mundo entero sino de ciertos espacios, pero teniendo en cuenta las condiciones globales y estructurales. No es historia universal ni macrohistoria. En realidad, la investigación sobre el Atlántico es un campo especialmente fértil para la historia global y la investigación transnacional, muchas veces relacionada con el desarrollo de la propia Europa (ruta de la seda, redes asiáticas), los procesos de territorialización y desterritorialización, el problema de las unidades de estudio, el de las escalas (Conrad, 2017).
Desde el punto de vista de la realidad de las condiciones universitarias del mundo angloamericano tiene un costo: abre el ángulo de visión, pero deberá disputar el espacio a la historia nacional y su victoria conduciría a veces al sacrificio de algunos campos relacionados, como la historia medieval.
Más allá de mostrar la heterogeneidad y complejidad de la perspectiva global, Conrad (2017) se preocupa por la política del enfoque global: en nuestro presente globalizado, la historia global contribuiría a dar significado al mundo en el que vivimos. En otras palabras, su promesa utópica es la de convertirnos en ciudadanos del mundo. Muchos grandes procesos (movimientos políticos, ideologías globales, crisis económicas y financieras, la expansión de las comunicaciones basada en Internet) ya no se pueden estudiar ni comprender en forma aislada. Agrego otro ejemplo: los desastres provocados por el cambio climático –y ahora mismo, una pandemia- nos hace conscientes de que todos habitamos el mismo planeta y compartimos –o pretendemos hacerlo- sus recursos. La mirada cosmopolita no es una visión defendida por todos. Quienes la defienden, a veces lo hacen para exaltar su propia nación. La historia mundial, popular en China, se asocia a la condición del país como potencia política y económica y a veces sirve de contexto en el que cabe explicar y promover el crecimiento de la nación. Las perspectivas globales sirven a las clases medias internacionales, para justificación de los mercados. Pero la historia global se puede usar también como metodología «que ponga en cuestión la teleología de la globalización» mediante la situación de los procesos y acontecimientos en contextos globales concretos. Por otra parte, los historiadores pueden recordarnos que las estructuras globales son siempre resultado de proyectos de globalización y por lo tanto, persiguen realizar sus propios intereses y programas. Las explicaciones globales nos hacen ir más allá de las explicaciones endógenas y genealógicas que atribuyen la prosperidad o las privaciones a sociedades, culturas o personas concretas. Pero como se tiende a describir grandes procesos «anónimos», sin sujetos nítidos, o sin responsables.
Por otro lado, a pesar de la retórica antieurocéntrica, puesto que la historia global tiene un costo, solo puede prosperar donde hay gobiernos o fundaciones que financian los estudios. Hasta ahora se dedican al estudio de las relaciones establecidas por lo que llamamos Occidente, con el resto del mundo.
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Notas