Dossier

Rebelión en Chile: neoliberalismo, resistencia y disputa hegemónica

Rebellion in Chile: neoliberalism, resistance and hegemonic dispute.

Rebelião no Chile: neoliberalismo, resistência e disputa hegemônica

Javiera Olivares Mardones
Universidad de Chile, Chile

Rebelión en Chile: neoliberalismo, resistencia y disputa hegemónica

REVCOM. Revista científica de la red de carreras de Comunicación Social, núm. 10, 2020

Universidad Nacional de La Plata

Recepción: 02 Mayo 2020

Aprobación: 20 Mayo 2020

Resumen: En este artículo me propongo reflexionar acerca de los efectos subjetivos del neoliberalismo en Chile, específicamente en su capacidad de construir hegemonía por medio de la institución de una subjetividad que demarca campos de posibilidad y horizontes de sentido en la disputa social. Tomando en cuenta esa “configuración sociocultural” que posibilita y resulta de la forma político-económica neoliberal, se problematizará acerca de las dinámicas discursivas críticas de la revuelta popular chilena, para analizar su capacidad de resistir/tensionar la discursividad política y mediática hegemónica.

Palabras clave: Neoliberalismo, revuelta, subjetividad, hegemonía.

Abstract: In this article I seek to reflect upon the subjective effects of neoliberalism in Chile, specifically in its capacity for building hegemony by means of the installation of a subjectivity. This outlines the fields of possibility and horizons of meaning in the social disputes. Taking this “sociocultural configuration” (which enables and results from the neoliberal political-economical structure) into account, we shall problematize on the discursive dynamics that criticize the chilean popular revolt, to analyze the revolt`s capacity for resisting/defying the hegemonic discourse of politics and the media.

Keywords: Neoliberalism, revolt, subjectivity, hegemony.

Resumo: Neste artigo, proponho refletir sobre os efeitos subjetivos do neoliberalismo no Chile, especificamente sobre sua capacidade de construir hegemonia por meio da instituição de uma subjetividade que demarca campos de possibilidade e horizontes de significado na disputa social. Será questionada a dinâmica discursiva crítica da revolta popular chilena, na "configuração sociocultural" que possibilita e resulta da forma político-econômica neoliberal, , para analisar sua capacidade de resistir / enfatizar a discursividade política e midiática hegemônica.

Palavras-chave: Neoliberalismo, revolta, subjetividade, hegemonia.

Neoliberalismo

Cuando el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, impusieron el paquete neoliberal a América Latina -entre los años 70’ y 90’- medidas de shock como la apertura a capitales extranjeros y la privatización de empresas estatales fueron implementadas laboriosamente hasta desterrar otras experiencias de desarrollo endógenas, como la de sustitución de importaciones promovida por la CEPAL (FitzGerald, 1998). El denominado Consenso de Washington fue el documento que terminó de consignar el recetario que llevó a los Estados a lo que Atilio Borón llamó una “muerte súbita” (Borón, 2003). Se daba inicio a una serie de experiencias dictatoriales o autoritarias de “gran violencia sociopolítica institucionalizada” que marcaron una “ruptura fundacional” para la región (Gaudichaud, 2016).

Pese a que el tránsito de cada país hacia el neoliberalismo fue distinto, hubo experiencias que despuntaron por su adaptación rápida y pragmática, lo que según Jorge Alemán (2016), puso a países como Chile o Argentina, en un lugar de vanguardia neoliberal en la región.

Como es sabido, la temprana experiencia neoliberal chilena -una de las primeras en el mundo- resulta paradigmática. La preparación de un grupo de intelectuales que comenzó a especializarse a mediados de los 50’, mientras cursaban Economía en la Universidad Católica de Santiago en el marco de un convenio con la Universidad de Chicago, germinó una corriente de pensamiento novedosa, que años después sentaría las bases de un amplio proyecto económico, político y social (Memoria chilena, 2019). Para la irrupción del golpe de Estado de 1973, la derecha chilena ya contaba con un robusto programa económico, que más tarde impregnaría a los mandos militares.

Así, desde el comienzo de la dictadura, Chile inició un proceso de transformación sociopolítica y económica profunda, que alcanzó los mayores grados de refundación de la región (CaviedesHamuy, 2019). A partir de 1975 -cuando las visiones de los técnicos preparados en Chicago triunfaron sobre algunas voces nacionalistas de la junta militar dirigida por Augusto Pinochet- los militares iniciaron el “giro neoliberal”, diez años antes que el mundo (Gaudichaud, 2016). El ajuste macroeconómico convirtió la estructura del Estado en expansión en uno subsidiario, con áreas de desarrollo privatizadas y derechos básicos como bienes de consumo (Contreras y Palma, 2011).

Como ha sido ampliamente estudiado, tras el largo episodio dictatorial de 17 años en Chile, siguió un complejo proceso de transición -con importante presencia política y simbólica de las Fuerzas Armadas- y una élite gobernante que, según reconocen autores como Manuel Antonio Garretón, asumió el modelo heredado de facto y lo administró durante casi tres décadas1(como se cita en Gaudichaud, 2016).

Resistencia

Sería extenso enumerar el no poco sinuoso y lato camino de manifestaciones críticas a los efectos del neoliberalismo, que ha levantado el movimiento social en Chile. Durante las últimas décadas, los más diversos episodios de resistencia han sido protagonizados por múltiples sectores -organizados y no- que componen buena parte del pueblo chileno y mapuche. Lucha por arancel diferenciado para estudiantes universitarios de clases populares en medio de un sistema educativo que ya evidenciaba crisis de financiamiento a mediados de los 90’; huelgas y protestas de comunidades mapuche que se dotaron cada vez de mayores métodos de presión en los albores del 2000; manifestaciones estudiantiles y tomas de Liceos emblemáticos como rechazo a la privatización del sistema de educación chileno en 2006; movilización de diversas organizaciones medioambientales en 2010; expresión del movimiento por el derecho a la educación en 2011; insurrección popular de los pescadores de la isla de Chiloé por la contaminación provocada con la operación industrial de salmón en 2016, solo por mencionar algunas. Breve listado de un complejo proceso de articulación y protesta que tuvo sus orígenes en las postrimerías de la dictadura y las novísimas experiencias de transición pactada o post dictadura chilena con sus ya reconocidos amarres, candados o enclaves autoritarios (Garretón y Garretón, 2010).

La más reciente y profunda expresión anti-neoliberal del movimiento social chileno, ha sido la protesta popular iniciada el 18 de octubre de 2019, que hasta hoy pone en duda la continuidad del modelo económico, social y político anclado en una democracia incompleta. También, su cúspide jurídica, que sigue siendo la Constitución de 1980 impuesta en dictadura.

El reciente proceso de movilización social chilena ha traído consigo múltiples preguntas, inquietudes y reflexiones políticas, sociales y académicas. En la breve extensión que nos permite este escrito, nos gustaría proponer el análisis de la rebelión popular desde la perspectiva de lo que Boaventura de Sousa Santos llama ‘epistemologías del sur’; es decir, incorporando el trabajo teórico-empírico que propone el autor sobre el presente (como un pasado incompleto en la ‘sociología de las ausencias’) y sobre el futuro; es decir, sobre el presente incumplido y la ‘sociología de las emergencias’ (2011). Desde ese lugar, podemos pensar la protesta chilena como un proceso de acumulación de fuerzas políticas y sociales que alcanza su punto máximo tras una experiencia gubernamental progresista moderada, y el retorno de un gobierno que representa la clase empresarial como el de Sebastián Piñera. En palabras de Waldo Ansaldi (2017), esa dirección política neo conservadora, más bien representa una vieja derecha con nuevos ropajes, que se enfrenta al más amplio proceso de movilización conocido hasta entonces. Esta vez, la protesta aglutina una serie de demandas históricas, cuyo denominador común es el cuestionamiento a los efectos del modelo neoliberal (Fernández, 2019).

¿Qué perspectivas futuras tiene esta manifestación social?, ¿Cuánto incide en un escenario no solo objetiva sino subjetivamente pro-neoliberal, como el de Chile?, ¿Qué papel juega la discursividad política y mediática en dicho contexto? En el espacio que nos permite este trabajo, intentaremos debatir en torno a estas inquietudes y reflexiones. Lejos de querer acabar la discusión, buscaremos provocar ciertas preguntas, problematizando la disputa simbólica entre la subjetividad neoliberal y los relatos resistentes del movimiento popular, como proyección de la feroz batalla que objetivamente se libró en las calles.

Subjetividad

La aproximación reflexiva más común a la hora de analizar el modelo neoliberal ha sido fundamentalmente la económica, en tanto reflexión acerca de las políticas de ajuste estructural en relación al funcionamiento del Estado y el mercado. Sin embargo, también existen indagaciones respecto de la subjetividad coligada al neoliberalismo, en palabras de Alejandro Grimson (2007), de la “configuración sociocultural” que posibilita y resulta de esa forma político-económica.

De acuerdo a esta matriz de análisis, el neoliberalismo en tanto proyecto capaz de construir una hegemonía (entendida como la dirección cultural, política, intelectual y moral del grupo dominante) (Gramsci, 2015), logra “instituir los lenguajes de la disputa social, definiendo el campo de sentidos donde se desarrolla el conflicto” (Grimson, 2007, p.12). Es decir, empapa diversas esferas e incide modos de vida, acciones políticas o interpretaciones del pasado y presente, excediendo un tipo de gobierno o política económica.

Resulta interesante revisar la propuesta de Juan Manuel Reynares (2017), quien repasa una caracterización neoliberal novedosa derivada de la intersección de elementos de la obra de Michel Foucault (2007) en torno a la idea de neoliberalismo como racionalidad de gobierno y el enfoque de Ernesto Laclau (2004) que lo caracteriza como discurso político de la lógica social empresarial:

El individuo neoliberal es producido mediante una específica tecnología de gobierno para competir de forma aparentemente libre en espacios diversos bajo la lógica expandida del mercado. La intervención neoliberal no alude solo a la economía, sino que se expande a todos los ámbitos de la vida (…) centrada en el atravesamiento de la sociedad de una “forma empresa”, que se expande o contrae mediante una dinámica discursiva (Reynares: 2017, p. 296).

Intersectando estos planteos, se puede entender que el proyecto hegemónico del neoliberalismo posibilita una subjetivación neoliberal; en palabras de Angenot, una hegemonía discursiva (como se cita en Martínez, 2016), que construye horizontes de sentido del tipo “forma-empresa” (Reynares, 2017). A la vez que empapa todas las esferas bajo una racionalidad instrumental, que basa las relaciones en el “cálculo de utilidades a partir de fines específicos” (Hinkelammert, 2001).

Podemos reflexionar entonces que, en sociedades altamente neoliberales como las Latinoamericanas, en general, y la chilena, en particular, la férrea aplicación del modelo ha conseguido instituir un campo de sentido hegemónico con nociones y encuadres dialógico-sociales determinados. Mientras, ha desterrado determinadas significaciones y prácticas. Diversos trabajos (Taylor, 1994, Moulián, 2002, Chul Han, 2014), profundizan sobre los efectos de aquello a través de los procesos de subjetivación meramente individualista2. Es decir, en una extrema apreciación de la libertad personal -como facultad de escoger en el consumo- y en el rechazo a valores como la solidaridad o la igualdad. En el mismo sentido, autores como Szlechter, Vanegas y Tijonchuk (2018), Martínez (2016) y Giordano (2014), coinciden en que la institución de discursos asociados al progreso individual y la meritocracia (o mérito), son utilizados como poderosas armas para la arremetida contra la igualdad. Principalmente, por los gobiernos neo-consevadores de América Latina.

Si revisamos estas perspectivas pensando en Chile, podemos reflexionar acerca de cómo esas dinámicas discursivas hegemónicas, se contraen o expanden dependiendo de determinados factores coyunturales. Entre ellos: las prácticas discursivas del Estado, las agendas mediáticas o las lógicas de protesta social.

Siguiendo al psicoanalista chileno Eduardo Pozo (2016), los discursos político-mediático hegemónicos, propios de la subjetividad neoliberal a la chilena, evidencian una férrea defensa del derecho a la propiedad y la anulación de la idea de colectivo como principal herramienta para embestir contra valores de igualdad y solidaridad. Para ello, se refuerzan campos de sentido como la despolitización, a través de estrategias de discursividad política y mediática, que Giordano (2019) denomina “no electorales”. Dichas tácticas acentúan el desinterés por el otro, obstruyen el “lazo social integrativo” (Pozo, 2016) e “individualizan lo social” (Giroux, 2015).

Los discursos antes mencionados, han reaparecido como argumentos políticos de alta valoración simbólica y amplia visibilidad en la discursividad mediática hegemónica, durante el período gobierno de Sebastián Piñera, en un símil a la experiencia argentina durante la administración de Mauricio Macri (Martínez, 2016;Szlechter, Vanegas y Tijonchuk, 2018). Así, resulta interesante problematizar si la expansión de este tipo de discursos asociados a la subjetividad neoliberal, son o han sido tensionados por la revuelta de Chile. ¿Cuánto sentido hay en disputa desde el 18 de octubre de 2019 en una democracia de baja intensidad como la chilena, que posee medios de comunicación altamente concentrados y vinculados al poder empresarial?

Rebelión

Si hay algo que probablemente estará buen tiempo aquilatado en la memoria de chilenas y chilenos, es la imagen de evasión masiva de los torniquetes del tren subterráneo, que iniciaron los estudiantes secundarios a mediados de octubre de 2019 en Santiago.

“Evadir, no pagar, otra forma de luchar”, era la consigna vitoreada por los jóvenes al lanzar miles de volantes impresos en cada una de las estaciones de metro más congestionadas de la capital (Tijoux, 2019). Sin saberlo, los secundarios iniciaban uno de los ciclos de protesta más profundos y de más largo alcance de las últimas décadas del país, el denominado “estallido social”3 de Chile. En poco más de una semana de manifestaciones estudiantiles, la invitación a evadir el pago de la red de trenes subterránea adquiría amplia adhesión social.

Lo que parecía haberse iniciado como una protesta sectorial tomó ribetes insospechados. Para el 18 de octubre de 2019 la capital ya se había paralizado, colapsada de protestas barriales y movilizaciones en puntos de aglomeración emblemática. En cuestión de horas, la sublevación se expandió a las capitales y ciudades más importantes de casi todas las regiones del país.

El hastío generalizado se evidenció en consignas y demandas públicas que articularon una serie de exigencias acumuladas durante los últimos treinta años -el lema de esas primeras semanas fue: “no son treinta pesos, son treinta años”4-, entre ellas la inexistencia de una educación pública, gratuita y de calidad; la privatización de las pensiones y derechos básicos, además de la precarización laboral y la mala calidad de vida (Castillo, 2019).

Inicialmente, el gobierno de Piñera subestimó la potencia de las manifestaciones, tal y como lo habían hecho muchas otras veces las instituciones de corte autoritario-neoliberal de la democracia chilena (Gaudichaud, 2016). También el relato construido por los medios de comunicación de masas, ilustró una suerte de resistencia inicial que evitó dar cuenta de los primeros sucesos de movilización y sus profundas causas. Las audiencias chilenas volvieron a observar la “ausencia estructural” (Sapienzwka, 2010) de acontecimientos que, pese a que estaban ocurriendo, resultaban cuasi inexistentes para la mayoría de las parrillas programáticas de las televisoras nacionales y los titulares de prensa escrita de mayor tiraje. Pero esta vez, miles, que más tarde serían millones, interrumpieron sus actividades habituales para copar las principales plazas y los monumentos emblemáticos del país, desconcertando al discurso político - mediático hegemónico.

Pocos días después, el 21 de octubre, el gobierno decidió intentar apagar las protestas por medio de la fuerza. Ante la observación atónita de la ciudadanía -que no veía tanques en las calles desde la dictadura de Pinochet- el presidente limitó libertades individuales y derechos colectivos, a través de la declaración de Estado de Emergencia, entregando a las Fuerzas Armadas la tarea de mantener el orden (Tijoux, 2019). Horas más tarde, la frase de Sebastián Piñera: “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”,5 inició la tónica de un discurso político que buscó justificar el uso de la fuerza, tal como señalan Federico Navarro y Carlos Tromben.

La centralidad que cobró el discurso de la guerra ante la crisis no pudo haber tenido otro objetivo que naturalizar y justificar el uso de la fuerza en toda su dimensión práctica, instalando en el corazón de su discurso una contradicción entre los valores humanistas de su origen socialcristiano y los métodos militaristas heredados de la dictadura militar (Navarro y Tromben, 2019, p.321).

El uso de la fuerza institucional abrió un ciclo de movilización popular -cada vez más álgida- y un período de sistemáticas violaciones a los derechos humanos6.

A la par de las masivas protestas, se iniciaron diversas instancias de discusión política en organizaciones estudiantiles, sindicales y sociales de base. De acuerdo al constitucionalista Jaime Bassa, la crisis del modelo de organización política, económica y social, generó el germen de un debate sociopolítico de proyecciones transformadoras. Se inició una discusión pública de carácter constituyente, que instaló la necesidad de acabar con la Constitución impuesta en dictadura y su representación de una sociedad “funcional a la acumulación del poder en clave neoliberal” (Bassa, 2019).

Contrahegemonía

Plaza de la Dignidad. Plaza de la Revolución. Plaza de la Resistencia. Santiago, Antofagasta, Valparaíso. Dignidad, Revolución, Resistencia. Tres nuevas-viejas palabras traídas de vuelta -y a contrapelo- para rebautizar espacios públicos comunes, que hasta entonces al parecer no lo eran tanto. No al menos desde el punto de vista simbólico, popular y dialógico. Tras la movilización social iniciada el 18 de octubre en Chile, las diversas manifestaciones del país intervinieron el espacio público, modificando estatuas, muros, calles, y la infraestructura urbana conocida hasta entonces con sus más disímiles demandas.

Al exilio discursivo de las palabras que nominaban las plazas principales de Santiago, Antofagasta y Valparaíso: Manuel Baquedano, Plaza Sotomayor y Aníbal Pinto; la revuelta unió el destierro físico de imágenes, esculturas históricas y representaciones del período colonial, situadas en estos y otros lugares emblemáticos. Pervirtió sentidos originales y acabó con estructuras físicas representativas de la historia oficial; construyó nuevas esculturas, derribó otras y diseñó amplios murales por todo el país. Icónica resulta la imagen de la efigie de Caupolicán (toqui mapuche que lideró la resistencia contra los españoles) con la cabeza del conquistador Pedro de Valdivia en las manos en Temuco, o la estatua masculina del deportista desnudo erigida fuera del Estadio Nacional de Santiago luciendo una representación de mujer. Las incansables intervenciones en construcciones y espacios públicos, inauguraron una y otra vez verdaderos museos a cielo abierto, repletos de discursos críticos a los campos de posibilidad hegemónicos, con mensajes de profundo contenido político y social7.

Ahora que nos encontramos, no nos soltemos más.

Qué nadie apague nuestro fuego.

¡A construir juntos un nuevo Chile!

Hasta que la Dignidad se haga costumbre.

Seremos la pesadilla de quienes roban nuestros sueños…

Por ti, por mí y por todas mis compañeras.

¡Juntas somos más!8

Solo un puñado de las múltiples frases que atiborraron los espacios emblemáticos de movilización de las más diversas ciudades del país y que, por cierto, tuvieron un correlato símil en la interfaz virtual. En ellas, un discurso crítico y subversivo, de profuso contenido político intentó expandir una discursividad que trajera consigo nociones de igualdad, justicia o dignidad. Una especie de contra poder discursivo, que intentó traer de vuelta al relato público la idea de lo colectivo, como ejercicio de disputa simbólica esencial con el ideario neoliberal.

Frente a la resistencia primera del relato de los mass media, el proceso de rebelión popular chileno pareció buscar construir su propia experiencia discursiva. Su expresión original de resistencia y manifestación sociocultural crítica al discurso instituido por la subjetividad neoliberal. La protesta en las calles se acompañó de nuevas dinámicas dialógicas que recuperaron conceptos aparentemente defenestrados del debate público (Van Dijk, 2008).

Retomar la noción de resistencia o revolución y hacerla de uso común, sin duda implicó un ejercicio de disputa del campo de lo posible en el marco de una discursividad hegemónica, amplificada por discursos políticos y mediáticos de relato híper mercantil. Involucró, además, la resignificación de conceptos que luego de una compleja experiencia dictatorial y post dictatorial, aparecían como palabras prohibidas. Pero especialmente obligó a los medios de comunicación de masas a incorporar la criticidad de actores y actrices movilizados. Les presionó a abrirse a nuevos relatos y palabras, dando paso a una disputa simbólica con la hegemonía discursiva dominante, propia de la subjetividad meramente individualista propiciada por el neoliberalismo.

El viejo debate acerca de un país con hondas áreas de exclusión en su discurso público, a propósito de los altos índices de concentración editorial y de la propiedad de los medios de comunicación masiva apareció otra vez sobre el tapete (Olivares, 2015). No solo por los llamados a “apagar la TV” de los propios manifestantes o las críticas a las coberturas tergiversadas en vivo y en directo, cada vez que se les entrevistó en una manifestación en la calle. También por la disputa simbólica y discursiva que en todo momento intentó librar la movilización ascendente de Chile y que de algún modo puso en discusión la hegemonía de los discursos mediáticos y su comprensión de lo posible. Siguiendo a Grimson (2007), podríamos reflexionar acerca de ese discurso crítico del modelo -propio de la protesta social- como la posibilidad de una nueva configuración sociocultural, con dinámicas discursivas críticas del componente subjetivo neoliberal y su hegemonía discursiva. Como un nuevo actor o actriz que entra al campo de la disputa social.

Es quizás demasiado pronto para afirmar que las dinámicas discursivas de la protesta social chilena que se inició el 18-O, implicarán un quiebre en los modos de subjetivación neoliberal, agenciando un acontecimiento político, es decir, una experiencia de resistencia, contra hegemonía o hegemonía alternativa (Williams, 2009). Sin embargo, sí podemos observar que se han producido interesantes ejercicios de disputa de sentido en los relatos resistentes del movimiento social. El gran triunfo de esta rebelión popular, es justamente haber librado esa disputa y la proyección que aquello puede significar en el devenir del campo de posibilidad, hasta ahora instituido por el discurso político y mediático dominante.

Lo que ocurra en el futuro es difícil de prever. Pero sin duda, la oportunidad de que Chile cuente con una nueva Constitución debatida por el soberano, el pueblo, abre importantes perspectivas. Entre ellas, generar un marco de condiciones que permita ampliar la diversidad de imaginarios y discursividades que promuevan una noción de desarrollo distinta a la neoliberal. Una propuesta que implique una democracia cuyo imperativo ético sea la garantía de los derechos humanos. Uno de ellos, como gran desafío a garantizar, es reconocer constitucionalmente el derecho a la comunicación del pueblo, a recibir y emitir discursividades e imaginarios diversos, en un ecosistema mediático que reconozca esa pluralidad y regule el poder de los privados, incorporando medios de comunicación públicos y comunitarios.

Referencias

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Notas

1 Si bien es importante tener en cuenta que la proyección definitiva de las políticas de ajuste neoliberal de Chile, se produce bajo la gestión política de la “centro -izquierda”, aglutinada en la denominada Concertación de Partidos por la Democracia. Fueron gobiernos socialistas y democratacristianos los que proyectaron la herencia macro económica de la dictadura. Para ver más, revisar CaviedesHamuy, 2019.
2 Diremos que la noción de subjetivación meramente individualista, entendida como parte de la construcción propia de la subjetividad neoliberal, se distingue del proceso histórico de individualización o diferenciación social que caracteriza a la modernidad y se expresa en un conjunto de creencias, prácticas y normas sociales de las sociedades industrializadas (Zabludovsky, 2013). Dicho proceso de individualización, excede largamente al neoliberalismo y ha sido analizado latamente por la sociología. De acuerdo a la perspectiva de Giddens (como se cita en Yopo, 2013), con el curso de dicho proceso, el individuo comienza a ser responsable de sí mismo y asume las consecuencias de sus decisiones y cursos biográficos elegidos. Para más detalles, profundizar en: https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-69242013000200002
3 Pese a que el término es discutible, ya que las características de la movilización evidenciaban una protesta más allá de una erupción puntual, la prensa nacional e internacional reconoció en el concepto de “estallido” el ciclo de movilizaciones que se iniciaron en octubre de 2019.
4 El lema: “no son treinta pesos, son treinta años”, fue uno de los más vitoreados en las calles de Chile durante las primeras semanas de movilización y alude al severo cuestionamiento que se hace del modelo de Estado y desarrollo impuesto en dictadura, y profundizado durante casi tres décadas de transición democrática. Para ver más en: https://elsaltodiario.com/america-latina/30-pesos-30-anos-chicago-boys-origen-neoliberalismo-chile
5 La frase utilizada por Sebastián Piñera, que generó amplio rechazo popular y severas críticas internacionales, buscó explicar la aplicación de Estado de emergencia ante la revuelta. Para ver más en: https://cnnchile.com/pais/pinera-estamos-en-guerra-contra-un-enemigo-poderoso_20191021/
6 Han existido diversos informes que han concluido la ocurrencia de graves violaciones a los derechos humanos perpetradas por el Estado de Chile durante el ciclo de movilizaciones de 2019. Entre ellos se cuentan, los informes de las organizaciones internacionales Human Right Watch y Amnistía Internacional; además de los documentos emanados tras la visita de delegaciones oficiales de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, y de la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas.
7 Una de las múltiples iniciativas que intentó registrar la modificación del espacio urbano tras la revuelta y la modificación de infraestructura pública y privada que implicó, es el Museo de la Dignidad, muestra a cielo abierto que busca perpetuar el arte originado en las calles de Santiago. Para ver más en: https://cooperativa.cl/noticias/cultura/arte/crean-un-museo-digital-que-reune-los-murales-que-ha-dejado-el-estallido/2019-12-02/173431.html
8 Frases registradas por la autora, extraídas de los muros y calles aledaños a la llamada Plaza Dignidad, antiguo parque Manuel Baquedano en el centro de Santiago de Chile.
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