Dossier

Malvinas, una guerra que no para de contarse

Malvinas, a War that Never Stops Narrate

As Malvinas, uma guerra que nunca deixa de ser contada

Exequiel Svetliza
Universidad Nacional de Tucumán, Argentina

REVCOM. Revista científica de la red de carreras de Comunicación Social

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 2451-7836

Periodicidad: Frecuencia continua

núm. 14, e073, 2022

redcom.revcom@gmail.com

Recepción: 05 Mayo 2022

Aprobación: 10 Mayo 2022

Publicación: 16 Agosto 2022



DOI: https://doi.org/10.24215/24517836e073

Resumen: Mientras transcurrían las batallas finales de la guerra de Malvinas en junio de 1982, Rodolfo Fogwill inaugura el relato del conflicto bélico en la ficción con su novela Los Pichiciegos (1983). Esa es la obra fundacional de una tradición literaria que reescribe el episodio histórico a contramano de la épica heroica y de los grandes relatos nacionales. Se trata de un prolífico corpus narrativo que, con diferentes modulaciones, tonos y estéticas, se continúa escribiendo hasta nuestros días y que busca deconstuir las distintas representaciones de la identidad nacional.

Palabras clave: literatura, identidad nacional, Guerra de Malvinas.

Abstract: Along with the last battles of the Malvina’s war, in June 1982, Rodolfo Fogwill inaugurates a fictional narrative of the war with his novel Los Pichiciegos (1983). This work would be the foundational stone of a new literary tradition that re-writes the war running counter the heroic epic and the great national tales. This is a prolific narrative corpus still in construction, that includes different modulations, tones and esthetics, and search the deconstruction of the national identity.

Keywords: literature, national identity, Malvinas War.

Resumo: Enquanto as batalhas finais da Guerra das Malvinas ocorriam, em junho de 1982, Rodolfo Fogwill inaugura o relato do conflito bélico na ficção com sua novela Los Pichiciegos (1983). Essa é a obra fundadora de uma tradição literária que reescreve o episódio histórico na contramão da epopeia heróica e dos grandes relatos nacionais. Trata-se de um prolífico corpus narrativo que, com diferentes modulações, tons e estéticas, continua a ser escrito até os dias atuais e que procura desconstruir as diferentes representações da identidade nacional.

Palavras-chave: literatura, identidade nacional, Guerra das Malvinas.

Tiro a tiro, Rodolfo Fogwill escribe lo más rápido que puede valiéndose de una cantidad imprecisa, aunque abundante, de cocaína como combustible creativo.1 Parece enajenado en la urgencia de que, en su novela, la guerra termine antes que en las islas y con idéntico resultado. Si hay una escena fundacional de la literatura de la guerra de Malvinas es esa que el propio escritor construyó en torno a Los Pichiciegos (1983). Poco importa que la obra luego demore en publicarse y termine siendo contemporánea del cuento –el nombre parece una coincidencia irónica– Primera línea (1983) de Carlos Gardini. Tampoco interesa demasiado que la ficción de la guerra haya comenzado con los combates y las batallas que inventaron algunos medios de comunicación argentinos durante el desarrollo del conflicto bélico, tal como reveló Horacio Verbitsky (2006). Ni que la ficción haya estado presente ya en los primeros trazos del relato de la causa nacional, cuando Paul Groussac (1936), al igual que hizo Sarmiento cuando describió la pampa en su Facundo sin haberla visto, imaginó la fisonomía de las islas Malvinas como un “melancólico paisaje antártico, donde la tristeza de un cielo grávido y lluvioso se une a la desnudez de las cosas” (p. 13). En Fogwill y su escritura a todo vapor percibimos el gesto fundante de una prolífica tradición narrativa que aún continúa escribiéndose.

Los Pichis, esa comunidad subterránea de soldados que buscan escapar de la guerra hacia abajo (la única forma posible en ese, en palabras de Perlongher, desierto del que no se deserta), no parecen una invención adánica. Fogwill encontró en la tradición literaria del siglo XIX y en la obra que Leopoldo Lugones (1916) pretendió canonizar como el poema épico nacional el modelo para los protagonistas de su novela. Los Pichis conjugan al desertor por antonomasia de la literatura argentina, el gaucho Martín Fierro, y a los pícaros que aparecen en la segunda parte del poema gauchesco (Picardía y el Viejo Vizcacha). Ajenos por completo al culto del coraje y a la rebeldía que encarnaba Fierro, los desertores de Los Pichiciegos saben que, para sobrevivir, hay que avivarse. Al momento de narrar la guerra de 1982, Fogwill mira hacia atrás y no encuentra una epopeya, sino el relato antimilitarista y antiestatista de José Hernández (2000) donde los conscriptos huyen de la violencia del propio Ejército.2 En su génesis, la ficción literaria de Malvinas lleva la marca distintiva de esa carencia: no hay relato heroico ni épica posible en la aventura militar de la última dictadura.

Mucho menos conocida, Primera línea,3 la otra narración inaugural, puede leerse como un relato en negativo de Los Pichiciegos. Si los soldados de Fogwill se sustraen de la guerra, los de Gardini se reciclan. El protagonista del cuento es un conscripto que resulta mutilado en combate por una bomba y vuelve al campo de batalla en forma de ciborg. Lo que queda de su cuerpo ha sido incorporado a una maquinaria militar para seguir combatiendo. En el código futurista de la ciencia ficción, el relato pone en escena el carácter instrumental de los jóvenes soldados en Malvinas y su posterior olvido. Lo que está en juego, una vez más, es la función biopolítica (Foucault, 1996) del Estado y su capacidad de hacer morir reclutando y mandando a civiles a la guerra, pero también, de hacer vivir a esos soldados que sobreviven para luego ser reutilizados en la contienda. Ya sea que los protagonistas escapen de la guerra y su pulsión destructiva o se sometan hasta el cansancio a la lógica bélica, ninguno de ellos actúa movido por la defensa de los justos intereses de la patria en las islas. Esa será otra de las marcas características de la literatura de Malvinas ya evidente desde su nacimiento: a contrapelo de la exaltación patriótica y del triunfalismo que desplegó el discurso oficial –con gran ayuda de los medios– durante la recuperación militar del archipiélago, la ficción deconstruye el relato nacionalista de la causa Malvinas y busca, desde adentro, inmolarlo.

Antes de que estas obras hayan suscitado la atención del público lector y, sobre todo, de la crítica especializada, el reconocido polemista Ramón Alcalde había mantenido un beligerante intercambio de ideas en las páginas de la revista Sitio4 con el escritor Néstor Perlongher a raíz del conflicto bélico de 1982 y sus inmediatas repercusiones dentro del campo literario argentino de la época.5 Acaso vislumbrando la génesis de esa nueva tradición de relatos, Alcalde proponía en su argumentación una recuperación de la tragedia como género para contar lo que había sucedido en la guerra de Malvinas: “Tampoco quisiera adoctrinar a nadie. Opino, nomás, que la literatura en la Argentina (o algunos escritores argentinos a los que les interese) tenemos que aprender o reaprender, a ser trágicos, si no queremos terminar en bufonescos” (1983, p. 53). Contrariando esas expectativas, la prosa altamente corrosiva de Fogwill en Los Pichiciegos con su despliegue desacralizante de ironía, parodia y humor negro se convirtió en el rompehielos que abrió el camino para las ficciones posteriores de Malvinas. Mientras, el tono trágico que reclamaba Alcalde quedaba relegado a la narrativa testimonial donde cualquier mueca que esbozara una risa pecaba de inapropiada.

Irreverente y a contramano de los grandes relatos nacionales, la literatura eligió contar la guerra de Malvinas en clave de farsa para representar una identidad nacional en crisis. Ahí donde la épica coloca héroes y la tragedia mártires o víctimas, la ficción literaria desplegó todo un repertorio de simuladores, pícaros y farsantes. Aparecen héroes apócrifos, como los protagonistas del cuento La soberanía nacional, de Rodrigo Fresán (1991). Ya sea porque se trata de un soldado que mata por accidente a un gurkha. O porque el conscripto es un rolinga que quiere ser tomado prisionero por los ingleses para viajar a Londres y conocer a los Rolling Stones. O bien porque quien aspira a la categoría de héroe de guerra lo hace para zafar de un femicidio que cometió. También cuando el que se alista para combatir en las islas es japonés y no argentino como en el cuento La causa justa de Osvaldo Lamborghini (2003). O chileno, como el personaje del cuento Memorándum Almazán (Forn, 2008) que se hace pasar por ex combatiente para medrar en una embajada. Aparecen falsos cónsules: el memorable Faustino Bertoldi librando su cruzada diplomática en la imaginaria nación de Bongwutsi en A sus plantas rendido un león (Soriano, 2010). Y aparecen, además, aquellos nuevos héroes que actúan por fuera de los campos de batalla: Diego Armando Maradona que toma la posta para dejar en el camino a tanto inglés en Me van a tener que disculpar, de Eduardo Sacheri (2007). No son los soldados protagonistas del conflicto bélico los que ocupan el centro de la ficción y, cuando lo hacen, ellos también asumen el disfraz y participan del simulacro.

Acaso el pico más alto de este tipo de representación farsesca y de toda la narrativa literaria de Malvinas lo encontramos en la novela Las Islas, de Carlos Gamerro (1998). Todo parece simulacro para los protagonistas de la novela, un grupo de ex combatientes que, a diez años del conflicto bélico, continúa obsesionado con las islas. La guerra se repite como un videojuego donde las tortugas ninjas representan a los soldados argentinos y el que intenta revertir el resultado de la contienda en el relato del juego es un veterano de Malvinas. También con la lógica del show televisivo de Titanes en el ring donde, todas las semanas, el conscripto argentino le gana al paracaidista inglés; espectáculo que es seguido y presenciado por soldados reales. O vuelve en la vulgar decoración de una torta de cumpleaños que es engullida por los protagonistas de la gesta que ahora se convierte en ingesta de Malvinas. Como bien ha destacado Martín Kohan (1999), el relato de Gamerro conjuga la farsa de la ficción con el drama experiencial de la guerra al poner en escena a los miembros de esa generación de jóvenes que participaron del conflicto en 1982 y que, en el contexto de la postguerra, no parecen tener más futuro que ese pasado en el que siguen atrapados como moscas pegadas a una gran telaraña.

Lejos de presentarse como una llanura sin accidentes donde, parafraseando a Osvaldo Lamborghini, el chiste de la farsa siempre termina con muertos; el corpus literario de Malvinas tiene sus propios archipiélagos. Se trata de zonas en las que el tono crítico continúa siendo esencialmente antiépico y antinacionalista, pero donde se apela a otros códigos estéticos. Acaso como las excepciones que confirman la regla, aparecen dos novelas de aprendizaje, Arde aún sobre los años (2007) de Fernando López y La flor azteca (1997) de Gustavo Nielsen, donde el conflicto bélico supone una instancia crucial en el desarrollo físico, psicológico y sexual de los personajes. En estos relatos, la guerra puede leerse en clave de experiencia generacional, tanto para aquellos adolescentes que participaron del conflicto siendo parte del servicio militar obligatorio, como para sus compañeros que no. Como episodio histórico traumático, la guerra de 1982 cumple en estas ficciones con una función propedéutica al ser el episodio que produce el desengaño de los protagonistas respecto del mundo de los adultos. Es decir, aquellos que les habían ocultado lo sucedido en el país en tiempos de terrorismo de Estado. El conflicto bélico, al coincidir con esa etapa de los personajes de pasaje entre la niñez y la adultez, actúa propiciando o cercenando el acceso a la madurez. Para los que no fueron a combatir en las islas, supone una instancia de aprendizaje, mientras que aquellos que participaron del episodio de Malvinas resultan, de una manera o de otra, aniquilados por la experiencia. Paralelamente al desarrollo de los jóvenes protagonistas de las ficciones, el país también se encuentra en proceso de redefinir su identidad en el trance entre el fin de la dictadura militar y el regreso de la democracia.

Si las condiciones impuestas por la última dictadura militar generaron en su momento el debate dentro del campo intelectual argentino entre los que se quedaron en el país y los que marcharon al exilio, la guerra reactualiza con otros sentidos el tópico los que se quedaron/los que se fueron. Sin posibilidad de elección por parte de los protagonistas, Malvinas significó un estigma generacional para los jóvenes de las clases 1962 y 1963 que fueron las reclutadas por las fuerzas armadas durante el conflicto bélico. Esta marca se hace evidente en la literatura de Malvinas cuando son los escritores de esta generación quienes asumen el relato de la guerra en la ficción, como es el caso de Carlos Gamerro, Gustavo Nielsen, Rodrigo Fresán y Patricia Ratto, entre otros. La experiencia Malvinas es vivida por los autores como una huella traumática y como una especie de destino paralelo que logran exorcizar a través de la praxis literaria, así lo confiesa Gamerro: “Malvinas, en ese sentido, me marcó, como marcó a toda mi generación, a los que se fueron y a los que se quedaron. Y me dejó, además, la sensación de una vida, quizás también una muerte, paralela, fantasmal –la mía, si me hubiera tocado ir–. Malvinas no fue para mí una eventualidad remota; fue un destino al cual por pura suerte –haber pedido prórroga en lugar de hacer la colimba a los dieciocho años– escapé. Ese destino paralelo me seguiría hechizando de tal modo que, diez años después, me vi obligado a acatarlo, al menos en esa otra vida de la ficción” (Gamerro, 2006, p. 74). Mientras algunos de los que fueron a la guerra asumen el relato a través del registro testimonial y sus múltiples formas, los que se quedaron, pero podrían haber ido (un sorteo determinaba quiénes tenían que cumplir con el servicio militar obligatorio), acuden al terreno de la ficción para cumplir con esa especie de mandato de contar Malvinas y lo que el conflicto hizo con ellos.

Cómo seguir contando la guerra cuarenta años después

Por su fuerte presencia simbólica en nuestra cultura y la lógica del mercado editorial, los aniversarios de la guerra que se expresan en números redondos resultan particularmente prolíficos para la literatura malvinera. Un mojón importante dentro de esta tradición narrativa fue la conmemoración de los treinta años del conflicto bélico en 2012. La publicación de una importante cantidad de obras, tanto de ficción como testimoniales, periodísticas y ensayísticas, demostró que Malvinas continuaba siendo un terreno fecundo. Dentro de ese vasto corpus,6 se destacan dos novelas: Montoneros o la ballena blanca (Federico Lorenz, 2012) y Trasfondo (Patricia Ratto, 2012).

Muy pocos escritores, o mejor, ninguno, ha abordado la cuestión Malvinas con la tenacidad y la multiplicidad de enfoques que emplea Lorenz (2006, 2009, 2012, 2017, 2022) en su escritura. El historiador ha asediado los sentidos de la guerra de 1982 desde una perspectiva disciplinar en diversos libros y trabajos académicos,7 a la vez que Montoneros o la ballena blanca marca su incursión en la ficción malvinera. Para eso, apela a su propio archivo, no solo en lo que refiere al conflicto bélico, sino también a sus investigaciones sobre la guerrilla y la violencia política en la década del setenta. La novela relata la historia de un grupo de militantes de la agrupación Montoneros que, tras sobrevivir a la llamada guerra sucia, se reúne a comienzos de la década del ochenta para desarrollar un plan de ocupación de las islas Malvinas. Una vez en el archipiélago, descubren con sorpresa que las Fuerzas Armadas les han ganado de mano. El encuentro entre la célula montonera y los militares durante el conflicto bélico de 1982 pone en escena la confrontación de dos grupos ideológicamente antagónicos que buscan concretar uno de sus mayores anhelos: recuperar las islas australes. A partir de la hipótesis de esa coincidencia con ribetes delirantes, el relato apela al cruce de historia y ficción para representar a Malvinas como una obsesión compartida por facciones de la izquierda y de la derecha argentina.

La apuesta literaria de Lorenz tensa el nudo conflictivo donde se encadenan las dos guerras que postula el relato de la dictadura militar: la pretendida guerra sucia, donde el adjetivo enmascara y busca justificar como acción bélica el plan de exterminio del terrorismo de Estado, y la de Malvinas. La confrontación interna se traslada a las islas en la novela y da cuenta del fracaso de dos utopías: la revolución socialista y la recuperación de Malvinas. A diferencia de los protagonistas de las ficciones en clave de farsa que pululan en la tradición literaria de la guerra, los personajes son arrasados por las pulsiones nacionalistas que encuentran en la restitución de las islas el sumun del deseo patriótico. Si hay una épica, esta solo puede concebirse desde la derrota, tanto de las ambiciones revolucionarias de toda una generación de jóvenes como del intento desesperado de la última dictadura militar para ingresar al gran relato de la nación.

Si la guerra en Los Pichiciegos es subterránea, en Trasfondo será submarina. En varias entrevistas, Patricia Ratto (clase 1962 y, como tal, integrante de la generación de Malvinas) reconoció que el testimonio de un tripulante del submarino ARA San Luis la impulsó a escribir la novela, para la cual entrevistó a más de la mitad de los suboficiales que participaron de la misión a bordo de la nave durante el conflicto bélico. El relato de Ratto no solo es disruptivo porque supone una presencia femenina en un corpus sumamente masculinizado, sino que también apela a contar lo más velado y misterioso de la guerra de 1982: el universo submarino. La narración se aparta del espectáculo bélico convencional para sumergirse y contar lo menos visible de la guerra. Alejada de la estética predominante en el corpus Malvinas, percibimos en la elección de la voz narradora de la novela un guiño con la obra de Fogwill: la presencia de lo fantasmal. No solo por algunas apariciones fantasmagóricas que se refieren en Los Pichiciegos, como la alusión a las monjas francesas Alice Domon y Lèonie Duquet desaparecidas por la dictadura, sino porque los propios Pichis tienen una existencia liminal entre la vida y la muerte. Ratto recurre a un narrador imposible en la literatura testimonial: el testigo integral de la experiencia bélica; aquel que solo puede habitar y contar en la ficción.

En la literatura argentina las tradiciones parecen paridas con dolor y urgencia. Desde su exilio en Chile, Domingo Faustino Sarmiento busca socavar el poder de Juan Manuel de Rosas y recurre a la incontinencia textual de una obra monstruosa, inclasificable y fundacional como el Facundo. Rodolfo Walsh se apresura en denunciar en Operación Masacre al Estado criminal que ha ordenado los fusilamientos de José León Suárez después del levantamiento del general Juan José Valle y, en su premura, crea una nueva forma de contar los sucesos reales. La escritura desbocada y vertiginosa de Fogwill, en su carrera para que la ficción cuente la guerra antes que las versiones testimoniales de los protagonistas, puede inscribirse en esa línea de relatos gestados al calor de los acontecimientos. Fundar una tradición supone inaugurar una forma de contar que luego puede –y de seguro debe- ser reescrita, rebatida y reformulada por los escritores que vienen después, pero que ya no pueden permanecer ajenos a la influencia de la fuerza de gravitación que ejerce esa obra primigenia. Aun cuando no se propongan escribir dentro de la tradición, aun cuando se empeñen por desestimarla, serán leídos, al menos por la crítica, desde ese centro que ocupa el relato fundante. La perspectiva trazada aquí no se pretende exhaustiva, ya que no hemos considerado muchas de las obras que son parte importante del corpus.8 Pero tampoco es arbitraria, son rastros que permiten delinear un mapa para no perderse en la frondosa ficción literaria de Malvinas; caminos que marcan continuidades y rupturas estéticas, zonas discernibles, sentidos que deconstruyen, rescriben y reinventan –también revientan– los grandes relatos de nación y de la causa nacional por excelencia.

¿Y ahora qué pasa, eh?, conviene preguntarnos como lo hace el narrador al comienzo de La naranja mecánica. A cuarenta años de la guerra, la maquinaria literaria de Malvinas se ha vuelto a poner en marcha y todo parece indicar que será un año colmado de lanzamientos editoriales. Por lo pronto, Federico Lorenz ha vuelto una vez más a la carga en el terreno de la ficción con su novela recién publicada Para un soldado desconocido (2022), un relato polifónico que no prescinde de las voces y miradas de personajes reales. Otra novedad es La guerra menos pensada (2022), una antología compilada por Victoria Torres y Miguel Dalmaroni que reúne 17 relatos inéditos de autores de distintas generaciones. Luis Gusmán, María Teresa Andruetto, Jorge Consiglio, Ariana Harwickz, Mauro Libertella y Mariano Quirós, entre muchos otros, forman parte de la compilación. Solo por mencionar algunas de las primicias más relevantes que marcan en tiempo presente la continuidad y vitalidad del corpus. Habrá que leer cómo se representa y reconfigura el conflicto bélico de 1982 en estas nuevas narraciones para descubrir qué otras modulaciones se incorporan a la prolífica tradición inaugurada por Fogwill. De lo que no hay dudas es que Malvinas se sigue contando en la ficción y que se trata de un gran relato identitario y especular; un singular espejo que nos devuelve diversas y disformes imágenes de nosotros mismos. También, un espejismo.

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Notas

1 Carlos Gamerro insiste sobre la cuestión de la cocaína y la velocidad con que Fogwill dijo haber escrito su novela (según declaraciones del propio autor en distintas entrevistas, la cantidad de cocaína varía entre tres y 21 gramos y el tiempo de producción entre dos y medio y ocho días). Si bien el dato de la droga es anecdótico, lo relevante es el apuro de Fogwill por terminar su obra antes de que concluya la guerra y que sea rápidamente leída. Gamerro -aunque descree de la posibilidad de que la novela haya estado lista antes de la finalización del conflicto bélico- atribuye la prisa de Fogwill a la necesidad del escritor de adelantarse a los relatos testimoniales que surgirán inmediatamente después de la guerra: “A Los Pichiciegos la escribió rápido porque tenía que terminarla antes de que terminara la guerra, y alguien con una inteligencia tan poco atada a nada como la suya sabía que ésta duraría lo que un suspiro. Fogwill, en esos días de mediados de junio, se da cuenta de que debe llegar a la meta antes que los ingleses. Y no solo tiene que terminar la novela antes, debe darla a leer, debe tener testigos de su hazaña”, (Gamerro, 2015, p. 444). Por su parte, el propio Fogwill también había destacado esa urgencia porque su obra fuera leída rápidamente: “En aquel momento con mi omnipotencia característica creía que Los Pichiciegos se iba a publicar inmediatamente, pero pasó un año y medio. Por suerte lo leyó mucha gente en pocas semanas. Yo quería que se leyera y que se leyera rápido para cerrar de una vez y con llave los relatos de esta guerra” (31 de marzo de 2007, Revista Ñ, número 183, p. 15).
2 Es interesante constatar, en una lectura comparativa, cómo las críticas que propone el texto de José Hernández respecto de las condiciones en que los gauchos eran llevados a combatir en la avanzada territorial contra los indígenas resultan muy similares a las que hacen los conscriptos en sus relatos testimoniales al volver de Malvinas, como se puede apreciar en Los chicos de la guerra (Kon, 1984). La escasa instrucción militar, la falta de armamentos y de equipamiento adecuado, el hambre y los castigos a los que eran sometidos por parte de los oficiales del Ejército –como el caso emblemático de los estacamientos–, son lugares comunes en ambas narraciones a la hora de describir la vida militar.
3 En 1982, el cuento de Gardini obtuvo el principal galardón en el Primer Concurso de Cuento Argentino organizado por el Círculo de Lectores, por entonces, uno de los certámenes literarios más prestigiosos del país. En esa oportunidad, el concurso contó con la participación de Jorge Luis Borges, Josefina Delgado, José Donoso, Jorge Lafforgue y Enrique Pezzoni como jurados.
4 La publicación existió entre 1981 y 1987 con una producción de apenas seis números que tuvieron una periodicidad bastante irregular. La revista fue dirigida inicialmente por Ramón Alcalde, Eduardo Grüner, Luis Gusmán, Jorge Jinkis, Mario Levin y Luis Thonis. Contaba, además, con la participación asidua de un grupo de colaboradores, entre los que se destacaban Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Néstor Perlongher, Arturo Carrera, Enrique Pezzoni, Luis Chitarroni y Silvia Molloy. Sitio sirvió como el espacio donde se desarrollaron distintas discusiones del campo intelectual y literario en tiempos en que las voces críticas eran escasas; dado el contexto del terrorismo de Estado y sus efectos en el ámbito de la cultura.
5 He analizado en profundidad esta y otras polémicas en el artículo “La guerra de Malvinas y sus trincheras intelectuales: entredichos entre los editores de la revista Sitio y el escritor Néstor Perlongher” (2017). Disponible en https://periodicos.sbu.unicamp.br/ojs/index.php/remate/article/view/8648698/17296.
6 Entre las obras literarias publicadas ese año se pueden mencionar las novelas Sobrevivientes (Fernando Monacelli), La balsa de Malvina (Fabiana Daversa), El desertor. La leyenda de Malvinas (Pablo Vierci), Malvinas, la ilusión y la pérdida (Silvia Plager y Elsa Fraga Vidal) y la antología de cuentos Las otras islas (Marcelo Birmajer, Liliana Bodoc, Pablo De Santis y otros).
7 Podemos destacar entre sus obras referidas a Malvinas: Las guerras por Malvinas (2006), Malvinas. Una guerra argentina (2009), Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes (2008) y La llamada. Historia de un rumor de la postguerra de Malvinas (2017), entre otras.
8 Entre algunas de las ausencias pueden nombrarse: Kelper (Vieytes, 1999), Una puta mierda (Pron, 2007), El ser querido y nuevos cuentos (Guebel, 2014), Guerra conyugal (Russo, 2000), Segunda vida (Orsi, 2011), Cuando te vi caer (Basualdo, 2008), 2022 La Guerra del Gallo (Guinot, 2011), 1982 (Olguín, 2017), Heroína. La guerra gaucha (Correa, 2018) y Ovejas (Ávila, 2021).
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