Enfoques
Milei y la episteme digital en una Argentina neoreaccionaria. Notas para un análisis comunicacional de la campaña, el gobierno y el Estado de Javier Milei
Milei and the Digital Episteme in a Neoreactionary Argentina. Notes for a Communicational Analysis of the Campaign, the Government and the State of Javier Milei
Tram[p]as de la Comunicación y la Cultura
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 1668-5547
ISSN-e: 2314-274X
Periodicidad: Frecuencia continua
núm. 89, e071, 2024
Recepción: 28 Junio 2024
Aprobación: 29 Julio 2024
Publicación: 08 Agosto 2024
Resumen: En este artículo, el autor busca resolver un interrogante: ¿por qué llegó Javier Milei a la presidencia de la República Argentina? La hipótesis que se desarrolla plantea que Milei y sus partidarios, autodenominados libertarios, reflejan una mutación de orden epistémico –es decir, de las condiciones de posibilidad en el campo de lo político– que se produce como consecuencia del impacto en el universo social de las tecnologías digitales. Si bien el fracaso del gobierno anterior actúo como contexto para esa posibilidad, Milei aprovechó la crisis sociotécnica para imponerse como una opción liberadora de emociones y de demandas que venían alimentándose soterradamente.
Palabras clave: nuevas tecnologías, violencia política, aceleracionismo, crisis civilizatoria.
Abstract: In this article, the author seeks to resolve a question: why did Javier Milei become president of the Argentine Republic? The hypothesis that is develop proposes that Milei and his supporters, self-proclaimed libertarians, reflect a mutation of epistemic order –that is, of the conditions of possibility in the political field– that occurs as a consequence of the impact on the social universe of digital technologies. Although the failure of the previous government acted as a context for that possibility, Milei took advantage of the sociotechnical crisis to impose itself as an option that liberated emotions and demands that had been feeding underground.
Keywords: new technologies, political violence, accelerationism, civilizational crisis.
I. Milei: aviso de incendio1
Imaginemos esta situación. Un gobierno progresista fracasa en su gestión. Arrastra desde el gobierno anterior una deuda leonina impagable que potencias extranjeras le impusieron ante la crisis. En ese marco, los sectores concentrados de la economía comienzan a apoyar a un líder histriónico anticomunista. Se desata una inflación imparable. El clima social se hunde en la depresión y en la angustia, que las mediaciones culturales explotan en el contexto de una transformación en las tecnologías de comunicación. La omnipresente guerra geopolítica de dos potencias mundiales refuerza las contradicciones de los sectores en pugna. Unos piensan que el gobierno debe profundizar esas contradicciones; otros, que debe pactar con el statu quo. El dilema lo inmoviliza y lo hace más vulnerable a la insatisfacción social. No se trata de la Argentina en noviembre de 2023, es la Alemania previa a la asunción de Adolf Hitler como primer ministro, en 1933.
Ya es historia conocida. En 1919, luego de la Primera Guerra Mundial, las fuerzas progresistas del partido socialdemócrata alemán y la izquierda socialista formaron gobierno. En ese marco, impulsaron una serie de reformas que se plasmaron en una constitución de vanguardia. Previamente a ese período de entreguerras, que se conoce como la República de Weimar, el acuerdo de capitulación de Versalles le había impuesto a Alemania concesiones que condicionaron su economía y dieron lugar a una inflación incontrolable. En ese ambiente de contradicciones, emerge un líder popular extravagante que, al principio, nadie tomó en serio. Nos referimos al frustrado pintor Adolf Hitler, quien, después del putsch de 1923, irrumpió en la escena política concitando importantes apoyos en la elite conservadora y en los grandes grupos económicos que le temían al ascenso del comunismo.
En el campo de la cultura, todo este periodo fue escenario de profundas modificaciones, tanto en la producción como en el consumo artístico, producto del avance de las, por entonces, nuevas tecnologías de la comunicación, el cine y la radio. También sabemos cómo terminó esa historia: la expansión imperial alemana, la Segunda Guerra, el Holocausto. En ese marco, dos potencias mundiales en ascenso (Estados Unidos y la Unión Soviética) marcaron todo el periodo, hasta llegar a su máxima expresión en la Guerra fría.
Desde entonces, no han parado de escribirse libros que buscan la respuesta a una sola pregunta. ¿Por qué sucedió? Los frankfurtianos Max Horkheimer y Theodor Adorno explican el proceso en Autoridad y familia, publicado en 1936. Allí, advierten que la caída de la autoridad paterna, producto del desempleo y de la inflación posterior al crack del 29, potenció la búsqueda de un líder autoritario que compensara la seguridad perdida. El historiador Jeffrey Herf, en El modernismo reaccionario (1984 [1993]), interpretó la constitución de una cultura guerrera y expansionista en la amalgama entre antiiluminismo nacionalista y fascinación tecnológica. Para otros, la causa fue el manejo omnipotente de los medios de comunicación; en especial, la radio, de Joseph Goebbels, quien hizo un uso político de la cultura de masas emergente. No es difícil pensar que las causas eran múltiples y que todo funcionó como un reloj en beneficio del infausto monstruo que llevó a Alemania al horror y a Europa a una de las guerras más cruentas de su historia.
Pero hay una diferencia con la Argentina: Javier Milei no es fascista, al menos eso dice. Se autodefine como anarcocapitalista, un aceleracionista de derecha, como Nick Land (2022), el ideólogo de este movimiento que vive su retiro en Japón. Autor de una serie de ensayos, como La Ilustración oscura (2022), Land es el verdadero pensador (Hui, 2020) detrás de referentes de la alt rigth como Steve Bannon, Jair Bolsonaro o Santiago Abascal, que irrumpieron en la primera década del siglo XXI. Para Land (2022), impulsor de la singularidad tecnológica, los consensos del Estado de bienestar (la superestructura ideológica, diría Karl Marx), atrasan el desarrollo de las fuerzas productivas. En esa lucha de clases, el mundo está ante una nueva crisis civilizatoria. ¿En dónde podemos verlo? En las diferencias abismales que las tecnologías están generando en el mundo económico, en la desarticulación de las rutinas productivas, en el avance del home office, en la automatización de las fábricas, en el trabajo cognitivo, en la expulsión constante de mano de obra que genera la transición digital. Como lo recuerda el Manifiesto por una Política Aceleracionista (2013), de Nick Srnicek y Alex Williams (Avanessian & Reis, 2017), es imposible volver al modelo fordista. Lo prueban las iniciativas globales por «la semana de cuatro días» o los sectores que promueven un salario universal. Es evidente que estamos ante otra mutación del trabajo en la que algunos ya hablan de su fin.
En esta encrucijada, los sectores neoreaccionarios, siguiendo la doctrina del shock (Klein, 2007), quieren aprovechar la crisis para dar otro zarpazo. ¿Acaso el oscuro diseño del DNU y la Ley Bases,2 propuestos por el gobierno de Milei, no lo reflejan? Porque, finamente, lo único que puede enfrentar al capitalismo financiero global desterritorializado son naciones organizadas democráticamente, con altos consensos en su interior y articuladas con otras naciones del mismo tipo, que defiendan a sus poblaciones, que busquen la igualdad y el interés común de un planeta en riesgo de cataclismo. Y eso es lo que hay que atacar, toda posibilidad de articulación, o, en todo caso, sobre eso hay que avanzar cuando la articulación en el gobierno fracasa. Como señaló, recientemente, el intelectual y ex vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera,3 el auge de los extremismos de derecha es la respuesta combinada de los sectores conservadores a la incertidumbre económica y de los sectores populares a la defraudación de los gobiernos progresistas.
Entonces, cabe la pregunta, ¿qué vamos a hacer para evitar que todo termine como puede terminar? La película de Quentin Tarantino, Bastardos sin gloria (2009), plantea una hipótesis interesante: ¿podría haber pasado otra cosa? El filósofo Walter Benjamin, contemporáneo de aquella república alemana idealista, en «Aviso de incendio» (1928),4 un texto inesperadamente actual, dijo que pensar que el capitalismo concluiría, inexorablemente, en una revolución como la que imaginaba Marx era, por lo pronto, dudoso. En ese caso, aconsejó, sería mejor apagar la mecha antes de que todo estalle. ¿Podemos hacerlo o estamos atrapados en el juego de los prisioneros que movidos por el egoísmo terminan perjudicándose? Los que vivimos la crisis socioeconómica de 2001 podemos hacernos una idea de las fatales consecuencias de no advertir que, muchas veces, conviene parar la pelota. Pero, la maximización de las ganancias parciales de los protagonistas de un conflicto, generalmente, es el peor camino para salir de una crisis. Todos creen que ganan cuando, en realidad, lo que hacen es profundizar el pozo en el que han caído. Resulta una paradoja, pero pareciera que la única alternativa es ceder. ¿Cómo lograrlo cuando parece que la consigna es yo o el caos? Si el inconsciente colectivo existe, el leitmotiv de campaña de la candidata del PRO, Patricia Bullrich, fue una confesión de parte: todo o nada. Del lado de Milei, que hizo campaña con la imagen de una motosierra, no parecía haber más cordura.
La propuesta política de su partido fue la desaparición de «la casta». ¿Quién es la casta? Cuando vemos los ministros que ha designado el Presidente es difícil distinguir el referente. Apagar el fuego con nafta no parece lo más prudente. La tercera oferta electoral que se presentó en la contienda fue la del oficialismo en el gobierno, de la mano del ministro de Economía, Sergio Massa. «Votá al normal», decían las redes sociales. Ya sabemos que no fue la opción ganadora. La gente buscó acelerar el reguero de pólvora y es muy difícil resolver un problema cuando la víctima y el victimario se parecen. «Que todo explote, antes de seguir así», decían los focus group, según confesaron luego las consultoras de opinión pública.
II. La banalidad del mal
Probablemente, muchos/as estemos aún sorprendidos/as. Pocos días después de la asunción, en la que el Presidente de la Nación habló de espaldas al Congreso, se pasó de una suba del dólar de más del 118 % al anuncio de la liquidación del Estado tal como lo conocemos, todo en aras de una idea de libertad que resulta paradójica: la libertad de los poderosos para tener más poder.
Sin dudas, fue un duro golpe el anuncio por cadena nacional del decretazo dispuesto por Milei.5 La escena de su alocución es reveladora. Estaban, ahí, esos diez o doce funcionarios. Parados o sentados alrededor del Presidente [Imagen 1]. No era solo un mensaje del jefe de Estado. La imagen parecía decir otra cosa.
Salvo que nuestra memoria falle, nunca hubo un plano detalle; una imagen en primer plano de quien leía, que casi nunca levantó la vista del texto, como si buscara escamotear la mirada de sus imaginarios destinatarios. El ambiente frío, distante, abismal, parecía agrandarse con el reflejo del espejo sobre la mesa estilo Luis XV y los biseles de las puertas laterales. Arriba, en el centro, una estatua de mármol blanco aumentaba la impresión versallesca. Es posible que, al contemplar esa escena, las audiencias tuvieran la impresión de estar frente a un jurado escuchando la lectura de una sentencia. Seguramente, muchos/as se preguntaron qué crimen habían cometido.
Pero ¿qué hacía el tipo que estaba parado a la derecha de Milei, el único que llevaba un traje de otro tono, color celeste claro? En las redes sociales (Twitter, especialmente) el detalle no pasó inadvertido; de inmediato, muchos tuiteros comenzaron a observarlo. ¿En función de qué Federico Sturzenegger estaba parado ahí?, se preguntaban. Porque de él se trataba. Hasta ese entonces, el ex secretario de Hacienda en el gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001), ex presidente del Banco Central en el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) y, para más antecedentes, ex asesor financiero de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) durante el gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1999), no tenía un cargo. Claro, es el autor del DNU, autoridad que él mismo asumió en un video publicado en Instagram,6 en el que, muy jocoso, le cuenta a Bullrich que su trabajo está terminado. «Más de 300 leyes borradas de un plumazo», le dice sonriendo. ¿Pero estaba ahí en carácter de qué? No es ministro, no es secretario de Estado. ¿Es el autor intelectual, el orfebre secreto de aquel plan?
Avanzada la noche, analistas económicos y periodistas de diferentes medios comenzaron a poner blanco sobre negro el documento anunciado por el Presidente. El DNU, como señalaron, es un plan de negocios. Negocios para la industria farmacéutica, para Elon Musk, para el sector agrario, para los industriales. ¿Sturzenegger es el garante de esos negocios? Además, ¿por qué en ese plan aparece la necesidad y la urgencia de reducir las licencias por maternidad? ¿Cómo afecta eso el déficit fiscal, la bola de Leliqs,7 la brecha cambiaria? Resulta extraño. Pero ahí está Sturzenegger, con su saco celeste claro, como si estuviera de paso. Un mensaje. ¿Qué mensaje? Que nada es casual en un evento de esta naturaleza. Mejor dicho, que el azar es un signo inconsciente. ¿Acaso Sturzenegger lo sabía esa mañana cuando eligió el traje claro? Tampoco es inocente el hecho de que la cámara en ningún momento retratara el primer plano del Presidente. ¿Por qué? ¿No es el responsable de este plan o el autor no está y el mandatario lee el guión de otro?
Apenas terminó el breve discurso, los portales de noticias comenzaron a reportar la biografía del personaje de traje celeste. A principios de los noventa, cuando oficiaba como secretario de Finanzas de Domingo Cavallo, la deuda pública aumentó un 60 %. Hacia el final de la década, durante el gobierno de De la Rúa, participó en el «megacanje», otro desatino financiero que desembocó en la caída de esa administración. Es cierto, hay continuidad, como lo recordó el ex embajador menemista Diego Guelar: Menem, Macri y, ahora, Milei. Y en esos lugares clave siempre Sturzenegger, «el consejero». Con Menem, 22 % de desocupados/as al final del mandato; con De la Rúa, 22 muertos en Plaza de Mayo y la confiscación de los ahorros de miles de argentinos/as; con Macri, 57 mil millones de dólares de deuda externa. Gobiernos que terminan uno peor que el otro y, en todos ellos, Sturzenegger participando como funcionario. «¿Por qué va a salir bien esta vez?», se preguntó un tuitero, casi a medianoche.
Hannah Arendt (1963) acuñó el concepto «banalidad del mal» para referirse a los personajes de la historia que toman el rol de ejecutores de una empresa atroz en la que no quieren asumir las responsabilidades morales o éticas de sus actos; pero están ahí para eso.
III. La ceremonia del fin
En marzo de 2024, cuando Milei se negó a dar el discurso inaugural de su mandato en la Cámara de Diputados, como es costumbre desde hace cuarenta años, marcó un punto de inflexión. «Dar la espalda a la casta», como mencionan sus adláteres –con el beneplácito de ciertos comunicadores sociales y del propio establishment político-empresario–, es todo un símbolo de su desprecio a las instituciones democráticas y al sistema de partidos, uno de los logros más importantes de la Argentina desde el fin de la última dictadura cívico militar.
El mensaje era claro. Resumámoslo: si bien soy la cabeza del Estado, no soy «la casta». Mi legitimidad no son las instituciones del sistema democrático, sino una confusa legalidad popular que va, incluso, más allá del voto. Esa legalidad está en el mundo de la comunicación, son las redes, los likes, las plataformas. Ubicándose en otro lugar de enunciación, lo que dijera ya no tenía importancia. Milei no le habló a la ciudadanía representada por sus dirigentes electos democráticamente; se ubicó en un ámbito nuevo, en una suerte de púlpito religioso, desde una legalidad en la que invoca «fuerzas del cielo» para anunciar la buena nueva: no hay plata.
De la misma manera en la que Margaret Thatcher inauguró el neoliberalismo en los ochenta, con la frase «no hay alternativa», Milei inscribe su discurso en una narrativa tautológica. Les habla a los conversos, a los corderos sacrificiales, constituyendo una suerte de pacto intangible con su rebaño. Un círculo muy amplio de creyentes que siente y que cree que merece ese castigo. Al igual que los predicadores evangélicos de las culturas electrónicas, que proliferaron durante la primera época de la televisión, Milei hizo su acting para el universo digital. Si en la primera alocución tradicional de los presidentes ante la Asamblea Legislativa se invocaba la legalidad del Estado de Derecho y la ciudadanía, en este se constituye una legión de adherentes a una fe extraña. Una creencia que solo ven los conversos.
¿Cómo llegamos a este punto? Esa es la pregunta esencial que hay que responder en los próximos vertiginosos años, antes de que este proceso termine mal o peor de lo que imaginamos. Porque, como ya lo anunciaron diferentes medios, el plan es acelerar contra el iceberg. También lo señaló el diputado Alejandro «Topo» Rodríguez en un tuit: ajuste a jubilados, a docentes, a empleados públicos, a sectores del trabajo privado por medio de tarifazos de luz, gas y agua; más inflación, aumento de la nafta, recortes a presupuestos provinciales y universitarios. ¿Para esto había que convocar a un devoto de la economía austríaca? Pero el camino tampoco es resistir a ciegas, porque hacerlo de ese modo lato implica creer que quienes nos enfrentamos a este plan perverso no tenemos alguna responsabilidad. La tenemos. El ministro de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque, lo ha dicho sin eufemismos, como es habitual en su estilo: hay un problema de representación. La política perdió interlocutores/as en los sectores populares, le habló de un Estado presente a un pueblo que hace mucho que no tiene salud, educación o trabajo. ¿Pero alcanza con eso para explicar a Milei y el auge de los/as libertarios/as, en especial, en la forma en que su ideología permeó en los/as jóvenes de los sectores populares?
Arriesguemos una hipótesis: Milei gana, en parte, porque además del fracaso del gobierno que lo antecede asistimos a las primeras manifestaciones de una mutación epistémica generada por las transformaciones productivas de la sociedad digital. A partir de estas transformaciones se gesta una serie de condiciones estructurales nuevas: en la producción, en el trabajo, en la socialidad, en la cultura, en las formas de acceso al saber, que, a su vez, ponen en crisis todas las instituciones que organizaban esas prácticas: el Estado, la familia, la escuela, los partidos políticos, la empresa, los medios de comunicación, las iglesias. Si en la hipótesis expuesta por Raymond Williams en La larga revolución (1961), las religiones, primero, y las instituciones modernas (partidos políticos, escuela), luego, configuraron hasta mediados del siglo XX las formas de vivir, para ser reemplazadas por los medios de comunicación de masas; en la actualidad, estos medios de comunicación tradicionales son desplazados por las redes sociales y por las plataformas digitales, con un alcance (extensión) y una profundidad (subjetividad) inéditos.
La victoria de Javier Milei es una de las manifestaciones de esta mutación y su decisión de hablar frente a la plaza del Congreso es una clara referencia a este cambio: gobernar sin mediaciones.
El peligro de esta configuración social es que las sociedades comiencen a funcionar gobernadas por un narcisismo autodestructivo. Todos/as queremos nuestros quince minutos de fama. ¿A qué costo? ¿Con qué objeto? Contra el discurso invocado de la meritocracia se rinde culto al exitoso, que, por lo general, heredó el negocio o lo hizo a costa de otros/as. ¿Hay lugar para todos/as en el universo de los algoritmos? Por otra parte, la sociedad se vuelve inmediata, como la arquitectura del sistema digital que viene a reemplazar la del Estado de bienestar. Los neoreaccionarios como Milei proclaman que el Estado es un depredador serial. ¿De qué? ¿De quién? Los que gritan «la casta tiene miedo», acaban de designar presidente a quien en los lugares clave de la administración pública ubicó a los representantes de las más reconocidas corporaciones del capital concentrado. Mientras los/as milennians dicen que se representan solos/as, pusieron en el poder a sus verdugos.
Otra dimensión de la nueva época es el horizontalismo. Vivimos en un mundo tribal, como lo anunciara Marshall McLuhan (1962 [1972]), sin jerarquías y rizomático. Cualquier cosa lleva a cualquier otra y solo el mercado puede constituir sus equivalencias. Si el peso no vale nada, ¿la vida tampoco? Veremos cómo Milei resuelve este dilema. Quizás haya que creer en su proclamado darwinismo. Solo sobrevivirá el más fuerte. Otra característica del tiempo que nos toca es la ubicuidad. Todo es aquí y ahora. Como lo marca el whatsapp. ¿La compresión de las dimensiones de tiempo y de espacio es el signo de este presente móvil? Si la red es mi lugar de pertenencia, mi cultura, cómo no voy a despreciar a los que me hablan de Estado, de comunidad, de barrios y de territorios.
—¡Ey, yo ya no vivo en esa casa! —gritan desesperados/as los/as jóvenes.
Tenemos un problema de lenguaje con mucha gente, en especial, con los/as más jóvenes. No es que no escuchan, ni siquiera nos ven.
Pero en esta nueva configuración social hay también una dimensión que no debiéramos olvidar: el aceleracionismo se propone como una singularidad abstracta en la que las máquinas gobernarán el mundo. En este punto, es interesante observar las familiaridades entre la concepción del «aceleracionismo reaccionario» de Land (2022) y el concepto heideggeriano que entiende a la naturaleza, afectada por la técnica moderna (y a los seres humanos, también), como reservas de energía, como stocks. Como lo supo prefigurar la película Matrix (1999), comenzamos a ser la energía de una técnica autónoma, singular. ¿No hay ya algo de esto en Shoshana Zuboff (2018) y su capitalismo de la vigilancia skinneriano? Ahora bien, si pensamos que el pueblo no se equivoca, habrá que desentrañar cuál fue el mensaje de las urnas. ¿No será, acaso, que el pueblo quiere otro Estado? No más o menos otro, sino otro. Provocativa pregunta para el peronismo, cuyo modelo de gestión pública es el que configuró el Estado de bienestar. ¿Podrá adaptarse a la mutación epistémica de la digitalidad?
En nuestra hipótesis, la política de la era digital potencia las polarizaciones porque el engranaje de su estructura es binario. Milei se convirtió en lo otro de «la casta», del statu quo. Y su estrategia fue correcta. Durante el proceso electoral, la sociedad fue descartando candidatos, para, finalmente, elegir al que menos se parecía a los otros. ¿Habrá que imaginar una nueva pedagogía política? Reconfigurar el discurso, volver a repensar el futuro, rediseñar el Estado, desafiar el presente. En eso, el león ganó la batalla. Habló, claramente, en contra del presente. Eso conmovió a los/as jóvenes. ¿Se puede hacer política sin conmover? El león es un meme, pero también un roto, como muchos/as argentinos/as. Ahora bien, ¿surgirá de esto algo nuevo o Milei mutará de nuevo para convertirse en el bufón del poder de turno, del poder de siempre? ¿La verdadera «casta» vuelve encubierta detrás de sus improperios, de sus shows? En eso hay algo de masoquismo: se viene el apocalipsis libertario comprado por los pobres contra el Estado de bienestar fallido. Sin dudas, es tiempo de repensar, seriamente, las categorías sociopolíticas desde las que actuamos antes de que venga el colapso.
IV. El loco de la motosierra
Cuando Javier Milei irrumpió en la escena política con una motosierra como signo de campaña fue tomado con sorna [Imagen 2]. Era un ardid publicitario, en apariencia inofensivo. Milei y sus colaboradores/as sacaron esa figura de la película La masacre de Texas (1974), dirigida por Tobe Hooper. Allí nació Leatherface, el loco de la motosierra, personaje central de la película que fuera precursora del género slasher (del inglés slash, ‘corte o cuchillada’).
A mediados de los años setenta, Estados Unidos entraba en un proceso de desencanto, fruto del fracaso en Vietnam, de la renuncia de Richard Nixon por el escándalo de Watergate y del fin de «los gloriosos treinta». Luego de una larga década de convulsiones sociales y de transformaciones culturales que tuvieron en la cultura hippie, en la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra y en el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy sus mojones más recordados, se estaba gestando una ola neoconservadora. Fue un tiempo de paradojas, porque desde mediados de los cuarenta Estados Unidos venía creciendo a un ritmo imparable: 3,5 puntos del PBI por año.
En los filmes slasher, los/as jóvenes que se habían enfrentado al establishment conservador norteamericano parecían recibir de estos asesinos seriales su castigo. Recordemos que las tramas repiten el mismo argumento: en el contexto de un viaje o de una fiesta, un grupo de jóvenes es atacado por un asesino sádico que los mata en una progresión sangrienta en la que la última víctima (siempre, una joven sensual e inteligente que ha percibido el peligro desde el principio) funciona como nexo de identificación con el espectador. En el personaje del monstruo criminal hay siempre una dimensión patológica. En general, vive aislado del resto de la sociedad, en forma precaria, en la vieja casa familiar; parte de ese folklore de la Norteamérica salvaje que retratara con maestría William Faulkner, y en el que no faltan la endogamia y los crímenes intrafamiliares. Por supuesto, en este género no hay sutilezas. La violencia es explícita, bizarra.
En su proceso de instalación mediática, Milei utilizó algunos registros de lo bizarro. Un registro que ya había tenido otras manifestaciones, aunque siempre enmarcadas en la información del espectáculo. En su momento, el periodista argentino Mauro Viale había explotado este género grotesco, al que se llamó la TV Bizarra. Pero nadie lo había hecho desde la política. Paradójicamente, pese a provenir del campo de la economía, Milei no evitaba las frases fuertes y rehuía de los eufemismos. Hay en línea innumerables videos que lo muestran descalificando a sus interlocutores/as: casta, parásito, mogólico, pedazo de mierda, hijo de puta, son muchas de las expresiones utilizadas por el actual Presidente. ¿El objetivo? Instalarse como un outsider, mostrar incorrección política, catalizar la bronca acumulada del otro lado de la pantalla por años de frustraciones. Entre sus mayores exabruptos está denominar al Papa «representante del maligno en la tierra» o llamar «sádico ignorante» al famoso actor Hugo Arana, ya fallecido. Para muchos/as productores/as televisivos y periodistas un personaje como este resultó un buen negocio. Daba rating, generaba controversias, producía noticias. Así, estuvo casi dos años pululando por las diferentes señales audiovisuales. Todos/as pensaban que era un personaje extravagante, pero no más que eso. Y en sus incorrecciones destempladas, parecía un niño sin inhibiciones que decía lo que pensaba, que no mentía.
El discurso de Milei no ha variado mucho desde la investidura presidencial. Como ha analizado con suma precisión el consultor político Mario Riorda, el discurso presidencial sigue los mismos criterios utilizados en la campaña: descalificación de oponentes, discurso mesiánico, autoelogio desbordado, manipulación de datos, amenaza a quienes no acompañan sus medidas. Furia que no tiene límites.
—Los voy a fundir a todos —advirtió en una reunión de gabinete, realizada en enero de 2024, en referencia a los gobernadores que se oponían al paquete fiscal de la Ley Ómnibus.8
Leatherface, según Hooper, es un niño enfermo que usa la motosierra para protegerse. ¿Las reacciones del Presidente pueden interpretarse desde esa lógica? Aunque encumbrado en la cima del poder, se siente indefenso. Como sus «hijos perros»,9 que están encerrados en una jaula de oro, quizás en la casa más segura de la Argentina. En la cumbre de la organización estatal, «el violador serial», como llama el Presidente al Estado, intenta imponer la razón del mercado sin cortapisas. En el ideario neoreaccionario, lo único que cuenta es la producción de ganancias. Y la ley que define ese proceso está en manos del mercado, juez y parte. La racionalidad del mercado impuesta con la motosierra. Es muy difícil apartar de esta lógica la sucesión de desregulaciones que permiten ir desde la Ley de Tierra, la Ley de Glaciares, la destrucción de la ciencia y la cultura, la liberación de precios y la Ley de Pesca, hasta las togas para los jueces. Hay un ánimo infantil, un goce en la liberación de los instintos del mercado. Marx decía que la función del capital es universalizarse. En ese proceso, nada puede quedar en pie, no hay ley que pueda detenerlo. Como en la horda primitiva, el capitalismo se come a sí mismo. ¿O las recurrentes crisis no tienen esa lógica? Recordemos: el crack del 29, la crisis del petróleo en 1973, la subprime en 2008.
Cuando Margaret Thatcher impulsó los primeros pasos del neoliberalismo, le cuestionaron su visión de la sociedad.
—No existe eso de la sociedad, solo hay familias e individuos —respondió ella.
La anomia en la familia de Leatherface es evidente. Recluidos en el viejo caserón, no salen de su entorno. De hecho, los padres están momificados en la mesa familiar como si el tiempo de la infancia no hubiera pasado. En Las estructuras elementales del parentesco (1955 [1981]), Claude Levi-Strauss sostiene que en las comunidades primitivas el principio universal que marca el pasaje del estado natural a la sociedad es la prohibición del incesto. La exogamia obligaba a los grupos humanos a vincularse con otros, a formar sociedad. Esta ley no escrita, que ponía frenos a los apetitos primarios e irracionales, dio lugar a la cultura. ¿Habrá algún tipo de relación inconsciente entre el ataque al universo cultural y la patológica visión de la política de los/as libertarios/as? ¿Estará ahí la explicación de las dificultades que manifiesta el Presidente para aceptar límites y para negociar con lo real? ¿El goce por la destrucción que rige al gobierno está más allá de lo político? En La masacre de Texas (1974) la última víctima se salva. Huye trepada a una camioneta. La vemos sonreír angustiada, bañada en sangre. En el camino, Leatherface danza con la motosierra a la espera de su próxima víctima.
V. Milei o el huevo del Behemoth10
Hace meses que muchos/as argentinos/as se preguntan qué hicieron para merecer lo que está pasando. Porque desde el balotaje hasta acá, un huracán se cierne sobre la República y muchos/as sienten que el mismo suelo bajo sus pies tiembla. Inflación acelerada, tarifazos en transporte, desabastecimiento de alimentos, aumentos en medicamentos. Ahora, a través de un proyecto de ley, la ciudadanía toma conocimiento del desguace del Estado: modificaciones en leyes laborales, disolución de organismos estatales, privatizaciones de empresas públicas estratégicas, desregulación de alquileres. Todo es un caos. El presidente dice: «Soy el topo que destruye el Estado desde adentro» (Infobae, 06/06/2024).
En la tradición judía, que Milei dice admirar tanto, hay una figura mítica, el Behemoth, un monstruo similar a un reptil gigantesco, señor de la tierra (a diferencia del Leviatán, señor de los mares), que devora todo a su paso. Esta figura literaria fue utilizada por Franz Neumann, el reconocido economista alemán, para interpretar el surgimiento del nacional-socialismo en Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo. Publicada en 1942, la obra se tradujo en la Argentina casi de inmediato a su edición en Norteamérica, donde Neumann debió exiliarse por la persecución de los nazis. En el texto hay una hipótesis interesante: el nacional-socialismo fue un «no-estado», un caos programado, constituido sobre cuatro ejes: el líder (o conductor, como se traduce habitualmente la palabra alemana führer), la industria pesada monopólica, el ejército y la burocracia. La pregunta inquietante en su estudio es lo que se denominó «dominación bilateral», es decir, ¿qué es lo que en los/as dominados/as facilitó la dominación?
Porque, es cierto, a pesar de este maremoto desconcertante, hay argentinos/as que todavía dicen: «Bueno, algo tenía que pasar». O, «esperemos a ver si este hombre la pega», como dando un margen. Cuando las miramos atentamente, vemos en esas personas una resignada esperanza, un destello de fe. No importa si en el trayecto el presidente Milei decide anular el Estado de Derecho, si pacta con los sectores industriales y financieros para hacer pingües negocios, si en su espíritu cuasi religioso (invocando a «las fuerzas del cielo») se convierte en el líder mesiánico de una facción, si una burocracia política presurosa a ayudar al vencedor se queda con los derechos laborales, con los ahorros de los/as argentinos/as, con la educación pública, con nuestra cultura. ¿Qué es lo que les impide ver la catástrofe que, seguramente, se cernirá sobre sus vidas y las de sus hijos/as?
Como mencionamos, el Presidente suele descalificar a sus oponentes con un lenguaje clínico: los llama «infectados», «enfermos de colectivismo», califica como «sádico» a un reconocido actor. En otras oportunidades, ha dicho que el Estado es «el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina». En otra frase, alude a la superioridad que, supuestamente, lo inviste: «No tengan miedo a dar la batalla contra los zurdos, somos superiores productivamente, somos superiores moralmente». Como señalamos en un artículo reciente: ¿Acaso la estrategia discursiva busca inhabilitar al adversario para imponer la idea de que en manos del cirujano que cortará trozos de nuestro cuerpo está la salvación? ¿Que, para legitimar el castigo, la víctima debe pensar que ha cometido un crimen? ¿Que para justificar el protocolo atroz de la cura el paciente debe creerse enfermo? (Sanguinetti, 14/01/2024).
La forma en la que en marzo de 2024 se presentó el proyecto de ley conocido como Ley Ómnibus tuvo algo de bíblico. En un video que el gobierno difundió profusamente por las redes sociales, se ve al ministro del Interior, Guillermo Francos, entregándole el documento, en una suerte de remedo de las antiguas Tablas de la Ley, al presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem. ¿Nos están tomando el pelo? En medio de este show irrisorio, Milei pretende arrogarse facultades legislativas y, literalmente, cerrar el Congreso por cuatro años (el proyecto habla de dos años, con posibilidad de extenderse por dos años más), lo que implicaría, lisa y llanamente, que el presidente gobernaría sin contrapesos durante todo su mandato. ¿Qué riesgos correría el país en ese largo período en el que se está descomponiendo el orden mundial de posguerra? El gobierno tiene algo de camaleónico. Mientras exagera con puestas en escena (el género predilecto es lo bizarro, lo esperpéntico), por lo bajo mete modificaciones profundas con la sutileza de un cirujano. Como dice el chiste, nada mejor para esconder un elefante que entre otros elefantes.
Comprender la matriz íntima de las propuestas de La Libertad Avanza (LLA) es clave. La Ley de Tierras, la descomposición de las instancias estatales de producción cultural (el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales-INCAA, el Fondo Nacional de las Artes), la privatización de las jubilaciones. Todas estas iniciativas tienen una base común: destruir las dimensiones solidarias y comunes de la sociedad. Los/as libertarios/as imaginan un país de mutantes despiadados que lucharán por los recursos, como en Mad Max (1979). Si el Leviatán era el Estado que emerge como un poderoso monstruo de sujeción, el Behemoth es el monstruo del caos.
Durante la campaña electoral, los/as militantes de LLA adoptaron la bandera de Gadsden, esa bandera amarilla con una serpiente de cascabel enroscada en actitud desafiante y una inscripción que dice: «Don tread on me» (No me pises). La utilizan los/as libertarios/as norteamericanos/as contra el Estado federal para simbolizar la lucha histórica de los individualistas randyanos, el espíritu rebelde de los/as pioneros/as. Una mítica leyenda sureña de esclavistas que suele verse en manifestaciones acompañada de esvásticas y de capotas de búfalo, como las que vimos en la toma del Capitolio en 2021. En la famosa película de Ingmar Bergman, en la que se trata el surgimiento del nazismo, el cineasta sueco utilizó como título la metáfora El huevo de la serpiente (1977) para significar que en el interior del cascarón translúcido crecía un monstruo. ¿El Behemoth?
VI. ¿Milei es el síntoma o el problema?
Milei es el desafío más complejo que han enfrentado las fuerzas democráticas populares y progresistas desde la última Dictadura cívico militar, cuando, tras emerger de la noche más oscura del horror de nuestra historia, abandonaron el foquismo y el vanguardismo y, luego de reconocer los valores de la participación social, la democracia política y el Estado de Derecho, construyeron la democracia más sólida de América Latina. ¿Es posible imaginar que es eso lo que está en juego?
Casi medio siglo después, Milei, como un rayo después del balotaje, ignorando muchos de los rituales de la institucionalidad, contradiciendo todos los manuales de las estrategias electorales y desprejuiciando los consejos de la corrección política, avanza sin tapujos contra vastos sectores sociales, con la ferocidad de un tanque Sherman, rápido y furioso, descolocando a todos/as y casi sin moverse de Olivos. Habiendo delegado el manejo de las relaciones políticas con lo que denomina «la casta» en viejos cuadros del establishment (casta con la que pacta, acuerda y negocia), mantiene la imagen de un outsider que se pasea solitario –así lo podemos imaginar– por la Quinta presidencial, acariciando a sus perros. Es una paradoja, pero detrás de ese perfil irreverente Milei representa, quizás como nadie, los intereses del poder concentrado en la Argentina que, en poco menos de 120 días, obtuvo casi todo lo que nunca imaginó recibir sin derramamiento de sangre. Porque ni siquiera están poniendo la cara, como en su momento lo tuvieron que hacer con Menem o con Macri. Milei lo hace por ellos y, además, va por más.
—Soy el único que lo puede hacer —les dice—, porque no tengo el culo sucio (más claro imposible).
Su estrategia es la de un mesías que anuncia la buena nueva libertaria contra el Estado. Con un marketing inflexible, y bajo la vieja consigna laclausiana de amigo / enemigo, cualquiera que no comulgue con sus ideas es acusado/a de socialista, de marxista cultural, de aliado de «la casta» de empobrecedores que pusieron a la Argentina de rodillas desde su cúspide imaginaria, ubicada, según Milei, a finales del siglo XIX –quizás un poco más acá, pero no mucho más del festejo del primer Centenario–, cuando se la conocía como «el granero del mundo». A contracorriente del mundo que abandona la globalización, Milei internacionaliza una Argentina tardía ofreciendo los recursos naturales del país como carnada fácil para los negocios globales de Elon Musk. Tal vez por eso le molesta tanto que periodistas como Jorge Fernández Díaz o analistas como Eduardo Fidanza lo llamen «populista de derecha».
Como ya hemos dicho, Milei es un converso. Lector de simplificaciones alberdianas o de la escuela austriaca, un paria para la aristocracia profesional de los economistas que los enfrenta con sus propias miserias, llevando adelante el ajuste más grande de la historia argentina, solo comparable con el de José Alfredo Martínez de Hoz,11 que, recordemos, solo fue posible después del «Rodrigazo»12 y del terrorismo de Estado que prohibió los partidos políticos, cerró los sindicatos, clausuró las universidades, secuestro, torturó y desapareció a millares de dirigentes y de militantes políticos, y forzó al exilio a gran parte de los artistas, intelectuales y políticos opositores. En este proceso, Milei desguaza empresas estatales, derechos laborales, políticas culturales y entrega ventajosos negocios al capital concentrado, mientras se pelea por las redes sociales, amenazando a propios y a extraños si «no la ven», con un mínimo costo en las calles.
¿Qué es lo que pasó? ¿Por qué no lo vimos venir? Estas preguntas y similares rondan la cabeza de muchos/as sin que todavía se encuentre la respuesta que solucione el enigma. Como dice la ciencia habitualmente, lo primero que hay que tener para solucionar un problema es un buen diagnóstico. ¿Qué es, entonces, Milei? ¿Es un proyecto político? ¿Es la emergencia de una nueva mayoría? ¿Representa los intereses de la clase dominante? ¿O es el síntoma de una Argentina cansada, agobiada, frustrada? Nuestra hipótesis es que Milei es el reflejo de las nuevas condiciones sociales que emergen de la transformación económica del capitalismo de tercera generación. Un capitalismo aupado en las plataformas digitales, en el big data y en los algoritmos. El caballo de Troya del círculo rojo para desguazar lo que quedaba del Estado de bienestar que Juan Domingo Perón forjó a mitad del siglo pasado y que las fuerzas sociales defendieron con uñas y dientes en los últimos setenta años. En ese sentido, representa la emergencia en el campo de la política de una revolución epistémica sostenida, como menciona Pablo Manolo Rodríguez (2018), en los DAP: datos, algoritmos y plataformas.
Veamos esas dimensiones.
En primer lugar, la plataformización de la política. La Libertad Avanza es una fuerza política de apenas un puñado de dirigentes, en su mayoría, sin experiencia previa y sin poder institucional alguno. No tienen municipios, provincias, sindicatos, o alguna otra representación institucional. Son lobos solitarios. Como dicen que observó Macri, son él (Milei) y ella (su hermana). Un partido de dos personas que se define como parte de una corriente global llamada derecha alternativa o neoreaccionaria (Hui, 2020; Semán, 2023). Son una suerte de liberales aceleracionistas, cuyo programa político económico está dominado por la intención de destruir el Estado, en la convicción de que esta estructura surgida de los preceptos de John Maynard Keynes o de Karl Polanyi intenta compensar las injusticias del capitalismo. Para estos grupos, las relaciones de producción que se constituyeron luego del crack del 29 no han hecho otra cosa que retardar el desarrollo de las fuerzas de producción que, con la emergencia del capitalismo de tercera generación apalancado en las innovaciones de la Inteligencia Artificial, la robótica o los avances de la nanotecnología, están produciendo la cuarta revolución industrial (Costa, 2023). Así, la dimensión platafórmica de la vida social, en la que los dispositivos de la digitalidad definen de otra manera los contornos de la ciudadanía, las relaciones de identificación partidaria y los ideales o los valores de los grupos, está modificando, profundamente, los modos de lo político.
Si en los años cincuenta del siglo pasado, los medios de comunicación venían a suplir a las viejas instituciones de las democracias burguesas (la familia, la escuela, las religiones), en la actualidad son los medios de comunicación tradicionales los que son superados: las plataformas constituyen otro dispositivo comunicacional. Milei, sin partido, sin moverse de Olivos, y viajando durante los seis primeros meses de gobierno por el mundo sin nunca haber salido de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, gestiona su contacto, su comunicación política, vía la plataforma X, los canales de YouTube de sus adláteres o con explosivas performances en espectáculos políticos de la internacional reaccionaria, como la de Vox en España o las de la derecha alternativa en Estados Unidos.
En segundo lugar, la socialidad algorítmica. Estos movimientos manifiestan un cuestionamiento profundo a las formalidades del sistema democrático, visto como una casta corporativa. Regulaciones, pactos, acuerdos, normas, derechos. A su entender, hay que liberar a las sociedades de esas ataduras para que florezca la libertad individual. No es una paradoja que parte de esas fuerzas reaccionarias emergiera después de la pandemia, cuando la extensión de las plataformas cubrió el globo y cerró el proceso de conectividad iniciado en los años setenta del siglo pasado. Hoy la red es ubicua. Como sabemos, las huestes libertarias provienen de los márgenes del sistema, historias de vida en el límite de las mediaciones tradicionales (partidos políticos, canales de televisión, sindicatos, colegios profesionales, universidades) que constituyeron las democracias populares del siglo XX. Outsiders de esas instituciones, buscaron la luz en los nuevos dispositivos comunicacionales del mundo digital: Tik Tok, canales de cable, YouTube, X, Instagram. Interactivas, horizontales, reticulares, estas plataformas, estos «engranajes», formaron un imaginario que refleja un rechazo visceral a los viejos «aparatos ideológicos de Estado», como dijera Louis Althusser.
Estos medios, paradójicamente, son inmediatos, es decir, sin curaduría o selección. Peer to peer, cara a cara, la gente se apropia de una ciudadanía en directo, urgente, furiosa. ¿No imaginamos alguna vez una democracia directa? El problema, como lo supo ver Eli Pariser (2017), es que las redes disolvían la esfera pública, encapsulaban la información en los silos de eco, alimentándose de fakes y de desinformación (Ghea & Vialey, 2015). En ese contexto digital, las llamadas audiencias (la ciudadanía) parecen escucharse a sí mismas, con poca capacidad o escasa intención de debatir argumentos, de conformar comunidades, de construir espacios públicos. La red se volvió, así, un espacio de comunicación política emocional, repleto de hate, de fake, de manipulación, de ignorancia. Sin referencias históricas (alejados de la transmisión familiar o colectiva de las enseñanzas de la memoria), estos nuevos sujetos políticos (en su mayoría, jóvenes) han asumido un rol, particularmente, contradictorio. La densidad de la polis se adelgaza y un vaciamiento simbólico de la política, como señalaba Jesús Martin-Barbero (2004), está arruinando el ágora.
La tercera dimensión es la que refleja la bigdatización de la gestión pública. Inevitable asociación con la biopolítica. Recordemos. El anuncio de la biopolítica en Michel Foucault (1979) hacía referencia al proceso por el cual la modernidad neoliberal contemporánea no vería necesario el disciplinamiento de las conductas, la normalización burguesa, sino que a partir de una nueva episteme político económica se iba constituyendo una modulación diferente. Quien teorizó con más precisión sobre este proceso fue Gilles Deleuze en el Post-scriptum sobre las sociedades de control (2006), donde lo que aparecía era una visión de la transición entre las sociedades disciplinarias y las de control (Sanguinetti, 2024; Castro-Gómez, 2011). Estas últimas, apalancadas en la sociedad numérica, se constituían en la nueva socialidad. Salidos de los diferentes encierros modernos, nos constituíamos en «dividuos» (contables, configurables, formateados, modulados en registros de Excel), pero no como colectivos de identidades fuertes (trabajadores, clases medias, etc.) sino como cifras: cantidad de enfermos, de adultos mayores, de jóvenes sin estudios, de mujeres desempleadas. En esta sociedad de fragmentos, las políticas públicas comenzaron a definirse por su impacto sobre estas «poblaciones». El problema de esta bigdatización de las políticas públicas es la conformación de una gestión del Estado sin sujetos políticos, sin ciudadanía. Con el tiempo, el statu quo se transforma en crónico, en un paisaje social cristalizado, en una estructura de sentimientos que difícilmente cambia (o, en todo caso, que las mismas políticas públicas solidifican) y en los que se cuentan damnificados/as, beneficiarios/as, clientes, consumidores/as, pero no ciudadanos/as.
Visto así, Milei es el síntoma, no el problema. En ese sentido, se vuelve crucial estudiar y analizar los factores que lo hicieron posible. Preguntarnos, entonces, qué imaginario es el que constituyen las sociedades digitales es clave. En aquel texto, el pensador francés observó que el formato del reality show (género televisivo dominante en el último cuarto del siglo pasado) reflejaba muy bien la subjetividad que surgía con el neoliberalismo de fin de siglo y que empezaba a estar definida por lo performativo: un desempeño individual a medir, a cuantificar, a metadatizar (likes, visualizaciones, historial online, etc.) en sujetos expuestos en un ámbito competitivo de supervivencia. En ese espacio, constituido como un panóptico invertido donde las audiencias miran (controlan) a los/as protagonistas, se desarrolla una lucha simbólica definida por las conductas, las performances, los actings o las pruebas a las que estos/as son sometidos (cada tanto tiempo los/as participantes tienen que salvarse del castigo de la audiencia). Las vistas, el rating, el rebote en las otras plataformas, los likes, los fans, mantienen vivo al personaje en el juego. No olvidemos que Milei adquirió visibilidad pública a partir de una suerte de reality periodístico en el que sus excéntricas intervenciones generaban rating. De esa experiencia mediática salió presidente. ¿No es esa, acaso, la vivencia de muchos/as ciudadanos/as cuando salen de sus hogares hacia el trabajo y manifiestan que no saben si volverán vivos como consecuencia de la inseguridad?
—¿Quién es ese loco que grita con todos los pelos revueltos?, se preguntaba la gente en casa.
VII. Un experimento en proceso
Es evidente que estamos ante una mutación. Una reconfiguración de escenario y de valores. ¿Qué nuevas condiciones de posibilidad se abren en el universo digital? Para muchos/as, el fascismo es una opción, aunque en su modulación contemporánea tenga otros nombres: derecha alternativa, libertarios, iliberales o neorreaccionarios. Y ya hay ingentes trabajos que lo problematizan. Uno de ellos, el de Daniel Fierestein, La construcción del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política (2023). Este sociólogo argentino sugiere que más que un fascismo ideológico se trata del uso de las estrategias del odio para canalizar hacia los otros, «los diferentes», las frustraciones acumuladas. Estos otros son «los negros», «los zurdos», «los piqueteros», «el peronismo», «los planeros».13 En esa construcción del otro a responsabilizar por nuestros males e infortunios se constituye la emergencia del «enano fascista». En otros trabajos, como el de Andrea Castro Martínez y Pablo Díaz Morilla (2021), que analizaron el uso de las redes sociales por parte del partido de ultraderecha española Vox, se señalan la «simplificación del lenguaje, la apelación identificatoria a emociones, las expresiones beligerantes, la descalificación del adversario y la llamada a la acción» como recursos comunes a estos movimientos reaccionarios. ¿Cómo puede mutar este marketing electoral de campaña a las acciones específicas de un gobierno en el que lo simbólico cede terreno a las efectividades de la administración pública?
Con Milei, lo estamos experimentando. El episodio sobre la no entrega de alimentos almacenados por la administración anterior, que debían derivarse a comedores populares, es una muestra.14 En menos de 24 horas, el gobierno armó un coctel de estrategias comunicacionales para aminorar costos políticos: manipulación informativa, contradicciones en las expresiones de los/as funcionarios/as responsables, encubrimiento del hecho, búsqueda de cambios en la agenda periodística –con la expulsión de los/as supuestos/as responsables– o judicialización de lo político –mediante la presentación de denuncias contra funcionarios/as de la pasada administración–. Este caos comunicacional deliberado, rizomático, intrincado, inestable, potencia en las audiencias la idea de que el Estado es un monstruo informe, un nicho de corrupción, un «alien» (el Behemoth), a la vez, voraz e ineficiente.
En esta línea, Juan Roucco, en ¿La democracia está en peligro? (2017), señaló el riesgo de la comunicación política que incrementa la violencia verbal y simbólica en políticos que se radicalizan y las consecuencias que esto tiene en sus seguidores/as. Nadie puede, a esta altura, desconocer manifestaciones de violencia política como el intento de copamiento del Capitolio por las huestes trumpistas, en 2021; el fracasado magnicidio contra la ex vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en 2022; o el intento de golpe de Estado en Brasil, en 2023, por el bolsonarismo luego de la derrota electoral. En este sentido, se observa el desarrollo de democracias de baja calidad institucional, con pérdida de fuerza en las barreras inhibitorias respecto a los procedimientos o a las modificaciones literales de las reglas del juego, sumado a un progresivo desajuste entre elites gobernantes (no importa su procedencia ideológica o el marco político partidario en el que se inscriban) y mayorías populares que cada día las ven más lejanas y menos comprometidas con sus demandas. Como se sabe, en muchos países, la antinomia laclausiana (amigo / enemigo), que en la teoría del pensador argentino era imaginaria, se ha vuelto literal. En muchos países, los/as adversarios/as políticos/as se han transformado en enemigos/as, por tanto, potencialmente eliminables.
En el caso argentino, hasta el momento, el principal enemigo para el presidente Milei es el Estado; luego, en todo caso, quienes lo defiendan, como claramente expresó en la presentación que hizo de su libro Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica (2024), en el Luna Park. En esa oportunidad, Milei advirtió que su proyecto, más que económico, es cultural y que esta batalla es global. Ahí se pueden ver las ligazones entre los fascismos (en la interpretación de Neumann) como «no-estado» y la economía digital que busca destruir todo tipo de regulación, todo dispositivo de contención, todo tipo de compensación. No es un dato menor que en sus viajes Milei intente, deliberadamente, establecer acuerdos con los representantes más encumbrados del mundo tecnológico como Elon Musk o Mark Zuckerberg. Estamos ante un movimiento extraordinario (en el sentido de inédito), porque el experimento de la Argentina neoreaccionaria que Milei inaugura es específico. Como ha señalado Pablo Semán (2023), son varias las causas que permiten su interpretación: el desgaste de las elites políticas tradicionales, la popularización de una narrativa de derecha sin prejuicios clasistas, el aprovechamiento certero de las redes sociales y la mediatización plebeya que tiene mucho de la cultura hacker, pero también la impugnación a la corrección política, que es percibida como una falacia por parte de vastos sectores que no han visto en su vida cotidiana los beneficios de la democracia ni del Estado. Pero nada está escrito, estamos en ese proceso, por supuesto inédito. Porque en ningún otro país esa revolución cultural anti-estatal se ejecuta desde la cabeza del Estado.
Referencias
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Notas