Cuando la academia se vuelve narración

Una tesis de ficción

por Marina Adamini

 

Desde el año 2015, la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata incluye, entre sus modalidades de Trabajo Integrador Final (TIF), la de producción literaria. De esta manera, novelas, cuentos, poesías, ensayos literarios se cuelan en el mundo comunicacional como formas de contar, decir, problematizar, construir realidades. Desterrando la hegemonía del periodismo como “el” relato comunicacional, las ficciones irrumpen en el mundo académico de la UNLP para reivindicar su rol como productoras (discursivas) de sentido sobre lo social. Con la legitimidad institucional del nuevo plan de estudio, alumnos y alumnas de la licenciatura en Comunicación Social pueden finalizar su carrera escribiendo (también) ficción.

En el nacer de esta nueva modalidad, en el otoño de 2015, reunidas en una mesa al aire libre del buffet de la facultad, irrumpe airosa ‒en medio de una ronda entre Marina Arias, Silvana Casali y yo, discutiendo sobre los caminos y destinos de una tesis de investigación sobre la literatura de Hernán Ronsino‒ la pregunta que daría el bautismo de fuego:

¿Y si, en vez de investigar la novela, la escribís?

Y ahí, la apertura al silencio, cubierto gestualmente por sonrisas y miradas catalizadoras de ansiedades ante la propuesta que anunciaba que algo nuevo nacería de su desenlace.

La pregunta nos temblaba tanto a Silvana en su rol de tesista como a nosotras en la piel de directora y co-directora, por eso de emprender, de dirigir, de acompañar en una forma de producción sin manuales ni antecedentes que amortigüen las dudas. Temblor alimentado también por años de consenso sobre una mirada liberal de lo literario, que fragmentaba las letras del mundo real, material y su contexto, y lo encapsulaba en el espacio del ocio, el espíritu y la no realidad. Mentira: la ficción era el susurro (de ese pasado). Fragmentación funcional que velaba la politicidad de la escritura literaria, que con su tratamiento sutil del mundo quiebra las cadenas de la veracidad de lo contado, sólo para hacer de ello un tratamiento más profundo. Palabras de Saer. Y fueron necesarias las plumas y luchas de Rodolfos y Haroldos como asteriscos para desterrar aquella naftalina y asumir el carácter contextuado de las letras, la politicidad del arte de contar.

Porque en la sutileza de lo no dicho del todo se abren las imaginaciones, los interrogantes, las desnaturalizaciones, las conmociones, los empoderamientos para transformar lo vivido. Y la literatura es el arte de dicha omisión, que con sus pies bañados de barro hecho mundo lo recrean cerrando los ojos para abrir nuevas miradas.

Y haciéndonos cargo de aquella bandera, emprendimos la tarea de acompañar a Silvana en la escritura de su novela Ana escribe sobre Renzo. Ese tío que en su propio recorrido de vida, en su experimentación de los 60, de los 70, de los 80, de los 90, nos interpelaba sobre la memoria de lo que somos hoy. Biografías atravesadas por la historia, presentes construidos también de memorias. Renzo con su teatro, su militancia artística, sus primaveras, sus listas negras, sus exilios, sus finales, narrados con la sutileza del decir literario. Decir que, sin necesidad de detallar fechas ni fuentes, reconstruye nuestra historia. Nos (d)escribe. La vida de Renzo, la búsqueda de quién era, de quiénes somos, fue la excusa, la epifanía para que Ana encuentre los hilos desatados de su propia identidad personal y colectiva, en la bisagra de los dos miles.

Y para escribir esa historia hubo primero que tomar el impulso, soplar de nuevo la naftalina de la marquesina literaria y escribir. Hubo que armar una historia en la historia. Y, para contarlo, salir a leer sus huellas en fuentes periodísticas, literarias, en las voces de sus compañeros de vida, de su madre, en la propia voz de Silvana como escritora. Y atrapar también las pistas que nos hablaban de la materialidad de los signos literarios, y ahí fueron los Williams y Barthes los asteriscos. Y en el medio, escribir, escribir, escribir. Que no es otra cosa que tachar, borrar, corregir lo dicho y seguir escribiendo. Ese eterno mientras tanto hecho de voces que interpelan. Voces que fusionan discursos ya dichos, que los discuten, que los deshacen. Y en la reacción del proceso, se fue cubriendo el silencio del después de aquella pregunta de fuego nacida en esa ronda de otoño al aire libre. De cuyo ardor nació más que la primera tesis literaria, ya que con ella se encienden también fertilidades de nuevas voces y formas comunicacionales para disputar, para escribir y para construir nuevos sentidos sobre lo que somos. Y queremos ser.