6. Deporte cercenado

El 23 de septiembre de 1955 la Revolución Libertadora derrocó a Perón y, acto seguido, desmanteló todas sus políticas y castigó a todos sus seguidores. El deporte, pieza central de las políticas peronistas, también fue intervenido y desarticulado, iniciando la etapa más oscura para la actividad: con el Estado cada vez más lejos del deporte y un clima volátil en cuanto a lo político y económico en el país, desde 1956, primer Juego Olímpico posterior al gobierno peronista, a 1984, Argentina ganaría apenas ocho medallas (y ningún oro), verdaderas hazañas en el marco en que fueron conseguidas.

La Libertadora y el cercenamiento de las políticas peronistas

El 23 de septiembre de 1955 la Revolución Libertadora derrocó a Perón y, acto seguido, desmanteló todas sus políticas y castigó a todos sus seguidores. El deporte, pieza central de las políticas peronistas, también fue intervenido y desarticulado, iniciando la etapa más oscura para la actividad: con el Estado cada vez más lejos del deporte y un clima volátil en cuanto a lo político y económico en el país, desde 1956, primer Juego Olímpico posterior al gobierno peronista, a 1984, Argentina ganaría apenas ocho medallas (y ningún oro), verdaderas hazañas en el marco en que fueron conseguidas.

“El deporte había sido una herramienta nada menor en la construcción política del peronismo, de modo que la confrontación con el gobierno anterior implicaba confrontar con el modelo y con los símbolos deportivos a los que se asociaba con ese gobierno. Dada la visibilidad del deporte, evidenciar cambios en lo deportivo era evidenciar un país que cambiaba”, explican Scher, Blanco y Búsico (2010, 337) el accionar de la Revolución Libertadora, que entre sus primeras medidas decidió desarmar la arquitectura deportiva peronista y castigar a los atletas que habían sido abanderados del gobierno anterior con suspensiones de 99 años. Es que, explica Alabarces: 

“En el plano deportivo, la desperonización se juzga, desde las políticas oficiales, como imprescindible, reconociendo indirectamente la eficacia simbólica de las políticas pasadas. El gesto es, entonces, la despolitización, pero no en el sentido de proponer una imaginaria autonomía de las políticas deportivas, sino en el rumbo más drástico (y lamentable) de la desaparición de las políticas deportivas públicas” (Alabarces, 2007; p. 81)

La Libertadora inicia así un largo ciclo donde el Estado abandonará al deporte, justificando su ataque frontal a las políticas deportivas públicas “en la política discriminatoria que hizo en algunos casos el peronismo a los campeones no peronistas” (Fernández Moores, 2010, 155): recién llegada, disolvió la Dirección de Educación Física e intervino instituciones y federaciones deportivas, incluida la CAD-COA. La intervención devino en la separación, después de 30 años, de CAD y COA: el Comité Olímpico Argentino, que era en rigor una nueva institución, fue aprobada desde el COI en 26 de septiembre de 1956, dos meses antes de los Juegos, como la nueva institución rectora del olimpismo argentino, encargada de enviar una delegación pequeña a Melbourne, con la misión de distanciarla “del modelo de financiación del peronismo”, un apoyo estatal al deporte que la Libertadora consideraría lindante al prohibido profesionalismo pero, sobre todo, una intromisión de la política en el deporte en busca de captar votos a través de la popularidad de sus estrellas. En ese sentido, el COA “tomaría las medidas necesarias con los dirigentes y deportistas que habían violado el código amateur” (Daskal, Sazbón, Torres, 2021; p. 47).  

Esa labor la haría tras el trabajo de la infame Comisión Investigadora de Irregularidades Deportivas N° 49, que funcionaba en dependencias de la Vicepresidencia de la Nación a cargo del almirante Isaac Rojas y que tuvo su máxima expresión en el vergonzoso Decreto Nº 4161/56, mediante el cual se investigó a decenas de atletas por infringir el código del amateurismo al aceptar apoyos y premios del Estado peronista. Pero la excusa “no era el eje” del asunto, recuerdan Scher, Búsico y Blanco: de hecho, una comisión análoga suspendió a cientos de jóvenes atletas de la Unión de Estudiantes Secundarios, y allí no había problemas de reglamentación y amateurismo. “De fondo, estaba la intención de hacer un señalamiento hacia el proceder del peronismo, al que se imputaba haber ganado adeptos mediante prebendas. Como algunos deportistas destacados habían recibido premios o facilidades de algún orden en manos de Perón, se los castigaba. No importaban tanto ellos como lo que ellos implicaban” (Scher, Blanco, Búsico, 2010; p. 338).

La mayoría de las sanciones fueron por 99 años, aunque muchas se levantaron luego de asestarles el mayor golpe posible a los atletas y al deporte argentino: los dejaron fuera de los Juegos Olímpicos de 1956. Así le ocurrió a Osvaldo Suárez, una de las principales esperanzas argentinas de medalla en el torneo: “El día que me lo anunciaron volví solo y llorando. No lo podía creer. Esos eran mis Juegos”, recordaba años después quien apenas un año más tarde, en la San Silvestre largada a la medianoche del 31 de diciembre de 1957, le ganó al ruso Vladimir Kutz, bicampeón olímpico en Melbourne. Walter Lemos, otro atleta argentino marginado por la Libertadora, vencería en la misma carrera al recordman inglés Gordon Pirie. 

“De los Juegos de Melbourne me sacaron los dirigentes y los militares que decidieron investigarme. Se les ocurrió que estaba acomodado y por más que les explicara que nadie era capaz de dejarme ganar en los Panamericanos y que mis tiempos eran de los mejores en el mundo, me dejaron afuera de la delegación antes de subir al avión. Siendo peronista de corazón, jamás me había involucrado en la política”, afirmó Suárez años más tarde, en la “Historia política del deporte argentino” de Víctor Lupo (2004, p. 229).

El gran Osvaldo Suárez

Del mismo procedimiento de gran arbitrariedad (y enorme violencia: los atletas eran sujetos a humillantes interrogatorios, innecesarios además, teniendo en cuenta que la condena ya estaba escrita) fue víctima una gran generación deportiva, que incluyó a la excepcional tenista Mary Terán de Weiss, a Eduardo Guerrero, oro en 1952, y al equipo de básquet campeón mundial en 1950: entre 1957 y 1958, 34 basquetbolistas fueron sancionados por profesionalismo. En la lista, estaban los campeones del mundo de 1950, los campeones universitarios de 1953 y el equipo de Racing. Se los perdió Argentina, para siempre.

El procedimiento de la Libertadora fue llamado por varios estudiosos, incluidos Víctor Lupo, Alfredo Aguirre y Osvaldo Arsenio, “genocidio deportivo”, un nombre que cuesta aceptar considerando el genocidio que acontecería apenas unos años más tarde. Los historiadores lo justifican afirmando que aquel golpe fue tan severo para el deporte argentino que aún no ha podido recuperarse totalmente. La estadística les da la razón: Argentina, una potencia deportiva incluso antes de Perón, pasaría 52 años sin ganar un oro olímpico. Pero otras causas, incluidas las continuas crisis económicas que alejaban a Argentina de los métodos de avanzada del mundo, el clima de inestabilidad política y violencia que parecen haber abierto aún más profundamente esa herida, y una continuidad de políticas que, en el momento en que el deporte pasaba a convertirse en un gran espectáculo para especialistas, dejaron al deporte librado al azar y esfuerzo (es el inicio de una narrativa ligada al deporte olímpico argentino donde solo se valorará el “sacrificio”: con la cultura deportiva desarticulada por las decisiones políticas y las crisis profundas del país en los años subsiguientes, el deportista olímpico dejó de ser cubierto y analizado por el periodismo; cada cuatro años, sin embargo, aparecían estos atletas que, sin apoyo ni reconocimiento, eran capaces de hazañas, traducidas en los medios como pruebas del tesón del deportista argentino). 

El COA armó una delegación sólo con aquellos atletas con posibilidades de clasificar entre los 6 mejores, y con una generación de atletas suspendidos, Argentina igual viajó a Melbourne 1956, pero llevó apenas un puñado de representantes: 242 deportistas habían viajado a Londres en 1948, y 123 a Helsinki, en 1952, pero en 1956, a los Juegos de los que Buenos Aires casi fue sede, fueron apenas 28 atletas (una sola mujer, Isabel Avellán, sexta en lanzamiento de disco), todo un testimonio de las políticas de cercenamiento. En enero de 1956, con la CAD-COA intervenida pero todavía conformando una sola institución,

“estimó que la delegación contaría con 71 deportistas, pero clarificó que el básquetbol y el boxeo, los dos contingentes más numerosos, viajarían sólo si las respectivas federaciones los financiaban. El 5 de octubre, cinco días antes de la fecha límite para enviar las inscripciones, la delegación se había reducido a 48 deportistas. Ni el básquetbol, sobre el que sobrevolaba la acusación de profesionalismo y cuyo interventor no intentó recaudar fondos, ni el remo, que había sido descalificado por la respectiva federación deportiva internacional por violaciones al código amateur, figuraban en la delegación. Al final, la lista solo incluyó 28 deportistas en ocho deportes”. (Daskal, Sazbón, Torres, 2021; p. 48)

De acuerdo con el informe presentado luego por el COA sobre la participación nacional en Melbourne, la reducción en el número de deportistas se debió a la acusación de profesionalismo que pesaba sobre numerosos deportistas, surgida del accionar de la CIID 49 y de los interventores de las federaciones nacionales. La delegación regresó con dos medallas y una buena cosecha de diplomas olímpicos, diez: es decir, la mitad de la delegación quedó entre los primeros diez de sus pruebas, resultado sin duda del impulso de la edad de oro del deporte argentino que ya había terminado. El boxeo aportó su medalla, un bronce conquistado por Víctor Zalazar, y el halterófilo Humberto Selvetti, bronce en 1952, mejoró su participación alcanzando plata en 1956, una medalla agridulce: Selvetti compitió a la par del gran favorito, el estadounidense Paul Anderson, al punto de que en la suma de los tres movimientos, arranque, dos tiempos y press, ambos sumaron 500 kilos, pero Selvetti fue plata porque pesaba cinco kilos más que su rival.

La medalla de plata de Selvetti

El país sin oro

La siguiente participación argentina en un Juego Olímpico, en 1960, sería otra vez bajo gobierno democrático: al frente del país estaba Arturo Frondizi, pero debido a que no parecerse al peronismo constituyó un rasgo que atravesó todo el ciclo deportivo desde el golpe de 1955 hasta el siguiente, de 1966, el deporte desaparecería del mapa político.

Frondizi ensayó apenas algunas políticas relacionadas con recuperar el espacio de la Educación Física en la educación, y Arturo Illia, el siguiente presidente constitucional (con un golpe en el medio de ambos: entre 1962 y 1963 gobernó José María Guido tras el derrocamiento de Frondizi) hizo algo más, creando una Comisión Especial de Deporte por decreto en 1965 para tratar el proyecto de Ley del Deporte presentado por el entonces diputado nacional Raúl Alfonsín, que creaba un Fondo Nacional del Deporte. Pero aquel proyecto se frustró por un nuevo golpe de Estado.

Onganía llegó al poder en 1966, y bajo su mandato, en 1969, se decretó la primera Ley del Deporte del país y se determinó que el 50% de las ganancias de los Casinos Nacionales se destinaran a la promoción del deporte a través del Fondo Nacional del Deporte. Sin embargo, Argentina se sumergía por aquellos años en años turbulentos, por lo que la ley no redundó en grandes beneficios organizativos o financieros para las estructuras del deporte.

Los resultados conseguidos en aquella década del 60 se pueden explicar como excentricidades, pero también a partir del impulso de los clubes que, contra viento y marea, seguían operando y eran los artífices de la popularización no solo del fútbol, sino de otros deportes de equipo. Por un lado, esto implicará un cambio en la cultura deportiva argentina, concentrada cada vez más en los deportes practicados en la mayoría de los clubes: fútbol y básquet, los más populares, y luego vóley, hockey, rugby, handball. El resto de los deportes, algunos costosos, otros orientados al individuo (y para los clubes no era particularmente conveniente destinar espacios y recursos a prácticas que realizaban tres o cuatro deportistas, lo que explica un aspecto del auge del deporte por equipos en un país siempre en crisis, siempre trabajando con recursos escasos), comenzaban a disolverse en el mapa deportivo local, diluyéndose lentamente las tradiciones, el conocimiento fino, la presencia de maestros.

Pero además, el impulso de los clubes, que sobrevivían sin apoyo estatal y en el marco de los vaivenes económicos del país, no era suficiente en una era donde el deporte comenzaba su agigantamiento, camino a la hiperprofesionalización y especialización, en el marco de una Guerra Fría en la que el deporte era un campo de batalla más entre los modelos políticos hegemónicos. 

Fue una década donde las pocas medallas olímpicas llegarían con el resto de impulso de las políticas peronistas o en deportes alejados de lo popular, vinculadas por sus altos costos y tradición a las élites y, por lo tanto, más blindadas frente a las vicisitudes económicas. El medallero panamericano muestra un mapa de aquella abrupta caída de Argentina en el deporte mundial: en 1959 volvió a ser segunda en el medallero (con 9 oros contra ¡115! del local, Estados Unidos), aprovechando los últimos pasos de los deportistas forjados en la anterior etapa política, pero Argentina sería cuarta en el medallero en 1963 y en 1967, y ya para 1971 había caído al sexto puesto, cada vez más lejos, deportivamente, de las potencias continentales.

“Los vaivenes políticos de un país siempre en contorsiones -cayó Frondizi, subió José María Guido, asumió Illia, lo voltearon- impidieron demasiadas cuestiones, entre ellas la edificación de una política de Estado para el deporte que tuviera largo alcance. Para quienes prestaban especial interés al deporte de alto rendimiento, estos sacudones y el vértigo que iba adquiriendo el fenómeno deportivo en otros sitios fueron dejando a Argentina en un lugar menos expectante que el de décadas -no solo las del peronismo- anteriores”. (Scher, Búsico, Blanco, 2010; p. 339)

A Roma viajaron 90 atletas (parte de aquella delegación fue Carlos Bilardo, cuyo gol sobre la hora contra Dinamarca no alcanzó para clasificar a las semifinales en el torneo que marcó el regreso del fútbol olímpico tras 32 años), y Argentina cosechó dos preseas: la vela, un deporte algo más ajeno a los vaivenes de la política deportiva, se trajo una plata gracias al Tango tripulado por Jorge Salas Chávez (46 años), Héctor Calegaris (45 años) y Jorge Del Río (41 años) en la clase Dragón; y el boxeo hizo lo suyo: Zalazar con su bronce en 1956 y Abel Laudonio (que había competido en 1956 con 17 años y que más tarde le arrebataría el título nacional a Nicolino Locche) con su bronce en 1960 continuaron la tradición de los púgiles, que habían conquistado medallas en cada Juego desde 1924. Pero de las 24 medallas que Argentina ganaría en boxeo, solo dos llegarían tras aquella de Laudonio: los bronce de Mario Guilloti en 1968 y Pablo Chacón en 1996. Testimonio de la crisis del deporte argentino, también refleja cómo los deportes amateur iban perdiendo terreno en el mapa deportivo argentino: “El boxeo se mantenía en Argentina como la ruta que les quedaba a muchos para salir de una economía injusta. No obstante, Tokio 1964 ratificó que pocos perseveraban en el amateurismo que exigía el mundo olímpico, y por primera vez no hubo medallas desde el ring para Argentina” (Scher, Blanco, Búsico, 2010; 346).

Homenaje a Abel Laudonio

De hecho, para aquellos Juegos de 1964 quedaba claro que“ya no era suficiente el activo movimiento institucional de los clubes con el que Argentina acumuló logros en sus primeras participaciones olímpicas. Y ya no estaba el flujo del dinero estatal que había dispuesto invertir el peronismo. El deporte de alta competición se había achicado en el país, al menos de cara a un mundo que lo agrandaba como tema de la agenda política y como posibilidad de negocios. No había carencia de lógica en esa medalla única de 1964. Y tampoco era extraño que la medalla viniera de la equitación, una práctica con muy buenos ejecutantes en Argentina, pero claramente lejana de las preferencias populares” (Scher, Blanco, Búsico, 2010; p. 345)

La plata de Carlos Moratorio, que dos años más tarde sería campeón mundial, fue una excepción, y en Tokio debutaron otras dos excepciones del deporte argentino: Alberto Demiddi, campeón mundial en 1970, bronce olímpico en 1968 y plata olímpica en 1972; y Luis Nicolao, uno de dos argentinos en romper récords mundiales (Alberto Zorrilla, el otro), a quien en materia de Juegos Olímpicos lo persiguió el infortunio. En 1964 la prueba en la que era dueño de la mejor marca de la historia, los 100 mariposa, no era olímpica; en 1968, no pudo competir por un embotellamiento en el tráfico que lo dejó afuera en semifinales. Nicolao había llegado cuatro meses antes para adecuarse a la altura y “estaba en excelente estado”. Pero el día de la semifinal se corría la maratón: “Los dirigentes argentinos no me avisaron, porque seguramente estarían paseando, como siempre”, contó Nicolao, que se perdió la chance de participar de una final que hubiera sido histórica, con los tres últimos recordistas mundiales de la prueba (estaban también Mark Spitz y Doug Russell) en la pileta. Demiddi, admirador de “Nico”, rompió en lágrimas al enterarse.

El récord mundial de Nicolao

Los Juegos de 1964 fueron los últimos en democracia para Argentina por dos décadas: Illia, en el poder desde 1963, no terminaría su mandato, cercenado por la Revolución Argentina de Onganía, en 1966, que a pesar de dictar la primera Ley de Deporte, no apoyó el viaje de Argentina a Canadá para los Juegos Panamericanos de 1967. El COA recibió apenas 40 millones de pesos para viajar, iniciando una tendencia en tiempos de dictadura: el viaje se solventó con contribuyentes privados, algunas rifas y dinero del bolsillo de los deportistas.

Los éxitos que llegaron vinieron, otra vez, gracias a la resistencia del deporte en los clubes: el deporte seguía siendo “central en la cotidianidad del país (…), un ritual fuertísimo, en los clubes y en las calles, y era parte de los modos de nuclearse de todos los segmentos de la sociedad” (Scher, Blanco, Búsico, 2010; p. 441), pero, como ya hemos mencionado, en la escala mundial no alcanzaba: en los Juegos de México de 1968, Argentina cosechó dos de las últimas tres preseas que ganaría en los siguientes 20 años, los mencionados bronces de Demiddi y Guilloti; Demiddi ganaría la plata en 1972 y luego, una sequía que duró tres Juegos.

La plata de Demiddi oculta otra historia desoladora: el gran remero dejó todo para ser campeón olímpico, pero cayó por medio bote frente a su gran rival, el ruso Yuri Malishev, a quien había vencido para ser campeón mundial apenas dos años antes. “Esta fue la peor frustración deportiva, porque me entrené a fondo para el oro”, declaraba Demiddi apenas finalizada la prueba con Malishev ganador. “Justo este remero que nunca le había podido ganar una competencia al argentino, en toda su carrera. ‘Cuando el alemán oriental Gueldenpfenning se me acercó para saludarme y me dijo ‘tú debiste haber ganado’ me dieron ganas de llorar…’, describía el remero argentino” (Lupo, 2004; p. 261).

La plata de Demiddi

“Argentina fue a esos Juegos de 1972 como venía yendo a todas las competiciones multideportivas internacionales: con grandes empeños de deportistas, entrenadores y dirigentes sueltos y sin un proceso integral desde el que se resolviera qué hacer con la alta competición”, relatan Scher, Blanco y Búsico (2010; p. 409): los años de la Revolución Argentina dejaron un puñado de legislaciones (además de la Ley de Deporte, se creó la Subsecretaría de Estado) pero ni el financiamiento ni las iniciativas político-deportivas crecieron notablemente: la decisión de crear una dependencia específica dentro de lo público pareció tener que ver más con seguir tendencias de algunos países líderes que con cambiar de manera drástica el curso de la historia.

Sin embargo, un año más tarde de los Juegos de Múnich, el deporte se entusiasmaba: volvía la democracia, y volvía Perón, el hombre que había hecho del deporte, dos décadas antes, un aspecto central de su política.

Perón y la Ley del Deporte

“El regreso definitivo a la patria del General Juan Domingo Perón, luego de 18 años de exilio, y su asunción a la Presidencia de la Nación por tercera vez, el 12 de octubre de 1973, merced al voto popular sumado al gran acuerdo nacional logrado con el dirigente de la oposición Ricardo Balbín, tuvo su expresión en el área deportiva. Fue la aprobación en el Congreso de la Nación, el 29 de noviembre de 1973, de la Ley 20.596 de Licencia Especial Deportiva, promulgada por el Decreto 645 del 22 de febrero de 1974 y el 21 de marzo de 1974 de la Ley Nacional del Deporte 20.655” (Lupo, 2004; p. 28)

En sus primeros años de gobierno Perón volvía a insuflar vida al deporte, reinaugurando los Evita y determinando bajo la nueva Ley de Deporte que todas las decisiones recaerían bajo la responsabilidad del Consejo Nacional del Deporte, compuesto por organismos públicos y privados que tenían las riendas del deporte en el país, promoviendo una política deportiva descentralizada y federal con la participación de todos los arcos de la actividad.

Pero, aprobada el 21 de marzo de 1974, no se la reglamentó (por lo tanto no se la cumplió) hasta el 13 de noviembre de 1989. “Según uno de los participantes (en varias reuniones en la Capital Federal para realizar su reglamentación), el Sr. Eduardo N. Bernal, representante de Chubut (…), ‘naturalmente cuando llegó el momento de su puesta en marcha ocurrió lo de siempre. Quienes detentaban el poder no quisieron compartirlo y el Consejo Nacional del Deporte, quedó a la espera de mejores tiempos’” (Lupo, 2004; p. 29). 

Perón estaba ya enfermo cuando la Ley pasó, y murió apenas tres meses después de la sanción. Con su fallecimiento comenzó otra etapa de desarticulación de políticas en el país del cual el deporte no estuvo exento. De hecho, hubo oposición a la nueva Ley de Deporte, que colocaba a la actividad bajo la órbita del Ministerio de Bienestar Social, y no bajo Educación, un detalle para nada menor, ya que la oposición sospechaba de la concentración de poder de ese ministerio donde reinaba José López Rega y desde donde funcionó desde 1974 la Triple A, que con Perón ya muerto asesinó al legislador Rodolfo Ortega Peña en agosto de 1974: era extenista, referente de la izquierda peronista, y él también se había opuesto a la letra chica de la Ley. Era apenas el comienzo de otra masacre.

La noche más oscura

El 24 de marzo de 1976 asumió la Junta Militar que derrocó a María Estela Martínez de Perón. Ese día, los militares silenciaron todo, menos el fútbol: exceptuó de la cadena nacional a los canales y radios que transmitieran Argentina-Polonia. Toda una metáfora de lo que vendría. Tres meses más tarde, se llevaron a cabo los Juegos de Montreal 1976: una pequeña delegación viajó y no trajo medallas, pero el deporte era lo de menos en un país convulsionado. Igual, como todos los demás aspectos de la vida, se teñiría de sangre.

La represión fue brutal en el país, y dejó su huella en una generación de deportistas. La Plata, por su actividad estudiantil, fue una de las ciudades más atacadas por el gobierno cívico-militar, que desapareció a Luis Ciancio, jugador de Gimnasia, y a veinte jugadores de La Plata Rugby Club.

La historia de los desaparecidos de LPRC

Los deportistas desaparecidos ascienden a 220, entre los que se encontraban el arquero de Almagro Claudio Tamburrini, hoy filósofo del deporte, al que lo llevaron a la Mansión Seré (la historia de su heroico escape se cuenta en “Crónica de una fuga”, de 2006); y otro atleta ligado a la ciudad de La Plata, Miguel Benancio Sánchez, que había hecho inferiores en Gimnasia y era un poeta y militante peronista, además de prometedor atleta, discípulo de Osvaldo Suárez. Su vida era el deporte, al que le escribió en su conmocionante poema “Para vos atleta”:

Para vos atleta
para vos que sabés del frío, de calor,
de triunfos y derrotas
para vos que tenés el cuerpo sano
el alma ancha y el corazón grande.
Para vos que tenés muchos amigos
muchos anhelos
la alegría adulta y la sonrisa de los niños.
Para vos que no sabés de hielos ni de soles
de lluvia ni rencores.
Para vos, atleta
que recorriste pueblos y ciudades
uniendo Estados con tu andar
Para vos, atleta
que desprecias la guerra y ansías la paz.

La historia de Miguel

Desde 2012, en la ciudad de Buenos Aires existe una calle Miguel B. Sánchez que suplantó a Crisólogo Larralde desde Av. Del Libertador hasta Lugones: allí se levanta el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo. Otros atletas desaparecidos por la dictadura tienen hoy sus nombres en monumentos y placas, aunque durante muchos años la dirigencia deportiva evitó hacerse cargo de esa herencia bajo el argumento de no mezclar política y deporte.

Desde ya, no hubo en aquellos años rumbo ni planes para el deporte. “No hubo proyecto político deportivo militar ni tampoco un modo de jugar de la dictadura. Lo que existió fue una decisión de ubicar a militares o civiles que adherían a los postulados de la dictadura en lugares claves de las instituciones deportivas. El caso más notorio fue el del Comité Olímpico Argentino, en el que al extirador Pablo Cagnasso lo reemplazaron con el coronel Antonio Rodríguez, esgrimista en Londres 1948, quien se acostumbró y allí permaneció hasta 2005”, relatan Scher, Búsico y Blanco (2010; p. 445). 

El Estado nacional y los provinciales aparecían para la foto (como aquella que se tomaron en el Mundial 78: el fútbol fue apoyado por la dictadura para mostrar una imagen lavada al mundo -”derechos y humanos”- y esa fue la única articulación entre política y deporte en los ocho años de gobierno de facto), pero no para la construcción estratégica y silenciosa del deporte. Algunos deportistas, igual, accedían a grandes torneos por los azares de sus historias individuales, por la contención familiar y la cultura del club, que aguantaba los golpes de una nación que sangraba y sufría: los clubes seguían siendo un refugio en los barrios, exentos de lo que ocurría en la calle.

Los clubes “fueron una de las únicas, sino las únicas instituciones donde se siguió votando y eligiendo autoridades” (Rein, Gruschetsky, Daskal, 2019; p. 35). Además, contra el cierre del debate y la persecución en el espacio público que caracterizó a la época, “los clubes de fútbol, sociales y deportivos vivieron en general una época de expansión de su masa societaria” (Rein, Gruschetsky, Daskal, 2019; p. 42). Los socios aumentaron, pero no la venta de entradas para el fútbol, que, al contrario, sufrió un declive en tiempos de dictadura. Las explicaciones, plantea Gruschetsky, deben explorarse, aunque plantea como posibles hipótesis una excepcionalidad del fútbol y los clubes como espacios amparados y exceptuados por ser considerados “apolíticos” como el deporte en general. En paralelo, agrega el autor, los clubes fueron “espacio de refugio durante el régimen militar, que, salvando las distancias, es un rol que también fue señalado en varios ámbitos para los clubes durante la crisis social y económica que atravesó la Argentina durante el 2001” (Rein, Gruschetsky, Daskal, 2019; p. 43).

“En este oscuro período, los casi 6.000 clubes con que cuenta nuestro país, y que desarrollan sus actividades en el marco del derecho de libertad de asociación establecido en el Art. 14 de la Constitución Nacional, siguieron siendo ámbitos de participación democrática de nuestro pueblo, eligiendo voluntariamente a sus autoridades y en algunos de ellos, admitiendo representantes de la minoría en sus Cuerpos Directivos. Los clubes volvían a demostrar que han sido y son cuna, escuela y muchas veces ‘refugio’ de los dirigentes democráticos de nuestro país” (Lupo, 2004; p. 30)

En el marco de esa cultura de club que resistía y refugiaba, entrenaban esos atletas excepcionales que contra un panorama desolador, y sin apoyos, conseguían resultados. Pero esa generación vio sus sueños deportivos cortarse cuando la dictadura, que combatía “la amenaza de la izquierda” en el país, no tuvo problemas en plegarse al boicot de Moscú 1980, torneo que esperaban con ansias numerosos deportistas ya clasificados y con esperanza de medallas. 

El básquet, que tras el vaciamiento de su generación campeona se había reconstruido en los clubes y era uno de los más importantes deportes del país, se sentía con chances de hazaña, por ejemplo, tras un gran Preolímpico donde venció a Brasil, tercero en el Mundial de 1978, y a Cuba, en el que era su regreso al olimpismo desde Helsinki 1952. También había sacado pasaje Jorge Luis Portelli, gran esperanza del judo que fuera 4° en 1976. Y Tito Steiner se encontraba en su apogeo: subcampeón panamericano de decatlón en 1979, y campeón nacional universitario en Estados Unidos en 1977, 1979 y 1981, a fines de 1979 comenzó a entrenarse con exclusividad para los Juegos, en los que era uno de los candidatos a obtener una medalla y a los que no lo dejaron viajar. En 1982 fue ubicado primero en el ranking mundial de la disciplina.

El final de una historia de terror

De los 28 años retratados en este capítulo, solo diez gozaron de democracia. Inestable, además: en tres décadas hubo cuatro golpes de Estado, y ningún gobernante elegido terminó su mandato.

Pero, en los últimos años de la dictadura cívico-militar iniciada en 1976, como hemos señalado, el deporte había sido un espacio atacado, pero también de resistencia, que “funcionó como un refugio para muchos que vieron cercenadas sus áreas de acción en otros campos” (Scher, Búsico y Blanco, 2010; p. 445). Algo de eso estalló en octubre de 1982, cuando después del fiasco de la Guerra de Malvinas el Luna Park se vestía de fiesta para hospedar el Mundial de voley.

Dirigidos por el coreano Young Wan Sohn (con un tal Julio Velasco de ayudante), la selección que había perdido todos sus partidos en el anterior Mundial, un equipo profundamente amateur y sin disciplina, alcanzaría el bronce. Esa noche, Argentina aplastó 3-0 a Japón y el público, desatado, comenzó a cantar: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. En aquel Luna, la fiesta no era como aquella ingenua de 1978, la de un país que no quería ver: aquello era la euforia, la voz de la resistencia, el levantamiento de las voces silenciadas a fuerza de plomo y sangre durante seis años. El final de la larga noche se respiraba en el aire.

El Luna estallado en el partido por el bronce

BIBLIOGRAFÍA

Scher, Ariel; Blanco, Guillermo y Búsico, Jorge. Deporte Nacional. Dos siglos de historia. Emecé, 2010.

Fernández Moores, Ezequiel. Breve historia del deporte argentino. Editorial El Ateneo, 2010.

Lupo, Víctor. Historia política del deporte argentino. Corregidor, 2004.

Pochat, Víctor. Coronados de Gloria: la historia inédita de las medallas olímpicas argentinas. Corregidor, 2012.

Rodríguez, Ernesto. Libro II de los Juegos Olímpicos. Deporte de la Nación, 2016.

Rodríguez, Ernesto. Ser Olímpico. Ediciones Al Arco, 2012.

Rodríguez, Martín. Historia de las participaciones argentinos en los Juegos Olímpicos. Editorial Medrano, 2016.

Veiga, Gustavo. Deporte, desaparecidos y dictadura. Ediciones Al Arco, 2019.

PARA VER

“La Argentina olímpica”, capítulo 3 de la serie documental sobre el desempeño argentino en los Juegos Olímpicos: https://www.youtube.com/watch?v=nXs1vDJYYGI

“Tiempo muerto”, documental sobre la selección argentina de básquet campeona del mundo y luego proscripta por la Revolución Libertadora: https://www.youtube.com/watch?v=iPjLhKhYw_g

Función cuádruple de Demiddi: “Single”, corto realizado en la UNLP sobre el remero: https://www.youtube.com/watch?v=V_2ito9DVeI&t=2s; “El Grito Sagrado: Demiddi”: https://www.youtube.com/watch?v=c56IKyHHY44&t=46s; y dos viejos documentales sobre el remero: https://www.youtube.com/watch?v=Y8z8dJRhriw y https://www.youtube.com/watch?v=Q4EBrBXh6ig

“Atletas x Dictadura. Una generación perdida”, fragmento del documental que investiga la relación entre el deporte y la dictadura militar en Argentina: https://vimeo.com/137275179
“Deportes, desaparecidos y dictadura”, serie documental sobre los desaparecidos en la dictadura de 1976. Se puede ver en el siguiente canal: https://www.youtube.com/channel/UCPCT9ZFT5NlvHl8OD5LrCcg

También puede gustarle...