7. El deporte en democracia

Con el regreso de la democracia, se intuía que el deporte volvería a ser derecho de todos y prioridad del Estado. Pero el camino no sería nada lineal: la década de los 80 estaría marcada por problemas urgentes que no dejaron lugar al deporte, los 90 serían tiempos de neoliberalismo profundo con algunos apoyos para el deporte pero crisis económicas que diezmaron los clubes de barrio, y luego vendría el 2001, un colapso que llevó mucho tiempo recuperar.

Entonces, al final, el deporte continuó sobreviviendo como pudo, mientras los políticos hacían y deshacían en materia de programas para el desarrollo deportivo: no había ya ataques sistemáticos al área, pero los efectos de la eterna grieta también se manifestarían en democracia, en el deporte como en la vida.

1. El deporte en el alfonsinismo

“En 1983, gracias a la vuelta de la vida democrática, con la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín, se comenzó a discutir el Modelo Deportivo a llevarse a cabo en nuestro país. Pero en los primeros seis convulsionados años (con Rodolfo O’ Reilly y Osvaldo Otero, secretario y subsecretario de Deporte, dependientes del Ministerio de Acción Social) no se reglamentó la Ley 20.655 (la Ley del Deporte que había quedado pendiente desde último mandato peronista), pese al nombramiento de un asesor para ese tema y los infructuosos pedidos de legisladores nacionales y dirigentes deportivos”, escribe Víctor Lupo en su “Historia política del deporte argentino” (2004; 31).

Un resumen de un gobierno que en seis años tuvo que lidiar con tres alzamientos carapintadas y una hiperinflación, todo en un país que todavía acusaba las heridas profundas, todavía sangrantes, imposibles de cicatrizar, de la última dictadura. Fueron tiempos dramáticos en el país, de una democracia frágil, naciente: en ese marco, la Ley del Deporte fue quedando, guardada en los cajones del Congreso para un debate futuro que no llegó, incluso ante la presión de varios legisladores nacionales del peronismo y el pedido de numerosos dirigentes deportivos.

“Hubo gobiernos institucionales a los que no les interesó el deporte, o tuvieron otras prioridades, o no tuvieron tiempo. Con Alfonsín la prioridad fue recuperar las heridas en otros ámbitos y se intentaron hacer cosas en el deporte social”, explica Osvaldo Arsenio en la “Breve historia del deporte argentino” de Ezequiel Fernández Moores (2010; 224). “El deporte aparecía menos urgente que las otras cuentas pendientes de una sociedad que emergía del horror político y con una monumental deuda externa”, agregan Scher, Busico y Blanco en su “Deporte Nacional” (2010; 495).

Sin embargo, eran tiempos también donde el Estado procuraba abrazar todas aquellas áreas marginadas por la dictadura cívico-militar: se desarrollaron por eso “múltiples programas destinados al deporte social, bajo la idea de recuperar derechos que amplias franjas de la sociedad habían perdido durante el gobierno militar” (Scher, Blanco, Búsico, 2010; 496), como el programa “Deporte para todos”, desarrollado por el Secretario de Deportes O’Reilly y criticado por mirar solo hacia Capital Federal.

En ese mismo sentido, el radicalismo intentó incluso terminar con el mandato en el Comité Olímpico Argentino de Antonio Rodríguez, coronel del Ejército que había representado al país en pentatlón en los Juegos Olímpicos de Londres 1948 y había sido elegido por la Junta Militar para liderar el área durante la dictadura. El gobierno de Alfonsín impulsó su propio candidato en las elecciones, pero Rodríguez, que sería elegido miembro COI en 1990, no solo ganaría aquel proceso electoral, sino que permanecería en el cargo hasta 2005.

2. Volver a los Juegos en democracia

Ante ese panorama, sin más posibilidad que, otra vez, romperse el alma para estar, Argentina viajó en 1984 a Los Ángeles para los Juegos Olímpicos. Viajaron 83 atletas, y como en 1976 (y 1980, cuando la Junta boicoteó los Juegos de Moscú), nadie volvió con medallas: una actuación comprensible, teniendo en cuenta que desde 1955 Argentina arrastraba un proceso de escaso apoyo al deporte de base y de alto rendimiento, más allá de algunas políticas esporádicas. En ese período, mientras Argentina se separaba del mundo envuelto en una cruenta lucha política, y mientras las crisis económicas recurrentes dificultaban cada vez más los viajes y la compra de elementos para la práctica deportiva, en el mundo el deporte se había organizado, especializado, y era ahora un área hiperprofesional para la cual el país no era rival. No podía ser rival. 

Los milagros deportivos, de todos modos, continuaron incluso en aquellos años de sequía: contra todo, un joven Juan Curuchet, de 19 años y participando en su primer Juego Olímpico, fue 5° en la prueba por puntos del ciclismo, obteniendo uno de los seis diplomas olímpicos de la delegación; también quedaron en los primeros puestos de sus pruebas Marcelo Alexandre (doble diploma olímpico en pruebas de bicicleta), el remero Ricardo Ibarra, que ya había sido sexto en 1976, el púgil Pedro Rubén Décima, y aquel seleccionado de vóley que fuera desafiante bronce mundial dos años antes.

Porque siempre que llovió paró, la racha de doce años sin medallas se cortó un 1° de octubre de 1988, en los Juegos Olímpicos de la lejana Seúl, gracias al revés mágico de Gabriela Sabatini, que por entonces contaba sólo 18 años, pero que ya era una figura importante en la WTA. De hecho, considerada una de las grandes estrellas del deporte argentino, Sabatini fue la abanderada de aquella delegación, y pagaría la confianza con plata, tras alcanzar la final de un disputadísimo torneo femenino del que participaron Zina Garrison, Pam Shriver, Manuela Maleeva, Chris Evrett y, claro, Steffi Graf, que la derrotó en la final por doble 6-3. 

Argentina tuvo suerte por partida doble: justo cuando Sabatini estaba en estado de gracia, el tenis volvía a ser parte de un Juego Olímpico por primera vez desde 1924 (fue deporte de exhibición en 1968 y 1984), y el COI votaba permitir el ingreso de profesionales a la competencia, siempre que cada federación lo considerara. Solo se registraron participaciones en deportes que llevaban selecciones de jóvenes, como el fútbol, pero mientras que la mayoría de los deportes esperaría a 1992 para abrir las compuertas, el tenis sumó a las figuras de sus circuitos profesionales en Seúl.

El Grito Sagrado: Gabriela Sabatini

Un día después de la conquista de Sabatini, la selección de voley completó una década memorable: de no ganar ningún partido en el Mundial de 1978, el equipo que había sido obligado a madurar bajo la conducción estricta del coreano Sohn en 1982 cosechó un bronce de oro, más aún teniendo en cuenta que en el partido por el tercer lugar derrotó a Brasil, en un ajustado, épico partido que Argentina ganó en el quinto set.

El bronce del vóley en Seúl 88

En un país que había perdido su diversidad deportiva por años de desinversión, el deporte por equipos se convertiría en la gran esperanza del país durante las siguientes décadas: era ese deporte, forjado en los clubes de barrio que resistieron a todo, o el talento natural de una Sabatini, lo único que parecía poder hacer frente al grado de profesionalización que había alcanzado el mundo. Sin embargo, en aquel momento, la medalla de Seúl para el voley fue la primera presea en un deporte de conjunto para Argentina desde la consagración del polo en 1936: habían pasado 52 años.

3. La Ley del Deporte se reglamenta

Un año después de Seúl, cambiaba el gobierno: Alfonsín salía, jaqueado por los problemas económicos, y asumía el peronismo encabezado por Menem, que había prometido en su campaña reglamentar la postergada Ley del Deporte. El nuevo presidente cumplió, y aquella primera etapa de su mandato se considera, en cuanto a política deportiva, su momento “más peronista”: reglamentó la Ley que convertía a la Conade, un organismo democrático con la participación de públicos y privados de todo el país, en la máxima autoridad del deporte nacional, pero además remodeló a nuevo el Cenard, la casa de los deportistas que se encontraba en estado de abandono, dictó una Ley que brindaba una jubilación especial a los atletas que habían ganado medallas, elevó a Deportes a la categoría de secretaría con nivel de Ministerio y adjudicó a la cartera el 17% de lo recaudado por el PRODE: “Con esto se logró pasar de un presupuesto casi cero en 1989 a $6.500.774 en 1990 y a $50.009.626 para 1993”, explica Lupo (2004; 32). Parecía el final de la época donde los subsidios al deporte eran otorgados de acuerdo al lobby de ciertas federaciones y al amiguismo político, y el inicio de la construcción de una política deportiva sostenida en el tiempo.

Ley del Deporte 20.655 >>> http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/25000-29999/27274/norma.htm 

Bajo la gestión de Fernando Galmarini y con la guía federal, democrática y largoplacista de la Conade, el deporte aprovechó sus fondos conquistados para volver a realizar los Evita, además de los Campeonatos Universitarios, los Juegos de la Araucanía, los Juegos del Mercosur y, lo más relevante, desarrollar el Plan federativo de 1990 a 1995, que trajo técnicos del exterior para potenciar el alto rendimiento y que para la administración sería la causa principal de los muy buenos resultados obtenidos en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995 y Winnipeg 1999. 

“Paradójicamente, en un escenario de progresivo achicamiento del Estado, el deporte contó con un incremento presupuestario y una serie de políticas públicas que, más allá de cómo se las evalúe, parecieron mucho más profundas que las apariciones de Menem jugando al fútbol o al básquetbol”, opinan Scher, Blanco y Búsico (2010; 557), aunque no sería suficiente en la primera incursión olímpica del menemato para elevar a Argentina otra vez a la altura del deporte mundial: la delegación de 84 atletas que viajó a Barcelona 92 trajo solo una medalla (otra vez el tenis, de la mano de Frana y Miniussi). El desembarco del deporte profesional en los Juegos Olímpicos de forma total y definitiva alejaba otra vez de las mieles del éxito al país.

Tras esta actuación olímpica, cambiaría la conducción de la secretaría de Deportes, y ahora sí el área se contagiaría de las políticas neoliberales de la administración: el deporte de base, que no había recibido particular impulso más allá del regreso de los Evita (“no se logró volver a poner a los clubes de barrio como centro de la acción”, explica Lupo), dejaría de ser seductor para una administración que quería mostrarse moderna y globalizada, y que comenzaba a volver carne los valores del liberalismo: en el deporte la persecución del éxito como única misión recortaba los planes a largo plazo y desplazaba todo aquello que no se orientara a la conquista (el deporte de base) al margen, a sostenerse por sus propios medios, a sobrevivir o morir según dictaran las leyes del mercado. 

El deporte dejó de ser una política del Estado (pasó de tener un presupuesto de 50 millones a solo 11 entre 1993 y 2001), de un Estado que sí promovió los grandes espectáculos (el regreso de la Fórmula 1 al país, por ejemplo), y también al deporte “grande”, como una forma de “vender” la marca Argentina, de integrar al país al mercado mundial. 

El gobierno “instaló un nuevo modelo de país, liberal, privatista, de empresas faraónicas y salpicado por la corrupción. No en la primera gestión, signada por la reglamentación de la Ley del Deporte y evaluada como lo más peronista del menemismo, pero sí fuertemente en la segunda, la gran apuesta fue el alto rendimiento: se buscaron triunfos, medallas, títulos, se firmaron becas de excelencia deportiva y hasta el golpe de efecto de postularse para los Juegos de 2004” (Scher, Búsico y Blanco, 2010; 535). El gobierno, como mencionan los autores, lanzó un plan de becas de Excelencia Deportiva, que consistió en apoyar económicamente a los atletas con vistas a podios olímpicos, pero esos beneficios estuvieron apuntados solo al alto rendimiento, a aquellos que se destacaban en sus disciplinas. Las estructuras seguían obsoletas y el deporte de base, postergado.

Así, el alto rendimiento ensayó un tímido acercamiento a la excelencia deportiva, el primero desde 1955, ayudado también por la convertibilidad (un dólar, un peso, una política que facilitaba viajes para competir y que fomentaba la importación, permitiendo a los deportistas algo impensado hoy: comprar equipamiento de primer nivel). El tenis, el golf, también la náutica, que tuvo a su campeón de la década, el futuro gobernador Daniel Scioli, se pasearon por el mundo, y otros deportes aprovecharon el clima de época y organizaron sus federaciones. En el Plan federativo de la primera etapa y el apoyo al alto rendimiento en esta segunda parte, muchos encuentran una explicación de los resonantes éxitos argentinos en el comienzo del siglo XXI, justo cuando Argentina atravesaba, otra vez, una crisis con aroma apocalíptico.

Eran políticas de corto plazo y alto impacto político, diseñadas para colgarse medallas mientras las bases quedaban abandonadas a su suerte: como reflejo de este brusco giro en materia deportiva, en 1993 Livio Forneris, secretario de Deportes tras Galmarini, disolvió el Conade por resultar “caro”, una excusa perfecta en una década marcada por achicamiento del Estado.

El poder de las decisiones deportivas regresó así, analiza Lupo, a las viejas elites porteñas: en el COA, vale recordar, continuaba mandando el coronel Rodríguez, e, incluso, el jefe de la delegación que viajó a Barcelona fue el general Alais, que moriría cumpliendo una condena por delitos de lesa humanidad. Bajo su férrea conducción, Argentina se olvidó de anotar en la competencia a la atleta Ana María Comaschi, que vivió unos días en la Villa Olímpica escondida, hasta que le informaron que no iba a poder competir gracias al buen trabajo de sus dirigentes.

3. Deporte y neoliberalismo

El daño más grande de la década de los 90 al deporte argentino, sin embargo, no fue la falta de inversión en la base, la falta de un plan integral y de largo plazo o los dislates dirigenciales de siempre, sino la destrucción de un espacio crucial para el desarrollo deportivo: los clubes, dueños de gran parte de la infraestructura y el conocimiento deportivo del país, sobrevivieron a la dictadura y vivieron un auge en la década del 80, convirtiéndose en el corazón de los barrios, cubriendo funciones que el Estado no deseaba o no podía cumplir, pero no pudieron competir con el ingreso de los privados en el negocio del deporte, apoyados por las legislaciones neoliberales que fomentaban la inversión privada y el ingreso de multinacionales extranjeras, y, sobre todo, con un cambio cultural que tuvo lugar en esos años: la cultura colaborativa, comunitaria, que se había tejido en los clubes de barrio, epicentro de la resistencia que en base a solidaridad soportó uno tras otro los golpes de la realidad argentina, pasaba a ser considerada obsoleta, una reliquia de esas que comentan los abuelos, un discurso con olor a naftalina, rancio, frente a la seductora narrativa del neoliberalismo, que impulsaba el triunfo individual, el perfeccionamiento personal y otras mentiras que pueblan los libros de autoayuda, como el máximo objetivo del ciudadano. 

En el país donde antes había un club cada cinco cuadras, ahora había también un gimnasio, el espacio ideal para ese perfeccionamiento individual que se convirtió en un gran negocio (la fiebre del fitness continúa hasta hoy, impulsado por las grandes marcas deseosas de llevar sus productos a través de las fronteras internacionales, a las que invitaba aquel gobierno liberal). También proliferaron las canchas de fútbol 5, tenis, pádel, todo para alquilar: espacios privados, no comunitarios como los clubes, a los que se iba a hacer un poco de ejercicio “útil”, que servía para mejorar la forma física antes que para tejer lazos, construir valores y aprender una disciplina. También aparecieron las escuelitas de fútbol, en la misma línea: el deporte no era más un lugar de esparcimiento y amistad, sino que debía cumplir una función, construir a un futuro atleta económicamente exitoso. La especialización, la profesionalización, tenía que llegar cuanto antes.

El discurso neoliberal vació las estructuras locales (los clubes, las empresas nacionales, el tren, todos quedarían al borde de la extinción), pero lo consiguió porque pudo seducir al país, que viajaba a Miami y podía comprar las marcas más top en su centro comercial: esta apertura al mundo implicó, en el deporte, la candidatura de Buenos Aires para organizar los Juegos Olímpicos de 2004. La sede quedó preseleccionada, gracias a un proyecto que incluía la construcción del famoso “corredor olímpico” que se reutilizaría para los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018, y la promesa de sanear el Riachuelo. El sueño costó 10 millones de dólares: “Argentina se imaginó olímpica. Pero no tenía atletas ni nadadores olímpicos. Tampoco interés”, escribe Fernández Moores (2010; 226). “El día de la votación, en Roma, Madrid y Ciudad del Cabo miles de personas aguardaban el resultado en las calles. En Buenos AIres apenas se juntaron unos doscientos voluntarios, un ex comisario y ningún deportista en el Teatro San Martín. La sede fue para Atenas”.

4. Los Juegos Panamericanos de 1995

Con este panorama de bases abandonadas pero apoyo inusitado al alto rendimiento, un apoyo que se brindaba desde el Estado por primera vez en cuarenta años, Argentina organizó en 1995 los Juegos Panamericanos, que tuvieron sede en Mar del Plata y permanecen hasta la fecha como los segundos mejores para el país en toda su historia, luego de aquellos primeros Juegos Panamericanos organizados en Buenos Aires en 1951.

Aprovechando la localía, que no solo aporta apoyo del público sino también la elección estratégica de ciertas disciplinas para el programa deportivo y la participación de una cantidad mucho más grande de atletas, Argentina cosechó 40 oros, 28 menos que en 1951, pero 159 medallas, cinco más que en aquella primera edición. Los Juegos generaron un entusiasmo sin precedentes en la Argentina democrática para un evento multideportivo, al punto de que los diarios del país volvieron a abrir sus tapas a deportes que llevaban cuatro décadas sin figurar en los grandes medios.

El Estado desembolsó 50 millones de dólares para convertir a Argentina en potencia, como sede y como delegación deportiva (dinero que, fiel al estilo de aquella época, terminó envuelto en escándalos de administración fraudulenta), y la erogación permitió superar a potencias continentales como Brasil y México, pero no pudo hacer milagros: Estados Unidos, Canadá y Cuba, ejemplos de países con políticas deportivas claras desarrolladas durante décadas y mirando siempre al futuro, superaron a aquel país de perpetua apuesta por el corto plazo.

Programa especial sobre los Panamericanos del 95

Pero “el jolgorio de los Juegos se dio de cara con la realidad al año siguiente” (Scher, Blanco y Búsico, 2010; 556): en Atlanta 96, Argentina llevó su delegación más numerosa desde 1948 (178 atletas) y mejoró lo hecho en Barcelona, pero cosechó solo tres medallas, y ningún oro. El postergado primer puesto parecía un hecho cuando a la selección de fútbol le tocó Nigeria en la final, pero la defensa tiró el offside en el último tiro y el oro fue para los africanos: al fútbol le seguía siendo esquivo el primer lugar en el podio olímpico, y a pesar de llegar como favorito se tenía que conformar con una plata que marcaba, de todos modos, el regreso al medallero para el fútbol tras 68 años.

La final del fútbol en Atlanta 96

Los Juegos Olímpicos de 1996 también vieron el regreso al podio del boxeo nacional, gracias al bronce de Pablo Chacón, primera medalla para el pugilismo nacional desde 1968 (y última hasta la fecha), y la primera medalla de Carlos Espínola, una plata en windsurf que repetiría en Sídney 2000.

Pablo Chacón en Atlanta 96

Otra crisis acechó tras Atlanta 96 al país, que determinó la salida del poder del justicialismo y el regreso del radicalismo, de la mano de la Alianza y con Fernando de la Rúa al frente de la fórmula: este gobierno de aliados del arco opositor llegaba al poder prometiendo cerrar una década de neoliberalismo pero, debido al viejo vicio de dar marcha atrás con todo en Argentina, decidió deshacer lo construido en el deporte y bajó de jerarquía a la Secretaría de Deportes, que primero pasó a depender del Ministerio de Desarrollo Social y luego, toda una declaración de principios, de Turismo (mismo espacio que ocupa hoy, tras ser parte de Desarrollo Social durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y perder el rango de secretaría durante el gobierno de Macri). El deporte perdió jerarquía y presupuesto, y los intentos de gestar un programa nacional de apoyo al deporte presentados en dos ocasiones por legisladores nacionales fueron a parar al cajón.

5. Oro!! Se quiebra el maleficio

¿Cómo se explica que Argentina tuviera, entonces, su cuarta mejor actuación panamericana en 1999 (con 25 medallas doradas, 72 en total) y que aumentara la cosecha de medallas en los Juegos Olímpicos de 2000 a cuatro? ¿Cómo se explica que cuatro años más tarde, mientras el país intentaba dejar atrás una violenta crisis económica que había provocado el paso de cinco presidentes por la Casa Rosada en once días, Argentina volviera al oro olímpico? Las políticas deportivas no generan resultados inmediatos sino a largo plazo y, como ocurriera con el quinto puesto en Lima 2019 tras cuatro años de desinversión en el deporte, los resultados llegaban gracias a una década de apuesta en el alto rendimiento.

Una apuesta que había favorecido el desarrollo del seleccionado de hockey femenino, que en aquellos años pasó de ser un conjunto improvisado y alegre a una selección profesional, con apoyos de sponsors y las mejores instalaciones para entrenar y recuperarse: Las Leonas nacieron en aquellos Juegos del 2000 donde se pusieron por primera vez la camiseta con el logo felino (la actual secretaria de Deportes, Inés Arrondo, diseñó el logo) cuando llegaron a la segunda ronda con pocas chances de clasificar a semifinales y con la obligación de vencer a Holanda. Una muy joven Luciana Aymar y la gran Soledad García, por duplicado, marcaron en el 3-1 que decretó la creación de una leyenda que alcanzaría la plata olímpica (la primera de cuatro preseas consecutivas en Juegos Olímpicos para el hockey femenino). Las Leonas fueron acompañadas en el medallero por el aporte por triplicado de la vela: Espínola volvió a ser plata en windsurf, y Serena Amato en la clase Europa, y Javier Conte y Juan De La Fuente en la 470 aportaron bronces.

Aquel partido en el que nacieron Las Leonas

Pero Argentina seguía sin oros olímpicos. Tuvieron que pasar 52 años y 36 días para que volviera a sonar el himno nacional en un Juego Olímpico, y, curiosamente, se dio por duplicado: el 28 de agosto de 2004 el fútbol y el básquet alcanzaron la gloria en Atenas, un oro hijo del semillero de los clubes tanto como de las únicas dos ligas profesionales que tenía el país, el torneo de la AFA y la Liga Nacional de Básquet creada dos décadas antes por León Najnudel.

“Najnudel y quienes lo acompañaron en la propuesta advertían que el deporte de alta competición había ingresado en una fase que requería de mucha profesionalización, pero que no reparaba en medios para alcanzar un rendimiento ganador y no ponía en el foco en los que no eran los mejores. El dibujo de la Liga Nacional atendió las dos cosas: demandó excelencia profesional, pero enfatizó no quebrar cualquier límite moral para lograr el resultado”, cuentan el proceso Scher, Blanco y Búsico (2010; 498). El recuerdo de aquel oro se queda con la palomita de Manu en el primer encuentro, venganza contra el equipo que los había postergado al segundo puesto en el Mundial de 2002 (con alguna ayudita de los árbitros), o con el histórico triunfo contra Estados Unidos en semifinales, que provocó que por primera vez en su historia un equipo NBA no alcanzara el oro olímpico y provocó un cambio sísmico en la liga más importante del deporte. A Najnudel lo recuerdan los especialistas, que disfrutan mostrando el mapa de los clubes de barrio que existían en Bahía Blanca, Córdoba y Santa Fe, donde se había gestado la selección más federal de la historia de una Argentina siempre unitaria.

Mapa del barrio donde nació Manu Ginóbili: rodeado de clubes de barrio

Atenas 2004 fue un evento que desafió la lógica para Argentina: el país escapaba malherido de la crisis de 2001, y llevaba apenas un año con un presidente electo después del desfile de presidentes provisionales que se dio tras la salida forzada de De la Rúa, pero la delegación traía de la tierra madre de los Juegos su mejor cosecha de medallas desde 1952: seis medallas, incluidos los oros del básquet y el fútbol, y cuatro bronces. Otra vez el tenis (Paola Suárez y Patricia Tarabini en dobles, esta vez), otra vez la vela (otra vez Espínola, ahora con Santiago Lange en la clase Tornado), otra vez el hockey femenino y, por primera vez desde 1936, la natación (la medalla sorpresiva de una muy joven Georgina Bardach, cuando el deporte acuático había quedado relegado en la agenda deportiva hace años) completaron la cosecha que se repitió casi idéntica en la lejana Beijing, en 2008.

El histórico bronce de Bardach

Con gran aporte, otra vez, de los deportes colectivos, en 2008 el fútbol repitió su oro, el hockey su bronce, la Generación Dorada quedó tercera, Espínola y Lange volvieron al tercer escalón del podio en la Tornado. Y sorprendió el judo, con la enorme Paula Pareto logrando un glorioso tercer lugar en un deporte sin gran tradición en Argentina (más allá, claro, de la huella que dejaba algunos años antes Daniela Krukower, campeona mundial). Beijing vio también la coronación de Juan Curuchet, seis veces olímpico y que finalmente, tuvo premio: fue oro en la Madison, prueba en duplas del ciclismo, junto a Walter Pérez, en otra competencia épica, marcada a fuego en el recuerdo de quienes fueron testigo vía televisión de aquella conquista.

Entrevista a Juan Curuchet a 10 años del oro

Y pensar que la carrera olímpica de Curuchet comenzó en un cuartel: al ciclista, en 1984, casi no lo dejan viajar a Los Ángeles. Hacía la colimba, y quedó retenido en el cuartel simplemente por abuso de poder de sus superiores, que “lo raparon, lo enviaron a una cuadra y le dieron una caja con ropa de fajina. Su primera noche en el regimiento fue fatal porque lo bailaron junto a sus compañeros, y los saltos de rana eran mortíferos para sus piernas y la ducha de agua fría a las cinco de la mañana, peligrosa para su salud”, recuerda Marcelo Maller en la biografía del dorado olímpico. De aquellos Juegos volvió con un quinto puesto y un diploma olímpico. 

Beijing 2008 marcó el cierre de una década en la que el Estado no aportó al deporte de alta competencia, con algunas políticas tímidas y algo de financiamiento para el deporte amateur, sobre todo aquel sin autonomía económica, y el deporte de base. La presencia estatal en el deporte “pobre” había crecido desde 2004, con el resurgimiento de los Torneos Bonaerenses y los Evita, pero el deporte no era prioridad. Había una profunda crisis, no sobraba dinero y, por lo tanto, la inversión deportiva fue mucho menor que la de sus vecinos. Del quinto lugar en Winnipeg 1999, Argentina pasó a asentarse en el séptimo lugar de las competencias continentales hasta Lima 2019. 

6. Enard y después

Sobre el cierre de la década, sin embargo, tuvo lugar una revolución para la Argentina olímpica: el alto rendimiento, que en el país donde siempre falta dinero no había tenido lugar en el presupuesto estatal desde los años menemistas, pasaría a gestionarse con el dinero cosechado por el Ente Nacional de Alto Rendimiento, organismo público no estatal y autárquico, sin fines de lucro, de gestión público-privada, creada por Ley N° 26.573 sancionada el 2 de diciembre de 2009, que comenzó a funcionar en agosto de 2010.

Ley del Enard 26.573 >>>

http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/160000-164999/161877/norma.htm

El Enard es un unicornio en la historia política deportiva nacional: el financiamiento provenía de un fondo especial formado con el 1% del abono que las empresas de telefonía celular cobran por los servicios de telecomunicaciones, lo que garantizaba que los fondos para el alto rendimiento se sostuvieran sin importar las recurrentes crisis económicas del país ni las decisiones en torno a la política deportiva de los gobiernos de turno (al menos mientras la gente usara celulares). El Enard funcionaba al margen, hasta que la administración de Mauricio Macri decidió por decreto reorientar ese 1% a sus arcas: los abonos por celular se multiplicaban, y el Estado atravesaba una nueva crisis de liquidez, por lo que no dudó en absorber ese impuesto y prometer que el dinero para el Enard provendría de las arcas públicas. Entre la devaluación y las urgencias, el presupuesto del deporte argentino, naturalmente, se desplomó, volviendo a los tiempos no tan lejanos donde los deportistas organizaban rifas para viajar a los Mundiales.

El deporte terminó siendo en la gestión macrista una Agencia, una figura que en teoría iba a permitir libertad para conseguir financiamiento de privados, aunque parecía ser una forma de que se alquilen y vendan inmuebles ligados al deporte, como el Cenard, ubicado en la zona más cara de Buenos Aires. Si los pagos de becas y el dinero disponible para viajes ya habían comenzado a ser discontinuados tras el cambio por decreto de la forma de financiación del Enard, con la creación de la Agencia de Deporte Nacional comenzaron todo tipo de irregularidades y denuncias de corrupción y malversación. Un regreso a lo peor de los 90, aunque, como paradoja, una época en que Argentina volvería al quinto lugar en Juegos Panamericanos, gracias al impulso de las políticas pasadas.

Argentina es pendular en su historia. También el deporte: con el cambio de color en el gobierno nacional, el mundo deportivo esperaba la rejerarquización presupuestaria y en el organigrama político del deporte, y la derogación de aquel decreto macrista para que el Enard regrese a su forma primera de financiamiento. La primera llegó, con el deporte compartiendo un ministerio con Turismo; la segunda no. Y luego atacó la pandemia y, otra vez, el deporte volvió a quedar relegado entre las prioridades del país. 

TRABAJO PRÁCTICO DEL MÓDULO 2

A partir de un evento, un resultado, una o un deportista, un equipo o una circunstancia determinada del deporte argentino que sea parte de la historia de los Juegos Olímpicos, indagar en al menos una de las problemáticas abordadas en las clases de este segundo módulo, “Política deportiva en Argentina: una historia circular”. 

1) Definan el tema a tratar: pueden consultarnos a través del correo o en FB.

2) Investiguen: busquen textos, películas, audios, todo lo que pueda ser pertinente al caso testigo elegido y a la problemática a desarrollar.

3) Desarrollen el tema en un trabajo propio. Formato a elección (consultar con los docentes sobre los requerimientos del formato elegido).

Recuerden que no deben contar una biografía, ni tampoco realizar una monografía sobre la problemática elegida, sino mostrar cómo las distintas problemáticas políticas, económicas y sociales tratadas en el módulo impactan sobre la carrera de un atleta o equipo.

Fecha de entrega: 18 de junio

BIBLIOGRAFÍA

Scher, Ariel; Blanco, Guillermo y Búsico, Jorge. Deporte Nacional. Dos siglos de historia. Emecé, 2010.

Fernández Moores, Ezequiel. Breve historia del deporte argentino. Editorial El Ateneo, 2010.

Lupo, Víctor. Historia política del deporte argentino. Corregidor, 2004.

Maller, Marcelo. Juan Curuchet. Sangre, sudor y oro. Al Arco, 2008

Pochat, Víctor. Coronados de Gloria: la historia inédita de las medallas olímpicas argentinas. Corregidor, 2012.

Rodríguez, Ernesto. Libro II de los Juegos Olímpicos. Deporte de la Nación, 2016.

Rodríguez, Martín. Historia de las participaciones argentinos en los Juegos Olímpicos. Editorial Medrano, 2016.

PARA VER

“La Argentina olímpica”, capítulo 4 de la serie documental sobre el desempeño argentino en los Juegos Olímpicos: https://www.youtube.com/watch?v=qpr79-Y2E88

“Alma naranja”, serie documental sobre la Generación Dorada que sirve para comprender la importancia de los clubes de barrio: https://www.youtube.com/playlist?list=PLubqOmThbzrark7Hp9itxsPx2Bf4GhDic

“Encuentro con la Generación Dorada”, ciclo de charlas de Adrián Paenza con el equipo campeón de 2004: http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8063/906
“Luna de Avellaneda”, película que ilustra el giro en la concepción de los clubes de barrio: https://play.cine.ar/INCAA/produccion/1317

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