javier milei desencajado durante un discurso

Plagiando a la dictadura genocida: Milei y el huevo de la serpiente

Por Carlos Ciappina
(Publicado en Diario Contexto el 24 de mayo de 2022)

La tercera década del siglo XXI se asemeja cada vez más a la tercera década del siglo XX, porque la sociedad mundial se ve azotada por varios fenómenos al mismo tiempo: la pandemia 2019-2022 y sus efectos sociales y humanos; el despliegue de una nueva recomposición capitalista que genera una súper riqueza de unos muy pocos asociados al boom tecnológico-virtual-comunicacional y un crecimiento espeluznante de la desigualdad social en todos los países (aún en el otrora «modelo escandinavo»); los/as ricos/as del mundo exhiben obscenamente sus lujos mientras miles de millones de personas apenas si tienen como comer y cientos de millones ni siquiera eso, simplemente se mueren –literalmente– de hambre.

Este contexto desangelado debe ser mirado en perspectiva histórica: la caída del Muro de Berlín y el colapso soviético inauguraron el siglo XXI, abriendo el camino para una nueva recomposición capitalista sin el «miedo» que, a partir de 1945 y el triunfo soviético en la Segunda Guerra Mundial, había contenido a las potencias capitalistas y las había obligado a construir una economía guiada por el Estado y orientada a la construcción de un modelo keynesiano. La caída del Muro terminó con ese «temor» y el capital –en su nuevo formato neoliberal– comenzó una recomposición que seguimos experimentando (y sufriendo) día a día. A tal punto ha llegado la «privatización del mundo» que hasta la carrera espacial (antes, un asunto estrictamente estatal) se ha privatizado y los súper ricos y famosos compran pasajes para viajar al espacio exterior, a la Luna y a Marte. Y no pareciera imposible que ocurra.

¿Cuál es el correlato político de este retorno de largo plazo del capitalismo en sus formas más despiadadas? Como en las décadas del veinte y treinta del siglo XX, el correlato político es la derechización fascista. Una derechización que parece nueva pero tiene todos los ingredientes –aggiornados comunicacionalmente– del fascismo tradicional: racismo, machismo, clasismo, colonialismo, control social, hegemonía basada en el supremacismo racial, desprecio por las minorías y por las agendas de género.

Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Gran Bretaña, Jair Bolsonaro en Brasil, Víctor Orban en Hungría, Andrés Dudaj en Polonia (para mencionar a los que llegaron a la presidencia de sus países) o los altos índices de votantes de personajes como Marie Le Pen (cómoda segunda fuerza en Francia) o de la Liga del Norte en Italia nos demuestran el alcance profundo de modalidades políticas que ya no podemos caratular solo como «neoliberales», pues además de esa agenda económica proponen una agenda que va mucho más allá: la construcción de sociedades basadas en la lógica del fascismo.

En América Latina, la experiencia nacional-popular del período 1998-2015 pareció iniciar un camino de retroceso permanente para el neoliberalismo vernáculo, nacido en las dictaduras genocidas de la Seguridad Nacional de los años setenta y expandido en las «democracias» neoliberales de los noventa.

Sin embargo, a partir de 2008, con el levantamiento terrateniente en la Argentina, seguido en 2009 con el golpe a Manuel Zelaya en Honduras, el intento de golpe a Correa en Ecuador de 2010, el golpe a Lugo en Paraguay en 2012 y el golpe destituyente a Dilma Rousseff de 2016, las derechas latinoamericanas iniciaron un proceso de reconfiguración que se verá coronado con los triunfos electorales en Ecuador (Lenín Moreno), Argentina (Mauricio Macri) y Brasil (Jair Bolsonaro), para señalar los más significativos. No olvidemos tampoco el golpe de 2019 contra Evo Morales en Bolivia.

Golpes de Estado «blandos» y triunfos electorales apañados por una alianza estratégica entre medios masivos hegemónicos y Poder Judicial, funcionando como partido de la derecha y el poder económico, le dieron a la derecha latinoamericana nuevos horizontes, insospechados –digamos– si uno se paraba en la región en el año 2010.

En nuestro país, esa reconfiguración –de la mano de los medios comunicacionales oligopólicos, el Poder Judicial y el poder económico concentrado– alcanzó un triunfo electoral paradigmático en 2015: con una agenda neoliberal explícita, la Alianza PRO-Cambiemos-radicalismo derrotó a un frente peronista. El Estado fue colonizado por primera vez –mucho más allá que en el formato neoliberal menemista– por los dueños de empresas y los principales CEO. Quedó a cargo de las empresas en un proceso inédito por su magnitud: fue «capturado» y a partir de allí los cambios y los retrocesos en materia económica y social fueron vertiginosos.

Hoy nos hallamos frente a un peligro aún mayor. La derecha argentina busca dar un paso de mayor profundidad: el retorno de la dictadura por otros medios. Digámoslo y comencemos a tomar en serio a este personaje cuasi delirante que va creciendo enormemente en estos últimos meses. Javier Milei puede parecer un desaforado, gesticula, grita, insulta, no quiere debatir con nadie en los medios y lanza frases estúpidas y ridículas con la certeza de un gurú. Toda esa parafernalia que rodea sus actos y toda esa vehemencia que parece rebeldía esconden, cuando uno analiza detalladamente su discurso, el programa político-social de la dictadura genocida. ¿Exagerado? Basta con recorrer su discursividad para atisbar la oscuridad de su proyecto societario. Ya no se trata de llevar a cabo las reformas económicas que profundicen la agenda neoliberal. Eso va de suyo en su programa. De lo que trata Milei es de reconstruir el modelo societal de la dictadura. Aquello que en la alianza Cambiemos-PRO aparece en forma velada y, a veces, con algún tipo de mirada autovergonzante –en especial, en los segmentos radicales–, en Milei se expresa en forma abierta y contundente. Finalmente, la Argentina profascista encontró quien diga abiertamente lo mismo que decía la dictadura.