Elecciones en Ecuador

El correísmo en punta, magnicidio y cambio de Topic en la recta final

Por Mariano Schnack (*)

El domingo próximo tendrán lugar en Ecuador las elecciones extraordinarias para la Presidencia y la totalidad de los cargos legislativos, en virtud de la “muerte cruzada” decretada por el gobierno de Guillermo Lasso. Se trata de un recurso constitucional que se aplica por primera vez, mediante el cual el presidente Lasso hizo frente el pasado mes de mayo al juicio político en su contra que se llevaba adelante en la Asamblea Nacional y que, impulsado por bloque correísta, tenía amplias chances de prosperar y conducir a su destitución. De tal modo que, promediando el mandato para el que resultó electo en 2021, el presidente Lasso decretó la disolución del Parlamento y la convocatoria a elecciones extraordinarias para completar los mandatos correspondientes al período 2021-2025, tanto del Ejecutivo como del Legislativo.

Para cualquiera que estuviese siguiendo la campaña hasta hace poco más de una semana, la noticia era la relativa comodidad con la que Luisa González, la candidata correísta a la presidencia, encabezaba todas las encuestas, con cifras entre el 29 y el 35% y la distancia significativa que la separaba de los demás candidatos, a quienes correspondían números que no iban mucho más allá del 10%.

Hasta el 9 de agosto pasado, la campaña electoral venía desarrollándose con relativa normalidad, si así puede decirse en un país atravesado por una crisis de seguridad sin precedentes y con niveles de criminalidad disparados de manera exponencial en los últimos dos años, que incluyen el reciente asesinato del alcalde de la ciudad de Manta y de otros dirigentes locales de diversa pertenencia política.

Otra novedad crucial, vinculada con la primera, era la campaña que venía desplegando el correísmo, una campaña fresca, desacartonada, muy lejos de los clichés de un progresismo anegado en sus ideologemas y enfocada, al fin, en los temas que preocupan a las más vastas mayorías sociales, fundamentalmente el tema de la seguridad.

Distendido, por primera vez en mucho tiempo, al expresidente ecuatoriano Rafael Correa se lo podía ver en redes sociales presentando recetas de cocina desde un amable y modesto jardín de Bélgica. Esta vez, a diferencia de la campaña de 2021, su figura no competía, ni eclipsaba; no disminuía ni contradecía a la de la persona que expresa la candidatura vicaria.

Esta vez, la candidatura aparecía más vicaria que nunca. Y ese había sido su mayor mérito. Casi el de no representar otra cosa que la figura del gran ausente, el líder proscrito. Esta vez, daba la impresión de que el tiempo había conspirado a favor del correísmo, que es lo mismo que decir que el tiempo, la experiencia transcurrida, la obstinada cruzada anticorreísta y su correlato de descomposición social habían enaltecido la figura del expresidente y la memoria de su gobierno. Y Rafael Correa lucía reconciliado con el tiempo, irradiando un optimismo genuino. Ya no se lo veía enojado, ni exasperado. Como si el tiempo y Rafael Correa hubiesen sellado un trato, un trato que generaba zozobra en el tan amplio como desangelado arco anticorreísta. Que intuía y temía que, tarde o temprano, el “autócrata prófugo” volvería por sus fueros.

Para esta campaña, ya no se trataba, como se pensaba el 2021, no sin algo de razón, de disminuir los niveles de “correísmo en sangre” del binomio presidencial. Pero, tampoco, se trataba de repetir las consignas más trilladas, burocráticamente esparcidas y convertidas en neolengua del funcionariado decadaganantista.

En aquella coyuntura yo postulaba, recuerdo, como conveniente al movimiento del expresidente Correa lo que llamaba un “correísmo asintomático” para tiempos de campaña, valiéndome de una expresión en boga en la pandemia, sin por ello entender una “superación del correísmo”, sueño húmedo, todavía entonces, de cierto progresismo extraviado, integrante del espacio correísta y aquejado de una extraordinariamente sobrevalorada percepción de su propio rol de “vanguardia”.

Con acierto, la campaña de Luisa González, que podía verse anticipadamente en el lugar de la primera mujer electa para ejercer la presidencia del Ecuador, contrariamente a lo que podría suponerse, teniendo en cuenta las retóricas más trilladas del feminismo mainstream que han tomado a pie juntillas las figuras más representativas de la que suele ser considerada como “ala izquierda” del correísmo, no cabalgó sobre esas construcciones de sentido, sino que se asentó en su condición de “madre ecuatoriana”.

El correísmo parecía reencontrarse con su capital político más genuino, con su sustrato popular (el correísmo profundo, el correísmo realmente existente) tantas veces infravalorado como sobrevalorada ha sido en la construcción de su narrativa la cosmovisión y sensibilidad de una fracción minúscula de sus clases medias diplomadas y autorizadas a la palabra pública, clientela espiritual -y laboral, muchas veces- de la Iglesia Progresista de las Agendas de los Últimos Días.

Nada de “cambio civilizatorio” ni “expansión de derechos”. Ninguna de esas expresiones rimbombantes, burocráticas o de pretendido radicalismo. Tampoco una caída radical y desorientada al tiktokismo bobo y las consignas pueriles, como el “no compres, adopta” que aparecían en una más errática y contradictoria campaña en 2021. El correísmo estaba ahora más enfocado que nunca y hablaba un idioma más a tono con la coyuntura. Con el lema “seguridad, trabajo, bienestar”, parecía en carrera a una victoria indetenible.

Cierto es que la designación de Luisa González, en su momento, había caído como un baldazo de agua fría entre importantes franjas del correísmo, entre militantes y dirigentes del “ala progresista” que comparten unas señas de identidad y un correísmo en buena medida imaginario, ese que oscila entre lamentarse y disculpar rasgos elementales que unen al líder del movimiento con la más amplia mayoría de sus bases sociales: la fe religiosa, sin ir más lejos.

Pero el tiempo y los ataques cerrados a la candidata que provenían de las distintas expresiones de la derecha, acabaron por disipar esos resquemores y Luisa González, aupada por las encuestas, comenzaba a ser vista con simpatía y con entusiasmo por el conjunto del correísmo, cada vez más confiado en la victoria.

¡Hace tan poco -días, apenas- y parece que hiciera tanto! Porque el 9 de agosto el crimen de Fernando Villavicencio, el candidato furibundamente anticorreísta que desde hacía años cultivaba el perfil de adalid anticorrupción y antipopulista, aún cuando sus perspectivas electorales eran limitadas, conmovió el escenario político y produjo tal cimbronazo que toda la campaña desarrollada hasta esa fecha adquirió un aspecto como desacompasado. Y los pronósticos se volvieron confusos, con el agregado de que a la usual denostación del correísmo por parte de las demás fuerzas políticas -un recurso que venía perdiendo efecto- se sumó ahora la acusación de ser el victimario, absurda pero repetida insistentemente como certeza.

Apuntemos que además de la inteligente y coherente campaña correísta, desprovista de ruido y contradicción, en estas precipitadas jornadas preelectorales había habido otras dos novedades. Una: la ausencia de Leónidas Iza, el líder de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, de significativo protagonismo en las rebeliones de 2019 y 2021 contra los gobiernos de Lenín Moreno y Guillermo Lasso, que esta vez declinó postularse. Dos: la figura de Jan Topic, joven empresario, formado en economía y seguridad en Estados Unidos e Inglaterra, francotirador, en sentido literal y figurado, y miembro de la Legión Extranjera Francesa, que se ufana de poseer experiencia militar en Siria, África y Ucrania y quiere ser el Bukele ecuatoriano.

Outsider pero con respaldo del caudillo socialcristiano Jaime Nebot, en un tiempo en el que bukelele mata charango, su candidatura, centrada en la demanda de seguridad y que aparentemente venía experimentando un crecimiento sostenido en las encuestas desde antes del 9 de agosto, principalmente entre los más jóvenes, podría recibir un impulso mayor tras el crimen de Villavicencio y convertirse en la gran sorpresa de estas elecciones, con amplias posibilidades pensando en una segunda vuelta. Algo más que el galvanizador de un arco anticorreísta, fórmula que tal vez funcione cada vez menos. De todos los candidatos es, de hecho, Jan Topic el único que se abstiene de transitar las trilladas consignas del anticorreísmo explícito y cerrado que cultivan los demás rivales de Luisa González. Y es también una figura que, aunque en cierto sentido pueda ser comparada con otras de las nuevas derechas a nivel regional y global, evita los encasillamientos ideológicos neocon más frecuentes, incluyendo en su discurso temas como la violencia de género, la salud, la educación y la vivienda.

No sería extraño que un candidato como Topic traccionara potenciales votos al correísmo, por lo que muchos lo ven como el candidato con más posibilidades de impedir el regreso al poder del movimiento del expresidente. Precisamente, quizá, por su capacidad de sortear la antinomia correísmo / anticorreísmo. En todo caso, de darse ese escenario de segunda vuelta, su dilema será cómo atraer los votos de un anticorreísmo repartido entre expresiones disímiles y desprovistas de representación sin dejar de atraer votos potencialmente correístas. Pero para eso falta. En una escena regional cada vez menos prefigurada por las encuestas, el destino político del Ecuador permanece incierto.

(*) Analista político.