Artículos

«¿Los colegas gateros somos inmorales?». Masculinidades interpeladas en los relatos de varones que pagan por sexo

«Are We Immoral?». Interpellate Masculinities in the Narrations of Men Who Pay for Sex

Estefania Martynowskyj
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina

Con X

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 2469-0333

Periodicidad: Frecuencia continua

núm. 8, e046, 2022

revistaconequis@gmail.com

Recepción: 28 Marzo 2022

Aprobación: 24 Junio 2022

Publicación: 04 Julio 2022



DOI: https://doi.org/10.24215/24690333e046

Resumen: En el trabajo se abordan las reacciones de varones que pagan por sexo y se reconocen como «gateros» o clientes habituales, ante las interpelaciones hacia sus sexualidades y sus masculinidades, y se analizan sus representaciones sobre el sexo comercial, la trata de mujeres y las políticas orientadas a combatirla. En especial, desde el despliegue de la campaña anti-trata, en 2008, y la masificación feminista, en 2015, que volvieron a la práctica de pagar por sexo problemática en un sentido novedoso a partir de su asociación con la violencia de género.

Palabras clave: sexo comercial, clientes, masculinidades, trata de mujeres.

Abstract: This work deals with the reactions of men who pay for sex and recognize themselves as «gateros» or regular customers, in the face of the interpellations about their sexualities and masculinities, and analyze their representations about commercial sex, trafficking in women and the policies that are deployed to combat it. Fundamentally, since the deployment of the anti-trafficking campaign in 2008 and the feminist massification in 2015, that becomes the practice of paying for sex problematic in a new sense based on its association with gender violence.

Keywords: commercial sex, clients, masculinities, trafficking in women.

Introducción

En el contexto más amplio de democratización de la sexualidad (Fassin, 2012) pero, fundamentalmente, desde el despliegue de la campaña anti-trata, a partir de 2008, y de la masificación de los feminismos, en 2015 –cuando las demandas por la igualdad y contra la violencia de género pasaron a ocupar un lugar protagónico y la «masculinidad hegemónica» fue puesta en cuestión–, la práctica de pagar por sexo se ha vuelto problemática en un sentido novedoso. También lo ha hecho para un público que desborda a los/as profesionales de la salud, a los/as funcionarios públicos y a las feministas, para quienes históricamente ha sido una preocupación. En este trabajo se analizan las tensiones que en este contexto emergen en los relatos de varones que pagan por sexo, quienes ven interpelada su masculinidad y su sexualidad por campañas estatales y por discursos feministas diseminados por el tejido social. Se presta particular atención a cómo estos varones se representan esta práctica, así como a sus opiniones sobre la trata de mujeres y las políticas y los discursos que se despliegan para combatirla.

Brevemente, se muestra cómo una serie de campañas y de eslóganes producidos por burocracias estatales anti-trata, así como proyectos de ley de penalización del cliente de prostitución, han contribuido a moldear la posición del «cliente» como la de un «varón prostituyente». Esta producción de categorías y de elementos de juicio sobre el «problema» de pagar por sexo, que intenta objetivar la percepción del fenómeno (Pereyra, 2018), permite rastrear voces resonantes en la configuración de la «propiedad» del problema (Gusfield, 2014). Si bien este todavía tiene la forma de una controversia y no todos los grupos tienen igual poder, influencia y autoridad para crear su definición pública.1

Las experiencias de los varones, y sus opiniones sobre el problema en cuestión, se reconstruyen a partir de dos fuentes: entrevistas en profundidad a varones que pagan o han pagado por sexo y foros de comercio sexual [ver Anexo metodológico].2 Para este trabajo, se utilizan nueve entrevistas en profundidad de un total de diecinueve que fueron realizadas en las ciudades argentinas de San Juan y de Mar del Plata durante 2017. El acceso a los entrevistados se realizó a través de trabajadoras sexuales y de contactos personales, mediante la técnica de bola de nieve (Gorjup & Baltar, 2012). A pesar de estas diversas vías de acceso, el contacto no resultó simple, lo cual brindó un dato relevante sobre la reticencia con la que circula la información sobre el sexo pago y sobre cómo la categoría de «cliente» plantea, en general, una interpelación problemática (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2021b). Teniendo en cuenta estas dificultades, se conformó una muestra de conveniencia que presentara la mayor variabilidad en términos de edades y de sectores socioeconómicos. Los entrevistados tenían entre 27 y 77 años, ocupaban diversas posiciones socioeconómicas y sus niveles educativos variaban desde primario incompleto hasta estudios universitarios completos.

La etnografía virtual se realizó en foros de internet sobre comercio sexual, entre los años 2017 y 2020. En línea con la propuesta de Christine Hine (2015), quien caracteriza a internet como una forma mediada de interacción social, inseparable de la vida fuera de línea, donde se gestan distintas culturas –en este caso, la cultura gatera, sobre la que volveremos más adelante– y formas de organización social, la etnografía virtual problematiza internet a partir de la presencia sostenida del/a investigador/a en los sitios de la web que son su campo de estudio, lo cual le permite seguir las conexiones que se establecen a partir del uso de las tecnologías digitales. Se trata de utilizar una metodología de investigación etnográfica para el estudio de las interacciones entre los actores de la cultura o del espacio de sociabilidad virtual (Álvarez Gandolfi, 2016).

Los foros funcionan como espacios de opinión y de intercambio de experiencias sobre sexo comercial de acceso público. Los dos foros seleccionados se encuentran en línea desde 2004 y son los más numerosos de la Argentina (cuentan con 192.012 y 437.976 usuarios, respectivamente).3 Si bien cada foro tiene sus reglas, comparten la gratuidad, el objetivo de intercambio de experiencias y un sistema de reputación de los usuarios (de quienes, además, se muestra su trayectoria de participación). En este espacio de sociabilidad virtual, algunos de los varones que pagan por sexo comparten sus experiencias mediante narrativas de sus encuentros con «escorts»,4 otros piden información sobre un servicio; además, hay varios hilos sobre «temas generales» donde dialogan sobre cuestiones que muchas veces exceden los encuentros e, incluso, el mercado del sexo.

A fin de analizar las representaciones de estos varones sobre la trata de mujeres y sobre las políticas desplegadas para combatirla, para este trabajo las búsquedas se realizaron a partir de los términos clave «trata de personas», «trata de mujeres», «Marita Verón»5 y «prostituyentes». Para cada término clave, se leyeron todos los hilos relevantes de forma sistemática y se revisaron hilos asociados por derivación. Si bien no es posible lograr exhaustividad en foros donde los mensajes alcanzan varios millones y están en constante crecimiento, la indagación tuvo como criterio la saturación de los sentidos de cada categoría de análisis.

Masculinidades y prostitución

La masificación de los feminismos, a partir del ciclo de protestas abierto bajo la consigna «Ni Una Menos»,6 la consolidación y el crecimiento de la organización de trabajadoras sexuales y el despliegue de la campaña anti-trata7 han modificado el régimen de visibilidad que históricamente ha predominado en el mercado sexual. Este representaba a la prostitución como un mal necesario que debía ser controlado en clave higienista y ponía en el centro de la escena a las prostitutas, cuya caracterización oscilaba entre mujeres desviadas y víctimas degradadas. Los/as proxenetas y los/as tratantes de blancas eran representados como sujetos criminales, ligados al mundo de la ilegalidad y las violencias (Guy, 1994).

En las últimas décadas, los clientes han cobrado una renovada visibilidad, de la mano de la categoría de «varones prostituyentes», que transformó «a un sujeto históricamente invisibilizado, en una especie de sujeto transparente cuya relación generizada con el poder, la dominación y/o la violencia resulta cristalina» (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2021b, p. 610). Así, el Estado argentino ha pasado de proteger a los clientes-padres de familia, a desalentar la demanda de sexo comercial y a cuestionar la masculinidad de quienes pagan por sexo (Martynowskyj, 2018).

Desde esta perspectiva, estos varones reproducirían el poder y los privilegios que les otorga el patriarcado, guiados por una voluntad de ejercicio de poder clara en sus conciencias. La idea de que no pagan por sexo, sino por ejercer el poder –porque lo que sucede en la prostitución es una violación y no un intercambio económico-sexual–, circula copiosamente entre los feminismos, principalmente en los de corte radical-abolicionista, y desde allí se ha diseminado hacia distintas arenas públicas. Dan cuenta de esto, campañas y eslóganes estatales como «Sin clientes no hay trata»,8 «Hombres de verdad no compran mujeres. El que paga por sexo financia la esclavitud de niñas y mujeres»,9 «Los verdaderos hombres no compran mujeres»10 y «Paremos la trata»,11 que incluía un eje sobre «la vinculación estructural entre la trata y la práctica de pagar por sexo, para desalentar y desnaturalizar prácticas sociales que están en la base de este delito».12 Así como también los proyectos de ley que desde 2012 se han presentado para penalizar la compra de servicios sexuales, con el objetivo manifiesto de «mudar el estigma que recaía sobre las personas prostituidas para que comience a recaer en quienes pagan por el uso sexual de estas», porque «la prostitución reafirma la función social dominante del hombre, subordinando socialmente a la mujer».13

Sin embargo, los estudios han mostrado que si bien la masculinidad está ligada al poder este genera entre los hombres experiencias contradictorias. El poder social no solo está ligado al poder y a los privilegios individuales sino que también es una fuente de experiencias de dolor y de alienación (Kaufman, 1995). Como señala Michael Kaufman (1995), «esto no significa equiparar el dolor de los hombres con las formas sistemáticas de opresión sobre las mujeres, solamente quiere decir que el poder de los hombres en el mundo tiene su costo (para ellos)» (pp. 1-2). El patriarcado no se trata, únicamente, de un sistema de poder de los hombres sobre las mujeres, sino también de una jerarquía de poder entre grupos de hombres y entre masculinidades. Como afirma Robert Connell (1987), «la masculinidad es una configuración de la práctica dentro de un sistema de relaciones de género» (p. 19), es un concepto relacional que existe en contraste con la feminidad, por lo que hay distintos tipos de masculinidades que se relacionan de manera distinta con el poder.

La idea de una masculinidad hegemónica, que ha sido de gran utilidad para comprender cómo funciona el poder en las relaciones de género, es definida por Connell (1987) como ‹‹la configuración de una práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres›› (p. 12). Aunque son pocos los hombres que encarnan los patrones hegemónicos, muchos tienen con estos algún tipo de conexión, ya que existe una relación de complicidad que les permite beneficiarse del «dividendo patriarcal»; es decir, de las ventajas que obtienen los hombres en general de la subordinación de las mujeres, sin los riesgos y las tensiones de la posición hegemónica. Asimismo, también hay entre las masculinidades relaciones de subordinación, que apuntalan la jerarquía que sostiene en la cima a los hombres heterosexuales y alejados de cualquier característica que remita a la feminidad, y relaciones de marginación, que se gestan en la interrelación del género con otras estructuras de desigualdad como la clase y la raza.

Aunque la masculinidad hegemónica no supone un tipo de carácter fijo, sino una posición siempre disputable, buena parte de los usos que con posterioridad se hicieron de este concepto tendieron a esencializar una serie de características de género que se presentaron como sus componentes básicos (Connell & Messerschmidt, 2013). Al sostener que la prostitución «sirve de representación de la masculinidad hegemónica, donde el poder es encarnado en el sujeto masculino en ese intento de representar su hombría a través de las relaciones sexuales con mujeres» (Ranea Triviño, 2016, p. 329), dan por supuesto un sujeto masculino que dispone del cuerpo y de la sexualidad de la mujer, así como una mujer que es mero objeto del deseo de los hombres. Esta idea de la masculinidad hegemónica «opera más como una etiqueta estigmatizadora, que como un concepto dinámico para tratar de analizar las diversas posiciones que construyen el entramado relacional y procesual del poder» (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2021b, p. 618). Desde esta perspectiva, resulta difícil articular los postulados teóricos con los datos empíricos que revelan clientes que buscan prácticas de sumisión, relaciones afectivas o la emergencia de diversos miedos –a enamorarse de la trabajadora sexual, a ser estafados, a sufrir violencia y/o a ver afectada su salud sexual– y vergüenza por no lograr conquistar por fuera del mercado sexual o no alcanzar una performance sexual considerada exitosa.

Diez años después de haber acuñado el concepto de masculinidad hegemónica, Connell presentó junto con James Messerschmidt una revisión en la que proponen rescatar su carácter dinámico, la centralidad del concepto de hegemonía y el énfasis en la transformación. Esto permite ampliar su conceptualización original para que sea capaz de reconocer la posibilidad de democratización de las relaciones de género y de abolición de las desigualdades de poder, y no solo la reproducción de la jerarquía (Connell & Messerschmidt, 2013, p. 272).

En el caso del mercado sexual, si nos corremos de las explicaciones ancladas en una idea de dominación masculina unívoca –según la cual los varones como grupo homogéneo subordinan a las mujeres como grupo homogéneo– podemos abordar las complejidades, las ambigüedades y los matices que surgen en las relaciones entre clientes y trabajadoras sexuales, tanto intra-género como inter-género, donde «un mismo varón puede encarnar una masculinidad hegemónica en relación con las mujeres y con otros varones y, simultánea y contradictoriamente, una masculinidad subordinada frente a otros varones» (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2020a, p. 3).

Pagar por sexo y hablar de trata de mujeres: tensiones e incomodidades en los relatos de los clientes

Aunque en términos relativos existen pocas investigaciones sobre la demanda en el campo de estudios sobre comercio sexual, desde hace algunas décadas han comenzado a aparecer ligadas, en muchos casos, a estudios sobre masculinidades.

En nuestro país es un campo muy incipiente, donde encontramos los trabajos pioneros de Juan Carlos Volnovich (2010) y de Silvia Chejter (2010). Si bien ambos estudios se presentan como investigaciones sobre la psicología y sobre el discurso de quienes pagan por sexo, respectivamente, la falta de testimonios (en el primer caso) y de análisis de los testimonios (en el segundo) y, en su lugar, la apelación a discursos condenatorios de esta práctica sexual –con matrices explicativas donde las relaciones de género, en tanto relaciones de poder, aparecen como un campo de posiciones fijas–, encuentran justificación tanto en el objetivo manifiesto de no comprender sus motivaciones ni analizar sus posiciones subjetivas –sino solo hacer visible su discurso (Chejter, 2010)–, como en el de «denunciar la violencia, el ejercicio del dominio y la explotación del cuerpo de las mujeres» (Volnovich en Carabajal, 27/05/2013) que implica la prostitución. En tanto, la investigación de Nora Das Biaggio y otros (2008), si bien pone el foco en la cotidianidad de las mujeres en prostitución, dedica un capítulo a los clientes y señala que la prostitución tiene un carácter patriarcal pero que es necesario realizar más trabajo empírico para dar cuenta de las transformaciones en las masculinidades. Aunque de menor alcance, también encontramos un artículo que aborda la producción sociodiscursiva de varones-clientes y de mujeres-prostitutas en la Revista Hombre (Vacarezza & Sanchez, 2010).

En clave histórica, el trabajo de Patricio Simonetto (2019) sobre las transformaciones del comercio sexual en nuestro país a lo largo del siglo XX hace hincapié en la relación entre prostitución y masculinidades, y atiende tanto las experiencias de los clientes como los discursos y las relaciones de/entre médicos/as, políticos/as y sindicalistas en relación con la (re)producción de la heteronorma. Finalmente, los desarrollos realizados por la autora de este trabajo junto con Santiago Morcillo y con Matías De Stéfano Barbero analizan diversos aspectos de las narraciones de los varones que pagan por sexo sobre sus experiencias en el mercado sexual, poniendo el foco en la (re)producción de masculinidades.

En este sentido, hemos analizado las interpelaciones que reciben los varones que pagan por sexo, principalmente desde algunas vertientes del feminismo que los caracterizan como la cara más grotesca de la dominación masculina, y de qué manera han reaccionado a ese tipo de discursos, a fin de comprender los rechazos, las reflexiones y las tensiones que provocan en ellos los feminismos, para pensar qué interpelaciones podrían producir cambios en las masculinidades que reproducen las desigualdades de género (2018). También indagamos en la forma en que la figura del proxeneta aparece en los relatos de los varones que pagan por sexo, poniendo de relieve un conjunto de tensiones para su masculinidad y su sexualidad, lo cual nos habilitó a repensar las relaciones entre masculinidades en el mercado sexual, que no siempre son de solidaridad, como sostiene el feminismo radical-abolicionista (2020a). Asimismo, hemos abordado las carreras de los varones que hacen de la práctica de pagar por sexo parte central de sus vidas, se identifican como «gateros»14 y forman parte de una comunidad en línea en los foros de intercambio de experiencias de sexo comercial (2020b). También estudiamos sus preocupaciones en torno a la salud sexual, especialmente las ETS (enfermedades de transmisión sexual) y las llamadas «disfunciones sexuales», para focalizar en las tensiones que emergen entre los sentidos asociados a masculinidad, riesgo, placer y salud, y abrir reflexiones sobre los desafíos que supone una política sanitaria que sostenga una mirada relacional y atenta a las especificidades sin reproducir estereotipos moralizadores (2021a). Por último, hemos investigado los sentidos asociados a la masculinidad y las relaciones de género que emergen de sus relatos, focalizándonos en emociones como el miedo y la vergüenza, para dar cuenta de la diversidad de relaciones de hegemonía-subalternidad presentes en las relaciones de género que tienen lugar en el mercado sexual (2021b).

A nivel internacional, varios/as autores/as han indagado en las características sociodemográficas de los varones que pagan por sexo, dando cuenta de que no existe un perfil de cliente sino una heterogeneidad que se expresa en distintas combinaciones de clase, raza, edad, entre otros marcadores de desigualdad social (Farley y otros, 2011; Monto & Milord, 2014). Asimismo, diversos estudios han abordado las motivaciones de estos varones y mostraron que también son diversas: el sexo sin compromiso ni complicaciones; la posibilidad de tener sexo con una amplia variedad de mujeres y/o de realizar diversas prácticas sexuales; la incapacidad de concretar encuentros sexuales de otra manera; el compromiso con el grupo de pares, expresado en el pago por sexo como una forma de ocio; la búsqueda de intimidad, afecto y compañía (Bernstein, 2001; Birch, Baldry & Hartley, 2017; Kulick, 2005; O´Connell Davidson, 1998; Rostagnol, 2011; Sanders, 2008).

Encontramos aún menos trabajos sobre las representaciones, las actitudes y los comportamientos de los clientes en relación con la trata (Di Nicola y otros, 2009; Gómez San Luis & Avendaño, 2015; Meneses, Uroz & Rua, 2018; O´Connell Davidson, 2006; Sanders, 2008). Sin embargo, desde diversos discursos –activistas, gubernamentales y académicos– se sostiene que pagar por sexo no les plantea a los hombres problemas morales, sino que más bien es una práctica que les permite reproducir la «masculinidad hegemónica» (Ranea Triviño, 2016; Volnovich, 2010; Chejter, 2010; Rostagnol, 2011), donde todos se comportan como socios porque son parte de «un mismo sujeto dominador» (Galindo & Sánchez, 2007).

Como se señaló al inicio de este trabajo, no fue fácil acceder a varones que estuvieran dispuestos a hablar sobre sus experiencias de sexo pago. Algunos dijeron sentirse ofendidos por la mera suposición de que consumían sexo comercial; otros se mostraron sorprendidos por haber sido señalados por algún amigo como clientes asiduos, rol en el que no se asumían con comodidad. Esto funcionó como un indicio de que la posición de cliente no les resultaba aproblemática. Como ha señalado Carla Corso (2004), militante feminista y trabajadora sexual italiana, los hombres no quieren ser reconocidos como clientes porque se los penaliza con un fuerte estigma social.

En mi experiencia entrevistando a clientes de sexo comercial, mi género pareciera haber actuado como un condicionante que llevó a los varones a producir discursos de respetabilidad (Skeggs, 2019) y a alejarse de los estereotipos más negativos sobre la masculinidad, en general, y sobre los clientes, en particular. Muchos intentaron contrarrestar la vergüenza que sentían con narraciones que aludían a nociones asociadas a la igualdad de género. Aunque no tuvieron mayores dificultades para hablar y para reflexionar sobre sus experiencias en el comercio sexual –lo cual puede estar asociado a la actitud de escucha y de empatía atribuida a las mujeres–, sus incomodidades se acrecentaban ante las preguntas sobre la trata de mujeres, tal como evidencian los siguientes registros de entrevistas.

Cuando llegamos a la parte sobre trata, cambió el tono y la manera de estar, radicalmente. No dejó que le termine de hacer las preguntas. Parecía muy alterado. Se movía mucho, hablaba rápido y en un tono fuerte. Muy distinto al tramo anterior en el que se lo notaba muy relajado (Registro de entrevista con Carlos, 51 años, casado, mantenimiento en industria, realizada el 16 de agosto de 2017).

Me miraba a los ojos cuando hablábamos y cuando contaba cosas de las cuales decía «arrepentirse» los ojos se le llenaban de lágrimas, aunque nunca no se le quebró la voz. Cuando mencionó el caso de Marita Verón, al cual se refirió como lo que le hizo dar cuenta que estaba mal pagar por sexo, golpeó la mesa, en un gesto de indignación y bronca (Registro de entrevista con Gastón, 51 años, divorciado, profesional, realizada el 1 de agosto de 2017).

Se mostró muy animado charlando. Pero cuando pasé a las preguntas sobre la campaña anti-trata, su actitud cambió. Se puso serio, parecía nervioso, casi enojado. Incluso, la cara se le puso colorada y comenzó a transpirar. Lo notaba molesto cuando mencioné los eslóganes de las campañas anti-trata, como si se sintiera juzgado. Cuando terminamos de hablar quiso saber qué pensaba yo del tema, principalmente, sobre la idea de penalizar a los clientes (Registro de entrevista con Lucio, 30 años, soltero, empleado gastronómico, realizada el 27 de noviembre de 2017).

Intuyendo que sería un tema sensible y que podrían sentirse juzgados, dejé las preguntas sobre la trata para el final de la entrevista, cuando habíamos entrado en confianza y se había generado un clima distendido que les permitía hablar con comodidad. La parte de la guía de entrevista [ver Anexo metodológico] que abordaba este tema incluía preguntas acerca de sus representaciones y su conocimiento sobre la trata; las campañas gubernamentales y activistas referidas al rol de la demanda en relación con la trata; los discursos feministas respecto de la prostitución; el despliegue de políticas anti-trata; los proyectos de ley que proponían la penalización del cliente; y su potencial rol como testigos en causas por trata. Sus reacciones fueron variadas: oscilaron entre la incomodidad, el enojo, la corrección política y la reflexión.

Mercado sexual, trata y moralidad

La trata de mujeres es un tema de la agenda pública y feminista que inquieta a los clientes, no solo por los discursos que los ponen en cuestión, sino porque el despliegue de las normativas anti-trata no les ha pasado desapercibido, ya que su impacto en el mercado sexual modificó los modos en que este se organiza. En el contexto de la desorientación que les genera el cierre de los privados,15 de las whiskerías y de los cabarets, construyen explicaciones para hacer inteligible esta problemática.

La veo como una esclavitud… Gente de países vecinos que por necesidad ha venido a Argentina, con falta de recursos… Y con un jefe de cabecera que regula a las chicas y no les da posibilidad, no les da libertad… Las tienen esclavizadas 14/15 horas. Andá a saber cuánta comisión ganan en base al servicio que prestan… (Aníbal, 27 años, soltero, estudiante).

Creo que debe haber un par de grupos muy importantes. Uno son los que agarran a chicas muy jóvenes, las traen y las explotan… Le pagan y se las entregan los padres, en el norte o algo por el estilo. Es muy difícil sino… Yo nunca estuve… «Estoy raptada acá… sácame» (Carlos, 51 años, casado, mantenimiento en industria).

Nunca en mi época se habló de la trata, teóricamente estaban por propia decisión… Por eso cuando viene lo de Marita Verón, y sale que a la mina se la llevan para prostituirla sin su consentimiento, empecé a ver un mundo del cual yo era parte y me pareció una barbaridad (Gastón, 51 años, divorciado, profesional).

En esos lugares que están alejados en medio del campo, con una luz roja en el medio de la nada, puede haber casos de trata, en las ciudades es muy difícil (Foro A, hilo «¿Por qué la prostitución no es trata de personas?», usuario R).

Me parece que todos los foristas del conurbano sabemos que si hay trata es muy poca. Por lo menos yo, nunca la he visto (Foro A, hilo «Fin de los privados», usuario J).

Todos los varones entrevistados conocían sobre la trata de mujeres, principalmente, a partir del caso de Marita Verón, de las noticias difundidas en los medios de comunicación y de las campañas gubernamentales. Sin embargo, en la mayoría de los casos estas historias no hallaban relación con sus experiencias en el mercado sexual y aparecían brechas respecto del régimen de representación (Andrijasevic, 2007) sobre la trata de mujeres, dado por cierto por muchos de ellos y por los foristas. Imaginada como un asunto de mafias que secuestran o que engañan mujeres y las privan de su libertad para obligarlas a ejercer la prostitución, muchos aseguraron que «debe haber trata», aunque nunca la vieron y se la representan como un fenómeno extraño, lejano, del ámbito de lo rural o del interior del país.

A diferencia del resto de los entrevistados, en el relato de Gastón, más que un distanciamiento, hay una relectura de sus experiencias a partir de los discursos sobre la trata de mujeres que apunta a restaurar una posición respetable que lo diferencie de la categoría vergonzante de «prostituyente» y que podría indicar cierto grado de reflexividad sobre la práctica de pagar por sexo.

La imagen de las víctimas perfectas (Doezema, 2000) no coincide con la que los entrevistados se forjan de las mujeres con las que efectivamente interactúan en el comercio sexual:

Las traen engañadas, bah, no sé si las traen engañadas… Seguro saben a qué vienen, pero después no les gusta el trato y no sabían que iban a estar sometidas a un castigo, un encierro… Pero no creo que vengan engañadas, no creo en eso (Julián, 60 años, soltero, profesional).

Lo importante de mi experiencia es que en Capital la mayoría de los boliches y/o privados no tenían ninguna conexión con la trata, como se dice hoy en día. Todas las historias que escuché tenían que ver con la pobreza, con irse a las ciudades a buscar el mango como sea... (Foro A, hilo «Fin de los privados», usuario L).

Este régimen de representación sobre la trata de mujeres está alejado no solo de las experiencias de estos varones puntuales que pagan por sexo, sino de los casos concretos con los que lidia la justicia, lo que contribuye a consolidar alrededor de la problemática un pánico moral que difícilmente pueda hacer sentido en las personas que conocen de cerca este espacio social (Varela, 2013; Martynowskyj, 2019).

Una explicación excepcional es la que dan dos entrevistados que apelan a causas sociales de carácter estructural. Sin cuestionar la caracterización de la trata en tanto esclavitud, uno de ellos decía:

Es la cosificación de la mujer, la educación patriarcal que hay también, porque vos pensá que incluso hay mujeres que comercian con mujeres… Y la falta de humanidad que hay (León, 30 años, soltero, desocupado).

En línea con los hallazgos de Teela Sanders (2008), varios entrevistados y foristas conectaron sus opiniones sobre los distintos lugares de comercio sexual, y sobre las relaciones de explotación que intuían o conocían que allí sufrían las mujeres por parte de terceros, con su propia moralidad, a partir de explicitar sus criterios de elección en relación con cómo, dónde y con quién es legítimo establecer una relación de sexo comercial, y cuándo es «inmoral».

Cualquiera de nosotros, con años más o años menos de experiencia en el asunto, debería saber dónde se mete... Está en uno ir a un privado y que la piba que te atienda se caiga del sueño porque hace 15 horas que está atendiendo clientes, y uno pase igual... O elegir ir con las chicas que, se sabe, están por su cuenta. Las famosas INDEPENDIENTES (Foro A, hilo «Caso Marita Verón», usuario C).

En lo personal, no comulgo con los privados, precisamente por el tema de la explotación. Por supuesto que el tema de la trata es un plus, y que en lo personal considero aberrante (Foro A, hilo «Caso Marita Verón», usuario F).

Si vas a un antro de mierda donde ves a las chicas drogadas y hechas mierda, ahí sí estarías contribuyendo con la parte fea (Foro A, hilo «¿Los colegas gateros somos inmorales?» usuario A).

Sobre la trata de personas, ¿se considera así toda actividad de una escort?

No, la trata de personas es otra cosa, no se considera siempre que toda escort es víctima de trata. Pero deben ir a lugares donde sepan que ellas son libres de ejercer la profesión, es su responsabilidad también no ser parte de la trata (Foro A, hilo «Ley de De la Sota - leyes sobre prostitución», usuario J).

¿Cómo identifican que alguien es víctima de trata si «camuflan» bien el lugar?

En los casos que vimos se nota. Son chicas de otros lados limítrofes, las condiciones no son buenas y no trabajan solas jamás (Foro A, hilo «Ley de De la Sota - leyes sobre prostitución», usuario J).

Para muchos varones que consumen sexo comercial, el rechazo a las condiciones laborales abusivas impuestas por terceras partes vuelve inaceptable la posibilidad de concurrir a un privado. Consideran que las mujeres que trabajan allí están siendo forzadas o explotadas, lo que rompe con su conceptualización del comercio sexual como un encuentro consensuado libremente entre adultos/as. De manera que su elección por las escorts, las «independientes », se encuentra estrechamente relacionada con la preocupación por formar parte de un hecho que consideran «aberrante» o por ser vinculados a conductas que entienden como inmorales. Así, en varios de los hilos en los que los foristas conversan sobre trata, se comparten listas con posibles señales de alarma, con indicadores de dicho delito y con contactos para denunciar.

Además, en contra de la conceptualización de los clientes como perpetradores de violencia de género y de la idea de que los varones pagan para humillar a las mujeres, algunos expresan preocupación por la vulnerabilidad de las mujeres en el comercio sexual y por la forma en la que son tratadas.

Muchas (mujeres que hacen sexo comercial) quieren satisfacer a la persona que viene, y yo digo, no… Te tenés que sentir vos bien, sino yo no me siento bien. En el 80 % de los casos encontrás las miserias más grandes… Mujeres que las abandonó su marido, se quedaron solas con los hijos y no tienen cómo pagar un lugar para vivir, entonces salen a tener sexo… Yo no puedo volver más con esas mujeres, porque no me da la cabeza. Pero hay otro tipo de mujeres, que son profesionales, que les encanta. Viven solas en departamentos y no tienen gente que las «cuida» (…). Para mí lo más importante es el respeto (Carlos, 51 años, casado, mantenimiento en industria).

Es lamentable que algunos tipos se crean que por pagarle a una chica tienen el derecho de tratarla como su «esclava sexual». Llegan a insultarla, tratarla mal y también a obligarla a hacer algo que no quiere, pensando que están en su derecho de hacerlo porque «pagaron» para eso y no es así (Foro B, hilo «Cliente misógino», usuario M).

En algunos casos, las múltiples vulnerabilidades que atraviesan a buena parte de las mujeres en el mercado sexual atentan contra la erotización de los encuentros, algo que, para muchos varones, se halla íntimamente vinculada a la fantasía del placer mutuo y a la posibilidad de crear y de mantener un buen ambiente. En otros casos, el rechazo a los privados se relaciona con el hecho de protegerse ante ciertos riesgos, como sufrir violencia por parte de un «fiolo» (proxeneta) o verse involucrados en un allanamiento por trata.

En el primer caso, si bien las relaciones entre clientes y fiolos suelen tener un carácter imaginado, estos son caracterizados en clave subalternizada y racializada –como negros, mafiosos y violentos–, lo cual los convierte en una amenaza.

La vinculación con los proxenetas se muestra como conflictiva para los clientes, que ven en aquellos figuras que generan temor y que amenazan su masculinidad, tanto a nivel material como simbólico, y es por ello que, lejos de convivir, prefieren evitarlos y/o confrontarlos. La presencia de los fiolos supone una pérdida a nivel económico –un aumento de las tarifas–, un dilema moral –vinculado a la explotación que estos hacen de las «prostitutas»– y una afrenta a la masculinidad de los clientes en tanto que proveedores (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2020a, p. 12).

En el segundo caso, no solo hay una preocupación por «morfarse procedimientos burocráticos por años», sino por quedar expuestos y ser descubiertos si están en pareja, así como porque se rompa el clima de intimidad que buscan generar en el encuentro sexual. Como dice el usuario I, «no estaría bueno estar poniéndola y que abra la puerta un pitufo».

Reacciones/evaluaciones a las campañas y políticas anti-trata

En los foros hay varios hilos donde los varones se hacen preguntas como ‹‹¿No se cansaron de escuchar de personas que dicen que por culpa de los consumidores se genera la trata?›› o ‹‹¿Somos los colegas gateros responsables de toda la mafia que mató a MARITA VERON????… Me entró una duda moral, por eso lo tiro para debatir y sumar opiniones››.

En estos espacios, discuten si está bien o mal pagar por sexo, si eso representa violencia, si las conceptualizaciones de las feministas sobre la prostitución son acertadas y si tienen alguna responsabilidad por la trata. Sus reacciones ante la campaña anti-trata oscilan entre posturas masculinistas para defenderse de lo que sienten como señalamientos estigmatizantes; descreimiento frente a los objetivos y los agentes que impulsan estas políticas; y posturas más abiertas a la reflexión sobre los efectos de sus prácticas.

En un hilo titulado ‹‹¿Por qué la prostitución no es trata de personas?›› hay algunas intervenciones características de la reacción masculinista:

La implantación de estas políticas donde los actos del hombre heterosexual se convierten en delitos está apoyada por la ONU a través de las organizaciones que ellos financian […] Cuál es el objetivo? Y el fin último? Se busca feminizar una sociedad hecha por el hombre heterosexual a su medida, para ello se debe abolir la prostitución, jerarquizar a la mujer por sobre el hombre en la sociedad (como las hienas) (Usuario J).

NO van a blanquear ni autorizar nada porque estamos en manos de las dictatoriales conchudas feministas que han subordinado a TODOS los partidos políticos y reprimido la tradicional noche pecaminosa porteña para convertirla en un desierto saudita (Usuario P).

Estas explicaciones, que asumen un tono defensivo, se pueden comprender en el contexto de transformación de las relaciones de género –en el sentido de su democratización– y de empoderamiento de las mujeres –‹‹creciente autonomía por ingresos propios, más años de escolaridad y mayor calificación de los puestos de trabajo que ocupan, algunos hasta hace poco ejercidos exclusivamente por varones›› (Olavarría, 2003)–, que puso en cuestión los paradigmas que sostenían las identidades de género tradicionales y provocó lo que varios/as autores/as caracterizan como «crisis de masculinidad» (Fuller, 2012, p. 116).

A esto se suma la expansión del feminismo que, como sostiene Eva Illouz (2014), ya no es solo un movimiento político sino un código cultural que ha popularizado las demandas feministas de igualdad. Sin embargo, cuando los discursos que se producen desde los feminismos para interpelar a los varones no contienen lo que Kaufman (1995) llama «política de la compasión», es decir, un entendimiento de las experiencias contradictorias del poder entre ellos, y de la variedad de posiciones y de relaciones sociales que moldean las experiencias, el poder y los privilegios de los hombres, y se focalizan en criticar la dominación masculina como si esta fuera monolítica y todos la sostuvieran por igual, pueden aparecer de este tipo de posturas reaccionarias. Además, muchas de las reflexiones que se generan a partir de estos postulados feministas provocan un posicionamiento de ajenidad respecto de este movimiento que ‹‹obstaculiza la posibilidad de generar procesos reflexivos sobre el consumo y el deseo sexual que partan de un proceso de interpelación e introspección (más que de una persecución moralizada que solo parece producir rechazo o corrección política)›› (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2018, pp. 61-62).

En un hilo titulado «¿Violadores?», donde un forista comenta que vio un grafiti que decía: «Si te vas de putas sos un violador» y les pregunta a los demás foristas qué les parece, aparecen respuestas como las siguientes:

Estas feminazis dan lastima o risa, porque otra cosa no pueden dar. Y no son feministas, porque las feministas defienden los derechos de la mujer, las feminazis odian a los hombres (Usuario C).

Si le vamos a dar bola a las boludeces que grafitean las resentidas feministas estamos en el horno […] Cuesta entender que estas mujeres ¿mujeres? tengan semejante grado de estrechez mental. Es más que obvio que uno repudia cualquier tipo de abuso hacia las mujeres, pero cuando se empieza con actitudes macartistas tarde o temprano conducen al desmadre, desvirtuando lo legítimo de su reclamo (Usuario A).

Me tienen los huevos por el piso estas feministas... Las próximas generaciones van a ser todos gays (Usuario E).

Estos discursos no logran poner en cuestión una práctica que estos varones asumen como natural, porque consideran su sexualidad como un instinto irrefrenable, anclado en un terreno biológico e inmodificable, y las formas del deseo sexual continúan sin ser cuestionadas (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2018).

En tanto, algunos sostienen que la trata y la criminalización de la prostitución son parte de un negocio de la policía, los/as empleados/as judiciales y los/as políticos/as, ya sea por corruptos o por interesados, en el sentido de que si bien los/as agentes estatales se posicionan como un grupo con autoridad e indispensable para «rescatar» a estas mujeres, en realidad, lo hacen para mantener su «curro».16

La trata y la represión de la prostitución son parte del negocio […].

Las cajas negras siguen siendo importantes para mucha gente, muy intachable, gente de impecable traje y corbata, o uniforme planchado. Toda esa gente, y las ONG, y organizaciones estatales que dan empleo a cientos de psicólogas, asistentes sociales, terapistas ocupacionales, etc., que lucran de «rescatar» a esas chicas, se oponen a legalizar la prostitución porque se les acaba el curro […]. El negocio es la ilegalidad, para poder cobrar. Y cuando revienta todo, o la presión social aprieta, meten en cana a todos (Foro A, hilo «¿Por qué la prostitución no es trata de personas?», usuario B).

Por último, cuando las interpelaciones no asumen la forma de un señalamiento estigmatizante, surgen las dudas y pareciera abrirse un espacio de mayor reflexión. En un hilo titulado «¿Está mal pagar por sexo?» (Foro B), un usuario comenta: ‹‹Después de 8 años de putañero, quiero cambiar porque entré en duda, no sé si está bien y si es ético pagar por sexo (sacando la religión)… Qué les parece a ustedes?›› Y los otros foristas le responden:

En mi opinión, hay una respuesta a tu pregunta y esa respuesta está en el contexto histórico actual. Abriste el post ayer, y ayer un grupo de actrices denunció a un famoso actor por violación. Estamos en una época un poco difícil para nosotros los hombres. Nos están señalando mucho por casos en particular de lo que hace una minoría de hombres (la mayoría de los hombres no golpeamos, no abusamos ni asesinamos mujeres).Y es probable que algunos pensemos si está bien o está mal pagar por sexo, si quedamos como esa minoría de enfermos que hay por ahí. Casi seguro que la mayoría que frecuenta este foro es respetuoso con las escorts, que son mujeres y que han elegido este trabajo con libertad (lamentablemente no podemos decir lo mismo de las forzadas por la trata). No hay que escuchar las hipocresías de la gente. El cliente no es un violador, porque una mujer consiente un servicio sexual. Y una prostituta no vende su cuerpo, ofrece una experiencia a cambio de dinero (Foro B, hilo «¿Está mal pagar por sexo?», usuario E).

Lo que te atormenta o te preocupa es si pagar por sexo es «inmoral». Y mi pregunta es ¿INMORAL PARA QUIÉN y en qué contexto? […]. Para mí no hay nada de inmoral mientras la chica trabaje por su propia elección. Si no es así, y trabaja obligada, ya no solo es inmoral, sino que es un delito aprovecharse de esa situación. Te hacés cómplice de los proxenetas que la explotan […]. La moral social está en cambio constante, no hay nada de inmoral en este sentido, lo que sí es que tal vez seas reprobado por algunos, no ya por inmoral sino porque los que se jactan de ser unos bananas bárbaros van a señalarte como un loser que si no es pagando no la pone, pero eso no tiene que ver con la ética, sino con los códigos que maneje tu círculo de pertenencia (Foro B, hilo «¿Está mal pagar por sexo?», usuario H).

Cuando estos usuarios señalan que son respetuosos con las escorts, que estas trabajan por elección y no están forzadas, construyen un discurso de respetabilidad. Como señala Beverley Skeggs (2019), «la respetabilidad es normalmente la preocupación de aquellos que no son considerados respetables […], que son catalogados como peligrosos, contaminantes, amenazantes, patológicos o carentes de respeto» (p. 7). De allí que estos varones se preocupen por construir su comportamiento como aceptable y moral, y por separarse de otro que no lo es, donde ubican a los varones que realizan acciones inaceptables como los proxenetas y los violadores. Al mismo tiempo, algunos, como el usuario H, ponen de relieve que pagar por sexo, en ciertos contextos y, sobre todo, en la adultez, puede llegar a degradar la posición de masculinidad de quienes realizan esa práctica –que serían considerados unos «losers»– cuando esta entra en tensión con el mandato de masculinidad de conquistar mujeres.

Cuando les pregunté a los entrevistados si conocían las campañas anti-trata y qué opinaban al respecto, me encontré con las mismas reacciones:

Yo creo que los extremos no son buenos […] y en esas campañas veo extremos… Porque «sin clientes no hay trata» no es así, primero, porque es imposible que no haya clientes. Podés concientizar a las personas para que no, no va… Por algo es la profesión más antigua del mundo […]. (Lucio, 30 años, soltero, empleado gastronómico).

Es como generalizar que todas en el rubro de la prostitución o de las trabajadoras sexuales están expuestas a la trata. No creo que sea así, pero sí tendría que haber una concientización para el consumidor, que sepa qué está consumiendo […]. Es cierto que sin clientes no hay trata, eso es una gran verdad, pero clientes va a seguir habiendo… Me parece que es por una cuestión natural, del ser humano… Muchos dicen que es el oficio más viejo del mundo y me parece que es cierto (León, 30 años, soltero, desocupado).

Hay una diferencia en la prostituta que trabaja que no la maneja nadie, que trabaja por cuenta de ella. Puede ser que si no la demanda nadie no trabaje… Pero en el tema de la trata hay un tipo interesado en que esa tipa tenga clientes… Entonces, no es que si no hay clientes… Los va a buscar a los clientes, y es medio imposible que no encuentre a nadie que no quiera estar con una chica… (Esteban, 67 años, separado, jubilado de electricista).

Creo que es útil, que a alguien le llegan y te transforman…A mí, más que las campañas, las interacciones en redes sociales y todo lo que uno ve en los medios me cambió muchísimo la cabeza en torno de consumir prostitución, y entiendo que a mucha gente le está pasando lo mismo… Lo que sí creo es que no resuelve el problema, porque la prostitución es algo, una cuestión incontrolable, en el sentido de que vos por ahí ni siquiera tenés la intención de consumir prostitución una noche, pero vas a cualquier bar, a cualquier boliche, te encontrás con una chica y te ofrecen prostitución… Entonces, no sé, me parece que habría que buscar formas de regulación efectivas y todas las campañas que se pueden hacer me parece que suman… (Mario, 37 años, separado, escritor).

En sintonía con las interacciones en los foros, la idea de terminar con la demanda les resulta inconcebible, porque entienden la sexualidad masculina como un instinto natural más allá de su control. Al mismo tiempo, vuelve a aparecer la incredulidad en relación con caracterizar a todas las mujeres que intervienen en el comercio sexual como «víctimas de trata». También mencionan la necesidad de «concientizar» a los hombres sobre «qué están consumiendo», para que no sean cómplices de la trata, y reconocen que las campañas, los medios de comunicación y las interacciones en las redes pueden ser efectivas para hacerlos reflexionar sobre el consumo de prostitución.

La diversidad de posiciones que asumen los varones que pagan por sexo en relación con la lucha contra la trata está en línea con lo que muestran otras investigaciones según las cuales los clientes que se involucran emocionalmente con las mujeres –que buscan algo más que lo estrictamente sexual, como una relación sexo-afectiva o de amistad, y a quienes llaman «personalizadores»–, tienen mayor probabilidad de colaborar en la detección y el rescate de víctimas de trata sexual (Meneses, Uroz & Rua, 2018). Damián Zaitch (citado en Gómez San Luis & Avendaño, 2015) sostiene que es posible un consumo ético de sexo comercial y que hay un tipo de cliente, al que llama «defensor moral», que distingue entre prostitución forzada y voluntaria, y que para evitar la primera elige en qué espacios consumir y en cuáles no, y está dispuesto tanto a denunciar si se encuentra con una situación de abuso y de explotación como a ayudar a las mujeres.

Varios autores/as (Gómez San Luis & Avendaño, 2015; Meneses, Uroz & Rua, 2018) sostienen que hace falta construir intervenciones políticas menos condenatorias de los comportamientos de los clientes y más enfocadas en promover información, en sensibilizar y en concientizar a los varones que pagan por sexo, de modo que actúen como aliados en la lucha contra la trata sexual. En este sentido, varios de los entrevistados y de los foristas consideran que las políticas de cierre de privados y de cabarets resultan poco efectivas como forma de combatir la trata, y proponen, en cambio, la reglamentación del mercado sexual como una política más eficiente y capaz de mejorar las condiciones laborales de las mujeres.

Creo que está mal [la penalización del cliente]. No sé qué tan practicable es… Creo que debería haber establecimientos que vendan prostitución, que sea parte de un mercado laboral y que estén identificados, regulados para que no haya trata… Pero sin penalizar ni a la prostituta ni al cliente. Y que los lugares ilegales, que seguramente favorecen a la trata, tengan que cerrar, que los allanen y que la gente que los maneje vaya presa (Mario, 37 años, separado, escritor).

Al tema de la trata lo podés eliminar de raíz como al narcotráfico… Dejaría de ser un negocio ilegal para ser un negocio regulado y controlado, que paga impuestos y contribuye… Y que ese dinero se pueda usar para causas sociales (León, 30 años, soltero, desocupado).

Cortar todo, así, de cuajo… No… Está bien, cortás con la trata, pero hay un montón de minas que se dedican a eso y se quedan sin laburo. Me parece que tendría que estar legal, pero con más control… Que estén todas asentadas, que tengan su planilla médica… Que se sepa que no están secuestradas, porque ahora hay minas que andan en la calle y las meten en cana. Me parece que se tendría que reglamentar y de paso cuidar a las chicas (Oscar, 31 años, en pareja, empleado).

Reflexiones finales

En sintonía con algunos discursos feministas abolicionistas de la prostitución, amplificados con la masificación de los feminismos ocurrida en 2015, los varones que realizan la práctica de pagar por sexo han sido interpelados como «masculinidades hegemónicas» que mediante estas acciones ejercerían una de las violencias de género más crudas, reproduciendo la dominación masculina e impidiendo el desarrollo de relaciones de género más igualitarias.

Esto representa una mutación novedosa, si se tiene en cuenta que históricamente su posición ha sido la más invisibilizada en las relaciones de sexo comercial. En este sentido, la figura del «varón prostituyente» da cuenta de una estigmatización emergente, que se produce al correr el foco de la práctica al sujeto. La caracterización de estos varones como «prostituyentes» parece transformarlos en agentes que actúan libremente guiados por una voluntad que aparece clara en sus conciencias, haciéndolos pasar de la invisibilidad a la «transparencia» (Morcillo, Martynowskyj & de Stéfano Barbero, 2021b). Desde esta perspectiva, los argumentos a favor de su penalización plantean, por un lado, que con estas prácticas reproducirían relaciones desiguales de género y, por otro, que serían los causantes de la trata de mujeres.

Otra idea que circula en diversos discursos es que esta práctica no les plantea a los varones ningún problema moral. Sin embargo, varios de los entrevistados y de los foristas expresaron una preocupación por la vulnerabilidad de las mujeres en el comercio sexual y por la forma en que son tratadas. Esta preocupación se explica por varias cuestiones. Por un lado, porque atentan contra la erotización de los encuentros, que para muchos varones se haya íntimamente vinculada a la fantasía del placer mutuo, y a la posibilidad de crear y de mantener un buen ambiente. Por otro lado, porque la idea de un posible abuso de las trabajadoras sexuales por parte de un tercero rompe con su conceptualización del comercio sexual como un encuentro consensuado libremente entre dos adultos/as. De manera que su elección por las escorts, las «independientes», y su desaprobación de los privados y los cabarets se encuentran estrechamente relacionadas con su preocupación por no formar parte de un hecho que consideran «aberrante» ni ser vinculados a conductas que consideran inmorales. En otros casos, el rechazo a los privados se relaciona con protegerse de ciertos riesgos como sufrir violencia por parte de un «fiolo» o verse involucrados en un allanamiento por trata y ser descubiertos por sus parejas, en el caso que las tuvieran.

La trata de mujeres, en tanto, es un tema que los inquieta, no solo por los discursos que los ponen en cuestión, sino porque las normativas anti-trata y su despliegue han impactado en el mercado sexual y modificado sus modos de organización. Las reacciones ante la campaña anti-trata oscilan entre posturas masculinistas para defenderse de lo que sienten como señalamientos estigmatizantes; descreimiento frente a los objetivos y los agentes que impulsan estas políticas; y posturas más abiertas a la reflexión sobre los efectos de sus prácticas. En este sentido, y en línea con otras investigaciones, hace falta construir intervenciones políticas menos condenatorias de los comportamientos de los clientes y más enfocadas en promover información, en sensibilizar y en concientizar a los varones que pagan por sexo, de modo que actúen como aliados en la lucha contra la trata sexual, y construyan prácticas más empáticas y de respeto hacia las trabajadoras sexuales.

¿Cómo pensar formas de conceptualizar la sexualidad y su relación con la esfera económica que recuperen una visión que no contraponga economía e intimidad, de modo que nos permita analizar las jerarquías de género que se expresan en la construcción de la sexualidad de las mujeres como servicio, sin focalizar en las actividades más estigmatizadas (lo cual refuerza el estigma), sino también en las relaciones sexuales consideradas legítimas que fundamentan dicho orden social? Esto aportaría a la construcción de un marco interpretativo pluralista de la sexualidad (Rubin, 1989) que, sin dejar de criticar las desigualdades de género y las asimetrías que se (re)producen en el comercio sexual, contribuiría a evitar visiones (y políticas sexuales) normativas y rígidas.

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Anexo metodológico



GUÍA DE LA ENTREVISTA (APARTADO SOBRE POLÍTICAS ANTI-TRATA)

Percepciones sobre las representaciones del cliente que emergen del régimen anti-trata y sobre las políticas anti-trata

  1. ¿Conocés el slogan «Sin clientes no hay trata»? ¿Cómo lo conociste? ¿Qué opinás al respecto?

  2. ¿Conocés la campaña «Hombres de verdad no compran mujeres. El que paga por sexo financia la esclavitud de mujeres y niños»? ¿Cómo lo conociste? ¿Qué te parece?

  3. Algunos/as académicos/as y funcionarios/as sostienen que los clientes son testigos clave para combatir la trata de personas, ¿qué pensás al respecto?

  4. ¿Sabías que hay proyectos de ley para penalizar a los clientes de prostitución? ¿Qué te parece?

  5. ¿Qué opinás sobre la política de cerrar los cabarets y los privados como forma de luchar contra la trata?

Notas

1 En otro trabajo he abordado en profundidad los discursos estatales y los discursos del feminismo radical-abolicionista en relación con los clientes, así como la disputa de sentido de parte de las trabajadoras sexuales organizadas (Martynowskyj, 2018).
2 Las entrevistas y el trabajo sobre los foros virtuales se realizaron en el marco del PICT 1874/2015 «Género y sexualidad desde la mirada de varones que pagan por sexo en San Juan y Buenos Aires», a cargo del Dr. Santiago Morcillo (UNSJ-CONICET), del cual formé parte junto con el Dr. Matías de Stéfano Barbero (IIEGE-UBA-CONICET).
3 Datos disponibles para 2018. Al momento de publicación de este trabajo, el segundo foro cuenta con 488.556 usuarios, mientras que el primero ya no proporciona esta información.
4 En el mercado sexual, se conoce como «escorts» a las mujeres que realizan comercio sexual, generalmente, de manera independiente y más «exclusiva». Trabajan con tarifas más altas y se contactan con sus clientes vía web o por teléfono.
5 María de los Ángeles «Marita» Verón fue secuestrada en abril de 2002 en Tucumán. Desde entonces, su madre, Susana Trimarco, lleva adelante una intensa búsqueda con la certeza de que su hija fue secuestrada para su explotación sexual, a partir de los testimonios de varias/os testigos que apuntaron a una red de prostíbulos riojanos con cobertura política local. En 2007, creó la Fundación María de los Ángeles con el objetivo de rescatar víctimas de «trata de personas». En 2008, se emitió por televisión, en horario central, la telenovela Vidas Robadas que trazaba paralelismos con su caso y que capilarizó la preocupación por la «trata» en toda la sociedad.
6 El 3 de junio de 2015, luego de una serie de femicidios con gran resonancia social, un colectivo de periodistas y de activistas llamó a manifestarse contra la violencia de género utilizando el hashtag #Niunamenos. La convocatoria tuvo una respuesta sin precedentes y las plazas de todo el país se llenaron de manifestantes que expresaban su hartazgo hacia las violencias de género, iniciando un nuevo ciclo de protestas que algunas autoras y activistas caracterizan como «cuarta ola» feminista.
7 Con el cambio de milenio, en un contexto de migraciones trasnacionales crecientes, reemergió la preocupación por la trata de mujeres con fines de explotación sexual. Su inclusión en la agenda global, de la mano de organismos supranacionales y de coaliciones feministas, motorizó una serie de transformaciones en el abordaje jurídico, gubernamental y político de temas como la migración, la prostitución y la explotación laboral a lo largo de distintos contextos nacionales. En el caso de la prostitución, las posiciones hegemónicas de la campaña anti-trata, basadas en la perspectiva del feminismo radical-abolicionista, lograron caracterizarla como violencia de género y soldaron una ligazón lineal entre ambos fenómenos.
8 Programa de Rescate y Acompañamiento de Víctimas Damnificadas por el Delito de Trata de Personas, 2012.
9 Mesa Interinstitucional contra la Trata, Mar del Plata (2013).
10 Instituto de la Mujer de Rosario (2013).
11 Comité Ejecutivo para la Lucha contra la Trata y Explotación de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas (2014).
12 Registro de lo propuesto por esta campaña relevado por la autora durante el trabajo de campo.
13 Ver expedientes en Cámara de Diputados de la Nación: N° 2753-D-2012; 1509-D-2013; 5881-D-2013; 0837-D-204 y 1615-D-2016.
14 En la Argentina, se suelen llamar «gatas» o «gatos» a las mujeres que hacen sexo comercial, de allí que los varones que pagan se autodenominen «gateros».
15 Así se denomina en el ambiente a los departamentos donde trabajan una o más trabajadoras sexuales, en general mediante un arreglo con una tercera persona. Suelen publicitarse con folletería que se distribuye en la vía pública y la mayoría no son abiertos al público, sino que hace falta concertar una cita telefónicamente.
16 En la Argentina, «curro» refiere a la acción de obtener beneficios pecuniarios de manera poco honesta e injusta.
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