Alto en el cielo
Gastón Elie, el primer trapecista argentino que formó parte del Cirque Du Soleil, habla sobre su pasión, su profesión y su escuela. Desde los primeros pasos en la tierra circense hasta el salto a la gloria.
Por Alma Bonelli
Gastón Elie es un personaje relevante del medio artístico y circense. Un argentino de cepa que supo ganar el mundial del trapecio, que permite descubrir cómo un niño común hizo de lo que comenzó siendo un juego su profesión. Picada de por medio, afuera queda el frío del invierno a venir y adentro de la casa, el calor de un hogar alumbra a Gastón, que mira un cuadro de naturaleza muerta colgado en la pared de su comedor. “Un número artístico tiene que ser como una obra de arte, que tiene un principio y un final: vos mirás un cuadro y éste no te habla, no dice nada, pero te mueve, te moviliza con sensaciones cuando lo ves…”
En la mesa ratona, en un extremo del living, se halla la fuente de porcelana blanca con trozos de fiambre. Termina de tragar, abre sus manos enérgicamente y simula sostener en el aire el peso de la tristeza y de la alegría. “En realidad tenés que generarle una emoción al espectador, más allá de la tristeza o de la alegría, algo tenés que transmitir. No es tanto lo que hacés sino cómo lo hacés”, dice abriendo sus ojos al pronunciar cómo. Tomó su gaseosa y observó el folleto que contenía el programa del espectáculo. Estaba escrito en francés y correspondía al espectáculo “Alegría” del Cirque Du Soleil. Y allí figuraba él; fotografías y líneas dedicadas a su destreza. “Fue mi sueño hecho realidad, descubrí ese circo a los 16. Me enamoré de esta nueva propuesta de un ‘circo diferente’. Una de las mejores experiencias de mi vida”. Estuvo doce años consecutivos dentro del elenco de ese circo como único y primer trapecista argentino que triunfó en el exterior en ese rubro. Aprendió inglés y francés (las lenguas que se manejan allí) y de ese modo logró relacionarse con sus compañeros.
Al costado de la mesa, la comida se hacía cada vez más escasa. En un pequeño mueble hay varios portarretratos. En uno está él sobre el trapecio desarrollando su destreza, en el otro una imagen junto a su familia paterna y más al centro, enmarcada en dorado, en él con su grupo familiar más cercano… “Nos pasamos un legado que fue el de ser trapecistas; toda mi familia por parte de mi padre es de trapecistas… Igual en mi familia somos: mi papá (Argentino Elie), mi mamá (Isabel Martín), mi hermana (Alejandra Elie) y yo”.
Gastón forma parte de la sexta generación de familia circense y prácticamente nació en ese ámbito, criándose entre acróbatas, magos y payasos.
Dejó la copa transpirada y semi vacía en la mesa, bajó su mano derecha hasta la altura de sus rodillas, extendió su mano de forma horizontal con los dedos apuntando hacia afuera y mientras lo hacía, añadió: “Yo empecé desde muy chiquito; a los seis años debuté como artista. Realizaba un número de magia porque veía a los magos del circo de mi papá. Después de más grande ya fui cambiando de profesión y me empezaron a interesar los trapecios”.
Con entusiasmo extrajo una caja llena de fotografías de ese mismo mueble en donde reposaban los portarretratos. Comenzó a mostrar imágenes de pequeño, en el circo del padre. Lo que lo impulsó a “jugar” con el trapecio fue observar a un artista del circo familiar que él adoraba imitar: “Quería ser como ese trapecista”, pensaba. El padre con el tiempo le armó un pequeño trapecio y lo comenzó a formar; le ideó una pequeña rutina a sus ocho años, convirtiéndose éstos en sus primeros “saltos” como artista. “El circo era mi mundo, no conocía otro. A comparación de los otros chicos, para mí era lo más normal ver a mis compañeros de elenco, a mi madre entrando a la pista a domar leones y a mi papá que era músico y payaso verlo trabajando en escena. Para mí no era normal ver a un chico que vivía toda su vida en un mismo lugar. Mi mundo era el normal”. El circo le ofrecía hogar y entorno.
Llegó a sus manos una imagen de más grande, ya trabajando en el “Soleil”, inhaló una gran cantidad de aire, alzó su mirada y mientras recordaba esos tiempos exhaló lentamente… Relató cómo es un día en la vida del trapecista: “Te levantás temprano para aprovechar el tiempo libre, y dos horas antes de la función comienza el ritual de maquillarse unos 45 minutos, luego hacer una entrada en calor de media hora y por último estar temprano preparado y listo para salir a escena. Siempre me exigí estar en condiciones, porque te puede pasar que te duela el cuerpo lo que es normal por el desgaste y el trabajo que uno hace”.
Además del desgaste físico, su carrera siempre le implicó un agotamiento mental. Le cuesta relajarse y desconectarse de la vorágine de la rutina y mirar películas, salir de su casa y leer mucho le resultan las formas de descansar. Le gusta descansar en el sillón blanco de cuerina del living y disfrutar de la televisión que se ubica como tradicionalmente en muchos hogares, frente al sillón.
Guardó las imágenes en la caja y luego ésta en el mueble. Su vida como artista está plasmada enteramente en las imágenes, no perdió la ocasión y fue a buscar la notebook a su cuarto; la apoyó en la pequeña mesa ratona donde se compartía la picada y la encendió. Inició una cadena de fotos que iban cronológicamente mostrando su vida profesional durante y después de su paso por el Cirque Du Soleil… No todo era color de rosas en los últimos meses de escena. Antes de entrar a trabajar contaba con un fuerte stress, sentía que había llegado a un punto de su carrera en el cual debía terminar ese período. Le costaba cada vez más salir a escena. Por este motivo decidió llevar su carrera “para otro lado”: “Ahora empecé con el tema de mi propia escuela y comencé a dirigir espectáculos, eso también me apasiona muchísimo”.
Para este año tiene dos proyectos: poner más énfasis en la organización y calidad de enseñanza en su escuela (que ya está en marcha); ampliar y diversificar las áreas de enseñanza y generar nuevos espacios. La apuesta es crear un espectáculo que va a dirigir e intervenir en la puesta de escena y música para ofrecerle al público “una sensación de alegría” después de haber visto el espectáculo. “No me gusta el artista que hace unos cuantos trucos y deja el escenario sin transmitir nada; me pasó hace muy poco en algunos espectáculos que vi y no me llegó nada. A veces en cosas muy simples siento mucho más que con alguien que te hace un triple salto mortal”. Para él es más una cuestión de “exploración del artista” y de “auto-identificar por dónde se quiere llevar el número”.
Detuvo su mirada en la mesa. En la fuente blanca engrasada no quedaban más rastros de comida. Se encomendó juntar la mesa. Un hombre limpio y ordenado deja a su paso todo impecable, una fragancia a desodorante de ambientes invadía el living donde se compartió la cena. La transparencia de los cuadros y espejos daban envidia al alfombrado piso de color natural que no brillaba pero permanecía sin manchas aparentes. Ahora la mesa también se halla impoluta y Gastón que atina a sentarse, no quiere dejar la vajilla sucia en la bacha de la cocina, por lo que se dirige, entonces, a lavar los platos. Dice que lavar le sirve como una terapia reflexiva y comenzó a disparar sin aviso una declaración crítica pero descriptiva de su forma de trabajar…“Los trapecistas y artistas nuevos están muy preocupados por la técnica, por realizar doble o triple pirueta y se están olvidando un poco de lo artístico. Los artistas de hoy necesitarían capacitarse en lo que significa un director: alguien que te guíe”.
La pulcritud reinaba en la cocina, el blanco de los azulejos brillaba y sus ojos también: preparó café. De la alacena retiró los delicados pocillos, de porcelana fina y guardó, ya seca, la vajilla que había sido usado en la picada. Sirvió esa caliente y perfumada bebida que a todos envuelve con su aroma tentador y especial; dejó reposar su pocillo sobre la mesa porque no le gusta tomar muy caliente las infusiones. El anfitrión se quedó mirando fijo en un silencio inquietante la forma que el vapor iba tomando al desprenderse de la tacita.
El clima templado hizo su tarea y el café alcanzó la temperatura deseada; sin edulcorar, comenzó a sorber mirando, en el pequeño momento que conlleva un sorbo, el interior del pocillo. Tragó con satisfacción casi imperceptible, veloz. Dejó la tacita en la mesa, colocó su dedo índice por encima del labio inferior, pensó por un instante y dijo: “Lo que pasa es que los circos del país están pasando por altos y bajos, están cuidando más el presentar un espectáculo con un poco más de calidad. Porque hubo un tiempo en la Argentina en el que el circo estuvo bastante bastardeado y olvidado. Se están presentando espectáculos más de show ahora”.
Terminó el café con un sorbido fugaz. Apoyó el pocillo en la mesa ratona. Luego se quedó saboreando ese último trago y dejó caer en esa exploración del sabor que sólo se da al final de un café, algunas frases en las que dejó en claro que para él gracias al Cirque Du Soleil se reivindicó el circo en el mundo y ese arte ahora se encuentra al nivel de los grandes espectáculos del mundo. “Se lo mira de otro modo ahora al circo”.
Contempló por unos segundos la tacita y se dio cuenta, debía lavarla, así que juntó las tazas de la mesa y las llenó de agua y detergente, finalizado esto, las sacudió un poco para quitarles el excedente de agua y las apoyó en el escurridor. “unas buenas vacaciones necesito. Me embarco en un proyecto y en el otro y no me dedico ni un poco de tiempo a mí”. Para revertir esto se le ocurrió que debería trabajar un poco más su lado espiritual, aceptar las cosas como son, no auto-exigirse tanto. Afirmó que si viera más en profundidad las cosas simples que están a su lado disfrutaría y podría relajarse más.
Sobre la huella de su paso por el mundo del circo y el espectáculo dice: “Creo que mucha gente se ve reflejada en mí, fui el primer argentino en llegar al Cirque Du Soleil. Cumplí mi sueño pero tal vez también el de muchos otros; más allá de que mi nombre es muy conocido en el mundo artístico, comparto un éxito que es personal con todos mis compañeros circenses”.
Abrió la puerta y llegó la hora; era momento de retirarse de su intimidad para volver al exterior, a ese mundo que para él no era el suyo ni el normal, si no un mundo ajeno. Era ocasión del retorno a esa materialidad rutinaria y opaca; exenta de las luces coloridas de escena, la música que genera emociones, la magia creída, la alegría emergente, el olor a garrapiñada y a pochoclos recién hechos, los meritorios aplausos que sólo cuándo se visita el mundo del circo cobra vida.