Despedida
Un día, mientras estaba en la facultad, la oportunidad de viajar al Encuentro Nacional de Mujeres te surgió de un llamado al celular:
– ¿Qué pasa boluda? Estoy en clase.
– ¿Estás preparada para escuchar lo que te voy a decir?
–Si, si –te reiste– Decime.
–Nos vamos gratis al Encuentro. Gratis. Así que retirate de la facu y activá!
–¡No lo puedo creer! –dijiste entusiasmada– Dale, después te llamo.
Todo el año habías dicho que esta vez no te perderías el encuentro, aunque fuera lejos, aunque no tuvieras plata y aunque no tuvieras con quién. Si por algo estabas dispuesta a viajar a Chaco era porque todavía la vida seguía poniéndote límites o tal vez te gustaba pensar que era la vida que se imponía y no era vos que se limitaba a vivir nuevas experiencias. Decías que el encuentro con las mujeres del todo país coronaría todo un año de tu propio proceso que se venía potenciando a través del tiempo. Y que después de esa experiencia estarías, seguramente, mucho más orgullosa y mucho más libre.
Los días anteriores al evento nunca te viste preocupada organizando el viaje. Habías tratado de juntar plata con otras compañeras, pero no se organizaron lo suficiente y jamás llegaron ni a la mitad de lo que había que pagar de bondi. De a poco todo te resultaba menos creíble. Ya no creías que se llegara a concretar el viaje y después te justificaste diciendo que no podías por la facultad o por el trabajo o porque no tenías la plata. En fin, pretextos que solo te dejaban con la conciencia tranquila.
Pero ya no tenías excusas. Viajar al Chaco era inminente. Preparaste tu mochila, tu bolsa de dormir, dejaste las dudas en el cajón y te tomaste el colectivo con las pibas. El viaje fue largo porque la ruta estaba repleta de colectivos que tenían el mismo fin, llevar a las mujeres hacia el encuentro. Además de una ruta colapsada, tu viaje se retrasó más de lo esperado porque por cada estación de servicio que las chicas veían desde las ventanillas del bondi, les empezaban a brillar los ojos como a un perro que ve a su dueño después de mucho tiempo y bajaban todas. A lo que sea, a cargar agua para el mate, ir al baño, estirar las piernas o a comprarse sanguches de milanesa.
–¡Otra vez sopa Magui! ¿Cuantas Levité te vas tomando? No vamos a llegar más, suban al bondi –dijiste ansiosa por llegar.
Cuando por fin llegaron a la escuela donde se hospedarían. Se cambiaron rapidísimo, se pusieron desodorante como si fuera gratis, se lavaron la cara y arrancaron para la puerta donde el resto de las chicas se congregaba a medida que estaban listas para esperar directivas.
–¿Cuántas reuniones tenemos que hacer? Quiero irme –le dijiste a tu amiga riéndose–. Todo un tema, hermana ¿Viviremos el Encuentro en asamblea permanente?
Llegaron al centro de Resistencia Chaco donde las mujeres estaban juntas en plazas con música, bandas, fiestas y discursos por todos lados pidiendo justicia por Micaela, Johana, Lucia y Belén. Los ojos te brillaban, tu piel parecía de gallina y agitaste, silbaste y aplaudiste. Tenías en la frente un pañuelo verde que te sujetaba el pelo y te daba la pinta de guerrillera. Las mirabas a todas y todas las mujeres gritando por lo mismo: igualdad y justicia social.
Quisiste anotar el número de una amiga que te encontraste y abrazaste porque no la veías hace mucho tiempo. Sacaste tu anotador y al pasar las hojas te encontraste con algo que habías escrito en La Plata un tiempo atrás, te colgaste leyendo:
“La semana termina y yo tengo veinte mil kilos de angustia en la espalda
En la espalda no
En el paladar veinte mil kilos
En la boca el peso de mi cuerpo
La profundidad del pozo de mis límites
La inseguridad de un precipicio frente a tu boca
La incapacidad de sostenerte la mirada…
Así termina esta semana extrañando lo extrañable
Queriendo lo imposible
Caminando por una sombra que no te nombra
Sos hermosa”
Te preguntaste por qué cada vez que encontrabas escrito algo de ese estilo en tu libreta te seguías sorprendiendo de esa manera. Anotaste el número, cerraste el cuaderno y seguiste hablando con tu amiga. Otra vez te sentías parte de la resistencia de las mujeres que organizadas luchaban en busca de deconstruir la sexualidad y las relaciones desmedidas de poder que las oprimían. Aunque esta vez supiste que era algo diferente y contenía una mística particular. Te sentiste libre, desprovista de cualquier prejuicio porque no había ninguna piba que te mirase desde arriba. Te sentías libre de mirarlas. Te encantaban todas. Te sentiste tranquila de mirar y también tranquila de desear. Para vos era muy raro sentirse así.
La represión que te causaba desear a mujeres era algo que venias trabajando en terapia desde hace mucho tiempo y en La Plata, ciudad donde vivías y estudiabas hace algún tiempo, era algo que todavía no podías realizar libremente. Creo que fue eso lo que más te maravilló del Encuentro, sentirte contenida, movilizada y con tus deseos legitimados. Sentirte así te hacía querer no perderte de nada. Habías esperado por esa sensación mucho tiempo. Mientras escuchabas una rapera en Plaza España, donde era la fiesta del orgullo torta, pensabas que jamás te hubieses perdonado no haber ido. Festejaste la libertad a besos, a birras, te abrazaste fuerte con tu mejor amiga y bailaste.
La fiesta terminó y con dos talleres encima te subiste al bondi empoderadísima y te relajaste. Mientras mirabas por la ventana, te preguntabas si, realmente, cuando pisaras tierra platense, te habrías despojado definitivamente de esa careta que se te imponía, despedirte de esa normalidad que te rompía la cabeza, de esa heterosexualidad ya casi extinguida.
Abriste el libro que tenía en la mochila de Murakami, seguiste leyendo desde donde te habías quedado, pero no pudiste concentrarte. Estabas esperando el momento de llegar, cruzártela a Inca, esa chica de la que estabas perdidamente enamorada, mirarla a los ojos y, está vez, más fijo que nunca.