Dejar el paraíso
Alrededor de 2500 personas viven en Moquehuá, una localidad del partido de Chivilcoy. Etimológicamente su nombre significa montón de maíz, según la versión más popular y aceptada. Un pueblo dedicado principalmente a la actividad agrícola ganadera, son los silos y el verde los que dibujan su paisaje.
Por Sofía Denezio
Nada falta, pero tampoco sobra: una plaza, un Banco Provincia, un hospital, un establecimiento para cada nivel educativo (jardín de infantes, escuela primaria y secundaria), un club de fútbol. No hay semáforos ni avenidas transitadas y sus veredas están en desuso porque los peatones se adueñan a diario de las calles. Moquehuá se distingue por la calidez de su gente, la charla de la esquina. Un lugar en el que las puertas no conocen las llaves y las bicicletas duermen en las entradas de las casas, donde todos se conocen y es ritual el saludo amable. Un lugar que desconocía hechos de violencia graves.
Hasta que la mañana del 28 de noviembre de 2012 pasó algo que trastocó al pueblo: un crimen, el primero en la localidad. Cuando los primeros trabajadores y guardapolvos blancos de Moquehuá se asomaban a la calle, Pedro Gaspari (en ese momento tenía 53 años) fue, como lo hacía siempre, a la chacra familiar donde vivían su madre y su hermano; un campo de 60 hectáreas ubicado en el Barrio San José, atrás de las vías del tren, que pertenece a la sección quintas del pueblo.
Despertar
Esa mañana fue, como siempre, pasadas las siete a buscar a su hermano y a preparar las herramientas para salir a trabajar, que estaban en un galpón pegado a la casa; pero la rutina no fue la misma. Cuando abrió la puerta de la cocina, que según él siempre estaba sin llave, encontró el televisor encendido y al mirar para su izquierda vio a su hermano Héctor (51) en el piso, boca arriba en medio de un charco de sangre. Se acercó un poco, fríamente, y cuando vio la comida sobre la mesa reaccionó: hacía mucho que estaba muerto. Entre las patas de la mesa vislumbró el cuerpo de su madre, Esther Caminos (83), no hizo un paso más, la única reacción que tuvo en ese momento fue salir a llamar por teléfono, a pedir ayuda.
Pedro contó, en una entrevista en el canal de la localidad, que había estado la noche anterior en la casa, fue a buscar la cena, como lo hacía siempre. “Yo vivo solo y mi madre me preparaba algo de lo que ellos iban a comer”, explicó. Hacía unos minutos se había ido su hijo Leonardo (24). Esperó a que su hermano saliera del baño para ponerse de acuerdo con los trabajos que tenían que hacer al otro día y se fue con la vianda. Eran cerca de las nueve y media.
La noche del 27 de noviembre de 2012, Esther y Héctor estaban por cenar cuando los sorprendió la muerte. El canto de los grillos de fondo, el televisor encendido en la cocina, los bifes humeantes en la mesa, los platos sobre el mantel. Se publicaron en un diario chivilcoyano pruebas que indican que en la mesada había un tercer plato servido: bife, puré y un vaso con una bebida oscura ¿será que había un invitado? Lo que se sabe es que alguien entró, sin forzar ninguna puerta o ventana.
Se cree que fue más de uno, y eso lo confirmó el Fiscal Juan Ignacio Bidone en la reconstrucción del hecho.
Según la autopsia, Héctor recibió tres disparos con una escopeta calibre 16 y diez heridas con un arma blanca, de una profundidad de aproximadamente 3 centímetros. Se habría trenzado en lucha con uno de los visitantes y podría haberlo herido con un tenedor, porque se encontró sangre en ese utensilio. Esther recibió sólo un disparo en la zona de la ingle, del que parece que intentó protegerse, según demostraron las lesiones en su mano.
Los disparos se esfumaron en la soledad de la noche, en una casa en el medio de un campo, a un kilometro de la localidad; sin vecinos cerca, sin testigos. La habitación salpicada de violencia; sólo ellos dos, la agonía, la muerte.
Revolución en el pueblo
Esther y Héctor eran personas trabajadoras, muy reservadas y amables, conocidos y respetados en la localidad. Una familia sencilla que se dedicaba a actividades agropecuarias, centralizadas en el campo propio, pero también para terceros. Héctor era el encargado de manejar todas las cosas de la sociedad familiar, como lo había hecho su padre en su momento; era soltero y vivía con su madre. Ella pasaba todo el día en la casa, sólo se la veía en el pueblo haciendo algún mandado o diligencia. Su hijo Héctor la llevaba a todos lados.
En un principio el Fiscal Dr. Pedro Illanez, el primero que tomó el caso, inclinó las sospechas hacia el entorno familiar: Pedro, el hijo mayor de la mujer. Él decía ser el último que los había visto con vida, y fue quien los encontró muertos. Pedro vivía solo, hacía un tiempo se había separado de Bibiana, la madre de su hijo Leonardo. En el pueblo comenzaron a circular comentarios que lo condenaban, lo señalaban como una persona de comportamiento extraño; sostenían que tenía celos de su hermano y que la relación entre ellos no era buena.
Ese mismo día le allanaron su casa, se llevaron ropa y un cartucho de una escopeta calibre 16. Este hombre introvertido en ningún momento perdió su serenidad, con palabras suaves no se asombraba de que dudaran de él: “Tengo las mismas preguntas que los demás, pero hay una duda que tienen algunos, que yo no tengo: yo no los maté”, declaró en una nota periodística.
Esos días la localidad estuvo revolucionada, había desfile de patrulleros a toda hora y caras desconocidas por las calles; el camino que llevaba a la casa Gaspari siempre envuelto en una nube de tierra que levantaba el ir y venir de móviles policiales y de autos particulares. Se realizaron rastrillajes y pericias, no sólo en el lugar del homicidio, sino también en los alrededores del campo, en busca de elementos que pudieran llevar al esclarecimiento del crimen. Principalmente, se buscaba el arma homicida. Muchos vecinos se amontonaban en las esquinas –la más poblada era la de la comisaría– en espera de alguna noticia.
Tres días después del homicidio en una casa vecina, a 1000 metros de distancia, sorpresivamente apareció entre los pastos un bolso violeta de Avón: contenía un arma calibre 16 que podía ser la que se usó para el crimen; también había un cuchillo, un cortaplumas, una bombacha de campo manchada con sangre, un par de anteojos de sol y un sweater azul, al que le faltaba una manga completa. Con este hallazgo la investigación tomó otro rumbo.
Muchas cosas pasaron en el pueblo en una semana: el arma que se encontró parecía ser una que el 24 de noviembre pasado le habían robado a un vecino; se recogieron alrededor de 300 testimonios; hubo cuatro allanamientos más y un detenido: Nicolás Lemos.
Con nombre y apellido
Era el 5 de diciembre y la comisaría, como siempre, estaba concurrida; había gente en la puerta, la esquina y en la vereda de enfrente, a la espera de algo. Hacía unos minutos había entrado un patrullero con alguien atrás y venían de hacer allanamientos. Eso significaba algo.
Los cuchicheos, el asombro, los nervios. No hubo que esperar mucho, enseguida volvió a salir el móvil policial. El que iba atrás, pero esta vez con una toalla bordó que le cubría el rostro, era Nicolás Lemos: un joven moquehuense de 20 años.
“Este crimen golpeó a Moquehuá, pero también duele pensar que puede ser Nico el que hizo esto, el Nico que todos conocemos, el que vi de chiquito, un hijo del pueblo”, expresó Josefa, una de las vecinas que ese día se amontonaron frente a la comisaría. Es cocinera de la escuela primaria de la que Nicolás fue alumno.
Lucía López (23) es vecina de Nicolás. Vive en La Plata donde estudia Psicología, pero solían tener charlas ocasionales por Facebook y siempre hubo un buen trato entre ellos. Estaba en la capital de la provincia cuando su mamá la llamó para contarle que su vecino era el detenido por el crimen. Su primera reacción fue entrar a Internet para verificar esta información porque le costaba creerlo. “Si bien él nunca fue un chico tranquilo, nunca pensé que podía llegar a hacer algo así y tampoco lo creo hoy en día”, afirma.
Ese miércoles 5 de diciembre Adriana Taborda (47), la mamá de Nicolás, fue al gimnasio, como un día normal. Cuando regresó se encontró con un patrullero estacionado en su casa y dos autos desconocidos en la vereda; pero no se asombró: su marido era policía, estaba trabajando en Suipacha, pero el Fiscal Illanez le había asignado la investigación del caso Gaspari.
“Fue una semana de bastante revuelo en mi casa, porque venían patrulleros, venía gente de Suipacha, venía mi marido ayudándole a este fiscal para la causa”, cuenta.
Cuando entró se encontró un policía en la puerta y mientras entraba vio a una mujer policía en otro sector de la casa. Nicolás estaba sentado charlando con otras dos personas. Su casa estaba patas para arriba, no entendía nada. En ese momento salió su marido Carlos con otro hombre de adentro de la habitación matrimonial y le dijo: “Quédate tranquila que no tenemos nada que ocultar Adri”.
Cuando fue para la galería, Nicolás seguía charlando, le hacían preguntas sobre la ropa, sobre un teléfono grande que le estaban mostrando. Al rato su hijo se apareció en su habitación y le dijo: “Mamá voy hasta la comisaría y vuelvo”, se puso su desodorante, le dio un beso y se fue. Salió de esa habitación como si fuera hacer un mandado: con su bermuda de jean y alpargatas. “Se llevaron un jean lavado del placard y una remera, ni siquiera se llevaron la ropa que Nicolás usó cuando fue a comer pescado el día del crimen”, recuerda.
Nicolás se fue, Adriana se quedó tranquila creyendo que iba a colaborar con la investigación, como lo estaba haciendo su esposo. Se puso a ordenar la casa, la pava en la hornalla y tomó mates en la galería; mientras su hijo ya estaba siendo detenido. Con su voz quebrada Adriana baja la vista y se entristece al recordar ese día: “Yo no sabía que mi hijo iba a quedar detenido, ese fue el último día que estuvo en mi casa. Era todo un revuelo en la comisaría y yo sin enterarme”
Al transcurrir las horas se iba inquietando y se apoyaba en su marido:
– ¡Qué raro tantas horas!
– No, porque a veces preguntan, necesita información, un chico que es del pueblo que puede aportar cosas a la causa, que puede ayudar.Le contestaba su marido, intentando calmarla.
Adriana se enteró que Nicolás estaba detenido al otro día a las siete de la mañana, catorce horas después de que se lo llevaron; el Fiscal Illanez los llamó y les informó que tenía que ir a declarar a Mercedes.
Nicolás
Adriana está sentada en el comedor de la casa que vio crecer a sus hijos, la misma que fue allanada, y no puede evitar recordar la imagen de ese momento. Dolida, resume la detención de su hijo en una palabra: engaño. Sostiene que se lo llevaron engañado de su casa.
Nicolás siempre fue un chico muy alegre y bromista, aunque de chiquito, cuando era el destinatario de alguna de esas bromas, se largaba a llorar enseguida. Detestaba usar el pelo corto como se lo cortaba el papá, porque eso le hacía sobresalir las orejas que eran objeto de gastadas.
Ha sido siempre un enamoradizo y cuando alguna chica le gustaba usaba todos los medios para hacérselo saber. “Los que se pelean se aman”, dicen y Nicolás se lo tomaba muy en serio y molestaba a esa chica con el objetivo de tenerla cerca. Pero también era tierno con sus cartas a escondidas o algún regalo especial; eso sí ¡que nadie descubriera que estaba enamorado!, cuando lo cargaban con eso se ponía rojo de la vergüenza.
Es una de esas personas que quieren mostrarse duros frente a los demás, pero tiene alma sensible; es muy buen compañero y amigo, y cuando alguien molestaba a alguno de los suyos siempre salía a defenderlo; y cuando se daba cuenta que alguien que quería estaba mal trataba de levantarle el ánimo hasta con el chiste más tonto.
Sus hobbies son cazar y pescar, y eso es lo que ama hacer: “Y le gusta mucho cocinar”, completa Adriana. Siempre que no está el padre le pide a su mamá de cocinar juntos.
A Adriana se le llenan los ojos de lágrimas cuando tiene que hablar de su hijo. Cuenta que él se define como un “mamero”; que de los tres es el más pegado a ella; que cuando llegaba de bailar lo primero que hacía era decirle: “Vieja llegué”. Se levantaba, le daba un beso, siempre le hacía masajes, mimos, y nunca se iba sin darle un beso.
Es muy compañero y servicial. “Él estaba como el padre, pendiente de pequeñas cosas de la casa”, cuenta la mamá. Con las hermanas es muy compinche. Con Adriana siempre fue muy confidente: “Creo que aparte de ser mi hijo, hemos sido también amigos”, expresa.
“Cambió mucho mi vida”, afirma Adriana. Le gustaría tener a Nicolás en su casa y comenzar una nueva vida fuera de Moquehuá, en la que pueda insertarse con otra gente, porque si sale en libertad y queda sin descubrir quiénes fueron los asesinos, siente que a su hijo lo van a seguir señalando con el dedo. “A él le va hacer mal, él pide irse, se quiere ir de Moquehuá, necesita un cambio”.
Cambios
Desde que Nicolás está detenido Adriana siente que la gente del pueblo los hizo a un lado. Muchos no la saludan en la calle; hubo quienes la eliminaron del Facebook; algunos de los que ella consideraba amigos le dejaron de hablar o le retiraron el saludo. “A lo mejor es por miedo al qué dirán”, piensa. Y hasta la familia también, y eso es lo que más le duele. “Es muy poca la gente que está realmente apoyándonos”, asegura.
Los ahorros que estaban juntando para tener las primeras vacaciones en familia los usaron para la causa de Nicolás: tuvieron que vender el auto y una moto que tenían para reducir los gastos. La familia Lemos sacó créditos para poder solventar a los abogados y los gastos de viaje.
Al principio viajaban todas las semanas a verlo, pero ahora van cada quince días por el tema económico. Cada vez que van pasan acerca de diez horas con él, llevan algo y comen juntos. Pero además le dejan comida para que tenga hasta que vuelvan a ir, ropa y frazadas. También han ido amigos a visitarlo u otros se han acercado a preguntar, destaca Adriana. “Creo que eso es lo que más lo alienta a Nicolás a estar en ese lugar, que lo hace fuerte”, reflexiona.
Julio Sosa (21) es uno de esos amigos que fue a visitarlo. En todo el tiempo en que Nicolás lleva detenido calcula que ha ido más de ocho veces. Siempre que puede va, aunque en ocasiones se le complica porque trabaja en el campo y no puede volver a la casa. “Me mata verlo ahí sabiendo que es inocente”, dice. Recuerda que las primeras visitas lo notaba nervioso, pero ahora lo ve tranquilo.
“Me cayó como un balde de agua fría”, dice al recordar el día de la detención. Julio y Nicolás son amigos desde la escuela primaria, ambos abandonaron la secundaria en sus primeros años y siguieron otros caminos: trabajo, una nueva escuela, pero lo hacían unidos. Julio dice que con su amigo estaban todos los días juntos, pero que a los 18 años algo cambió: “Empezó a tener mala junta y yo me abrí”, recuerda. Solían hablar por Facebook, pero no se veían como antes, sólo si se cruzaban en algún boliche o cumpleaños.
Pero ese diciembre de 2012 los volvió a unir. Julio no dudó en apoyarlo en ese momento que estaba pasando y hoy vive pendiente de su amigo. Es a uno de los pocos a los que llama Nicolás, además de sus padres, cuando le dan ese permiso. “Acá se ve quiénes lo querían como amigo y quiénes no, porque todos se borraron y nadie le da más bola porque está allá adentro”, asegura Julio.
También otros amigos de la infancia fueron a visitarlo. Delfina Zamora (22) asegura que en ningún momento dudó de su inocencia, pero le costó acercarse a él y a su familia porque no pertenecían al mismo grupo de amigos, sólo eran ex compañeros. “Tenía la necesidad de hacerle sentir que yo estaba con él, apoyándolo”, cuenta Delfina al recordar su decisión de ir a verlo. Siempre le hacía llegar saludos a través de Adriana, “pero necesitaba ser yo quién se los diera”, afirma.
Moquehua de pie
Hubo un crimen, el primero en los 105 años de Moquehuá. Y aunque hay un joven detenido por la causa, a nadie le pareció un logro. El pueblo seguía esperando respuestas, se autoconvocó y comenzó a marchar para pedir justicia por las victimas y por el esclarecimiento del crimen.
La investigación seguía su curso, las noticias informaban sobre las hipótesis que se manejaban. Más tomas de declaraciones, pericias y pruebas de ADN. Carlos Lemos comenzó a aparecer en la pantalla del canal local para defender a su hijo, y demostrar las irregularidades de la causa. Pero al pueblo nadie le decía nada. Moquehuá quería saber qué estaba pasando.
Con las banderas de: “Moquehuá de pie” y “Paz para Moquehuá”, la primera marcha fue realizada 16 días después del crimen y convocó a cerca de quinientos vecinos que caminaron en silencio alrededor de la única plaza del pueblo. Estuvo encabezada por Pedro Gaspari, su hijo Leonardo y otros familiares de las víctimas. También participaron la madre y otros integrantes de la familia de Lemos, el único detenido.
La marcha se volvió una costumbre necesaria para Moquehuá y en cada una se informan las novedades del caso. El grupo de vecinos autoconvocados, eligió a Hugo Pérez Mattiussi como abogado encargado de seguir la causa y se convirtió en el vocero de cada movilización.
Al principio se hacía todas las semanas, después cada quince días y ahora es ritual ver la congregación en la plaza los 27 de cada mes; aunque el número de concurrentes se fue reduciendo. “El pueblo tiene que participar de las marchas porque están dejando en manos de los pocos que van el esclarecimiento, y hay que entender que hay una persona que cometió un homicidio que está suelta. Es una causa del pueblo”, afirma Pérez Mattiussi, el abogado.
Según pasan los días
El mismo chico que de pequeño escribía cartas a las chicas que le gustaban, hoy desde la cárcel se comunica a través de cartas con el exterior. Días después de que se confirmó su juicio envío una al diario La Razón. “Estoy cansado sinceramente de pasar por esta situación (…) Soy inocente y quiero justicia”, decía.
Pedía por el esclarecimiento del hecho y que investigaran a quien tuvieran que investigar. “No voy a pagar algo que no hice. (…) Ya estoy cansado, se conforman con que haya un detenido y listo (…) Tengo 21 años y me arruinaron la vida (…) Por favor hagan justicia”, reclamaba.
“Hasta ahora la justicia considera que Nicolás participó del doble homicidio, aunque lo señala coautor porque las pericias dieron como resultado que no fue él quien se trenzó en lucha con Héctor”, explicaba Mattiussi en una de las marchas. Pero su madre sostiene que él no conocía a la familia asesinada. “A pesar de ser un chico que le gustaba salir a cazar y andar en campos, a los Gaspari no los conocía, sólo a Leo que vino dos veces a hacer una previa acá a casa”, asegura Adriana.
Delfina, una de las amigas que hoy lo acompaña, cree que Nicolás ahí adentro aprendió a ser más fuerte y a no escuchar el qué dirán. “Porque de esa forma su estadía en la cárcel sería más dolorosa y complicada de llevar”, reflexiona.
Adriana señala que hoy Nicolás está entero, aunque tiene días que está decaído, como cualquier chico que le gusta el aire libre y que hace un año y medio que vive encerrado.; Sin embargo, asegura que lo está sobrellevando bien. Ahí adentro empezó a valorar muchas cosas: la visita es algo sagrado, tiene gente que lo apoya, empezó a hacer un curso de primeros auxilios y nunca tuvo problemas por mala conducta.
Él es quién le da las fuerzas a su madre para seguir adelante, para luchar por su inocencia. “Lo fundamental son sus besos, sus mimos, sus te amo”, cuenta Adriana emocionada. “Eso me llena la vida”, asegura. La madre del único detenido por el doble crimen encuentra refugio en sus clases de salsa y bachata que la mantienen ocupada, y además de sus hijos, su marido y las personas que la apoyan, se aferra a la fe: “Sigo luchando, sigo esperando, sé que Dios me va ayudar, que nos está iluminando. Y bueno, hay que confiar un poco más”.
“Tengo un sobrino que es inocente, lo agarraron como perejil”, asegura Sergio Lemos, el tío de Nicolás. Adriana cree que esto fue una cama contra su marido. Pero además asegura que no le sirve solamente que su hijo esté afuera, sino que le interesa que estén los asesinos presos, que realmente pague el que tiene que pagar. “Yo pienso que la justicia se va hacer cargo de eso”, comenta.
El pueblo sigue marchando y Nicolás, con 21 años, sigue detenido, sosteniendo su inocencia y a la espera del juicio. Los vecinos de Moquehuá no están conformes con los resultados de la investigación. Por el contrario, están atemorizados por saber que la persona que forcejeó con Gaspari está suelta. “Sentimos temor de saber que puede estar entre nosotros o estar, a veces, en el pueblo por tener contacto con alguien de acá”, expresaron vecinas a las cámaras del canal local. Pérez Mattiussi afirmó que “esa persona sería la más peligrosa de todas y la que tiene preocupado al pueblo”.
Lo que preocupa a este pueblo de 2500 personas del partido de Chivilcoy al que se llega por la ruta provincial n° 30, no es sólo el saber quién fue, sino también el por qué ¿Cuál fue el móvil de este doble crimen? Pasan las horas, los días, corre el reloj, marcha Moquehuá a paso de aguja y siguen a la espera de respuestas. Todos en el pueblo con nombre de maíz se preguntan: ¿Qué pasa con la investigación?