Gancho salvador
El pugilismo es utilizado por las clases marginales como una salvación económica si es que se llega al profesionalismo y como un distanciamiento en el abuso de drogas, alcohol y delincuencia.
Por Agustín Ressia
El frío incesante cala los huesos de los ciudadanos, acecha la actividad deportiva de la mayoría, pero en Lan Kung, Rogelio Bustos no deja de dar indicaciones. “Rocky”, como lo apodaron de chico en alusión al personaje boxeador de la reconocida película, no da respiro para que sus dirigidos dejen de entrar en calor. Los vidrios transpiran y el olor descomunal del esfuerzo físico, son claras consecuencias de que sus alumnos están en continuo movimiento con la soga y las repeticiones de abdominales. La música movida que suena de fondo, motiva para que el esfuerzo sea el máximo durante las dos horas de entrenamiento.
El segundo piso del gimnasio ubicado a media cuadra del Estadio Único Ciudad de la Plata, continúa su actividad dos veces semanales en un invierno demoledor. Con luces tenues y apoyado sobre uno de los aparatos que se utilizan para torsionar físicos, Rogelio ve cómo sus pupilos lo miran atentamente, cuando él explica de forma detallada cómo será la rutina a seguir durante ese día. Los movimientos precompetitivos son fundamentales para evitar lesiones: estiramientos prolongados, golpes a las bolsas en estados progresivos de deterioro y combinaciones en saltos de soga, ayudan a alejar problemas físicos.
Más tarde llega el momento tan ansiado por los concurrentes a Lan Kung. Es el instante donde los rostros de los chicos se iluminan para gozar de lo que más les gusta, ponerse los guantes. Ezequiel García y sus compañeros, dedican diez minutos para vendarse de forma prolija y ordenada el sector más importante de los púgiles: las manos con que buscarán derribar amistosamente a sus pares de entrenamiento y quién sabe, en el futuro, demoler a contrincantes en el profesionalismo. Mientras dos de ellos exhiben sus técnicas y golpes en el cuadrilátero bajo la mirada penetrante de Rocky, el resto caliente sus músculos con férreos golpes a las bolsas sostenidas por quienes ofician de sparrings.
Soko con su remera de Estudiantes, saborea cada martes y jueves que sale del colegio y le toca entrenar. La persistencia y regularidad con que se esfuerza, son dos pilares que su entrenador le destaca, además de las condiciones físicas y nudillos filosos que tiene el joven de dieciséis años. Su perfil se adapta al molde exacto de la mayoría de los reconocidos boxeadores históricos. Proveniente de un sector donde los recursos económicos no abundan, sino que son demandados con gritos exhaustivos, el adolescente es ayudante de albañil los sábados para poder costear sus gastos personales.
Parado próximo a una colección de trofeos que el gimnasio ostenta, Ezequiel explica mediante una adolescencia expresada en sus rasgos faciales, que el boxeo lo ha alejado de costumbres insalubres. Su grupo de amigos, fumadores convulsivos y que arruinan sus vidas de vez en cuando a través de las drogas, lo quieren llevar por el mismo camino pero chocan con una pared: la reflexiva negación del joven de tez morena. Curiosamente, no existen antecedentes familiares en la práctica de este deporte, salvo la pareja de su papá, cinturón negro en karate, otra destreza donde predominan los golpes. Hace unos años debió detener su entrenamiento por dificultades para pagar las clases, pero ahora el joven que recibe enseñanza gratuitamente, dispone su mente para escalar cada peldaño de una tensa lucha y consagrarse de manera profesional, para dejar atrás la pobreza donde se crió.
El amante del fútbol y los días de pesca con su abuelo, expresa que es consciente de la dificultad de arribar al éxito que por ejemplo tuvo Maravilla Martínez, pero que por ningún motivo dejará de soñar. Mientras se imagina en las transmisiones televisivas de sus peleas en unos años, su próximo objetivo es terminar el secundario en la Escuela Media N°8 y estudiar luego, alguna carrera relacionada a la Historia. Al mismo tiempo que seca la transpiración en su rostro con una toalla blanca de mano, revela que acude al gimnasio tres veces por semana, para que su estado físico sea aún más óptimo. A su vez, asume que tiene devoción por comer grandes platos elaborados por su mamá, pero que es estricto con los saludables nutrientes que ingiere.
Con la respiración agitada y las muecas de cansancio producto de la gran cantidad de abdominales realizados, Ezequiel manifiesta su indignación con los actos de discriminación que sufre a diario. Se agarra la cabeza, muerde sus labios por bronca, al repasar las veces que las personas se cruzan a la vereda contraria por donde él camina de manera sigilosa, con su equipo deportivo y su gorra favorita. En sus ojos se percibe el enfado a la vez que recuerda historias donde notó que lo miraran de reojo. “Aunque me inculcaron el respeto en mi casa desde pequeño, por momentos me cuesta arreglar ciertos problemas que tengo hablando civilizadamente. Ahí es cuando saco a la luz mi imagen golpeadora que tallo en los entrenamientos”, asume Soko al subir la escalera que lo depositará en el lugar físico que más ama: el ring.
Quien sube en segundo lugar, detrás del joven nacido en Altos de San Lorenzo, localidad contigua a La Plata, es su entrenador. Ricardo Bustos, desde hace unos meses se alterna con otras personas adultas que tiene como clientes y lo ayudan a ejercitar con más rigurosidad al púgil de dieciséis años. Mientras ajusta su casco protector y piensa en qué aspectos forzar a su dirigido, asume que al verlo, le hace volver a su infancia. Un pasado duro, lleno de piedras, con problemas para sortear y con pocos lapsos de felicidad. El boxeo nunca le llamó la atención, pero comenzó a realizarlo cuando vio que su vida se perdía en noches de alcohol, en incontables horas pasadas en la calle junta a compañías que poco a poco lo alejaban de un pasar saludable.
Luego de trabajar en su infancia durante diez horas diarias en obras en construcción, Rocky llegaba a los entrenamientos con sus brazos y piernas extenuadas. Pero el amor que adquirió a la práctica con el correr del tiempo, hizo que lleve varios inviernos demoledores y veranos insostenibles, entrenando a personas que realizan la actividad como hobbie o con vistas a futuro: salvarse económicamente con el puente del profesionalismo. Se pregunta a sí mismo, con tono de sorpresa, si los padres de los jóvenes creen que el camino no tiene baches, trabas e incomodidades para despertarse de un día al otro y que sus criados vivan exclusivamente de este deporte.
Mientras abandona el ring, Ricardo se toca una costilla derecha y finge dolor. Promete a Soko revancha con voz desafiante, lo que causa gracia en su joven pupilo. Se sienta para ver como sus dirigidos modelan sus movimientos y luego de dar un largo trago a una botella de agua, enfatiza: “Es lamentable que en la actualidad, una parte de los chicos que viven en barrios marginados, ya ni hacen deporte debido a la drogas y el alcohol. Antes el pobre estaba bien alimentado a base de guiso, ahora el que está bien nutritivamente es el rico o el que tiene padres con suficiente billete. Esa es la principal razón por la que vemos que en los últimos tiempos, los que tienen una buena cuna llegan a niveles superiores”, subraya su punto de vista.
A medida que los chicos terminan de elongar y se abrigan para que ningún trozo de piel quede propenso al ataque del desgarrador frío, Rocky se pone melancólico al tratar de describir qué significa el box en su vida. Recalca que fue fundamental en el desarrollo de su infancia y que le inculcó conducta, ser respetuoso, más hombre y otros valores que antes no poseía. “Principalmente, me formó como un caballero, es decir, a ser buena gente”, sintetiza sonriente el hombre de 38 años, nacido en La Favela.
En otro punto de la ciudad platense, hay un teléfono que no da respiro. No existe batería que aguante un día entero con la actividad que tiene el celular de Gustavo Zacarías. “Los fines de semana intento desconectarme de todo, quiero estar a solas con mis dos hijas y mi mujer”, exclama con intensidad el reconocido profesor de boxeo y educación física. Cuenta que el estrés que sufre, es producto de las idas y vueltas que realiza de lunes a viernes, a causa de las innumerables actividades que lleva a cabo. “Además de cuidar a mis familiares, tengo miles de horarios con chicos de distintos entrenamientos, organizo peleas, eventos y trato de darle una mano a todo aquel que esté relacionado con esta hermosa práctica”, cuenta el nacido en La Plata pero que vivió quince años en Mar del Plata.
El Zacarías Boxing, gimnasio ubicado en 8 y 78, luce radiante. La puesta en escena es fabulosa, con las paredes colmadas con imágenes de representantes nacionales e internacionales del deporte púgil. Allí sus clientes continuamente están pegándole a las bolsas y levantan increíbles pesos. Orgulloso por el lugar que con el paso de los años creció y supo captar cientos de jóvenes, Gustavo explica que dejó el profesionalismo porque los tiempos no le alcanzaban para entrenar de manera rigurosa y a su vez, finiquitar sus estudios. A los 33 años y luego de haber realizado seis peleas en la máxima competencia, optó por obtener el título facultativo.
El protagonista hace un análisis en pocos segundos y manifiesta que la mayoría de quienes asisten a su negocio, han tenido una vida relacionada a las drogas, el alcohol y la delincuencia. Ejemplifica que varios padres arriban a su local, creídos en que sus hijos poseen infinidad de condiciones para trabajar de cara al futuro, pero evidencia que no es así. “La conducta es una arista esencial para llegar a ser alguien en este ámbito, pero no se adquiere de un día al otro, sino que se debe trabajar con esfuerzo, esmero y siendo consciente que no es fácil subirse a un cuadrilátero y disponerte a recibir cientos de golpes”, sostiene el hombre que cuenta con una silueta trabajada y mantenida desde cuando era adolescente.
El famoso término “hambre de gloria” es el aspecto fundamental que tiene que tener aquel que sueñe con vivir del box, sintetiza Zacarías. “Como en varios otros deportes, está el boxeador que nace especialmente para desarrollarlo y el que se hace producto del continuo esfuerzo. Generalmente el joven que se cría en un barrio marginado, con condiciones adversas y sin disposición de un gran tiempo para entrenar, es quien tiene más base en esta ruda práctica. Tiene que pelearla para alimentarse de la mejor forma y ver cómo consigue las herramientas del entrenamiento. Pero también existen casos de algunos muchachos pertenecientes a familias adineradas que se esfuerzan para formar el perfil de un verdadero atleta”, resume el profesor de educación física. Mientras mira de reojo el informativo que muestra el televisor, puntualiza que desde la aparición de Maravilla Martínez, los chicos con alivio económico llegan masivamente a este ejercicio.
Luego de hablar unos minutos por celular y cerrar la organización de un evento donde pelearán tres alumnos suyos, Gustavo se predispone a hablar de uno de sus pupilos. “Luciano Sandoval es muy especial para mí, casi que lo saqué de la calle y lo transformé en un gran boxeador. La contención que le brindé, con la ayuda de algunas personas de este lugar, hicieron que hoy encare la vida con una sonrisa en su rostro”, declara quien entrenó nueve años a Ezequiel Maderna, competidor platense, campeón argentino y latino. En la actualidad, Zacarías forma parte en el eslabón físico del equipo de Martín Coggi y Lucas Matthysse, ganador de la categoría superligero del Consejo Mundial de Boxeo.
Al mismo tiempo que Gustavo aprovecha para despejarse en su oficina de las continuas visitas y solicitudes que estallan en su teléfono móvil, Luciano está encargado del gimnasio y de corroborar que los clientes trabajen de forma correcta. Se mueve de un lado al otro, habla con distintos grupos y corrige si es necesario, la postura de los ejercicios impuestos por las rutinas. Cuando el lugar está despoblado, ordena los elementos como si fuera el living de su domicilio, y de vez en cuando pasa una escoba para que el brillo natural del espacio, sea aún más vistoso.
Cocó, como lo llaman sus compañeros en el Zacarías Boxing, aprovecha cuando hay poca gente para entrenarse. Con rock nacional de fondo, se dispone a entrar en calor como hace seis años, cuando se puso por primera vez los guantes. A sus 21 años, ya tiene una familia armada con su novia y su principal regalo de la vida: su hija Victoria de un año y medio. Desde el día que se enteró que iba a ser padre, su rostro se transformó. Dejó atrás diferentes momentos de angustia, para exponer una cara llena de iluminación, con varios proyectos a futuro y todos encabezados por su princesita y sus seres queridos.
Formado en el Barrio Aeropuerto, Luciano nunca ha tenido problemas relacionados con la droga, el alcohol o la delincuencia, pero si un pasado con varios pozos. Criado en una vivienda humilde, con una situación económica que pedía a gritos ayuda, el hincha de River Plate, estuvo mucho tiempo juntando dinero a través de changas. Durante su adolescencia, luego de concurrir a las clases del secundario, recorría las calles hasta entrada la noche, en búsqueda de cartón y botellas para vender y ganarse el pan de cada jornada.
El amante del fútbol y los picaditos en el potrero con sus amigos del barrio, sube la intensidad al máximo de la bicicleta fija, donde dispone sus piernas a un calvario físico. Aprovecha los primeros instantes, cuando el cuerpo no siente el arduo calor de la tarea, para ser sincero en un tema que se menciona habitualmente en el ámbito del boxeo. “Aunque las técnicas empleadas en el ring se pierdan porque se trata de un vale todo, exploto mi fuerza trabajada en el gimnasio, si tengo un problema callejero. No me importa que se diga que los boxeadores no podemos pegar fuera de la competencia”, exclama Cocó, enojado con los actos de discriminación que ha sufrido en varias oportunidades.
Como quienes comienzan un deporte y llevan un período practicándolo, Cocó junto a sus pares, sueña estar el día de mañana frente a un rival en un ring, bajo una competencia profesional. Pero es consciente que el esfuerzo tiene que ser constante y que a pesar de eso, habrá muchísimas barreras para sobrepasar. Las adversidades serán innumerables con el correr de las etapas de formación de un verdadero campeón. Deberá tener siempre la guardia preparada y analizar en qué momento ejecutar un gancho salvador.