5. El deporte en la era de Perón

“El mejor hombre no es el sabio ni el físicamente poderoso, ni el poderoso espiritualmente; el hombre mejor es el que coordina en forma más completa estas tres conquistas del hombre sobre sí mismo. La grandeza del hombre está en su equilibrio y no en ningún desequilibrio; en su inteligencia, su alma y cuerpo…”: la frase es de Juan Domingo Perón, que como presidente, entre 1946 y 1955, transformaría profundamente el deporte argentino, que se convertiría bajo su mandato en una cuestión de Estado.

Perón apoyaría durante su presidencia al alto rendimiento, además de ensanchar con una serie de políticas públicas la base deportiva, que era hasta hace pocos años un recodo de las elites. Sin embargo, como el país, cuya fuerza trabajadora crecía tras años de inmigración y urbanización, el deporte, particularmente el fútbol y siempre el boxeo, había ganado fuerza en las masas: Perón impulsaría a ese sector social al centro de la escena, y eso incluyó extender la popularización del deporte más allá de los confines del fútbol, mostrándoles a miles de chicos y chicas otras posibilidades deportivas, y mostrando al deporte como una de las tantas vías para integrar a la clase popular al mercado.

Pero el deporte no solo tendría ese rol social: Perón veía al deporte como un símbolo del ascenso social, el sueño peronista; y a los deportistas exitosos como embajadores del éxito del modelo impulsado durante su presidencia. Fueron los nuevos héroes: los héroes que simbolizaron una nueva era.

1. Las políticas de Perón

Agustín P. Justo fue el emblema de los años 30, la llamada “década infame” en la que mediante golpes y fraude se retrocedió en las medidas populares tomadas por los gobiernos radicales en la década previa. Pero los años de Justo fueron también los primeros en los que el deporte se convirtió en una cuestión de Estado, una relación que se profundizaría en la siguiente década, cuando el péndulo de la política argentina volviera a lanzarse hacia el otro lado: con la llegada de Juan Domingo Perón al poder, el deporte nacional de base y de alto rendimiento iniciaría una verdadera revolución impulsada por las frondosas arcas del Estado nacional durante la posguerra, un período de eventos deportivos en suelo patrio, campeones mundiales, gran representación olímpica y una verdadera popularización del deporte, más allá del fútbol.

Perón llegó al poder en 1946, pero la década infame culminó su proceso en 1943, con el golpe del Grupo de Oficiales Unidos al presidente Ramón Castillo. Y ya desde ese momento comenzó a prepararse la escena para las políticas deportivas que sostendría el gobierno nacional desde 1946: “Algunos de los cortes históricos para el deporte que marcó el peronismo se prefiguraron desde junio de 1943, cuando un golpe de Estado encabezado por el Grupo de Oficiales Unidos, del que Perón formaba parte, derrocó al presidente Ramón Castillo y cerró la etapa que había inaugurado otro golpe, el de 1930. No estuvieron todavía las políticas estatales activas dirigidas al deporte, pero sí perdieron espacio ciertos dirigentes del orden conservador que pesaban mucho en algunas instituciones deportivas”, explican Scher, Blanco y Búsico (2010; 283).

El coronel Juan Domingo Perón estableció una alianza precaria con los sindicatos, principalmente los socialistas, para hacerse cargo del irrelevante Departamento de Trabajo: lo transformó en Secretaría de Trabajo y Previsión e impulsó desde allí un programa de reformas laborales de acuerdo a las reivindicaciones sindicales tradicionales que se convertiría en la base de popularidad con una masa laboral que la política nunca había considerado, excepto para reprimir. Fue desde ese cargo que comenzó a construir una idea de Estado fuerte, amplio, sostenido por un fervor de los históricamente postergados trabajadores al filo del sentimiento nacionalista y alimentado por la capitalización de las arcas argentinas gracias a la situación de un mundo sumido en un proceso de guerra y posguerra que dejaría devastada a Europa. El deporte sería una parte crucial de esa arquitectura.

Perón era un hombre de deporte. Durante su juventud había practicado con particular excelencia el boxeo y la esgrima, además de tiro, polo, natación, fútbol, esquí y básquetbol, entre otros deportes, acorde a la usanza de aquellas épocas en las que el deporte todavía no se había especializado y era más bien un entretenimiento pasajero para caballeros. De todos modos, bien podría haberse dedicado exclusivamente a la práctica de la esgrima: fue durante una década la espada más destacada del país.

“A partir de 1918 y por espacio de 10 años consecutivos, desde el grado de teniente a mayor del Ejército Argentino, Don Juan Perón retuvo el título de campeón militar y nacional de espada. Su dirección en la actividad colectiva se puso de manifiesto cuando adiestró al equipo que en 1926 se adjudicó el título en el Campeonato Militar de Fútbol. Seleccionado en esgrima para participar en los primeros Juegos en los que intervino Argentina (los Juegos Olímpicos de París 1924), no pudo concurrir, siendo una de sus grandes frustraciones deportivas, al decir de algunos, por ser denegado el permiso solicitado como oficial al entonces ministro de Guerra, general Agustín P. Justo, quien justificó la negación, por el hecho de haber ‘muchos militares argentinos estudiando en Europa’. Al decir de otros, porque el teniente Perón, como militar, no aceptó que la capitanía de la delegación estuviera a cargo de Pedro Nazar Anchorena (un aristócrata amigo del presidente Marcelo T. de Alvear). Su reemplazante en el equipo fue Alberto Lucchetti, hijo de su profesor de esgrima, José Lucchetti, un italiano oriundo de la provincia de Pavia, que era maestro del Ejército Argentino”, escribe Lupo (2004; 122) sobre la trayectoria deportiva de Perón, quien terminaría abandonando la práctica.

Un joven Perón (der.), todavía teniente y esgrimista

También fue avezado boxeador: el periodista Ariel Scher, en su libro “La Patria Deportista” revela que “con un dinero ganado por su derrota por nocaut en una pelea de boxeo frente al ‘malevo entrerriano’ Tapia, en la provincia de Entre Ríos, fundó el ‘Boxing Club’ de Paraná, entidad pugilística pionera del Interior del país. Perón fue un fanático de este deporte (admirador de J. Suárez, Gatica, Selpa y Prada) y hasta en la ‘catedral boxística’ del Luna Park conoció a quien sería su segunda esposa, Eva Duarte”.

Su pasado deportivo colocó, desde su llegada al poder, al deporte en el centro de la construcción de la nueva Argentina que imaginaba. El deporte fue “un dispositivo eficaz para la construcción de una nueva referencialidad nacional”, escribe Alabarces. “Conocedor de la importancia de los triunfos deportivos para fortalecer internamente a la sociedad y sostener el imaginario de una Argentina que aspiraba al liderazgo continental, fomentó la competición de los representantes nacionales en los eventos más importantes. En cuanto a los destacados desempeños conseguidos tanto a nivel local como internacional, fueron generalmente interpretados como un importante aporte para el país, si bien algunas veces eso rozó la ingenuidad” (Scher, Blanco, Búsico, 2010, 282). Además, “la ampliación de las actividades deportivas le sirvió a Perón, un hombre aficionado al deporte, para desarrollar una comunicación de signo particular con sus seguidores”, agrega Scher.

Motivado por estas posibilidades del deporte, Perón sería quien hiciera realidad la noción, entonces inédita del deporte como un derecho del pueblo. Durante años se había avanzado sobre la importancia de la actividad física en la población, pero entre los usos y costumbres de una era donde buena parte de los clubes (la mayoría, excepto los futbolísticos) eran para las élites y las reglamentaciones que cambiaban con cada color político, el deporte organizado no había sido apoyado nunca desde el Estado.

“Perón es el primer gobernante que hace el gran cambio con respecto a la mentalidad argentina en el deporte. Incluye al deporte entre otros derechos sociales y lo propicia, entre otras cosas, como una manifestación cultural. El pueblo irrumpe en un campo antes destinado a una franja más pequeña de la población y esa irrupción permitió a muchos chicos descubrir nuevos deportes, que el deporte era algo más que patear la pelota un domingo”, explica el fenómeno Osvaldo Arsenio en “Breve historia del deporte argentino”, de Ezequiel Fernández Moores: al igual que con el resto de sus políticas, Perón garantiza con una serie de leyes el acceso de una fuerza trabajadora históricamente oprimida a espacios inéditos, concibiendo el deporte como una herramienta más para la integración de una clase social pulsante.

“La importancia que tiene este período para indagar en la relación entre deporte y nacionalismo reside en tres aspectos que aparecen como datos fuertes de estos años: la expansión deportiva -ya sea desde el punto de vista comunitario como el del alto rendimiento-; el auge y la consolidación de la industria cultural de sólido rasgo intervencionista; y la irrupción en la esfera política de un nuevo actor social, las clases populares, llamadas a ser el protagonista y el destinatario de las políticas de Estado. Esta aparición en escena de las clases populares y su nominación como ‘pueblo’, al tiempo que define la interpelación populista como marco del período al convertir a las masas en pueblo y al pueblo en Nación, colocó al deporte como un dispositivo eficaz en la construcción de una nueva referencialidad nacional”, escribe Alabarces.

Y sigue: “Este imaginario nacional no discurría despegado de lo que efectivamente se implementaba desde el Estado. Su fortaleza derivaba también de una verdadera redistribución del Producto Bruto Interno que permitía la asignación de recursos a políticas sociales en general. Inscriptas en el marco de una participación democrática ampliada, las políticas deportivas estaban destinadas a la participación deportiva comunitaria. Pero también a mejorar el desempeño del Alto Rendimiento, para lo cual se creó un marco regulador innovador para la época”.

Perón inició su gestión aumentando el presupuesto para deporte y actividad física, y durante los primeros años se destacaron grandes obras de infraestructura (unas 75.000 realizadas en su primer gobierno), entre ellas algunos de los principales estadios de fútbol del país, el Autódromo, el Velódromo, los Centros de Educación Física, el predio de Ezeiza y otros. El gobierno además cedió terrenos fiscales para la creación de clubes y centros deportivos que, protegidos desde el Estado, florecieron y se convirtieron en el corazón del deporte.

El alto rendimiento, por primera vez, tendría un apoyo consistente y sostenido de parte del Estado: se acababan (provisionalmente) los años de pelear en el Congreso por unas monedas para poder viajar a los Juegos Olímpicos o competir internacionalmente. En una era de deporte todavía amateur en la mayoría de sus disciplinas, el apoyo estatal, que a menudo expendía viáticos y se materializaba en premios o en algún cargo simbólico en la administración pública que permitía dedicarse a la actividad deportiva sin distracciones, implicó un fuerte impulso a la Argentina olímpica. De hecho, en 1950 se dictó un decreto para conceder licencia a deportistas que trabajen en la Administración Pública Nacional, para que puedan dedicarse a la preselección, selección y participación en los Torneos Internacionales. Esta disposición es el primer antecedente de la vigente Ley 20.596/73 de “Licencia Especial Deportiva”.

La segunda parte de la política deportiva de Perón apuntaba a ampliar la base de deportistas facilitando el acceso a todo tipo de actividades deportivas desde la infancia, desde los Campeonatos Evita, que permitió a miles de chicos conocer actividades reservadas para las clases altas. 

Lanzados desde la Fundación Eva Perón, los Evita, que en apenas tres ediciones pasaron de congregar 15 mil jóvenes a reunir más de 100 mil, se financiaban con un 60% de fondos que provenían de la donación anual de dos jornales que efectuaban los trabajadores argentinos (el del 1º de mayo y el 17 de octubre), y solo podían participar quienes se realizaran un examen médico preventivo, gracias a otro decreto del gobierno nacional influenciado por las ideas del Dr. Ramón Carrillo (quien iba a aparecer en los billetes de $5.000), una política que permitió al Estado tomar por primera vez contacto con el Estado de salud de miles de infancias marginadas. Los Campeonatos conjugaron la actividad física con los controles de salud y la detección precoz de enfermedades, a las que accedía una población masiva de forma simple: en 1954 los participantes superaron los 200 mil jóvenes.

Por supuesto, en una era de profunda grieta política, no todos celebraron aquellos torneos nacionales escolares a pesar de sus evidentes beneficios: “En la mirada peronista, se destacó que fue la posibilidad de miles de chicos de acceder a lo que les venía resultando imposible. En la mirada antagónica, se percibió a los Campeonatos Evita como un camino más para captar adhesiones políticas” (Scher, Blanco, Búsico, 2010; 284). No es un dato anecdótico, teniendo en cuenta el modo virulento en que se desarticularían políticas valiosas tras el golpe a Perón, en 1955.

Los primeros Campeonatos Evita

2. La grieta

Las políticas deportivas fueron un éxito: más allá de múltiples campeones del mundo y representaciones frondosas en Juegos Olímpicos y mundiales, en pocos años floreció en Argentina una profunda cultura deportiva, con arraigo en los clubes de barrio y con una diversidad de ofertas para todos los ciudadanos que constituyó un auténtico fenómeno social para la época. “Esos diez años fueron ejemplares y no hubo, posteriormente, otros intentos sistemáticos de vincular al deporte con la nación a través de políticas estatales claras y articuladas”, escribió Archetti.

Pero en Argentina había una división profunda, heredada de las rencillas políticas del pasado: la irrupción de las clases populares en los espacios públicos no hizo sino profundizar esa grieta. Antes del golpe, impulsados por la oligarquía, un profundo sentimiento antiperonista comenzó a crecer, y a medida que los años del peronismo progresaron las posturas políticas recrudecieron, gestando las condiciones de la llamada Revolución Libertadora de 1955.

De esa tensión entre peronistas y antiperonistas también sería parte el deporte, durante y después del gobierno peronista: “De un lado, los peronistas, del otro, los antiperonistas. De un lado, los que decían que sí, que por fin, que la hora de que alguien se ocupara del pueblo a través del deporte había llegado y que ese alguien era Juan Domingo Perón; del otro, los que decían que no, que no había un interés genuino en la gente, que lo que hacía Perón -con el deporte, con el país, con todo- era pura demagogia”, escriben Scher, Blanco y Búsico (2010; 281): el antiperonismo sostenía que la inversión en deporte era otra medida personalista, para ganar votos y fidelidad, de Perón con su base de votantes. Propaganda política que, además, insuflaba en el pueblo sentimientos nacionalistas que muchos consideraban peligrosos, a la salida de la violencia y destrucción de una Segunda Guerra Mundial impulsada por histéricos sentimientos nacionalistas.

Y es cierto que es imposible separar las políticas deportivas de Perón de su intención de crear un sentimiento nacionalista, la idea en el pueblo, y en todo el mundo, de una nueva Argentina: el presidente solía decirles a los atletas exitosos que los consideraba embajadores, como escuchó el entrenador de la selección campeona mundial de básquet en 1950, Jorge Canavesi: “A mí no me preocupan las ideas políticas que tengan. Lo que ustedes acaban de hacer por la Argentina es mejor que el trabajo de cien embajadores”, le dijo a los campeones Perón; y al billarista Ezequiel Navarra: “Los deportistas son los mejores embajadores que tiene el país”.

El deportista era símbolo de la nueva Argentina, porque era símbolo de la movilidad social y expresaba el poderío de una nación que emergía como una potencia en aquellos años de posguerra. Por eso no dudó, por ejemplo, en lanzar la carrera europea de Juan Manuel Fangio. “Todo el mundo se empeña en disimularlo, pero Fangio fue un campeón peronista. Perón le arma la campaña en el exterior. No hubiera existido Fangio sin peronismo”, dice Alabarces en la “Breve historia” de Fernández Moores: efectivamente, el peronismo le compró dos autos para correr, y le pagó un sueldo como agregado en la Embajada argentina en Roma hasta 1950. “Sin apoyo económico, Fangio, que era hijo de un albañil, empezó a trabajar a los 11 años en un taller y ni siquiera logró terminar la escuela primaria, jamás habría llegado a Europa. El chacarero estaba lejos de tener el origen terrateniente de otros celebrados pilotos” (Fernández Moores, 2010, 158). Fangio corría entre hombres de elite, y por eso su peronismo ha sido diluido en las historias oficiales del piloto: en un reciente documental de Netflix, ni se menciona su filiación política ni su deuda con el peronismo. La cinta fue producida por Agustina Macri, hija del expresidente y de Ivonne, hija de Juan Manuel Bordeu, protegido de Fangio y quien les dio acceso a un vasto material de archivo para el filme.

El caso Fangio explica la importancia de la política deportiva en aquellos tiempos. Eran tiempos donde no había estructura legal para apoyar de forma sistemática al alto rendimiento, que además obligaba en la mayoría de los deportes a un amateurismo que hubiera sido infringido con cualquier tipo de política de financiamiento (de hecho, se discutía mucho la política de la URSS, que decía que todos sus atletas eran soldados pero que en realidad recibían una renta para entrenar). Pero con viáticos, licencias laborales y premios, el peronismo consiguió permitirles a sus atletas dedicarse al deporte, viajar por el mundo, competir y prepararse de la mejor forma para los grandes eventos. “A cambio, sus triunfos eran ‘nacionalizados’, expresados como el triunfo de una patria popular que reflejaba los ideales de movilidad social e igualdad de oportunidades” (Scher, Blanco, Búsico, 2010, 283): en su campaña para la reelección, Perón se mostraría con el fruto de su primera gestión, los Fangio, los Cabrera, los Pascual Pérez, las Terán de Weiss. Los exitosos deportistas que la gestión política había creado y que, entre el impulso de la propaganda nacional y el crecimiento de una cultura deportiva profunda en el país, se habían convertido en los nuevos héroes populares. Varios de ellos, incluso, saltarían al cine y la televisión, convertidos en celebridades.

3. Los primeros éxitos del modelo

El apoyo peronista al deporte de alto rendimiento tuvo inmediato éxito: dos años después de la llegada de Perón al poder, Argentina viajó a Londres para disputar los Juegos Olímpicos de 1948 apoyados por el Estado, en la que terminaría siendo la cita más exitosa de la historia olímpica del país.

Las siete medallas igualaron la marca de Amsterdam y Berlín, mientras que los tres oros solo fueron igualados por la actuación en Amsterdam y, 68 años más tarde, por la actuación en Río, aunque en 2016 Argentina trajo cuatro medallas en total. Argentina llevó a Londres, además, su comitiva de atletas más numerosa de la historia hasta Río 2016, con 213 atletas: para tomar dimensión, los 213 deportistas compitieron en unos Juegos con 136 eventos en 17 deportes; en Río, la cita que más se acercó a esa histórica cifra de competidores argentinos, hubo 213 deportistas nacionales en un Juego que tuvo 306 eventos en 28 deportes. (La cifra de representantes en Londres varía según la fuente, y algunos afirman que en realidad había 242 atletas).

El boxeo fue otra vez el gran aportante de medallas para el país en aquellos Juegos: Mauro Cía, uno de los atletas del peronismo que luego se volcaron al cine, se llevó el bronce, y sumaron dos oros Rafael Iglesias y un emblema del deporte peronista, Pascualito Pérez, el peso mosca que seis años más tarde se convertiría en el primer campeón del mundo argentino.

Pascual Pérez nació en Mendoza en el seno de una familia de clase trabajadora, y desde muy pequeño trabajó como labrador para el grupo familiar: el oro de Londres, sin embargo, le permitió iniciar una carrera exitosa primero en el amateurismo y luego como profesional, impulsada desde el gobierno peronista. Fue uno de los emblemas deportivos de la gestión, un ícono peronista a la altura de Gatica, aunque este último era bastante más odiado por sus formas polémicas. Tan odiado por los antiperonistas era José María que tomaban partido por su clásico rival, el rosarino Alfredo Prada, pero Prada era tan peronista como Gatica, que le contó a Fernández Moores en su “Breve historia” que a Perón tampoco le gustaban las actitudes desafiantes de Gatica. 
“Pascual Pérez es el caso más dramático de ascenso social y en ese sentido es el deportista que mejor representa al peronismo, pero en términos culturales Gatica es el peronismo en estado puro. ¿Qué hubiera pasado si le ganaba a Ike Williams? Pero Gatica tenía que perder con Williams, porque pierde con Williams por negro, disipado, borracho, mujeriego, con lo cual también es un buen peronista”, dispara en esa entrevista, picante, Prada.

Informe sobre Pascual Pérez y el peronismo

La “vieja” Argentina aportó dos medallas de plata: Carlos Enrique “Patoruzú” Díaz Sáenz Valiente, también reconocido automovilista, quedó segundo en la prueba de 25 metros con pistola rápida (calibre 22) de tiro, única medalla del deporte para Argentina; y la vela comenzó su aporte con la plata de la clase 6 metros. El yate Djinn ganador de la plata estaba conformado por varios veteranos de la navegación y tres miembros de una misma familia: Julio Sieburger (56 años), Enrique Conrado Sieburger (50 años), Enrique Adolfo Sieburger (24 años), hermanos e hijo, fueron acompañados por Emilio Homps, Rufino Rodríguez de la Torre (47 años) y Rodolfo Rivademar (20 años).

Fueron, sin embargo, los grandes Juegos del atletismo argentino, que conquistó un oro y una plata, además de varias actuaciones destacadas: quedaron al filo del podio Alberto Ubaldo Triulzi en los 110 vallas, y Enrique Kistenmacher (hermano de Jorge, el preparador físico del Estudiantes campeón del mundo) en decatlón; Ricardo Bralo fue séptimo en los 10.000 metros e Ingeborg Mello fue 8° en disco y 9° en bala. A la distancia, estas actuaciones resultan de inconmensurable valor.

Pero sin duda, el momento más impresionante lo dio la maratón: Argentina clasificó a sus tres corredores entre los 10 mejores de una prueba en la que partieron 41 corredores. Sensini fue noveno. El favorito era Guiñez, que terminaría quinto: en el kilómetro 32 sintió el muro, sufrió una molestia y cuenta el mito que le dijo a Delfo Cabrera: “Negro, ganá vos; yo ya no puedo”. El “Negro” era Delfo Cabrera, bombero de la Policía que había comenzado a correr inspirado en el oro de maratón de Juan Carlos Zabala y que, exactamente 16 años después de su hazaña en 1932, repetía el oro en maratón para Argentina: desde entonces, el 7 de agosto se celebra el Día de la Maratón en el país.

¡Y de qué manera ganó Delfo! El primero en ingresar al estadio londinense para rematar la faena con dos vueltas alrededor del estadio fue el belga Gailly, pero estaba notablemente cansado. Y enseguida ingresó Cabrera, “erguido, lo que destaca la bien proporcionada personalidad del argentino, quien seguramente también mostraba signos de cansancio, pero que aparece como un fresco y alegre participante, para ganar la maratón”, escribió The Times en su crónica. La película de esta llegada aún sigue emocionando a los argentinos.

Cabrera era otro símbolo del atleta de Perón: nacido en el pequeño Armstrong, Santa Fe, trabajó desde muy corta edad recogiendo maíz a mano, e incluso tuvo que abandonar el atletismo en plena adolescencia tras la muerte de su padre, que lo obligó a hacerse cargo del mantenimiento del hogar. Saldría campeón de maratón con 29 años.

Delfo gana la maratón

Distinta era la historia de Noemí Simonetto: nacida en Avellaneda, desde pequeña se dedicó al atletismo y mostró enorme talento, consagrándose campeona sudamericana con apenas 15 años. Con 22 años, saltó en Londres 5,60m en el salto en largo, y quedó segunda solo de Olga Gyarmati, que consiguió marcar 5,69. Fue una de diez mujeres que viajaron a la cita, y se trajo la segunda medalla femenina para el deporte argentino.

Simonetto iba a estos Juegos a competir principalmente en los 100 metros llanos pero también participó en los 80m con vallas (estaba con un tiempo de dos décimas sobre el récord mundial), prueba en la que llegó a la semifinal: “No clasificó por un fallo polémico, al quedar en tercer lugar, cuando la francesa Monginou se le cruzó en su andarivel chocándola para llegar segunda, postergando a la argentina. Ningún dirigente reclamó el fallo y Noemí debió apostar todo al salto en largo”, cuenta Víctor Lupo (2004, 145). 

La revancha llegaría en el salto en largo, y tras aquella plata se convertiría en la atleta argentina con mayor cantidad de títulos y medallas en Sudamericanos: 11 títulos, tres medallas de plata y tres de bronce. En el ranking mundial ocupó el primer lugar en 1945, en los 80m vallas (11.05) y en salto en largo con 5,76m. En salto en alto con 1,55 m ocupó el quinto lugar a nivel mundial. En 1946 estuvo tercera en 80m con vallas, cuarta en salto en alto y séptima en salto en largo; por lo que fue elegida como la mejor atleta del año, y la casa Election le regaló un reloj, pero ella antes de aceptarlo pidió permiso a la Federación Argentina de Atletismo, para que no la fueran a considerar “profesional”. 
Cuenta la historia que al regreso, un periodista le preguntó a Noemí si le dedicaba el triunfo a Perón, como se estilaba en aquella época. Ella se negó, y se lo dedicó a la Patria. “Y la relegaron un poco, pero no se doblegó y siguió luchando”, contó una compañera.

Noemi Simonetto

4. La Argentina deportiva emerge

El éxito de Londres 1948 fue la plataforma sobre la que Argentina se construyó en los siguientes años como una potencia deportiva emergente: la posguerra devoraba los recursos de la mayoría de los países europeos pero llenaba las arcas nacionales, y Perón estaba deseoso de mostrar esa nueva patria rica y reflejar a través del deporte la nueva posición de Argentina en el mapa global.

Es por eso que durante su gestión, la realización de eventos deportivos de escala global se volvieron una costumbre: se organizaron competiciones como la Carrera Automovilística Buenos Aires-Caracas (1948), el Mundial de Tiro (1949), el Campeonato Mundial de Básquet de 1950, las Vueltas de la Argentina en 1952, los Grandes Premios de Fórmula 1 Internacional (a partir de 1953), las Olimpíadas de Ajedrez (1954) y el Campeonato Mundial de Billar (1954).

Incluso, el gobierno de Perón se presentó en 1949 como candidata a ser sede de los Juegos Olímpicos de 1956: la Argentina estaba tan bien considerada que estuvo a un voto de ganar la sede de los Juegos Olímpicos de 1956, finalmente asignados a Melbourne. La votación final del COI terminó 21-20 y el voto decisivo, se dijo siempre, fue de un dirigente latinoamericano que prefería viajar a Australia antes que a una Buenos Aires que ya conocía.

El consuelo fue ser sede de los primeros Juegos Panamericanos, en 1951: Buenos Aires había sido elegida para hospedar la versión inaugural del evento en 1940, pero la Segunda Guerra Mundial había suspendido la realización. En Londres 1948, una reunión de dirigentes determinó que aquella idea debía materializarse ahora que el combate había terminado, y ratificó a la capital federal del país como sede.

Argentina no escatimó gastos buscando aprovechar el evento para mostrar una nueva nación al mundo. Se terminó el Aeropuerto Ministro Pistarini, en la localidad de Ezeiza, el nuevo estadio del Racing Club de Avellaneda, con capacidad para 100.000 espectadores, inaugurado el 3 de septiembre de 1950 y en el que se llevó a cabo la fiesta inaugural de los Panamericanos, el 25 de febrero de 1951, además del Velódromo Municipal. El estadio de Huracán fue sede del fútbol, la General Paz hospedó las pruebas de ciclismo y ruta, y también fueron escenarios de los Juegos el Luna Park, la cancha de River Plate, el tradicional Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, la cancha de Independiente, el Lawn Tennis Club, la pista del Tigre, el Tiro Federal y el Colegio Militar de la Nación. El peronismo desplegó sus banderas durante el evento, con Evita como oradora principal de la ceremonia de apertura y la presencia constante de Perón, en lo que fue una fiesta del deporte argentino: se conquistaron 154 medallas y Argentina lideró el medallero por única vez en su historia, postergando a Estados Unidos, que envió 175 atletas, al segundo lugar. En México 1955, la segunda edición, EE.UU. se tomaría venganza, quedando primera, pero Argentina conquistaría un meritorio segundo lugar que repetiría en 1959: serían sus tres mejores participaciones históricas, a pesar de que Argentina volvería a ser local en 1995, aunque entonces clasificó cuarta.

Los Juegos Panamericanos de 1951

5. El último oro

Argentina viajó a los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952 envalentonada por el éxito de 1951, y aunque con una delegación más pequeña (123 atletas, solo 8 mujeres), cosechó cinco medallas y un oro.

Como siempre, el boxeo aportó lo suyo: el mediopesado Antonio Pacenza cayó en la final contra Norvel Lee, que había sido bronce en 1951, aunque como pesado; y Eladio Herrera fue bronce, tras cruzarse con el húngaro László Papp, quien fue oro en 1948, 1952 y 1956. Humberto Selvetti logró la primera medalla argentina en el levantamiento de pesas, al conquistar el bronce como pesado. Reinaldo Gorno ingresó detrás del increíble Emil Zatopek al estadio olímpico en la maratón para brindarle al país su tercera medalla en la prueba.

La medalla de plata de Reinaldo Gorno >>>> https://www.youtube.com/watch?v=ZyKIhXNDueY

Pero aunque la cosecha fue menor que en 1948, Argentina demostró la profundidad de su cultura deportiva cosechando 15 diplomas olímpicos en una gran variedad de deportes: vela, lucha, ciclismo, equitación, tiro, natación, esgrima, atletismo y, claro, el básquet. La selección argentina llegaba como campeona mundial, en la prueba disputada en 1950 en Argentina que convirtió en estrellas a sus jugadores, al punto de que al gran Oscar Furlong le ofrecieron un contrato de 10 mil dólares por seis meses de la naciente NBA, que él rechazó. 

Fue una de las grandes hazañas de la historia. En aquel Mundial, que desató furiosa pasión durante su realización, Argentina aprovechó que Estados Unidos no viajó con profesionales (no competían en Juegos Olímpicos ni mundiales) y tampoco con lo mejor de sus universitarios, teniendo en cuenta que la fecha coincidía con el torneo universitario. De todas maneras, EE.UU. llegó a la final, y aquel gran equipo argentino los derrotó en la recordada “Noche de las Antorchas”, una final con algo de polémica: el árbitro pitó 38 faltas contra el visitante.

“Estados Unidos se avivó y a los Panamericanos del 51 mandó una selección: nos ganaron por siete tantos”, recordaba el entrenador del equipo, Jorge Canavesi. Subcampeona en 1951, y subcampeona panamericana otra vez en 1955, incluso venciendo a Estados Unidos, pero segunda por goal average, Argentina llegaba con grandes expectativas a Helsinki 1952, pero solo pudo clasificar cuarta, tras caer dos veces con Uruguay. Dato no menor: Uruguay había renunciado al Mundial de 1950, luego de que no le dieran la visa a periodistas de radio Colonia, que era antiperonista.

El punto alto de Helsinki 1952 lo aportaron para el país Tranquilo Cappozzo y Eduardo Guerrero, quienes brindaron el único oro argentino de los Juegos en el doble par de remos sin timonel. Cappozzo y Guerrero sólo habían corrido seis carreras juntos, antes de los Juegos de Helsinki: Cappozzo, campeón argentino y sudamericano, había participado como singlista en los Juegos de Londres de 1948 y por su edad había pensado en no presentarse en Helsinki, pero los dirigentes del Club Canottieri Italiani, del Tigre, al que pertenecía, le propusieron formar un equipo con Eduardo Guerrero, otro remero que pertenecía al Club de Regatas La Marina, diez años menor, que había ganado el campeonato argentino en 1950, con el objetivo de clasificar a las olimpíadas.​ “Él va a ser la fuerza, vos el conductor”, le susurraron al oído. 

El resto es historia, aunque no desprovista de sus obstáculos: la dupla compitió con un pesado bote prestado por el Club Regatas de San Nicolás, de 36 kilos, mucho más pesado que los botes de 25 kilos que usarían sus contrincantes, que encima llegó roto a Helsinki. Los argentinos no tenían los repuestos que necesitaban para repararlo, pero el equipo de remo soviético les prestó lo necesario. En la prueba de 2.000 metros que se corrió en el fiordo de Meilahti, la dupla derrotaría a los soviéticos y se quedaría con el oro.

Capozzo, campeón olímpico

No lo sabía entonces el deporte argentino, pero aquel oro conquistado un 23 de julio de 1952 sería la última medalla dorada olímpica por 52 años, hasta que el fútbol y el básquet, en un mismo dia de 2004, rompieron el maleficio.

6. El final

Entre 1946 y 1955, las políticas deportivas gestaron un país con cinco millones de deportistas sobre 16 millones de habitantes. Un país con varios logros deportivos a nivel internacional, en diversas disciplinas. Pero la Revolución Libertadora pondría fin a todo: en 1955 derrocaría a Perón, e identificaría a todas sus políticas como deleznables, procediendo a tacharlas. También intervendría todas las organizaciones deportivas y proscribiría a todos los campeones peronistas, acusándolos de profesionalismo velado y desterrando para siempre de sus deportes a grandes valores deportivos.

Y era apenas el comienzo: la Libertadora, con furia y violencia, iniciaría un proceso de desinversión y desinterés político en el deporte, en el marco, además, de un país cada vez más convulsionado políticamente, que experimentaría la democracia como una excepción durante las siguientes tres décadas, y con crecientes tendencias liberales que promovían el achicamiento de la inversión del Estado en políticas públicas. El deporte dejaba de ser prioridad. El deporte argentino se sumió en una profunda oscuridad: durante los próximos años se achicaron las delegaciones, a pesar de que los Juegos Olímpicos crecían en cantidad de pruebas, y hasta 1996 no volvería a ganar más de dos medallas en un Juego Olímpico.

BIBLIOGRAFÍA

Scher, Ariel; Blanco, Guillermo y Búsico, Jorge. Deporte Nacional. Dos siglos de historia. Emecé, 2010.

Fernández Moores, Ezequiel. Breve historia del deporte argentino. Editorial El Ateneo, 2010.

Lupo, Víctor. Historia política del deporte argentino. Corregidor, 2004.

Pochat, Víctor. Coronados de Gloria: la historia inédita de las medallas olímpicas argentinas. Corregidor, 2012.

Rodríguez, Ernesto. Libro II de los Juegos Olímpicos. Deporte de la Nación, 2016.

Rodríguez, Ernesto. Ser Olímpico. Ediciones Al Arco, 2012.

PARA VER

“La Argentina olímpica”, capítulo 2 de la serie documental sobre el desempeño argentino en los Juegos Olímpicos: https://www.youtube.com/watch?v=Wb72om5FSeU&t=7s

Doble función de Delfo Cabrera: “Delfo, huellas de un pueblo”, serie sobre Delfo Cabrera: https://www.youtube.com/channel/UCzqZ1znbPlDttUHvelc-4XQ/videos, y “El grito sagrado: Delfo Cabrera”, episodio de la serie “El grito sagrado” sobre el maratonista: https://www.youtube.com/watch?v=GRxfTgHL29g

“Gatica”, enorme retrato del auge y la caída del boxeador a cargo de Leonardo Favio: https://www.youtube.com/watch?v=u9Q4ZcIXX94

Doble función sobre Fangio: “El hombre que domaba las máquinas”, documental en Netflix + “La Misión Argentina”: https://www.youtube.com/watch?v=uX5IhjprWxA
“Tiempo muerto”, documental sobre la selección argentina de básquet campeona del mundo y luego proscripta por la Revolución Libertadora: https://www.youtube.com/watch?v=iPjLhKhYw_g

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