Page 3 - Martín Malharro: Maestro
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“dejar un testimonio” no de nuestro paso por el mundo ni
por la vida. Es dejar un testimonio de los tiempos que hemos
vivido.
Enfocado desde este ángulo, yo les digo que es cierto que la
escritura es un padecimiento horroroso porque siempre está
la presión. Esa presión de que nosotros estemos a la altura del
testimonio que estamos dejando, presión de que cada vez lo
hagamos mejor y presión, en última instancia, de ser fieles a
nuestro ideal de escritura.
Y si alguien me dice que escribe con placer, esa persona escribe
boludeces o no le creo. Nadie escribe testimonialmente su
época con placer. Porque indudablemente los testimonios
suelen ser, tanto en el campo del periodismo como en el campo
de la literatura, dolorosos ya que son vividos.
Cuando un periodista hace literatura la hace desde otro
ángulo, desde otra perpectiva, desde esa que sabe, porque lo
que está haciendo es un testimonio, y la venta masiva de este
tipo de literatura ya no cumple ninguna función, porque tener
éxito en este tipo de literatura es inusual.
La escritura como pasatiempo es fantástica, pero va a depender
siempre de cómo uno se asome a la literatura, si es para dar
testimonio, si es para dar una visión del tiempo que vivimos o
es simplemente un pasatiempo.
Nunca concebí la escritura como la alegría del alma o el
canto de la inspiración, en absoluto. Siempre escribir ha sido
una necesidad, tan necesaria como la lectura, pero que ha
estado siempre cargada de angustia, probablemente sea un
masoquista, porque hay algo de masoquismo en la escritura,
hay una urgencia.
Y a lo largo de la vida, hablando con autores buenos, es decir,
que escriben bien, uno va descubriendo que hay un campo
común en la necesidad de escribir y también, en la exigencia
que comporta narrar, contar o testimoniar. Esta exigencia
de hacerlo bien, que no tiene nada que ver con un estilo,
sino de palabras simples, la frase precisa para que el lector
pueda decir “no comparto, pero que está sanamente escrito” y
escribir sanamente implica corresponderse con nuestro ideal
de escritura.
Acabo de cumplir sesenta años, y voy a seguir leyendo, no hay
otra forma ya de vida, y seguiremos escribiendo. Ignoro qué
nos deparará el destino en la escritura, pero sí en la lectura,
porque uno sabe lo que va a leer y va a releer nuevamente,

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