Cuando su hijo fue secuestrado, lo primero que pensó es que lo habían detenido porque “había atendido a algún guerrillero que estaba herido”, porque era médico y trabajaba en un sanatorio en Quilmes. Sin embargo, a José lo habían secuestrado en una confitería en el centro de la ciudad de La Plata el 3 de octubre de 1977.

Se supo que pasó por distintas comisarías y centros clandestinos de detención. Sus padres, a través de dos policías, dinero de por medio, le mandaron comida y abrigo. Él les pudo escribir y hacerles llegar dos cartas, pero ese acuerdo con los oficiales duró solo un tiempo. Si bien algunos testimonios sostienen que lo habrían asesinado en el destacamento de Arana, su cuerpo nunca apareció.

Su madre cuenta que José era muy solidario y que participaba junto a otros jóvenes estudiantes, en un barrio de Bavio en donde daban la merienda, apoyo escolar y él les llevaba muestras gratis de medicamentos.

Toda su familia se movilizó y buscaron incansablemente a José. Amelia, como tantas madres se esperanzó con la vuelta de la democracia y se ilusionó con que algún dato iba a aparecer, pero esas ideas se diluyeron rápidamente cuando comenzaron a ver las atrocidades cometidas por la dictadura. Sintió alivio cuando consiguieron que los represores fueran a cárceles comunes, por tener un castigo por lo que habían hecho. Su camino fue el de la resistencia y su deseo fue luchar hasta el último día de su vida con el fin de que se sepa dónde estaban los cuerpos.