Page 2 - Número 6 | Revista Letras
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El rock argentino, por supuesto, no escapa de esa caracterís-                   Rock y política: el compromiso hecho canción
tica fundante del género. Y aunque en un principio se limitó
a cantar, traducidas, las canciones de bandas como The Beat-
les, no tardaron en aparecer las líricas propias que plasmaban
los sentimientos, los ideales y las realidades que atravesaban,
esencialmente, a los jóvenes.
Ya entrados los años 70, la juventud comenzó a involucrar-
se en la vida política del país, un campo que nunca antes le
había pertenecido. Sin embargo, la irrupción de las Fuerzas
Armadas en el poder cambió el paradigma. Y en ese contexto
de desapariciones forzadas, de persecuciones ideológicas y de
detenciones ilegales, el rock se erigió en la máxima expresión
de libertad de esos jóvenes que fueron el blanco principal del
terrorismo de estado.
Los artistas, voceros e íconos de la rebeldía, también sufrieron
las consecuencias. Se prohibieron discos, se censuraron can-
ciones, se proscribieron a músicos y, en algunos casos, hasta
se los forzó al exilio. Sergio Pujol, al respecto, dice que:

         La dictadura se propuso tres objetivos bien claros. Uno fue extermi-
         nar la guerrilla. El otro, no menos cruel, fue producir un cambio de
         paradigma económico. Pero su tercer objetivo, que nunca alcanza-
         ron, fue el disciplinamiento social y cultural. ¿Por qué no lo logra-
         ron? Porque, entre otras cosas, existió un concepto de la rebeldía y
         la cultura joven que venía de antes y que, lejos de desaparecer, se
         fortaleció. Es como si justo en ese momento toda esa contracultura,
         cuestionada por la militancia política a comienzos de los ‘70, hubie-
         se encontrado un sentido. Porque fue esa cultura joven y abierta al
         mundo, con las antenas muy encendidas, lo que permitió conservar
         ese espíritu de rebeldía (Página 12, 2005).

En ese marco, los recitales eran los lugares elegidos por la Se-
cretaría de Investigación del Estado (SIDE) para controlar a
los artistas y para llevarse gente. Chequeaban las listas de las
canciones, amenazaban a los músicos y, a la salida, selecciona-
ban a los jóvenes que habían observado durante el espectáculo
y los subían a colectivos para trasladarlos e interrogarlos.
León Giecolo vivió en carne propia: tenía prohibido cantar “El
fantasma de Canterville”, “Sólo le pido a Dios”, “Canción de
amor para Francisca” y algunas estrofas de “La cultura es la
sonrisa”. Y sus conciertos eran uno de los lugares fijos a los
que la SIDE se dirigía.

120 | Letras | ISSN 2524-938X
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