Teórico nº 12 – Tradición y cultura del automovilismo

Gran Premio Argentino de 1952 (Foto sanluisdeelegantesport.com)

En esta clase vamos a detenernos a pensar en la popularidad del automovilismo a partir de la lectura del texto de Pablo Bylik.

Una de las características novedosas que hacen al automovilismo un deporte distinto a los demás, es su fuerte arraigo con cuestiones ligadas a la cultura y la tradición, algo que también destaca el texto de Pablo Bilyk, que se puede leer en ESTE LINK. Como contamos en la clase pasada, en la Argentina el auge inicial de la actividad se lleva adelante con el Turismo Carretera. Mecánicos de distintos puntos del país, que se juntaban a competir arriba de sus “cupecitas” trabajadas en sus talleres, para ponerlas a acelerar en los caminos y cortar kilómetros de trazados por medio del reloj.

En los pueblos, los trabajadores de la mecánica fueron los primeros propulsores que a su círculo cercano comenzaron a transmitir el amor por esta actividad. Se charlaba de autos,  de pilotos, de eventos y se preparaban para hacer los kilómetros necesarios e irse hasta el lugar a ver pasar a sus pilotos. Los  lugareños históricamente contaron esa sensación multisensorial, de los dos segundos que el auto pasa por delante, solo separado por una tranquera o un zanjón. El ruido del motor, la tierra levantada, el olor a la combustión, la adrenalina de ver el manejo al límite de la banquina, todo un combo que generaba una pasión que se transmitió de generación en generación en las familias “fierreras” argentinas.

Todas estas cuestiones que empujan esta tradición a verlo como un fenómeno cultural. Aquellos aficionados de los comienzos del T.C, en la década del 40, iban sembrando las semillitas que en décadas posteriores iban brotar y se convertirían en decenas de miles de personas, dejando su casa el fin de semana, y siguiendo en casas rodantes y campamentos, a la categoría por todo el país, para estar junto a ella.

Ir detrás del TC era un ritual. Llegar al lugar e instalarse todo un fin de semana era una aventura, que incluía preparar el coche, la carpa, las heladeritas, comprar la carne y el carbón para tomar la ruta. Si se corría en ruta (circuitos semipermanentes) se buscaba un campo y un lugar cerca del alambrado para poder instalarse. Si era en autódromo, se trataba de armar en el lugar más cercano a una tribuna. Las banderas, las hinchadas. La tradición muy fuerte, ligada a un deporte familiar.

En el momento de hablar de seguidores o aficionados a los deportes, la pasión es un condimento muy difícil de eludir. En el ejemplo del fútbol, a gran escala, se puede detectar cómo esa pasión muchas veces termina en violencia explícita. El sentido de pertenencia y el fanatismo, en el TC, son componentes de una convivencia pacífica en cada uno de las reuniones y eventos. La “lucha de marcas” traspasa generaciones, genera hinchas y parcialidades, identidades, rivalidad, competencia, pero todo eso puedo formar parte de la misma tribuna, del mismo alambrado, sin que pase de un par de cargadas relacionadas a los resultados de la competencia.

Esta histórica rivalidad entre marcas, vale la redundancia, es una marca. Si bien cada aficionado, tenía uno o varios pilotos favoritos, a los que seguía o le gustaba más que otros, el “Teceista” es hincha de una marca. Esto tiene origen en los comienzos cuando de la categoría, cuando Oscar Alfredo Gálvez, peleaba los campeonatos mano a mano con Juan Manuel Fangio. Ambos corriendo con “cupecitas” diferentes. Si bien de estructuras eran similares, las de Gálvez eran impulsadas por un motor Ford y la del Fangio con uno Chevrolet. Ahí comienza y se engendra una muy sana rivalidad, que  alimentó la tradición y el folklore desde la competencia.

Pasaron los años, se fueron los modelos viejos, la categoría se actualizó y  aparecieron los autos prototipos y de turismo que representaban a cada marca. Esa rivalidad tuvo su esplendor cuando se afianzaron los modelos que visualmente representaban a la insignias mismas de la marca. Es poco explicable que los hinchas agiten banderas con logotipos de marcas comerciales como el ovalo azul con la singular tipografía de la compañía Ford, o el moño rojo que Crysler había diseñado para Chevrolet.

Ese esplendor semántico y virtual tuvo su furor a mediados de la década del 80, cuando el merchandising (gorro bandera y vincha) dijo presente. En esa oportunidad, sumada a las otras opciones como Dodge y Torino, en otra escala de popularidad, pero muy fanáticos, generaban la identidad y el sentido en cada fecha del Turismo Carretera.

Fue muy fuerte cómo se afianzaron los modelos de los autos, en cuanto  al reconocimiento visual de la forma de la carrocería. Chevrolet, con la Coupe Chevy, de cola alargada, y Ford con el modelo Falcon con cola cuadrada. Reconocibles a simple vista, aunque los colores y las publicidades ploteadas o pintadas confundan.

En el aspecto presupuestario, que trata de la posibilidad de conseguir el dinero para afrontar la estructura de competición, también roza un factor cultural. Algo ligado a lo que plantea Pablo Bilyk en el texto y esa creación de “lo popular” marcado en la clase media rural que empujaba la actividad agroganadera de cada una de las ciudades del interior del país. Las formas de conseguir el recurso para competir también están ligadas a la tradición, a la regionalidad, a la convocatoria y la empatía del equipo y del piloto en su zona.

Los pilotos encontraban el apoyo económico de dos maneras. Una, recurriendo al sponsoreo de las empresas del pueblo/ciudad, que intercambiaban la imagen de su marca pintada en el auto, por recursos para afrontar gastos. La otra, por medio de reuniones, “peñas” multitudinarias, donde llevaban el auto, lo encendían, lo hacían “sonar” y compartían una velada con asado, anécdotas y demás, pagando una tarjeta con un valor, que incluía los costos de la misma y un plus, que ayudaría al piloto a estar presente en la próxima competencia. Esas cuestiones sumaban, y mucho, a la cuestión  de identidad y pertenencia del competidor para con sus seguidores.

La fuerza de esta popularidad, también se puede traducir a la característica federal que el deporte tuvo desde sus comienzos. El hecho de que el Turismo Carretera haya pasado por la mayoría de las rutas del país, despertó esa pasión en todo el territorio argentino. Durante muchos años, el calendario de competencia buscaba tocar la mayor cantidad de ciudades posibles.

En ese sentido, y volviendo a traer lo que marcaba Archetti en el texto inicial de la unidad, la importancia de los clubes organizadores que gestionaban y empujaban la llegada del TC a sus ciudades, fueron muy importantes. Distintos factores regaban de oportunidades el pueblo ante la llegada de la categoría. En la organización y en aspectos relacionados a la infraestructura: mejoramientos de caminos, asfaltados y rutas que luego quedaban para el uso diario. Más avanzada en décadas, la construcción de predios especializados , con circuitos que se convertirían en autódromos para seducir la llegada del espectáculo. Esos obras, luego quedaban en los territorios y eran utilizadas hasta por el propio automovilismo zonal cada fin de semana.

Ese factor, como otros, hizo que históricamente los mismo pilotos, no solo del TC sino de todas las categorías nacionales, sean provenientes de distintos puntos del país. Muchos pueblos o ciudades chicas han tomado relevancia o se hicieron conocidas gracias a la representación que un piloto hace al competir a ese nivel.

La clase que viene nos toca cerrar la unidad del automovilismo y lo vamos a hacer con un capítulo internacional. Será a partir de la Fórmula 1 Internacional, su máximo exponente, que va a ser el tema con el que vamos a trabajar la próxima semana.

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