Teórico nº 6 – Boxeo en Argentina
En la clase de esta semana vamos a introducirnos en la historia del boxeo en Argentina, a partir del texto escrito por Eduardo Archetti.
En esta clase vamos a dar comienzo al tercero de los deportes con los que vamos a trabajar en la materia, que es el boxeo. En este caso vamos a desarrollar parte de la historia que ha tenido en nuestro país, tema en el que nos introduce el texto de Eduardo Archetti (que se puede leer en ESTE LINK). Y vamos a iniciar la clase con el siguiente video:
El video muestra los entretelones del estadio más importante que tuvo el boxeo de nuestro país: el histórico Luna Park de la ciudad de Buenos Aires. Y lo que muestra no es su cara más conocida, la de un escenario para espectáculos. El Luna Park fue eso, tanto que a casi 90 años de su inauguración sigue siendo el principal estadio cerrado de Buenos Aires. Pero también fue mucho más que eso.
Allí se disputaron dos Mundiales de básquet, dos Mundiales de voley, infinidad de recitales de los artistas más diversos y actos políticos de todo tipo. Pero el Luna Park fue, en sus orígenes y en su concepción, un estadio para el boxeo. Allí hubo combates durante 55 años ininterrumpidos, desde 1932 a 1987. Y debajo de sus tribunas estaban los gimnasios y un centro de entrenamiento que conformaban la escuela de boxeadores más grande e importante de América Latina.
Si el Madison Square Garden fue el gran escenario del boxeo de la época de oro de los Estados Unidos, el Luna Park fue su equivalente en América del Sur. Tanto, que hasta allí llegaban púgiles (o aspirantes) de todas partes del país y de otro países. Uruguayos, chilenos, brasileños, colombianos, venezolanos, panameños, dominicanos, muchos llegaban a formarse y a mostrarse en el gran escenario del boxeo argentino del siglo XX.
Para que eso ocurriera, este deporte antes tuvo que abrirse un camino que fue dificultoso y arduo. Y durante largos incluso fue clandestino: estuvo prohibido en la ciudad de Buenos Aires hasta 1924. Y para que esa prohibición se levantara hubo un personaje fundacional: Luis Angel Firpo, el primer gran ídolo del boxeo argentino.
Nacido en Junín y formado en el Boxing Club de Avellaneda, Firpo fue el primer argentino en recorrer un camino que luego se hizo común para otros: viajar a Estados Unidos para hacerse un lugar en la meca del boxeo. Y lo hizo con gran éxito, tanto que el 14 de septiembre de 1923 consiguió marcar un hito al pelear ante Jack Dempsey, el campeón mundial de los pesos pesados, en un combate donde estuvo en juego el título del mundo y que se puede ver a continuación.
Este combate entre Luis Angel Firpo y Jack Dempsey está ligado para siempre a la historia del periodismo deportivo de nuestro país, ya que la expectativa fue tan grande que generó la primera transmisión de radio de la historia del deporte argentino. A su regreso al país, se levantaron la restricciones que pesaban sobre el boxeo y Firpo recibió (simbólicamente) la licencia número uno.
El combate marcó un hito por el impacto de una batalla breve pero muy intensa entre dos feroces peleadores. En menos de dos asaltos Firpo cayó siete veces, pero a su vez lo hizo caer del ring a Dempsey, que tardó 17 segundos en volver al cuadrilátero. Según las reglas del boxeo, el argentino debió haber sido declarado ganador por K.O. aunque eso no ocurrió y, por el contrario, terminó noqueado en el segundo asalto.
Pese a la derrota, Firpo se volvió célebre como “El Toro salvaje de las Pampas” y su fama traspasó las fronteras: en El Salvador hay hasta un club de fútbol que lleva su nombre. En nuestro país, mientras tanto, cada 14 de septiembre se celebra el día del boxeador, en memoria de aquel combate.
Si hubo un termómetro de la popularidad de los deportistas en el siglo XX, ésa fue la revista El Gráfico. Y hay un dato que revela por sí solo cuál era su popularidad: fue quien más veces apareció en la tapa de la revista durante la década del 20. En los años 30, quien más veces apareció en la tapa de El Gráfico fue otro boxeador, Justo Suárez.
Si Firpo fue “el Toro salvaje de las Pampas”, Suárez fue llamado “el Torito de Mataderos”. El diminutivo era una muestra de afecto y también de tamaño: si Firpo era pesado (más de 90 kilos), Suárez era de peso liviano. Y tuvo durante 80 años el récord de público en una pelea realizada en el país, hasta que en el siglo XXI superó el récord Maravilla Martínez, con su primera defensa del título mediano en la cancha de Vélez.
La popularidad de Justo Suárez fue tal que animó a los creadores del Luna Park a construir el estadio, para contener la creciente popularidad del boxeo. Y que era una popularidad que venía acompañada por el éxito de los púgiles nacionales en los Juegos Olímpicos. Hasta el día de hoy es el deporte que más medallas le dio a nuestro país, pero el grueso de ellos se produjo en la primera mitad del siglo.
La cosecha comenzó en 1924, con dos medallas de oro: las de Arturo Rodríguez Jurado y Víctor Avendaño, que de alguna manera simbolizaban los dos mundos que coincidían en el boxeo. El primero provenía de la aristocracia y también jugaba al rugby (fue capitán del SIC), donde se defendía el amateurismo. El segundo venía de las clases populares y fue un trabajador del deporte, al punto que luego hizo una extensa carrera como árbitro. Y los dos eran de las categorías de mayor peso: Rodríguez Jurado era pesado y Avendaño era mediopesado.
La influencia de Firpo fue tan fuerte en los primeros años que hubo una enorme cantidad de boxeadores en las categorías mayores. Tanto, que tres pesos pesados fueron campeones olímpicos: Rodríguez Jurado en 1924, Alberto Lovell en 1932 y Rafael Iglesias en 1948. Hasta Londres 48 la cosecha de preseas fue enorme: 7 oros, 7 platas y 6 bronces acumulaba el boxeo argentino por entonces (20 de las 24 medallas que tiene en la actualidad). Y en ese año fue campeón olímpico quien años después se consagró como el primer campeón mundial de nuestra historia, el mendocino Pascual Pérez.
Pascualito, como se lo llamaba por ser de la categoría mosca (hasta 50,8 kilos) se consagró el 26 de noviembre de 1954 al vencer al quitarle el título (en Japón) al japonés Yoshio Shirai, el mismo al que enfrentó en el video que aparece aquí arriba. Y luego realizó nueve defensas exitosas del título, que perdió en su décima defensa ante el tailandés Pone Kingpetch, ya en 1960.
Pérez fue el primer campeón del mundo argentino y el único en conseguir ser campeón olímpico y mundial, algo reservado para elegidos. Sobre todo en aquellos años, donde solamente había una entidad que reconocía a los campeones del mundo, la AMB.
Ganó sus primeros 18 combates profesionales por nocaut, en 1953 se consagró campeón argentino y al año siguiente fue campeón del mundo luciendo como un fiel exponente de la escuela de boxeo de Mendoza, una provincia que siempre se caracterizó por los púgiles de una técnica muy acabada. Pero además de eso era muy fuerte, con una capacidad para derribar a sus adversarios que es muy infrecuente en boxeadores de su estatura.
Unos años después, y también entre los moscas, llegó el segundo campeón mundial argentino, que fue el recientemente fallecido Horacio Acavallo, que se consagró en 1966. Y en 1968 llegó el tercer título del mundo gracias a otro mendocino, que no tenía la pegada de Pascualito pero que hizo un arte de la defensa, como muy pocos en todo el mundo y en todas las épocas. Tanto, que lo apodaron el Intocable, y fue quizás el ídolo más grande del público del Luna Park, tal como lo cuenta en este video Ernesto Cherquis Bialo.
Nicolino Locche, como Pérez y Acavallo, fue campeón en Japón quitándole el título a un boxeador local. En este caso Paul Fuji, un noqueador impactante de la categoría welter junior (34 de sus 29 victorias antes del límite), al que el argentino redujo a su mínima expresión: lo frustró a tal punto que el japonés abandonó la pelea en el décimo round, ante la impotencia de no poder contactar al Intocable.
Dueño de un estilo único, Nicolino fue muy resistido en sus inicios en el profesionalismo. Estaba lejos de ser el típico peleador y al público, acostumbrado a boxeadores agresivos que priorizaban el ataque, le costó aceptarlo. Pero él tenía otra concepción del deporte: “Si cuando yo pegaba diez piñas recibía otras diez, me hubiera dedicado a laburar”, dijo alguna vez. “Boxear es el arte de pegar y no dejarse pegar”. Cuando el público lo entendió y aprendió a disfrutarlo, se transformó en un ídolo indiscutido.
Cuando Locche ganó el título del mundo en 1968 ya había televisión, pero todavía no existía la transmisión vía satélite, por lo que no era posible recibir imágenes en directo desde el exterior. Como en aquel combate de 1923 de Firpo, las noticias llegaron a través de la radio. Hizo seis defensas exitosas del título, casi todas en el Luna Park y con gran éxito, antes de perder la corona en Panamá en 1972 ante Alfonzo Frazer. Y se retiró en 1976 con un récord de 117 victorias (apenas 14 K.O.), 4 derrotas y 14 empates en 136 combates (uno sin decisión).
La antítesis de Nicolino fue Carlos Monzón, que saltó a la popularidad muy pocos años después, con un estilo absolutamente diferente aunque con un éxito avasallante. Su consagración fue el 7 de noviembre de 1970 y también ganando el título del mundo como visitante, en este caso en Roma, ante el ídolo local, Nino Benvenuti. Y ya había llegado la TV vía satélite, por lo que este combate sí se vió en directo por la televisión.
Monzón era un desconocido para el público europeo cuando viajó a Italia y trajo el título mundial a la Argentina. A partir de eso momento, sin embargo, sostuvo una campaña extraordinaria, hilvanando 14 defensas consecutivas de su corona hasta que se retiró en 1977, todavía como campeón mundial.
El santafesino boxeaba en la categoría medianos (hasta 72 kilos) en la que tenía un alcance de brazos enorme y el poder de golpear y golpear hasta derrumbar a sus adversarios. El detalle (ilegal) era que tenía sobrehuesos que al golpear contra objetos duros, se inflamaban produciendo un enorme dolor. Por eso necesitaba boxear infiltrado.
Con las manos anestesiadas, golpeaba sin límite a sus rivales hasta derrotarlos uno por uno. Era un estilo muy diferente al de Nicolino Locche, con el cual compartieron una misma época, y con diferente impacto popular. Entre los habituales espectadores del boxeo en Argentina, el elegido era indudablemente el mendocino.
Tal es así que, cuando Monzón ganó el título en 1970, se organizó una pelea para celebrar el título en el Luna Park y fue un fracaso de convocatoria. El público lo consideraba un pegador aburrido y monótono, que no daba espectáculo. Eso mismo, sin embargo, lo transformó en un éxito en el Viejo Continente.
De las 14 defensas del título, apenas tres fueron en el país y en el Luna Park. 10 fueron en Europa, donde se lo veía como un boxeador exótico, como el prototipo del “macho latino” que rápidamente se convirtió en un miembro del jet set internacional. Ayudó para eso su romance con Susana Giménez, por entonces una estrella del espectáculo argentino, y su amistad con Nino Benvenuti y a personajes de la farándula europea. En la segunda categoría en importancia simbólica (después de la de los pesos pesados), apenas hizo un defensa en Estados Unidos y eso también lo acercó al público de Europa.
En nuestro país, mientras tanto, se hizo popular a través de la TV, a través de la cual llevaban sus defensas del título desde Europa. Sus puños fueron “los puños de la Nación” de los que hablaba Eduardo Archetti, y ampliaron su llegada a toda la familia, que podía verlos a través de la pantalla chica. O también de la pantalla grande, ya que fue actor en diferentes películas al convertirse en famoso.
Su final, sin embargo, fue muy oscuro: asesinó a su mujer en un verano en Mar del Plata, vivió sus últimos años en la cárcel y falleció en un accidente de tránsito en una salida transitoria. Fue un final trágico que siguió mereciendo libros y series en los últimos años.
También tuvo un final trágico el último gran exponente de los pesos pesados en Argentina, que además protagonizó la pelea con el mayor rating de la historia (79.3 puntos). Fue el 7 de diciembre de 1970, apenas un mes después de aquella noche en la que Monzón conquistó el título del mundo en Roma.
Este combate no fue válido por título alguno, pero tiene una estatura mítica en Argentina y en el mundo, al punto que cuenta con su propia página en idioma inglés (y no en español). Es la que enfrentó a Oscar “Ringo” Bonavena con Muhammad Alí, quizás el mejor boxeador de la historia, en el Madison Square Garden de Nueva York.
El argentino estaba recorriendo un camino similar al de Firpo cuatro décadas antes: venía de ganar seis peleas consecutivas por nocaut en Estados Unidos y se enfrentaba a un Alí que estaba regresando: le habían suspendido la licencia tres años por negarse a combatir en la Guerra de Vietman, tras lo cual incluso fue a la cárcel y tuvo que pagar una fianza.
Los dos hablaban muchísimo en las previas y así lo hicieron esta vez. Alí pronosticó que iba a noquear a Ringo en el noveno asalto, pero el argentino lo hizo tambalear en un combate en el que llevaba las de perder: su rival era más alto, más fuerte y más veloz. Aun así, llegaron hasta el último round de una pelea pactada a 15 asaltos.
Allí, desde el rincón le pidieron a Bonavena que no buscara ganar por nocaut, ya que era preferible perder por puntos y pedir una revancha dejando una buena imagen. Pero no hizo caso, salió a jugarse el resto y terminó noqueado de contraataque, una especialidad de su rival. “Así cae un hombre”, tituló la crónica de la revista El Gráfico, celebrando la valentía de un boxeador, con un mensaje a tono con los criterios de masculinidad de la época.
La leyenda cuentan que esa noche, uno de los tantos que estaba mirando la pelea por televisión era un futuro campeón del mundo que tenía a Ringo como ídolo, luego fue su amigo y pocos años después fue protagonista de una historia increíble, en uno de esos combates destinados a perdurar en el recuerdo por siempre.
La victoria por nocaut de Víctor Emilio Galíndez ante Richie Kates le valió su ingreso al salón de la fama del boxeo, un sitial que tienen solamente cuatro púgiles argentinos (los otros tres son Pérez, Locche y Monzón, los que vimos más arriba). Aquel 22 de mayo de 1976 fue trágico, pero a su vez histórico para el boxeo argentino.
Antes de la pelea, Bonavena fue asesinado en la puerta de un prostíbulo de Nevada, en un ajuste de cuentas con la mafia. A Galíndez no se lo contaron para que se concentrara en el combate, que fue el más dramático de su carrera. Como lo cuenta Tito Lectoure en el video, sufrió un cabezazo de Richie Kates es el tercer asalto, que por tratarse de un hecho accidental no ameritaba la descalificación de su rival.
Según el reglamento, en caso de que Galíndez no se encontraba en condiciones de seguir boxeando, había que definir el ganador del combate con las tarjetas de los jueces hasta ese momento. Pero si eso ocurriera, el argentino hubiese perdido. Por lo tanto, Lectoure decidió que siguiera peleando y consiguiera una espectacular victoria por nocaut.
La figura de Lectoure es mucho más que la figura de un segundo o la de un manager. Lectoure era el dueño del Luna Park, hijo de uno de sus fundadores y un ferviente impulsor del boxeo. Tanto, que él también está en el salón de la fama, como lo están Pascualito, Nicolini, Galíndez y Monzón.
No es casualidad que, en los años 70 y 80, casi todos los argentinos que han sido campeones del mundo han tenido a Lectoure en el rincón. Es que él se encargaba (casi personalmente) de generar las condiciones para que eso se produjera: los recibía como promesas en los gimnasios del Luna Park, les organizaba sus carreras a partir de organizar los combates y se encargaba de conseguir peleas en el exterior, en muchos casos utilizando el Luna Park como moneda de intercambio con otros boxeadores y managers.
Así, fueron campeones del mundo Hugo Pastor Corro, Miguel Angel Castellini, Miguel Angel Cuello, Gustavo Ballas, Santos Benigno Laciar, Látigo Coggi, Sergio Víctor Palma, Ubaldo Néstor Sacco, el Zurdo Vázquez o Locomotora Castro, todos con el Luna Park como plataforma de despegue y paso obligado para trascender a nivel nacional primero y a nivel internacional después.
Por eso, cuando el Luna Park se cerró para el boxeo en 1987 fue un golpe tremendo para la actividad. Hubo otras grandes figuras y representantes que manejaron sus carreras, en algunos casos con mucho éxito. Los nombres de Omar Narváez, Sergio “Maravilla” Martínez, el “Chino” Maidana y tantos otros le dieron al boxeo nacional títulos y prestigio.
Pero faltó el corazón de la actividad que había sido el Luna Park, que funcionaba como centro de entrenamiento y como el epicentro de la vida boxística. Allí, los miércoles y sábados había boxeo. Cuando dejó de haberlo, nada volvió a ser como antes, pese al esfuerzo de muchos por sostener la actividad. Y en los últimos años, hay que decir que también es por el esfuerzo de muchas.
El video es el tráiler de la película “Licencia número Uno”, dedicado a Marcela Acuña como símbolo del boxeo femenino en Argentina. La Tigresa fue una figura fundacional, similar a la de Luis Angel Firpo entre los varones. Sin demasiadas rivales con las que pelear en el país, viajó a hacerlo al exterior y consiguió, a partir de su presencia y de su empuje, que llegaran a Argentina algunas de las mejores boxeadoras del mundo, que abrieron un camino.
La emblemática revista The Ring publicó en 2020 (y por primera vez) su propio ranking femenino. Y allí aparecieron Daniela Bermúdez, Bopp y Acuña en el Top 10 de las mejores púgiles libra por libra, que es como decir que eran tres de las diez mejores boxeadoras del mundo, independientemente de la categoría en la que competía cada una.
Mirando hacia atrás, la cosecha de las mujeres es impresionante en tan poco tiempo. Son más de 30 las reinas desde que la Tigresa se consagró por primera vez en 2006, por entonces como titular Supergallo de la AMB, abriendo el camino.
Entre los varones son 49 los que consiguieron ese objetivo en casi un siglo. Las mujeres cada vez están más cerca en cuanto a cantidad (son 25), y lo lograron en menos de 20 años.
LECTURA PARA LA PRÓXIMA CLASE:
“La calle y el ring”, de Loic Wacquant. LEER EN ESTE LINK