Page 2 - Contar para leer, esa es la cuestión. Judith Vescovo
P. 2
mi último día de clase, antes de las vacaciones de invier- Contar para leer, esa es la cuestión
no, en un primer año del nivel secundario de una escuela de
la provincia de Buenos Aires. Como prescribía el programa de
la materia que dictaba, Prácticas del Lenguaje, propuse, como
una actividad más durante las vacaciones de mis alumnos,
leer la novela de Oscar Wilde El fantasma de Canterville. La
reacción fue adversa y dispar: algunos/as alumnos/as plan-
teaban el porqué leer en vacaciones; otros/as, esbozaban ayes
de dolor y de súplica para que yo revirtiera la decisión; frun-
cían el ceño y me dirigían una severa mirada inquisidora y, los
menos, me pedían que apuntara en el pizarrón el nombre del
autor, título de la novela y editorial, además de sugerencias de
librerías en donde poder adquirirla.
Mis argumentos con los que trataba de explicar y fundamen-
tar la rica experiencia de lectura que iban a tener con la obra
de Wilde se desvanecían paso a paso; la resistencia a leer era
cada vez más sólida. Entonces comencé a contar la novela: las
palabras salieron de mi boca, las ondulaciones de mi voz co-
menzaron a poblar el aula y, poco a poco, fueron conquistando
las indómitas quejas; un silencio profundo y, a la vez, extraño
para mí se agudizó e inundó el espacio; los ceños se distendie-
ron, las miradas se relajaron y los ojos se endulzaron con la
sonoridad de la novela contada. Fue como un momento mági-
co: mis alumnos estaban presos de ese arte milenario que es el
de narrar. El timbre del recreo nos dejó la novela inconclusa.
Transcurrirían tres semanas hasta que volviera a encontrar-
me con estos/as alumnos/as. Cuando se produjo el encuen-
tro, la mayoría había leído el texto y estaban felices; algunos la
habían sacado como préstamo de la biblioteca escolar; otros,
de la biblioteca barrial; otros la habían bajado de internet, ar-
chivado en un documento y guardada como un tesoro en su
notebook y otros la habían comprado. A la vez, cotejaban edi-
ciones por el tamaño de los libros, la cantidad de páginas, la
calidad del papel o si tenían dibujos.
Esta experiencia en el aula produjo en mí dos certezas: la pri-
mera, que mis alumnos/as, por el hecho de haberles contado
la historia, habían logrado tener un interesante encuentro con
la lectura; y la segunda, el poderoso encanto que ejerce el acto
de narrar, que no impone un límite de edad porque en cada
uno está latente el deseo que le cuenten un cuento.
El gran desafío que se nos presenta a los docentes encargados
de la enseñanza de la Literatura es generar en los jóvenes el
38 | Letras
   1   2   3   4   5   6   7