Page 3 - La universidad como horizonte, Rossana Viñas
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. Forman parte de las reformas realizadas en octubre del
año pasado a la Ley de Educación Superior y así, la educación
universitaria es un derecho.
A partir de ello, es importante destacar la categoría de alfabeti-
zación académica acuñada por la investigadora Paula Carlino
(2005). Desde la docencia, debemos comprender que en cada
nivel educativo existe una alfabetización determinada, que le
es privativamente propia y que debe enseñar a los estudian-
tes. Por ende, la universidad también posee una alfabetización
particular. Y como docentes de ella, debemos hacernos cargo.
A leer y a escribir, se aprende a lo largo de la vida; a lo largo de
toda la escolaridad.
En el ingreso a los estudios superiores, los jóvenes ingresantes
necesitan una nueva alfabetización académica, que es cons-
tante; que implica un proceso continuo. Cada individuo cons-
truye sus prácticas de lectura y escritura durante toda su vida.
Y leer y escribir, como prácticas socio-culturales, no son pri-
vativas de ningún nivel educativo, ni se aprenden de una vez
y para siempre. Se trata de un proceso que se da a lo largo de
toda la formación de un sujeto y nosotros los docentes, debe-
mos acompañarlo.
En este sentido, diagnóstico y planificación para el trabajo, el
apoyo, la retención y la permanencia de los alumnos, son pre-
misas importantes para la tarea en el aula. Es decir, saber des-
de qué prácticas, que esos jóvenes poseen, debemos trabajar.
Resulta necesario que los estudiantes no vivan el proceso en
relación a las nuevas prácticas de lectura y de escritura como
si fuera un examen de comprensión lectora y de escritura; la
figura del docente tiene que ser la de un mediador y condu-
cir el diálogo entre el estudiante y el texto, darle herramientas
para enfrentarse a él.
Los jóvenes manifiestan, justamente, las diferencias que en-
cuentran y sienten respecto a las prácticas de lectura y escri-
tura que ellos tenían en la secundaria con respecto a las que
demanda la universidad.
Tal como mencionan las investigadoras Tejerina Sánchez y
Sánchez Rodríguez (2009: 94-95), debemos asumir que para
la permanencia en el espacio universitario se requieren prác-
ticas lectoras y escritoras reflexivas; asimismo estudiantes
autónomos y críticos. Y en realidad, muchas veces estos estu-
diantes, aún con todas sus motivaciones, “llegan desprovistos
del bagaje lingüístico-discursivo y cultural deseado”. En este

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