Teórico n° 3 – Atletismo en Argentina

Juan Carlos Zabala y Delfo Cabrera, campeones olímpicos en Maratón

Esta semana vamos a cerrar el trabajo con este deporte y lo haremos repasando su historia en nuestro país, a partir del texto de Nemesia Hijós.

Hoy nos toca dar cierre a la primera unidad de la materia y lo haremos hablando de atletismo en nuestro país. El punto de partida será el texto de Nemesia Hijós, que se puede leer en ESTE LINK y que se titula “Historia del running en Argentina”. Antes de entrar a eso, igualmente, vamos a dar inicio a la clase con un video.

Hablar de atletismo, como queda claro en el video, es hablar de muchas cosas. Y entre otras hay que decir que este deporte llegó a nuestro país en las primeras décadas del Siglo XIX y a través del médico británico Andrew C. Dick, “iniciándose con las carreras a pie, como ejercicio higiénico a la par que recreativo y con cierto carácter deportivo”, según escribió Eduardo Olivera en su libro Orígenes de los deportes británicos en el Río de la Plata.

La fecha exacta es objeto de controversias, pero lo cierto es que todavía no se hablaba de deportes como los conocemos hoy, sino de pasatiempos. Y en pocos años, impulsados por las colectividades británica y alemana, crecieron con mucha fuerza. “En el Buenos Aires de la década de 1860, el «pasatiempo» que más movilizaba a la comunidad británica fue por lejos –y para sorpresa de muchos– el atletismo”, apunta Víctor Raffo en El origen británico del deporte argentino.

Esa década fue la década en la que comenzaron a formarse en Gran Bretaña los clubes para la práctica de este deporte, los Athletic Club. Y rápidamente tuvieron sus imitadores en nuestras tierras, con una denominación que perdura hasta el día de hoy: el Club Atlético. El libro de Raffo identifica que ya en 1866 existía el Saladillo Athletic Club, que en enero de ese año organizó el que podría ser el primer torneo de atletismo organizado en nuestro país, anterior a los Buenos Ayres Athletic Sports que tuvieron lugar en Palermo el 30 de mayo de 1867 y con diferentes pruebas: 150 metros con vallas, 100 yardas, 440 yardas, salto en alto, salto en largo con y sin impulso, salto con garrocha, lanzamiento de bala y lanzamiento de pelota de cricket.

En el origen británico de nuestro deporte y de nuestros clubes sociales y deportivos podemos encontrar también el origen de sus denominaciones. No es casualidad, por ejemplo, que la mayor parte de nuestros clubes se fútbol se llamen “Club Atlético” y no “Club Deportivo” (que los hay, pero menos). Y en ellos también se practicó el atletismo, aunque eso haya quedado perdido en el tiempo.

Leonor Celi (Gimnasia La Plata), Carlos Roselot (Boca), Adelio Márquez (San Lorenzo), Gerardo Bonnhoff (GEBA), Enrique Kistenmacher (Estudiantes de La Plata), Noemí Simonetto (River), Osvaldo Suárez (Independiente), Luis Brunetto (Central Córdoba de Rosario) y Pedro Caffa (Atlanta) son solo ejemplos de deportistas inmortalizados por la revista El Gráfico luciendo los colores de sus clubes en competencias atléticas. Y muchos de sus nombres fueron muy importantes en nuestra historia, que en la primera mitad del Siglo XX vivió el tiempo de su organización, de competencia internacional y de grandes hazañas.

Los festejos del Centenario en 1910 permitieron un importante festival internacional en Buenos Aires con la presencia de atletas de Bélgica, Chile, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, España y Uruguay. En 1911 surgió la Federación Pedestre Argentina y en 1918 la Confederación Sudamericana de Atletismo, con el inicio de las competencias continentales. En 1919 se realizaron los Campeonatos Metropolitanos y en 1920 los primeros Campeonatos Argentinos de Atletismo.

En ese año 1920, Argentina participó de los Sudamericanos en Chile y apuntaba a los Juegos Olímpicos de Amberes, pero no pudo hacerlo al no obtener ningún aporte económico del Gobierno Nacional. El atletismo argentino recién pudo ser olímpico cuatro años más tarde, una vez creado el Comité Olímpico Argentino en 1923. La primera delegación olímpica nacional fue la que viajó a París 1924.

En total fueron 10 atletas (entre 93 deportistas) y al frente estuvo “el profesor Federico Guillermo Dickens, inolvidable docente norteamericano y que es considerado ‘el padre’ de nuestro atletismo”, según consigna la Confederación Argentina de Atletismo (CADA). Pero el nombre que se robó el protagonismo en la capital de Francia fue el rosarino Luis Brunetto. Con 22 años ganó la medalla de plata en salto triple el 12 de julio, con un registro de 15,425 metros que le permitió subir al segundo escalón del podio.

En su libro “Coronados de gloria”, Víctor Pochat destaca que Brunetto había llegado a París con un mejor registro personal de 14,64 metros, récord sudamericano logrado tres meses antes. “Como para tener más dimensión de la categoría del registro alcanzado por Brunetto en París, esos 15,425 metros representaron el récord sudamericano durante un cuarto de siglo y fueron el récord argentino que Brunetto mantendría nada menos que por 51 años, hasta que Emilio Mazzeo lo superó en 1975 en la ciudad de México, ayudado por la altura sobre el nivel del mar del Distrito Federal”.

El mismo día del segundo puesto de Brunetto, Enrique Thompson (el abanderado de esa primera delegación argentina) culminó su participación en el decatlón con un meritorio 13º lugar, incluido un récord olímpico en los 1.500 metros. Desde aquellos Juegos de 1924 hasta hoy, el atletismo argentino suma cinco medallas olímpicas, solo por detrás del boxeo (24), la vela (10) y el hockey sobre césped (6). Eso sí, Argentina no logra un podio olímpico en atletismo desde Helsinki 1952.

Después de que Brunetto hiciera historia en 1924, en Ámsterdam 1928 se destacó Juan Bautista Pina, semifinalista en los 100 metros. Ganó su primera eliminatoria, fue segundo en su serie de cuartos y culminó sexto su semifinal con un tiempo de 11 segundos.

Cuatro años más tarde, el 7 de agosto de 1932 tuvo lugar en Los Ángeles uno de los mayores hitos del deporte argentino: Juan Carlos Zabala, “El Ñandú Criollo”, se consagró campeón del maratón con un tiempo de 2h31m36s. Para muchos especialistas, se trata del nombre más destacado del atletismo argentino, que “posee una rica tradición en carreras de larga distancia”, según rescata en su texto María Nemesia Hijós. Y ésta fue su mayor hazaña.

Zabala no solo ganó la medalla de oro, sino que batió el récord olímpico de maratón, llegando a la meta casi un minuto antes que el tiempo anterior, establecido por Hannes Kolehmainen en Amberes. Y también había conseguido el récord mundial de los 30 kilómetros en 1931, dos marcas que hablan con absoluta claridad de que se trataba de un fondista de elite.

“Su participación en Los Ángeles se había convertido en una cuestión de Estado: Zabala tenía que competir en el maratón de los Juegos Olímpicos de 1932 como fuere porque tenía las credenciales para conseguir una victoria en la carrera más emblemática del atletismo”, escribe Pochat en Coronados de gloria. “El problema era que el protagonista solo tenía 19 años y la edad mínima para competir era 20”.

“La solución fue muy simple: en lugar de colocar la verdadera fecha de nacimiento de Zabala (21 de septiembre de 1912) en su pasaporte figuraría ‘21 de septiembre de 1911’”. Y aclara Pochat: “Descubrir la verdad no hubiese sido sencillo: a la tragedia de quedar huérfano a los 6 años se sumaron las fantásticas historias que Zabala supo contar de grande”. La suspensión del finlandés Paavo Nurmi, que a sus 35 años acumulaba 12 medallas olímpicas entre 1920 y 1928, terminó por allanarle el camino.

Por fuera del maratón, en esos Juegos de Los Ángeles hubo otros argentinos que se destacaron en atletismo y uno de ellos fue Carlos Bianchi Luti, quinto en la final de los 200 metros luego de haber establecido un récord olímpico (21s4) en las eliminatorias. Bianchi Luti fue semifinalista también en los 100 metros y se quedó fuera de la final prácticamente con el mismo tiempo que el último de los clasificados. Aquel gran atleta tenía tan solo 21 años, pero una enfermedad fulminante se llevó su vida tres años más tarde, antes de cumplir los 25.

En Berlín 1936, Zabala fue el abanderado de la delegación nacional, terminó sexto en los 10.000 metros y estaba liderando el maratón cuando debió abandonar apenas superado el kilómetro 30. El mejor resultado para el atletismo argentino llegó desde el 4×100 de los relevos: cuarto puesto para Juan Lavenás, Antonio Sande, Carlos Hofmeister y Tomás Beswick con un tiempo de 42s2. Nuestros velocistas estuvieron muy cerca de subirse al podio, en una historia que narra muy bien Luis Vinker en el libro Jesse Owens y la conexión argentina, algunos de cuyos capítulos pueden leerse en ESTE LINK. Otro finalista argentino fue Juan Carlos Anderson, séptimo en 800 metros y semifinalista en 400.

Entre los Juegos de Los Ángeles y Berlín, la hazaña de Zabala inspiró a la revista El Gráfico a organizar una competencia emblemática que fue La Maratón de los Barrios, una carrera de 42 kilómetros por las calles de Buenos Aires, en la que el ganador se llevaba un premio económico y uno simbólico pero inolvidable: aparecía en la tapa de la revista. El dato es que los ganadores no podían volver a participar. La tapa de El Gráfico equivalía a la consagración y la prueba serviría para buscar nuevos talentos, no era un lugar para los ya consagrados.

La Maratón de los Barrios nació en 1934 (ver crónica e imágenes ESTE LINK) y se corrió hasta 1975, con algunas pocas interrupciones, hasta que llegó la Dictadura que asaltó el gobierno nacional en 1976. La democracia volvió pero la carrera no, y entre sus ganadores se anotan nombres notables como Reinaldo Gorno y Osvaldo Suárez, que tienen párrafos aparte en esta historia.

Sin Juegos Olímpicos en 1940 y 1944 por la Segunda Guerra Mundial, y con el peronismo en el Gobierno, Argentina envió a Londres 1948 la que fue la mayor delegación de deportistas hasta Río 2016. Nuestro país viajó con 242 deportistas a aquellos juegos de posguerra, en los que estuvieron ausentes Alemania, Japón y la Unión Soviética.

Solamente Estados Unidos y Gran Bretaña (el local) tuvieron una delegación más numerosa que la argentina, que terminó en el 13º lugar, con un total de siete medallas. Tres de ellas fueron doradas y una de ellas es la imagen icónica de nuestro país en esos Juegos: el espectacular triunfo de Delfo Cabrera en el maratón, igualando la hazaña de Zabala y también un 7 de agosto, pero 16 años después.

Todos los 7 de agosto, por las victorias olímpicas de Cabrera y Zabala, en Argentina se celebra el “Día del Maratonista”. Y hay que destacar que en Londres no solo brilló el ganador, de 29 años, oriundo de Armstrong y parte del equipo de atletismo de San Lorenzo de Almagro. En esa prueba que finalizó en el estadio de Wembley tres de los nueve primeros fueron argentinos: Cabrera se impuso con un tiempo de 2h34m51s6, el mendocino Eusebio Guiñez ocupó el quinto lugar y Alberto Sensini fue noveno.

En “Historia Política del Deporte Argentino”, Víctor Lupo consigna: “En 1955 la ‘Revolución Libertadora’ con su ánimo revanchista se tomó el ‘desquite’ con Cabrera, que había sido un prototipo del peronismo, y lo echó del Cuerpo de Bomberos donde trabajaba, por el ‘delito’ de haber adherido al ‘régimen depuesto’”.

De vuelta a Londres 1948, junto con los puestos 1, 5 y 9 del maratón, Noemí Simonetto logró la única medalla olímpica femenina en atletismo para Argentina. Oriunda de Avellaneda, de 22 años, fue segunda en la prueba del salto en largo, además de haber participado en los 100 metros y en los 80 con vallas. En la final Simonetto se quedó con el segundo puesto gracias a un salto de 5,60. Terminó por detrás de la húngara Olga Gyarmati, campeona con 5,695 y récord olímpico, quien superó a la argentina recién en su último intento.

La medalla de plata fue prácticamente el punto final para la carrera de Simonetto, ya casada con quien era su entrenador, Ramón Portela. Pero su figura sigue en el recuerdo: según una encuesta realizada por la Comisión de Estadísticas de la CADA entre 50 exatletas, entrenadores, jueces, dirigentes y periodistas, fue reconocida como la atleta mujer del siglo en Argentina, distinción que compartió con Zabala entre los hombres.

Como Zabala con Nurmi, Simonetto también tuvo su golpe de suerte: pudo haber enfrentado a la holandesa Fanny Blankers Koen, que tenía el récord del mundo. Pero el reglamento limitaba la participación a tres pruebas individuales y Blankers Koen optó por competir en 100 metros, 200 metros, 80 metros con vallas y relevos 4×100. No le fue mal, ya que ganó las cuatro medallas de oro. Y eso que tenía 30 años, dos hijos y -dicen- un embarazo en curso. Había sido olímpica en Berlín 1936. Fue dueña de 16 récords mundiales en ocho pruebas distintas y fue elegida por la IAAF como la “Atleta Femenina del Siglo”; distinción que entre los hombres recibió Carl Lewis.

Cabrera y Simonetto lograron las medallas del atletismo en Londres, pero también hubo otros nombres destacados. Alberto Triulzi fue cuarto en los 110 metros con vallas, con un tiempo de 14s6, detrás de tres estadounidenses. Por su parte, Enrique Kistenmacher fue cuarto en decatlón y décimo en salto en largo. E Ingeborg Mello, alemana que se radicó en el país en 1938, concluyó octava en disco y novena en bala.

Con siete medallas y 15 diplomas, la de Londres 1948 sigue siendo la mejor actuación de la historia para Argentina, que se ilusionaba por entonces con convertirse en una potencia olímpica. Y tanto apostó por eso que en 1949 estuvo a punto de conseguir la sede para los Juegos de 1956, que finalmente fueron para la ciudad australiana de Melbourne por un solo voto: 21 a 20 por sobre Buenos Aires en la última ronda de votación.

La competencia que sí puedo organizar Buenos Aires fueron los Juegos Panamericanos de 1951, que para gran cantidad de especialistas se trata del mayor éxito de la historia de nuestro deporte: se impuso en el medallero con toda comodidad, consiguiendo 68 medallas de oro, 47 de plata y 39 de bronce (154 en total). En segundo lugar quedó EEUU, con 98 preseas, 46 de ellas doradas.

Allí el atletismo volvió a dejar su sello y Delfo Cabrera volvió a ser el líder. Fue el abanderado de la delegación y además se quedó con la competencia del maratón, que finalizó en la pista de atletismo de la cancha de River, que a pasado a ser un recuerdo en este 2021. Ingeborg Mello ganó dos medallas de oro (bala y disco), y también resultaron campeones panamericanos Ricardo Bralo (5.000 metros), Sixto Ibáñez (marcha 50 km), Ricardo Héber (jabalina) y Emilio Ortiz (martillo).

Los Juegos Olímpicos de Helsinki marcarán en 1952 el cierre de una etapa para el atletismo (y el deporte) argentino. Y la cita dejó uno de los resultados más importantes para la historia del atletismo argentino, aunque opacado por los triunfos de Zabala y Cabrera en 1932 y 1948. El correntino Reinaldo Gorno fue medalla de plata en maratón con un tiempo de 2h25m35s. Sexto concluyó Cabrera, con 2h26m42, ocho minutos menos que en 1948. El vencedor fue el checoslovaco Emil Zátopek (2h23m03s), otro de los más grandes atletas de todos los tiempos.

A propósito de la fecha, “Gorno y Cabrera admitieron que habían competido contra sus rivales, contra las tentaciones del agotamiento y, en especial, contra la tristeza disparada por la muerte de Eva Perón, ocurrida el 26 de julio, un día antes de la prueba”, según relatan Ariel Scher, Guillermo Blanco y Jorge Búsico en su libro Deporte Nacional.

Otro que hizo historia al alcanzar un diploma fue Gerardo Bönnhoff, alemán nacionalizado argentino, que terminó sexto en los 200 metros. No le alcanzó para subir al podio,pero volvió a poner a nuestro país en una final olímpica de velocidad, algo que no ocurría desde Los Ángeles 1932 con Carlos Bianchi Luti. Y nadie pudo igualarlos desde entonces.

Además, entre las mujeres, Ingeborg Pfüller fue séptima en disco. Venía de ganar la plata en los Panamericanos de Buenos Aires 1951, lograría el oro en México 1955 y la plata en San Pablo 1963. No hay que confundirla con Ingeborg Mello (bicampeona panamericana en 1951), que esta vez fue duodécima en disco. Gladys Erbetta fue finalista del salto en largo (18º) y entre los hombres Ricardo Héber fue 15º en jabalina.

Helsinki marcó el final de una etapa y los números lo marcaron con mucha claridad. A los Juegos Olímpicos de 1952 viajaron 136 deportistas argentinos, y a los siguientes (los de Melbourne 1956) fueron apenas 29. Y hubo una sola mujer: Isabel Avellán, que fue la abanderada de la delegación y, junto a Günther Kruse, los dos representantes del atletismo argentino, ambos en lanzamiento de disco. ¿Qué cambió entre un Juego y el otro? El Golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón. La autodenominada Revolución Libertadora pretendía borrar todo vestigio de peronismo y el deporte, que había sido un símbolo de aquellos años, pagó las consecuencias.

A Avellán no le fue nada mal, ya que terminó sexta con un registro de 46,73 metros, la mejor actuación histórica para una lanzadora argentina. Por su parte, Kruse culminó undécimo en la final, con 49,89. Pero por esos días el mejor atleta argentino estaba lejos de Australia. “El maratonista Osvaldo Suárez tenía la mejor marca mundial. Candidato a ganar el oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne 56, terminó víctima de la Libertadora”, resume Ezequiel Fernández Moores en su libro Breve historia del deporte argentino. En su plenitud, se le quitó la chance de ir a buscar la medalla.

“Los militares me suspendieron catorce meses para investigarme, porque me había destacado en la época de Perón. Se les ocurrió decir que estaba acomodado, que me dejaban ganar. El oro se lo llevó un argelino nacionalizado francés [Alain Mimoun, 2h25m] que no pudo batir mi marca”, recordó tiempo después Suárez, fallecido en 2018. Y retoma Fernández Moores: “Las pesadillas le sacaron el sueño durante un año. Lo rehabilitaron después de los Juegos, logró 29 récords internacionales, cuatro medallas de oro y dos de plata en los Juegos Panamericanos y fue tricampeón de la tradicional prueba San Silvestre”.

Con 26 años Suárez pudo ser olímpico fue a Roma 1960. Su mejor momento ya había pasado, pero aun así terminó noveno con un tiempo de 2h21m26s; Gumersindo Gómez fue 15º y Walter Lemos, el otro argentino, 50º. Guillermo Weller compitió en los 50 metros marcha y fue descalificado; en 1952 había abandonado por problemas físicos. Y con esos cuatro nombres se acabó la representación argentina en Roma, señal de que los tiempos de abundancia habían quedado atrás.

En Tokio 1964 Suárez abandonó y, sin su figura, las finales o grandes actuaciones atléticas pasaron a ser definitivamente una excepción. El nombre destacado de esos años fue el de Juan Carlos Dyrzka, olímpico en 1964 y también en México 1968, donde tuvo su mejor actuación: por medio segundo se quedó fuera de la final de los 400 metros con vallas. Su marca de esos Juegos fue récord argentino casi medio siglo, hasta que Guillermo Ruggeri la superó en 2017.

Para Múnich 1972 Argentina ya había perdido protagonismo en el maratón: Fernando Molina fue 53º; Ramón Cabrera, 55º, y Nazario Araújo abandonó en el kilómetro 40. Y a Montreal 1976 fueron solo dos atletas: Juan Adolfo Turri -no pasó de ronda en bala- y Tito Steiner, 22º entre los 23 que completaron el decatlón. Con esta única participación olímpica, Steiner está en la nómina de los grandes deportistas argentinos, con una medalla de plata en los Panamericanos 1979, y un cuarto puesto en los de 1975.

Luego, Argentina adhirió al boicot estadounidense y no viajó a Moscú 1980; a Los Ángeles 1984 llegó juntando fondos privados; y a Seúl 88 fueron dos atletas: Andrés Charadia (martillo) y Fernando Pastoriza (salto en alto). El dato alentador cerrando la década del ochenta fue la creación del Centro de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD) en 1989, con los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995 en el horizonte.

En Barcelona 1992 apareció en escena otro de los nombres de peso en la historia del atletismo argentino: Antonio Silio. Con 26 años, culminó 18º en la final de los 10.000 y en Atlanta 1996 no completó el maratón; fue bronce en los 5.000 metros en los Panamericanos de La Habana 1991. Pero ostenta el récord nacional de maratón con 2h09m57s desde Hamburgo 1995 y sdemás es dueño de las plusmarcas nacionales de 10, 15 y 20 kilómetros, medio maratón, 25 y 30 kilómetros, y 5.000 y 10.000 metros en pista. Lo dicho, es uno de los grandes atletas de la historia argentina y subcampeón mundial de medio maratón en 1992, cuando el mapa de las carreras de fondo había cambiado y los atletas africanos empezaban a dominar las competencias.

Argentina no pudo aprovechar la localía en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995: pese a ser el país organizador solamente sumo cuatro medallas y ninguna de oro. Andrea Ávila fue plata en salto en largo y bronce en salto triple, Marta Orellana fue bronce en 1500 metros y Andrés Charadia también bronce en martillo.

En Atlanta 1996, Griselda González consiguió terminar entre las primeras 20 del maratón: fue 19ª marcando un tiempo de 2h35m12s en los 42,195 kilómetros. Venía de competir en los 10.000 metros de Barcelona 1992 y después fue 33ª en el maratón de Sydney 2000, aunque esta vez representando a España tras haberse nacionalizado en 1998.

Dueña de uno de los pocos récords sudamericanos en poder de atletas argentinos, Solange Witteveen fue olímpica en Sydney 2000 y Atenas 2004 en la prueba de salto en alto, pero no consiguió acceder a las finales. Medalla de oro en los Panamericanos de Winnipeg 1999, sigue vigente su marca de 1,96 metros conseguida el 8 de septiembre de 1997, en Oristano. Había saltado 1,97 metros en 2001, pero esa vez dio positivo en un control antidopaje, se le aplicó una suspensión y se le quitó la marca.

Mencionados los Juegos de Atenas, la atleta argentina destacada fue Alejandra García. Campeona panamericana en Winnipeg, en los Juegos de 2000 se quedó en la clasificación y tuvo su revancha en la capital griega, siendo finalista en la prueba del salto con garrocha. Terminó 13ª con un registro de 4,20 metros, luego de haber clasificado a la final con un salto de 4,40. La ganadora de esa competencia fue la rusa Yelena Isinbayeva, con 4,91 metros.

Buenos Aires se había postulado para organizar aquellos Juegos Olímpicos de 2004 y fue una de las ciudades finalistas, junto con Atenas, Roma, Ciudad del Cabo y Estocolmo. Fue el último intento de nuestro país por conseguir ser sede olímpica, algo que había buscado de cara a las ediciones de 1936 (que fueron en Berlín), 1944 (que no se disputaron), 1956 (aquella derrota ante Melbourne) y 1968 (que tuvieron lugar en México).

Para su candidatura de 2004, Argentina presentó una propuesta que incluía un corredor olímpico de cara al Río de la Plata, aprovechando la infraestructura deportiva existente. Allí se encuentra el CENARD, ubicado en el barrio porteño de Núñez y en el predio donde en el primer peronismo funcionó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), en las cercanías de aeroparque y de la cancha de River, que estaba llamado a ser el estadio para la competencia del atletismo. El fútbol, en ese proyecto que no llegó a concretarse, iba a ir a la cancha de Boca.

Beijing 2008 se puede pasar por alto y Londres 2012 fueron los Juegos de Germán Lauro. El trenquelauquense alcanzó la final del lanzamiento de bala -también compitió en disco-: con 20,75 metros superó el corte de 20,65 y ya entre los doce culminó sexto, con 20,84. Al año siguiente, en la Diamond League de Doha, logró su mejor marca, actual récord argentino: 21,26. Lauro había competido en los Juegos de 2008 y volvió a participar en 2016.

En tren de tiradores, Londres 2012 fue la despedida del lanzador de martillo Juan Ignacio Cerra, presente en los Juegos de 2000, 2004, 2008 y 2012. El santafesino, además, fue campeón panamericano en 2003 y bronce en 1999 y 2007. Para cerrar Londres, Juan Manuel Cano volvió a participar en los 20 kilómetros de la marcha. El tucumano fue 40º en 2008, 22º en 2012 y 51º en 2016.

A propósito de Río, hubo seis maratonistas -récord-: Mariano Mastromarino (53º), Luis Molina (88º), Rosa Godoy (110º), Viviana Chávez (125º), Federico Bruno (137º) y María de los Ángeles Peralta, que abandonó por lesión. En los concursos, hubo dos finalistas: en garrocha, Germán Chiaraviglio (campeón mundial juvenil en 2006 y récord mundial juvenil en 2004) fue undécimo; y en jabalina, Braian Toledo terminó décimo.

Toledo, nacido el 8 de septiembre de 1993 y surgido de los Juegos Evita, fue campeón en la primera edición de los Juegos Olímpicos de la Juventud, Singapur 2010, y plata en el Mundial Junior de 2012. Bronce en los Panamericanos de Guadalajara 2011, tuvo su debut olímpico en Londres, justo un mes antes de cumplir los 19. Aún hoy es dueño de la mejor marca mundial U18 -jabalina de 700 gramos- gracias al registro de 89,34 metros logrado en Mar del Plata el 6 de marzo de 2010. Su mejor marca fueron los 83,32 logrados el 24 de agosto de 2015 en Pekín. Toledo, que buscaba la clasificación para Tokio, falleció en un accidente el 27 de febrero de 2020.

De quienes actuaron en aquellos Juegos de Río destacamos a otras dos atletas. De un lado, Jeniffer Dahlgren. Los de Brasil fueron sus cuartos Juegos Olímpicos en martillo. Dahlgren es recordwoman sudamericana con los 73,74 metros logrados en abril de 2010 en Buenos Aires, y se quedó sin sus quintos Juegos al no poder clasificarse para Tokio 2020.

La otra atleta destacada es Belén Casetta, quien compitió en los 3.000 metros con obstáculos en Río 2016 y Tokio 2020. La marplatense nacida en 1994 es una de las tres argentinas dueña de récord sudamericano: 9m25s99 en los 3.000 metros obstáculos el 11 de agosto de 2017, en Londres. En 2019, además, consiguió la medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Lima 2019.

Además de Casetta, el atletismo argentino tuvo a tres maratonistas en Tokio. Fueron Eulalio Muñoz (31º) y Joaquín Arbe (53º) y Marcela Gómez (61º), que quedaron lejos de los primeros lugares. Y quien no pudo competir fue Germán Chiaraviglio, que dio positivo de COVID-19 y debió abandonar la villa olímpica sin poder medirse con los mejores.

LECTURA PARA LA PRÓXIMA CLASE:

“¿Cruzando fronteras? La prensa y el primer cruce a nado del Río de la Plata, Uruguay-Argentina, 1923”, de Pablo Ariel Scharagrodsky. LEER EN ESTE LINK

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