Page 2 - ¿Quiénes leen poesía? Giuliana Pates
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y entrecruzamientos que, si bien ubican al/la lector/a en ¿Quiénes leen poesía?
un marco general de significación, no logran abarcar todos los
significados posibles.
Ahora bien, ¿qué pasa con la lectura de poesía? ¿Quiénes
leen poesía? Tradicionalmente, se la ha vinculado con es-
pacios restringidos y especializados, como si los únicos/as
lectores/as de poesía pudiesen ser los/as escritores, los/as
críticos/as literarios/as o los/as ciudadanos/as letrados/as
con cierto capital cultural que les permitiera “comprender”
lo que se leía. Esto se debe, en parte, a que la poesía fue el
género que se caracterizó por el uso de metáforas, imágenes
“estridentes”, referencias a la cultura “culta” y una idea de
texto “pulido” (Yuszczuk, 2011). Estos sentidos en torno a la
poesía provocaron que fuese reservada para unos/as pocos/
as entendidos.
En la década de 1990, emergieron (en el sentido que Ray-
mond Williams conceptualiza lo emergente) unas poéticas
que contradijeron los sentidos que predominaban acerca de
la poesía. Se caracterizaron por incorporar los materiales o
los signos propios de la época como la publicidad, las mar-
cas, el rock o el heavy metal y las tecnologías. Al principio,
esta especificidad fue difícil de asimilar por parte del público
y la crítica ya que se incluían rasgos como “el uso del habla
coloquial en sus variantes más crudas, la incorrección políti-
ca y la banalidad a ultranza” (Yuszczuk: 2011:19). Surgieron,
por este motivo, polémicas y discusiones con respecto a lo le-
gítimamente “poético”, lo “bien escrito” y con contenido que
representaba la poesía tradicional en contraposición con lo
“mal escrito” y lo banal que era esa nueva poesía.
Asimismo, los/as poetas entablaron una nueva relación con
la cultura de masas, que estaba en el mismo nivel que la “alta
cultura”. Es decir, no había, para ellos/as, divisiones o dife-
rencias entre lo culto y lo masivo. Era un tiempo en que, por
ejemplo, la televisión y el e-mail tensaban los límites de lo
que se había entendido por poético hasta ese momento. En
algunos casos, inclusive, se reivindicaba escribir desde la falta
de capital cultural y en contra de lo aceptado como literatura.
Esta “poesía de los noventa” (Porrúa, 2003, 2011; Yuszczuk,
2011) introdujo al lenguaje poético elementos de la realidad
cotidiana y de la cultura de masas que no estaban legitimados
en ese campo.
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