Page 3 - La dimensión cultural de la crítica. Las letras y el cine. Lía Gómez
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ribir sobre cine, implica poner en circulación sus tramas
temáticas y formales, dando cuenta de la interioridad del film
abordado, de su constitución y morfología, de su dinámica y
funcionamiento. De tal modo que la historia que cada película
narra, se constituye como otro elemento necesario para
comprender los sentidos de circulación e imaginarios de la obra.
Una de las funciones de la crítica es estar alerta, ser curioso,
e incluso buscar en las relaciones textuales e intertextuales de
cualquiera fuese el tipo de texto, las posibilidades de sentido
que allí se encuentran, ya que no solo se debe describir y dar
información sobre el objeto abordado, sino como dijimos antes
ponerlo en relación.
Podemos decir que la crítica cobra sentido en el momento que
se la pronuncia, de acuerdo al contexto en donde se la enuncie.
Cobra sentido y relevancia una vez formulada, pronunciada e
interpretada, por el público, por el artista, creador de la obra,
y por el crítico mismo.
Ahora bien, la acción crítica y esta quizás es la más importante
de todas las definiciones parciales que se puedan dar para
sintetizar la actividad, es sobre todo una actitud curiosa,
cuestionadora y llena de deseo por conocer. Es indispensable
en este sentido, el estar atento, percibir de qué modo la
sociedad conversa con la realidad a través de las prácticas
artísticas y poder expresarlas en la escritura.

El cine y la escritura crítica en la argentina

En los años 1930 Roberto Arlt publica en el diario El Mundo,
entre sus aguafuertes porteñas, algunos escritos ligados al
fenómeno del cine, donde expone por un lado la fascinación
por lo nuevo, y a su vez, la comprensión sobre el sentido socio
cultural de ese universo que se hacía visible a través de las
imágenes en movimiento.
En 1932, uno de esos escritos se titula “El cine y los cesantes”
y se refiere a los humildes ambulantes de las calles de Buenos
Aires, que esperan a que inicie la función continuada para
entrar por un precio mínimo y poder ver alguna película.
Este hecho, provoca la indignación de un lector que escribe al
diario, sosteniendo que se hablaba de desocupación en el país,
pero que en los cines de las calles Belgrano, Boedo y Florida,
se reunían una serie de “fiacunes” y “holgazanes” a pasar las
tardes. El autor de Los siete locos (1929), y Los Lanzallamas

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