PRENSA

Por Graciela Falbo*

Manuel Puig nació en Coronel Vallejos, provincia de Buenos aires en el año 1932 y murió en México el 22 de julio de 1990.

Desde los cuatro años Manuel acompañaba a Male, su madre, a todas las funciones del cine de su pueblo.

A finales de los años treinta la industria cinematográfica florecía, no sólo las películas de Hollywood con sus estrellas,  también  el cine mexicano y el argentino encendían en la oscuridad de la sala los sueños secretos de las clases medias. El género en auge era el melodrama,  El cine de lágrimas, lo llamó la crítica argentina Silvia Oroz. Era una estética popular que irradiada por el cinematógrafo y desdeñada por la alta cultura, fue, señala Oroz, la educación sentimental de al menos dos generaciones.

Esas historias forman a Manuel en su niñez y agudizan en él  un modo de escucha que atiende a las formas del habla de  su gente, las conversaciones que crean sentidos en las voces familiares de parientes, amigos, vecinos. En los diálogos cotidianos – lo que se dice, lo que se calla o se manda a callar- puede escuchar un eco del mundo que lo rodea. En la soledad de la infancia presiente algo que desafina.

Desde Cervantes con el Quijote a Flaubert con  Madame Bovary, hay escritores cuyos personajes centrales creen en la ficción y actúan según sus modelos. Criaturas que por seguir el vuelo de su singularidad chocan con el mundo ordinario y chato de las convenciones.

Puig absorbe ese legado y lo recrea.  Su escritura recoge las pautas formales de la cultura de masas. Toma el modelo del melodrama y lo ensambla de un modo nuevo, traza recorridos que obligan al lector a desplazarse del sentido familiar. Lo conocido en esa lectura provoca extrañamiento.

Ricardo Piglia señala que Puig define la intervención política de un escritor como una cuestión práctica, ligada a la renovación de la forma y de los modos de usar la palabra escrita. 

Desde su primera novela, La Traición de Rita Hayworth, las protagonistas son voces. Ecos  de conversaciones que muestran el sentido común de una sociedad cautivada por patrones – aún vigentes- como el consumo y el poder de clase.  En esta novela el tema es el deseo de su personaje principal de salir de una mediocridad impuesta por la sociedad en la que vive para ser otra persona, él mismo.

El camino de Puig como escritor no fue lineal se abrió a distintos esferas de interés: fue un gran lector de literatura, un viajero del mundo y un estudioso. Siguió la carrera de filosofía y letras y de dirección cinematográfica. Aprendió inglés, francés, italiano, alemán «las nuevas lenguas del cine». Quería ser director de cine pero fue escritor. Sin embargo en sus libros utiliza técnicas cinematográficas como el montaje, los desplazamientos y echa mano de formatos y estereotipos provenientes de géneros considerados «menores». En 1969 la editorial Gallimard publica La Traición de Rita Hayworth en Francia. El diario Le Monde la consideró una de las mejores novelas del año. El mismo año fue finalista  en el Concurso Biblioteca Breve Seix Barral. Pero uno de los jurados, Mario Vargas Llosa, amenazó con renunciar si ganaba «ese argentino que escribe como Corín Tellado».

Es que ya con esa, su primera novela, Puig había tirado abajo la pared que entonces separaba en «alta» y «baja» a la literatura, un legado que abrió las puertas de la exploración a nuevas generaciones de escritores.

La Literatura es así, sigilosa y continua, remota y actual. Situada en su tiempo y atemporal. Cuando menos se lo piensa otra vez un  autor rompe el huevo cuya cáscara  resguarda las formas enquistadas y deja a la vista  la yema de otro real. Igual que en el cuento del rey desnudo hace visible aquello que por obvio es inesperado: el lado otro de las cosas.

*Profesora de la Facultad de periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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