Imagen del cineasta Pino Solanas

PRENSA

Por Carlos Vallina*

En la edición de la revista Talita (1982), estábamos Guillermo Lombardía y yo junto a un conjunto de compañeras y compañeros como Oscar Taffettani, Rosario Tabares, Teresa Contantin, Víctor Redondo, Gustavo Margulies, Cristian Kupchick; el apoyo de Ricardo Piglia, de Osvaldo Soriano, de Griselda Gambaro y de un conjunto amistoso y fraternal, que se preparaba para la restitución democrática. ¿Qué teníamos en común? Que todos y todas conocíamos y admirábamos “La hora de los hornos”, no vacilábamos en considerarla una obra maestra del cine y de la política. Latinoamérica se manifestaba allí desde 1968, fecha emblemática de un ascenso revolucionario internacional y juvenil, que iluminaría el panorama nacional con la insurrección del Cordobazo solo un año después. De allí una larga lucha al 73.

Octavio Getino, a cargo del Ente de calificación cinematográfica del Instituto Nacional de Cine, legalizó nuestro film clandestino “Informes y testimonios sobre la tortura política en La Argentina.1972-1973”, el coautor de ese film junto a Pino Solanas, era también un militante por  una teoría nacional propia para la creación cinematográfica que compartíamos y  nos vinculaba a través de la memoria de las imágenes que producíamos.

El exilio de Perón, la resistencia, la revolución cubana, el Che, Rodolfo Walsh y específicamente el Grupo Cine Liberación, nos hacía sentir en cada obra la plena conciencia de la necesidad de dar batalla frente a la existencia de políticas imperiales, de luchas obreras y como estudiantes nos situaba con compromisos que no abandonaríamos.

Luego el exilio, afuera y adentro, el Terrorismo de Estado, las Madres, las Abuelas y toda forma de resistencia posible, nos aproximó a la organización de  la reapertura de la carrera de cinematografía de la Escuela Superior de Bellas Artes y al derrumbe la dictadura y los primeros retornos y emergencias de lo subterráneo. Por esos días, Envar El Kadri, militante histórico del peronismo, abogado y guerrillero, quien era ahora productor de Pino, se aproximó  a mi programa en Radio Universidad, Panorama del Cine, para invitarme a ver “El exilio de Gardel “en el Cine San Martín y con la presencia de su director.

Fuimos con Guillermo, y luego al restaurante “El Quijote” a almorzar con ellos. Fueron cuatro horas de oírlo, de conversar, por suerte me tocó sentarme al lado de su cabecera, y él recordó la entrevista que le hice en la confitería El Molino que la producción había rentado para el estado mayor y escenas del film que habíamos visto hacía un rato. Un participante de las reuniones de la lucha por la reapertura mencionada estaba colaborando en el film y me comentó si quería encontrarme con el “maestro” como le decía. Fui y al rato llegó con un sombrero francés, me condujo a una oficina improvisada y aceptó mis preguntas, aunque las incorporó a su arrolladora discursividad.

Me dijo que era la primera entrevista que tenía desde su vuelta. Me regaló una fotografía de “Los hijos de Fierro”, donde se ve la reunión en el rancho con la bandera argentina desplegada sobre el lomo de los caballos. Ya había visto su secuencia de fotos de montaje en la cabina de Cesar Dangiolillo su montajista, que nos la prestaba a la noche para montar nuestro film: “Informes…”. No la pudo terminar y quedó inconclusa hasta la vuelta de todo.

Pino nos explicó luego de la función de “El exilio de Gardel” el carácter de Juan uno y de Juan dos, sus personajes parisinos, discepolianos, ese uno que era polisémico, que designa a uno y designa al otro. Era una  “tanguedia” que guardada en una vieja valija debajo de la cama, donde él compone al “Ángel” que se rompe, se desarma, en su pasión incontrolable. Para él los que se habían quedado eran Juan uno y los perseguidos Juan dos. La misma patria, que había que volver a juntar, tantas veces como se la separara.

Pino, Raymundo, Octavio, Favio…

¿El  mejor homenaje? Ver sus films, una y otra vez hasta que aprendamos.

*Profesor Emérito de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social

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