PRENSA

Por Claudia Vásquez Haro *

A nivel internacional, desde 1999  se conmemora  el 20 de noviembre  el día de la memoria trans, para recordar a todas las personas Trans que fueron víctimas del odio y la violencia por razones de género. Pero en Argentina el día de la memoria cristalizada en el 24 de marzo, obtura de manera restrictiva hablar de las memorias en plural, como la del colectivo TLGBINB y particularmente de la comunidad  travesti y  trans. Sin dudas la memoria es un terreno de disputa en torno al sentido, no es lo mismo una bandera que diga son 30.000 a otra son 30.400, la historia no es la misma para las travesti y trans, que para el resto del país. 

Es importante  señalar que el colectivo travesti y trans en argentina, en términos de  sujeto político empieza a organizarse en los años 90. Allí irrumpen en el espacio público, dando una disputa por el sentido, la apropiación,  la visibilización de nuestra existencia y el reclamo por la violación a los derechos humanos a través de los edictos policiales y los códigos de faltas.

Esto indefectiblemente nos lleva a reflexionar sobre las prácticas sistemáticas de discriminación, persecución, detenciones arbitrarias, vejaciones, tratos crueles inhumanos, torturas y muertes de travestis y trans en el país. Y al mismo tiempo sobre las  responsabilidades del Estado, incluyendo a la sociedad civil.

Después de treinta años de lucha y militancia, nuestra comunidad empieza a poner en palabras lo que significo el genocidio travesti y trans en Argentina. Y en esta misma línea cobra más potencia la frase de Marlene Wayar “No queremos ser más esta humanidad”.

En este sentido es posible pensar la figura de transgenocidio, entendida como la muerte sistemática de personas travestis y trans, motivado por su identidad de género autopercibida, porque cumple al menos con tres de las cinco condiciones para que se considere un crimen de genocidio.

La definición de la Convención de la ONU para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, en este sentido, abarca: “Cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo”.

Consideramos que las tres primeras características de la convención, no sólo se redujo a las travestis y trans, pero las políticas llevadas a cabo contra ellas serían paradigmáticas y muestran esta realidad con mayor crudeza. Su eliminación física, concentración y confinamiento a la situación de prostitución, el borramiento de la identidad travesti y trans a través de mecanismos de homogeneización y reproducción del sistema sexo/género: hombre y mujer, son algunas de las características que entendemos asume el transgenocidio.

Así, uno de los desafíos para el colectivo travesti y trans que podemos identificar es el de la reparación histórica en términos de genocidio. En este sentido, es posible relacionar ambos conceptos, si tenemos en cuenta que aparecen hilvanados entre sí en nuestras biografías y relatos tanto individuales como colectivos. Esta reconfiguración alberga en sus orígenes al genocidio y su contracara, la reparación, elementos constitutivos a la hora de pensar la construcción de una historia del movimiento travesti y trans en la Argentina, desde una perspectiva de derechos humanos.

Sin duda, otro desafío  es sensibilizar a la sociedad en su conjunto para lograr interpelar sobre el estado de situación de las travestis y trans y personas de género no binarie, sobre el incremento de travesticidios y transfemicidios ocurridos en los últimos años. En este sentido, es imprescindible retomar la idea de Susy Shock acerca de la importancia de ocupar un espacio en la “agenda emocional de nuestro país”.

La Ley de Identidad de Género se asume como una ley paraguas, porque es el primer gesto del Estado de reconocimiento a la identidad. A partir de ahí, lo que necesariamente viene es la forma de aplicación, sumando el ingreso a ser partes concretas y reales de la redistribución de las riquezas. Se observa el reclamo a la sociedad actual, y también a las instituciones del Estado, sobre la necesidad de asegurar estas conquistas, y ese reconocimiento debe empezar por aceptar y pedir perdón por cada una de las atrocidades que se cometieron contra nuestra comunidad, y en cada individuo que la conforma.

La comunidad travesti y trans demanda ser gestora de sus propios espacios de modo integral, y que ello pueda impactar en las políticas públicas. Es imprescindible, para completar un panorama social inclusivo, que pueda ser parte del diseño del país, el Estado y la justicia que queremos construir en la Argentina. Por ejemplo ley de paridad en el Congreso de la Nación vigente, es una ley incompleta puesto que solamente contempla hombres y mujeres cis.

Contextualizar nuestra propia  historia, invoca constantemente  a un deber de la memoria para no olvidar,  para recordar a nuestras compañeras que ya no están junto a nosotres porque murieron víctimas de los travesticidios sociales o travesticidios y tranfemicidios,  memoria para reivindicar nuestras luchas y reclamos. Estamos escribiendo nuestra propia historia, la de un colectivo cada vez más amplio, transfeminista, plural, e  interseccional; poniendo en valor relatos en primera persona teniendo como  nuestras trayectorias vitales y la construcción de nuestros propios marcos epistémicos.  El  ejercicio de memoria es un trabajo permanente,  a través de la militancia o en palabras de Elizabeth Jelin mediante los emprendedores de la memoria, debido a que la relación entre memoria y democracia,  es una relación incierta.

*Docente, investigadora y titular de la Dirección de Diversidad Sexual de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social-UNLP

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