PRENSA

Por Jorge Luis Bernetti*

La esquina de Entre Ríos y San Juan pertenece al corazón del barrio de San Cristóbal en la ciudad de Buenos Aires. Allí libró su último combate  (y éste fue armado) Rodolfo Walsh, cuando intentaba que la resistencia a la dictadura militar-oligárquica de 1976 a 1983, fuera eficaz y costara menos sangre a su propio pueblo.

Barrio sur de Buenos Aires, San Cristóbal se une a Constitución por el este, a Balvanera por el norte, a Parque Patricios por el sur, y a Boedo por el oeste. Es quizás una representación de las expresiones populares de la ciudad, de la ciudad dominante de un país despoblado. 

En ese barrio donde en el siglo XIX residía una significativa población afro y desde comienzos del XX comerciantes sirios (“turcos”), cayó el Walsh que, frente a la evidencia de la derrota, se había propuesto combatir el “déficit de historicidad” de sus compañeros.

En el “vacío histórico” que se producía en la dirección de la militancia, residían según Walsh,  “las leyes de la toma del poder en la Argentina y que esa determinación es más fuerte que las que surgen de cualquier otro producto histórico ya que es la determinación espacial y temporal concreta que nos corresponde a nosotros”.

Acerca de las fallas y déficits del pensamiento dominante en las fuerzas revolucionarias de la época, Walsh cuestionaba dos: “Una privilegia las lecciones de la historia en que la clase obrera toma el poder y desdeña aquellas otras en que el poder es tomado por la aristocracia, o por la burguesía. Ni Marx ni Lenin procedieron así. Ambos dieron a la toma del poder por otras clases un carácter ejemplar. La segunda falla deriva de la primera y remite al punto de partida, a saber, la historicidad de nuestro pensamiento. Puesto que las lecciones de la historia en que la clase obrera toma el poder serán solamente a partir de 1917 y solamente en otros países, ése es el nivel cero donde empieza nuestro análisis. Un oficial montonero conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñaron de San Petersburgo en 1917, pero ignora como Martín Rodríguez y Rosas se apoderaron de Buenos Aires en 1821”.

Y yendo al siglo XX, escribió:”Perón no conocía a Marx y Lenin, pero conocía muy bien a Irigoyen, Roca y Rosas, cada uno de los cuales estudió a fondo a su predecesor”. No está en el ánimo de Walsh, por cierto, no leer a Marx o Lenin, sino conectar miradas nacionales e internacionales a la construcción de una mirada otra sobre la realidad nacional y regional.

Estos textos referidos a otra situación ya superada en la Argentina, ¿no convocan a revisar hondamente nuestro pasado inmediato aquí y en América Latina? ¿No está en el estudio de los populismos de América Latina la clave de sus éxitos y sus retrocesos? La historia de las ideas y la historia de los acontecimientos está frente a nosotros, no como un recipiente del cual servirse, sino cómo una tarea a emprender, día con día, para entender un presente rudamente modificado por cambios científicos, nuevos procesos tecnológicos, generación emancipatoria de nuevos movimientos sociales, la discusión de la idea de revolución como proceso de largo plazo, la emergencia de la perspectiva democrática en todos los niveles sociales, culturales y territoriales, como una clave en todas las demandas populares.  

Hay un Walsh periodista investigador, otro escritor ficcional, un perfil de militante popular y otro que, en el final de su vida, en el curso de una derrota cruel, impulsa a creer en las enseñanzas construidas a partir de una historia nacional examinada profundamente con ciencia, pasión y persistencia.

* Profesor titular y director de la Maestría de Periodismo y Medios de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP

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