PRENSA

Por Juan Alberto Bozza

El 17 de agosto de 1850 moría José de San Martín en Boulogne Sur Mer, en el norte de Francia. Su vida atravesó momentos de gloria por las victorias obtenidas en la guerra de la independencia, aunque también de decepción, marginación y extrañamiento del país al que contribuyó a emancipar del yugo español.

Regresó a su suelo natal en 1812 para ponerse al servicio de las autoridades criollas frente a los intentos hispanos de reconquistar las Américas. Se involucró en organizaciones patrióticas, es decir, favorables a la independencia, que desarrollaron prácticas clandestinas en ligas secretas o logias; actuación que le valió la prolongada condena de las autoridades eclesiásticas. Recordemos que la oposición de la Iglesia, malquistada por la presunta condición masónica de San Martín, aún ejercía su influencia en el momento de la repatriación de sus restos mortales, el 28 de mayo de 1880. En virtud de este cerril dogmatismo, la Catedral Metropolitana sólo aceptó la instalación del mausoleo en una saliente del edificio, fuera del templo, e inclinado con la cabeza hacia abajo, como advertencia de la “condena infernal” que merecían los masones.

San Martín fue un estratega de la liberación regional que desembocó en las independencias de Chile en 1817 y de Perú en 1821. Para tal fin creó el Ejército de los Andes, donde integró sin prejuicios a paisanos, negros y mulatos. Fue junto a Simón Bolívar, con quien se entrevistó en Guayaquil en julio de 1822, impulsor de la emancipación continental, aunque este programa fue saboteado y ninguneado por la elite gobernante porteña, en épocas de Martin Rodríguez y Rivadavia.

Muy a pesar de quienes concibieron la historia como un escenario protagonizado por los Grandes Individuos, la historia de mármol y bronce de Mitre y Capdevila, los proyectos y las decisiones de San Martín estuvieron condicionadas o limitadas por los conflictos de las tramas colectivas.

Los enfrentamientos entre centralistas porteños y federalistas provincianos afectaron su disposición de ánimo. Abocado al esfuerzo de la emancipación americana como proyecto prioritario, no quiso involucrar a sus tropas en la guerra civil en ciernes entre las provincias y los gobernantes de Buenos Aires.

San Martín rehusó intervenir en tal conflicto cuando, en 1820, las autoridades porteñas solicitaron sus guarniciones para la represión de las fuerzas federales opositoras. En otros términos, no quiso transformar al ejército en una herramienta para la represión interna, en un instrumento para el disciplinamiento social de la ciudadanía.

Esta negación adquirió enorme significación en el curso posterior de la historia cuando, en la segunda mitad del siglo XX, las dictaduras utilizaron el aparato militar para oprimir y exterminar a disidentes, convertidos en “enemigos internos” por la Doctrina de la Seguridad Nacional. Esa doctrina y sus despreciables ejecutores no pueden invocar el “legado sanmartiniano” para justificar los actos aberrantes del Terrorismo de Estado que asoló a la Argentina desde mediados de la década de 1970.

A riesgo de incurrir en el anacronismo o de formular preguntas extemporáneas al pasado, ¿qué otros legados podríamos hoy vincular a la figura y los actos protagonizados por San Martín?

El primero que mencionaré fue una actitud de los años finales de su existencia. A pesar de ciertas preferencias monárquicas manifestadas en algunas ocasiones, San Martín demostró la sensibilidad de un hombre de ideas, de un general lector de las obras de Rousseau y Voltaire, de un hombre atento a los movimientos propagadores de la libertad de pensamiento.

Por último, plantearé la otra dimensión de la actuación sanmartiniana como un desafío a proyectar y, tal vez, a reformular en nuestro tiempo. Es el compromiso sanmartiniano (abrazado sin angustias) de vertebrar un proyecto emancipador anticolonialista. Y, como corolario, la defensa de la autodeterminación de los pueblos contra las pretensiones y agresiones coloniales. Finalmente, en íntima relación con lo antedicho, nos sigue interpelando la necesidad de construir un programa para la unidad regional latinoamericana, un ideal frustrado para San Martín, pero que, con sus contratiempos y reflujos, los movimientos populares y revolucionarios de nuestros días intentan reconstruir y actualizar.

*Profesor de Historia

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