PRENSA

Por Ulises Cremonte*

A propósito del Día Mundial del libro y de los Derechos de Autor

Una sola vez alcanza con escuchar la voz de Zitarrosa para recordar eternamente su cadencia lúgubre mientras recita el estribillo que propone “a desalambrar, a desalambrar”. Expropiación de la tierra, es decir que la tierra sea de quien la trabaja. Una buena, postergada y siempre necesaria consigna. Tan buena que debería ser expandida… ¿y si desalambramos los libros? La analogía puede parecer arbitraria pero no tanto: la Feria del libro se hace en la Rural, aprovechemos esa contigüidad ya no de los parques, sino del campo. Porque en el mercado del libro también hay una situación monopólica, la torta está en pocas manos, un par de grupos editoriales dominan el mundo y en su profusa oferta hay buenas cosechas pero también mucho glifosato. En los 90 nuestro país fue una clara muestra de cómo las editoriales chicas o medianas iban quedando en mano de Editorial Planeta, tan fiel a su nombre que, en su ambición, busca expandirse hasta cubrir el globo terráqueo entero.

Así y todo el nuevo milenio trajo pequeños productores, editoriales independientes que dieron batalla con catálogos chicos, rendidores y se encargaron de cuidar sus libros; no dependen de esa urgencia de las grandes cadenas donde las mercancías pasan de la visibilidad de la vidriera a la mesa de saldos de la avenida Corrientes en menos de lo que canta un gallo.

 Pero este oasis, después de cuatro años del gobierno de Macri se volvió un espejismo.

Ante este contexto estamos en una situación inmejorable para que la consigna de desalambrar se vuelva un postulado. Creo que los libros no deberían pagar derechos de autor…. es más creo que no deberían existir los autores. Barthes y Foucault no escondieron sus necrológicos deseos  y se encargaron de gritar a los cuatro vientos que el autor debía morir. Mi propuesta es, si se quiere más de pañuelo verde, el autor más que morir no tendría que nacer. Imagino un mundo de libros con tapas, con títulos pero sin autores, solo textos, y si se quiere, algún comentario de contratapa, alguna referencia que ubique el relato dentro de un género, que de pistas del argumento, porque se sabe, al lector esas coordenadas le resultan imprescindibles ya que no suelen soportar la frustración de comenzar a leer algo que finalmente no les guste. Los lectores son quisquillosos, parecen nunca tener tiempo, ni siquiera en cuarentena. A ellos la idea del autor les viene como anillo al dedo. Suelen comprar libros por lo que el autor dice más que por lo que el autor escribe. Borges, el Borges qué pasó del círculo literario aristocrático al de los estudios de radio y televisión es quizás el caso más gráfico de esto.

Se celebra el “Día mundial del libro y de los derechos de autor” y creo que es una oportunidad ideal para abolir el mercado literario, esa propiedad privada que regula las narraciones. Puede ser un buen momento para amigarnos con la idea de anonimato. ¿Cuánto ganan los autores por sus libros? Un mísero 10% del precio de tapa. Muchos de ellos ni siquiera eso. Salvo cinco, pongámosle diez excepciones, por la venta de un libro con suerte alcanza para un kilo de helado (y sin comprar los cucuruchos). Y además todo o casi todo hoy se consigue por lo general gratis, pirateado a bajo costo.

Siempre que se habla de crisis de la industria editorial, se habla de los libreros y de las editoriales, pero nunca de los autores, últimos orejones de un tarro que ellos mismos crearon. Paradójico, ¿no?

Señores, hay que renunciar a los honores, si les gusta escribir, escriban, y lancen al mundo historias huérfanas, dejen que las hojas sean del viento.

Una cosa más: que sólo queden las pequeñas editoriales, que la “marca autor” sea remplazada por la “marca sello editorial”, que el “individualismo autoral”, se transforme en la “voz coral de una editorial independiente o universitaria”. Y si a los autores esta propuesta les parece un disparate quizás sea hora de que asuman que les gusta más la fama de esa propiedad privada que es la autoría antes que la solitaria tarea de escribir. Si es así, háganse mediáticos y dejen la literatura para nosotros los fóbicos.

¡A desalambrar, a desalambrar!… y que el día del derecho de autor lo festeje ese 1,47% del electorado que votó a Espert.

Dicho esto, y cómo todavía vivimos en el actual estado de cosas, quiero cerrar con un reclamo al Gobierno de CABA: regularicen el pago a las pensiones a escritores, si le piden a los jubilados que se queden en sus casas, al menos que tengan un poco de dinero para el delivery.

*Docente y director de Ediciones de Periodismo y Comunicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP

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